martes, 6 de diciembre de 2016

La semana de González (2)

Segunda entrada de la serie de cinco que Alejandro González publicó en El Trujamán.

Originales que no son tales (2)

Dostoiewsky, Dostoiewski, Dostoievski, Dostoiewskij, Dostoyewski, Dostoyewsky, Dostoyevski, Dostoievsky, Dostoevsky, Dostoevskii, Dostoyevsky, Dostoiévskiy, Dostoïevsky, Dostojevsky, Dostoïevski, Dostojewski.

Dieciséis modos distintos de escribir un apellido en castellano.

Podríamos proponer al lector el siguiente juego: «Encuentre la variante correcta». También este otro: «¿Cuál es la variante que más encuentra en su biblioteca? Vaya y cuente». O, por qué no (para los avezados): «Ordene estas variantes cronológicamente», y ofrecer la solución al final. Sin embargo, el juego más interesante, creemos, sería: «Identifique las lenguas a través de las cuales el autor de Crimen y castigo ha llegado al mundo hispanohablante». Y ya que venimos juguetones: «Pregúntese cuánto del Dosto*** que conocemos nos ha llegado a través de otras lenguas y culturas. Pregúntese si un traductor de ruso no debe problematizar este derrotero y ponerlo en el contexto mayor de las siempre conflictivas relaciones entre Rusia y Occidente».

Vayamos más allá de Dostoievski (así les gusta a mis ojos) y extendamos esto a la totalidad de los textos rusos. Haremos entonces una primera observación: hasta hace relativamente poco tiempo, la literatura y el pensamiento rusos los hemos visto con el prisma de los países centrales (Francia, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos); esa mediación, a no dudarlo, ya es parte fundamental de nuestra percepción de Rusia. Una segunda observación, insoslayable, es que el traductor de ruso, como señalábamos en el primer trujamán, debe tomar conciencia de que su labor se insertará en ese flujo y que sus traducciones llegarán a lectores (es decir, a culturas de recepción) que ya disponen de una representación más o menos estable acerca de qué son los escritores rusos y qué cabe esperar de ellos; la literatura rusa no volverá a ser descubierta una segunda vez. Una tercera observación, ya de índole preceptiva, si se quiere, es que el traductor de ruso, por lo dicho anteriormente, debe asumir una actitud crítica capaz de relativizar esas otras miradas, de dialogar con ellas y de iluminar aspectos novedosos (abandonada ya la ingenua pretensión de «restituir» un «original» no mediado).

De este modo, la traducción de textos rusos ofrecerá la posibilidad de plantearse, primero, y poner en cuestionamiento, después, ciertos estereotipos bastante instalados. Es cierto que en la literatura rusa abundan búsquedas últimas, desgarradas, extremas; tan cierto como que en ella abundan novelas pasatistas, convencionales, «divertidas» al decir de hoy. Es verdad que la literatura rusa está poblada de personajes que se preguntan por el sentido último de la vida, por la existencia de Dios y por cómo relacionarse con el prójimo; también es verdad que en ella habitan verdaderos sinvergüenzas, taimados, materialistas y lascivos. Hay en las letras rusas numerosos intentos de ofrecer un tipo «ideal» de mujer; hay asimismo en ella mujeres viles, manipuladoras, felonas y felinas. Es claro que los escritores rusos han brindado textos densos, sesudos, complejos, que invitan a la meditación; es prístino además que han engendrado comedias desopilantes, sátiras impiadosas, personajes estrambóticos y graciosos.

Es fundamental no dejarse llevar por estas ideas preconcebidas en el curso del trabajo, saber identificar el humor, la ligereza y la ironía allí donde uno se tope con ellos y otorgarles el estatuto que se merecen; no siempre un personaje dostoievskiano se flagela a sí mismo, ni sus obras carecen de cuadros líricos y —ante todo— humorísticos (recordemos que Vladímir Nabókov encontraba en el humor casi la única virtud de Fiódor Mijáilovich); no siempre es preciso inclinarse por el sinónimo más sombrío de la paleta semántica.

Comparar lo hecho en distintos idiomas por los traductores que nos precedieron, ser capaces de periodizar los diferentes enfoques de la traducción enriquecerá ostensiblemente nuestra labor, nos abrirá el horizonte de sentido en el que vamos a inscribir nuestro esfuerzo y echará luz sobre los prejuicios que inevitablemente arrastramos con nosotros.

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