Trajinando no hace mucho una ruta patagónica, al Administrador de este blog se le ocurrió que entre las muchas, muchísimas fealdades que tienen que sufrir los traductores, está, pese a las disquisiciones filosóficas de algunos miembros del gremio, la invisibilidad.
Ser visible, pensaba el Administrador mientras admiraba los lupines de la foto, no es ni competir con el autor, ni arrogarse un derecho que no nos corresponde, ni dárselas de nada, sino existir a la hora de buscar trabajo. Porque así como la gente es perezosa y sólo recuerda lo más inmediato, los editores, que también son gente, no suelen detenerse a pensar un rato sobre quién podría hacer tal o cual traducción, sino que optan por lo primero que se les viene a la cabeza. Por eso, que el nombre de uno sea visible es una forma de resultar oportuno cuando se reclutan candidatos para tal o cual libro.
No es lo único. Ciertos nombres han demostrado a lo largo del tiempo alguna probidad y, aunque no lo parezca, todavía existen lectores atentos a ese valor agregado que puede aportar el traductor. De ahí que ciertas traducciones, en el caso de las mejores editoriales, ostentan, junto con el nombre del autor, el del traductor.
Pero también están los catálogos, pensó el Administrador, a través de los cuales las editoriales anuncian sus bondades. Y si bien hay editores que tienen el cuidado de poner el nombre del traductor en la cubierta de los libros que editan y otros, en la portadilla o en la página de legales correspondientes, raramente la práctica llega a los catálogos.
En consecuencia, con un sentido eminentemente práctico, se solicita a los lectores de este blog que hagan el pequeño esfuerzo de informarnos sobre qué editoriales no publican el nombre del traductor en el libro y sobre cuáles no lo ponen en sus catálogos. Suponemos que llamar la atención sobre estos detalles puede redundar en que la práctica cambie. También puede servir para dar cuenta de la antigüedad de ciertas traducciones presentadas como nuevas por editores poco escrupulosos, dispuestos a "fusilar" viejos textos con tal de no pagar lo que corresponde a quien alguna vez tradujo o evitarse el dinero de una nueva traducción.
Mientras los lupines siguen pavoneándose allá en la Patagonia, los lectores, entonces, tienen la palabra,
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