Cuarta
entrega de la serie de cinco que Alejandro
González, traductor del ruso, publicó en El Trujamán.
Originales que no son
tales (4)
En
1918 el idioma ruso conoció una significativa reforma. Quiso el destino que la
obra quedara en manos de los bolcheviques, ya que desde el siglo xix se venía insistiendo en la necesidad
de unificar ciertos criterios, de establecer un marco normativo. En 1918 se
suprimieron algunas letras del alfabeto, se fijaron y actualizaron reglas de
ortografía y puntuación. No fue esa la primera ni la última reforma, por
cierto, pero sí la más modernizadora y relevante. Anteriormente, los escritores
se guiaban, claro, por el uso predominante y por un conjunto a veces intrincado
de reglas que hundía sus raíces en la escritura eclesiástica. La reforma de
1918, como no podía ser de otro modo, resultó polémica, halló sus partidarios y
sus detractores. Anatoli Lunacharski fue uno de sus promotores; Leonid Andréiev
prefirió no firmar un ventajoso contrato antes que publicar sus obras con la
nueva ortografía, Iván Bunin (primer Premio Nobel de Literatura de Rusia) la
rechazó tan furiosa e ideológicamente que se negó a utilizar el ruso moderno y
siguió escribiendo a la antigua hasta el último de sus días, en 1953. Lo
ideológico no era un mero prurito de Bunin: durante el período soviético, en
efecto, rigió un criterio particular de escritura de palabras religiosas que
hoy aún pervive en ediciones no revisadas. Veamos con un ejemplo (¡y qué
ejemplo!) los dilemas que esto crea a la hora de traducir y de seleccionar el
texto fuente, el «original».
La edición
«canónica» de las Obras
completas de Dostoievski en
treinta tomos, aquella que, hasta la fecha, está obligado a citar cualquier
especialista en Dostoievski que se precie de tal, reproduce como sigue este
pasaje del célebre capítulo «El gran Inquisidor», de Los hermanos Karamázov:
То, что имею сказать
тебе, всё тебе уже известно, я читаю это в глазах твоих. И я ли скрою от тебя
тайну нашу? Может быть, ты именно хочешь услышать ее из уст моих, слушай же: мы
не с тобой, а с ним, вот
наша тайна! Мы давно уже не с тобою, а с ним,
уже восемь веков. Ровно восемь веков назад как мы взяли от него то, что ты с
негодованием отверг, тот последний дар, который он предлагал тебе, показав тебе
все царства земные: мы взяли от него Рим и меч кесаря и объявили лишь себя
царями земными, царями едиными, хотя и доныне не успели еще привести наше дело
к полному окончанию. Но кто виноват?
Todo
lo que tengo para decirte ya lo sabes, lo leo en tus ojos. ¿Y acaso te ocultaré
nuestro secreto? Puede que tú precisamente quieras oírlo de mis labios, así que
escucha: nosotros no estamos contigo, sino con él, ¡ese es nuestro secreto!
Hace mucho ya que no estamos contigo, sino con él, hace ya ocho siglos. Ocho
siglos justos hace que tomamos de él aquello que tú rechazaste indignado, aquel
último don que él te ofrecía al mostrarte todos los reinos de la tierra:
nosotros tomamos de él Roma y la espada del césar y nos declaramos los solos
reyes de la tierra, los únicos reyes, aunque hasta ahora no hayamos logrado aún
llevar nuestra obra a su cabal cumplimiento. Pero ¿quién tiene la culpa?
Ahora bien,
cuando se consulta otra edición rusa postsoviética encontramos ese pasaje así:
То что имею сказать
Тебе, всё Тебе уже известно, я читаю это в глазах Твоих. И я ли скрою от Тебя
тайну нашу? Может быть Ты именно хочешь услышать ее из уст моих, слушай же: Mы
не с Тобой, а с ним, вот
наша тайна! Мы давно уже не с Тобою, а с ним,
уже восемь веков. Ровно восемь веков назад как мы взяли от него то что Ты с
негодованием отверг, тот последний дар который он предлагал Тебе показав Тебе
все царства земные: мы взяли от него Рим и меч Кесаря и объявили лишь себя
царями земными, царями едиными, хотя и доныне не успели еще привести наше дело
к полному окончанию. Но кто виноват?
Todo
lo que tengo para decirte ya lo sabes, lo leo en Tus ojos. ¿Y acaso Te ocultaré
nuestro secreto? Puede que Tú precisamente quieras oírlo de mis labios, así que
escucha: nosotros no estamos contigo, sino con él, ¡ese es nuestro secreto!
Hace mucho ya que no estamos contigo, sino con él, hace ya ocho siglos. Ocho
siglos justos hace que tomamos de él aquello que Tú rechazaste indignado, aquel
último don que él Te ofrecía al mostrarte todos los reinos de la tierra:
nosotros tomamos de él Roma y la espada del césar y nos declaramos los solos
reyes de la tierra, los únicos reyes, aunque hasta ahora no hayamos logrado aún
llevar nuestra obra a su cabal cumplimiento. Pero ¿quién tiene la culpa?
No es posible
volcar al castellano todas las (pocas) diferencias de puntuación que existen
entre ambos pasajes en ruso (abordaremos la cuestión de la puntuación en el
próximo trujamán); sí puede advertirse, en cambio, lo que ocurre con las
mayúsculas: tú/Tú, tus/Tus, te/Te, césar/César. Durante el período soviético la
palabra «dios» se escribía así, con minúscula. Y de ahí para abajo: santos,
fiestas religiosas, libros y lugares sagrados, etc.
Otra vez: ¿hay
«original» sin intervención, sin indagación del traductor? ¿Puede un traductor
de ruso confiar en el primer texto fuente que encuentra?
¿Cuántas
variantes habrá en castellano de este pasaje? Por caso, y como cierre,
reproduzcamos la versión de Cansinos Assens:
Cuanto me atrevo a decirte, todo lo sabes Tú ya; leo en tus ojos. Pero es que yo te oculto nuestro secreto. Puede que Tú, precisamente, quieras oírlo de mis labios, pues escucha: nosotros no estamos contigo, sino con Él, ya va para ocho siglos. Ocho siglos justos hace que aceptamos de Él lo que Tú, con indignación, desairaste, ese último don que te ofreció al mostrarte el imperio terrenal; nosotros le aceptamos Roma y la espada del César y nos declaramos solamente emperadores de la Tierra, únicos señores, aunque, hasta ahora, no hayamos podido dar cumplido remate a nuestra empresa. Pero ¿quién tiene de ello la culpa?
Cuanto me atrevo a decirte, todo lo sabes Tú ya; leo en tus ojos. Pero es que yo te oculto nuestro secreto. Puede que Tú, precisamente, quieras oírlo de mis labios, pues escucha: nosotros no estamos contigo, sino con Él, ya va para ocho siglos. Ocho siglos justos hace que aceptamos de Él lo que Tú, con indignación, desairaste, ese último don que te ofreció al mostrarte el imperio terrenal; nosotros le aceptamos Roma y la espada del César y nos declaramos solamente emperadores de la Tierra, únicos señores, aunque, hasta ahora, no hayamos podido dar cumplido remate a nuestra empresa. Pero ¿quién tiene de ello la culpa?
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