Roberto Bolaño y Carolina López |
El 24 de
noviembre pasado, en El País, de
Madrid, casi como si fuera el anuncio de un culebrón caribeño, podía leerse la
afirmación que da título a la siguiente nota. Y abajo, en el mismo estilo de
las revistas del corazón, “Carolina
López, viuda del escritor chileno, rompe su silencio”. Mientras uno se
pregunta si esta manera cursi de titular y subtitular está en en el libro de
estilo del periódico que se proclama “global”, hay otras preguntas que vale la
pena hacerse. Entre otras, por el verdadero papel desempeñado por todas las
viudas que, más allá de la viuda real, le surgen a un escritor de renombre
cuando se muere. Para no hablar del despecho ($), los reproches ($$) y, claro,
otra fealdades ($$$). Quien desee conocerlas, puede consultar los artículos
mencionados –con vínculo en rojo– por la única viuda real de Roberto Bolaño.
La verdad sobre Roberto Bolaño
Recientemente
se ha publicado un artículo de Ignacio Echeverría(El Cultural de El Mundo, 23 de septiembre de 2016) y unas declaraciones del editor Jorge
Herralde (La Vanguardia, 30 de octubre de 2016) que, lejos de referirse a cuestiones literarias de la obra de Roberto Bolaño, tratan sobre asuntos de mi vida privada, la de mis hijos y la del propio Roberto que no son ciertas.
Roberto
murió en 2003 tras largos años de enfermedad y su voluntad siempre fue que su
esposa y sus hijos gestionaran su obra, como hemos venido haciendo con
discreción. Tras su fallecimiento, yo seguí viviendo en Blanes (Girona) junto a
mis hijos e intentando llevar una vida anónima ajena a las rencillas
editoriales. Siempre he mantenido mi puesto como educadora social en el
Ayuntamiento de ese pueblo, donde trabajo desde hace más de 30 años. Ahora me
veo, tristemente, en la obligación de romper este silencio de más de 10 años.
Echevarría y Herralde atribuyen que se les
haya apartado de la gestión de la obra de Roberto al hecho de que, según ellos,
conocían una relación sentimental de este con Carmen Pérez. Lo cual no es
cierto en absoluto. Actúan movidos por el despecho, porque, debo decir, que se
apartaron ellos mismos.
La reciente publicación de la novela
inédita El espíritu de la
ciencia-ficción y la
cesión de los derechos de la obra de Roberto a Alfaguara y no a Feltrinelli
(sucesora de Anagrama) se debe únicamente a razones profesionales. La propuesta
que realizó Alfaguara en el marco de las negociaciones en las que intervino mi
agente, Andrew Wylie, fue mucho más ventajosa para la obra de Roberto. No solo
en lo económico. Alfaguara tiene una mayor presencia en Latinoamérica, donde
sus libros cuestan menos, algo fundamental para garantizar el acceso de los
lectores a su obra.
Debe destacarse, además, que cuando
Roberto murió, sólo hacía siete años que publicaba en Anagrama. De la totalidad
de su obra (15 libros), seis los publicó en otras editoriales (Seix Barral,
Acantilado, Lumen, Planeta Chile y Mondadori). Como bien sabe el propio
Herralde, de los 20 años de vida editorial de Roberto, siete corresponden a
Roberto y 13 a la gestión de su familia. Durante estos últimos, su editorial
pudo reunificar toda la obra en su sello así como publicar inéditos póstumos
muy relevantes. Después de 13 años en Anagrama difícilmente se puede sostener
que tomemos decisiones de forma impulsiva o vengativa.
Mi pérdida de confianza en Herralde se
inició en 2008, cuando revisé los contratos. Me percaté de que en 2005 Anagrama
había formalizado sin mi autorización un pacto por el cual estábamos pagando
comisiones mucho más altas de lo habitual. Si las comisiones rondaban de
costumbre el 20%, mis hijos y yo pagábamos entre un 35% y 55%. Anagrama
prolongó la vigencia de los contratos hasta 2015 y amplió el límite de ejemplares
que podía editar hasta la inverosímil cifra de 5.000.000 cuando los topes de
los contratos anteriores eran de 20.000 ejemplares. Además, cuando se firmó el
referido contrato en 2005, ya había caducado la vigencia de varias obras por
haberse superado el límite de edición, todo ello sin abonar el adelanto
habitual.
En ese contexto, la agencia literaria
Andrew Wylie me ofreció representar la obra de Bolaño a nivel mundial y se
produjo la renegociación con Anagrama, que además cesó en la gestión internacional
de la obra. Fue en ese momento cuando mi nombre, que apenas había salido en la
prensa, pasó a ser el centro de artículos que desacreditaban mi imagen y
aludían a hechos de la esfera privada que no son ciertos.
Respecto a Ignacio Echevarría, nuestra
relación profesional quedó rota en 2005 porque, igualmente, perdí la confianza
en él. En el trabajo de coordinación de la edición del libro El secreto del mal tuve conocimiento de que había
difundido por correo electrónico a terceras personas el manuscrito inédito de
dicha obra sin pedir mi autorización y antes de haber firmado contrato alguno.
Valoré esto como una frivolidad y una falta de responsabilidad. Cuando le
pregunté por ello reconoció su error, pidió disculpas y dimitió de su cargo.
Miente, pues, cuando afirma que lo despedí. Y miente cuando relata los motivos.
En su día, él mismo encontró justificada su dimisión, como se constata en el
correo electrónico que me envío el 9 de octubre de 2005: “Lamento muy
sinceramente haber decepcionado tu confianza. […] Me hago cargo de lo que puede
suponer una pérdida de confianza y asumo enteramente mi responsabilidad”.
Además, se ha desdicho de lo que me escribió dos días después, en otro correo:
“Por mi parte, no tengo intención de dar más vueltas al asunto, ni mucho menos
de divulgarlo en forma alguna”.
Después de este mensaje no podía imaginar
que Echevarría continuaría declarándose albacea de la obra de Roberto
—mintiendo públicamente— hasta que en 2011, seis años después, declaré a La Vanguardia que nunca lo había sido. Es decir,
miente cuando escribe en su reciente artículo de El Mundo que nunca se había definido como tal y
que eran los periodistas quienes lo afirmaban. Baste leer la entrevista que
concedió en El Telégrafo de Ecuador (2 de diciembre 2009):
—Cambiando de tema, hasta hace poco tiempo
estuvo a cargo de la obra de Bolaño
—Estaba, ahora no. Lo que pasa es que él
me nombró, frente a su viuda, albacea, pero solo de palabra. Yo no tenía
poderes jurídicos en la administración de su legado.
Mis argumentos son profesionales. Por eso
es absurdo que Herralde y Echevarría decidan por despecho quién fue, y desde
cuándo, su pareja. Con gran dolor, mis hijos y yo estamos pagando, me temo, las
consecuencias de nuestra salida de Anagrama.
Sobre mi vida privada, la de Roberto y mis
hijos nunca he hablado en los medios y no lo voy a hacer ahora. Sólo me
limitaré a decir que Roberto y yo mantuvimos un proyecto de vida en común, de
pareja y familiar junto a nuestros hijos, durante 23 años, desde que nos
conocimos en Girona en 1981 hasta su fallecimiento. Es falso que Roberto
compartiera su vida y los últimos seis años antes de su fallecimiento con
Carmen Pérez. En todas sus declaraciones públicas, también en la entrevista que
concedió pocos días antes de su fallecimiento, sus temas son la literatura y su
familia, a los que profesaba un profundo amor y respeto y junto a los que vivió
en Blanes hasta el final.
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