Cuando todo parecía haber sido dicho y "la semana de González" ya estaba subida a este blog, el bueno de Alejandro se descolgó con una nueva columna en El Trujamán, en este caso, la correspondiente al 30 de noviembre pasado. Aquí está entonces la yapa.
Originales que no son tales (VI)
En 1908 AleksandrBogdánov publica la que
sería la primera utopía socialista, Estrella
roja. Ambientada en Marte, cuenta las peripecias de un terrícola que es
llevado a ese planeta para conocer el funcionamiento de una sociedad
socialista, es decir, más avanzada. El libro fue reeditado en 1918, 1922, 1923,
1924, 1925 y 1929 como libro independiente. Entre 1929 y 1979 no se publicó, y
desde 1979 apareció en numerosas antologías de ciencia ficción. En 2009 volvió
a salir en forma individual.
La experiencia de traducción de este libro
fue apasionante; en parte, por algo ya conocido: la
investigación de las diferentes ediciones en ruso y de las diversas
traducciones a lenguas occidentales (fueron estas, tan disímiles entre sí, las
que me llevaron a sospechar que había un problema con la obra en ruso); en
parte, por algo de lo que tenía noticia pero que me sorprendió mucho cuando me
topé con él: la censura “por derecha” del régimen soviético. A nadie sorprende
que el Kremlin callara a quienes, con un ojo en Occidente, exigían más
garantías liberales, más democracia, más libertad de expresión; tampoco, claro,
a quienes embestían desde posiciones aristocráticas, clasistas. Pero ¿y la
censura a quienes reclamaban más socialismo, más igualdad, más derechos
laborales?
En las sucesivas ediciones, Estrella roja, una novelita tan
“inocente”, tan cándida por momentos, fue sufriendo cortes muy elocuentes desde
el punto de vista ideológico. Veamos un ejemplo. Cuando el protagonista se
interioriza de la historia del socialismo marciano, un personaje le cuenta:
La época de excavación de los canales estuvo
signada por una gran prosperidad en todas las ramas de la producción y por una
gran tregua en la lucha de clases. La demanda de mano de obra era enorme, y la
desocupación desapareció. Sin embargo, cuando los gigantescos trabajos llegaron
a su fin, y con ellos la colonización capitalista de los antiguos desiertos que
los acompañaba, no tardó en desatarse una crisis económica, y la “paz social”
se vio perturbada. Se llegó incluso a una revolución social. Pero, otra vez, el
curso de los acontecimientos fue bastante pacífico; el arma principal de los
obreros eran las huelgas, y solo en contadas ocasiones, y en muy pocos lugares,
se produjeron alzamientos: casi exclusivamente en las regiones agrícolas. Poco
a poco, los dueños fueron cediendo ante lo inevitable, e incluso cuando el
poder estatal cayó en manos del partido obrero, de parte de los vencidos no
hubo ningún intento de defender su causa recurriendo a la violencia. Durante la
socialización de las herramientas de trabajo no se aplicó un rescate en el
sentido exacto de la palabra. No obstante, los capitalistas percibieron al
principio una pensión. Muchos de ellos desempeñaron más tarde un papel
destacado en la organización de los emprendimientos sociales. No era fácil
superar las dificultades en la distribución de la fuerza de trabajo de acuerdo
a la vocación de los propios trabajadores. Durante un siglo existió para todos,
excepto para los capitalistas en pensión, una jornada de trabajo obligatoria,
primero de seis horas y luego menor. Pero el progreso de la técnica y el
cálculo exacto del trabajo libre contribuyeron a librarse de esos últimos
restos del antiguo sistema.
Capitalistas que ponen su saber en favor del
conjunto de la sociedad, reciben una pensión y no cumplen una jornada laboral
obligatoria; obreros que trabajan seis horas y luego menos. Parece que era
demasiado. Este pasaje desapareció en las ediciones posteriores a 1929, e
incluso hoy, en la edición más reciente publicada en Rusia, no ha sido
restituido; es decir, un ruso, a no ser que recurra a la primera edición de
1908, no estará leyendo el “original” completo (¿y por qué un lector de a pie
debería conocer las vicisitudes de este y cualquier otro texto?).En otros
pasajes omitidos se habla a favor de la poligamia, hay una velada alusión al
amor homosexual, además de críticas a líderes políticos no mencionados pero
fácilmente identificables. Todo ello se suprimió, y no de golpe, sino a lo
largo del tiempo, de edición en edición.
Un plato exquisito para servir al lector,
indicando en nota al pie todos y cada uno de los fragmentos censurados, para
que este, mientras lo saborea, tome conciencia de la mediación, del recorrido
que hacen los textos a través de las épocas, la geografía y las ideologías; y,
acaso, para que valore nuestra intervención y se pregunte qué diantres era
aquello que traicionaba el traductor.
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