viernes, 29 de septiembre de 2017

La necesidad de decir cómo fueron las cosas

Para quien no lo sepa, Andrés Ehrenhaus ha sido un motor imprescindible en el impulso del proyecto de Ley de Traducción Autoral del que, en numerosas ocasiones, este blog se ha ocupado. Los hechos demuestran que ahora, tal vez por un exceso de oportunismo de alguno de los “compañeros”, ese esfuerzo parece haberse estancado, lo cual constituye una verdadera tragedia. Para dejar en claro su posición, Ehrenhaus nos ha enviado el siguiente texto que, entendemos, ofrece motivos de reflexión.
  
A quien pueda interesar: los puntos sobre las eses

Sépase: en mayo de 2017 decidí dar un paso al costado y dejar de pertenecer al frente de apoyo al proyecto de Ley de Traducción Autoral, una estructura creada algunos meses atrás con el fin de ampliar la plataforma de soporte de esa propuesta reivindicativa. Cuando tomé mi decisión, la anuncié en el ámbito del frente, exponiendo, quizá de manera un tanto apresurada y torpe, mis razones en el grupo de Facebook que se utilizaba hasta entonces (ignoro si aún es así) como medio interno de comunicación, discusión e información. No obstante, y a raíz de algunos comentarios que me han llegado de miembros del propio frente o de otras personas afines al proyecto de ley y en vista de que nuestra memoria histórica es más corta que la de Dory en Buscando a Nemo, tal vez haya llegado el momento, pasados algunos meses ya, de hacer explícitos y públicos los motivos de mi decisión en un medio abierto como éste y evitar así mayores malentendidos.  Seré todo lo breve y claro que mi elocuencia lo permita.

Desde que emprendimos en abril de 2013, junto a otros tres compañeros traductores, la dantesca quijotada de enmendar la Ley 11.723 (el reglamento argentino de Propiedad Intelectual, en vigor desde 1933) primero y, después, la de promover la aprobación de una ley específica que proporcionara un marco sensato y justo al ejercicio de la traducción editorial en Argentina, uno de los aspectos que más me interesaron y absorbieron fue la necesidad de reconocer y describir en el cuerpo mismo de la ley el estado real de la profesión y los profesionales implicados, para así poder regular su actividad desde una perspectiva objetiva y no idealizada o excluyente. A grandes rasgos, hay dos maneras de legislar: observando el fenómeno tal cual es y proponiendo normas ajustadas a esa realidad o forzarlo a ajustarse a supuestos y condiciones ideales, incluso si son lejanas a su naturaleza. Entre una y otra, la diferencia funcional es notable.

Se trataba, pues, de hacer frente a las reivindicaciones genuinas de un sector activo y productivo, de larga tradición en la expresión cultural del país y más significativo para la industria editorial de lo que a menudo preferimos suponer. En una actividad como la traducción editorial, histórica y conceptualmente ligada a la creación literaria, la heterogeneidad del medio profesional y laboral es una de las características primordiales: quienes ejercen, a tiempo completo (los menos, por no decir los minimísimos), parcial o esporádico la traducción de libros en Argentina provienen de las más variadas procedencias. Paradójicamente, quienes más traducen hoy por hoy (puesto que el corte ha de hacerse siempre desde el presente) suelen contar con una formación amplia, sí, pero ecléctica y no necesariamente ligada a una titulación específica. Así, pues, no solo algunos de nuestros mejores traductores sino también algunos de los más prolíficos carecen de un título oficial que los acredite como tales. Su título es su trabajo. Su autoridad es su obra. Su prestigio y aceptación son públicos antes que académicos.

En consonancia con esta insoslayable realidad, los proyectos propuestos (el primero con vigencia parlamentaria entre 2013 y 2015; el segundo, entre 2015 y 2016) ofrecían, en su artículo 2º, la definición más objetivamente descriptiva (y, en consecuencia, la más inclusiva e incluyente) de la figura del traductor: aquel que realiza“la traducción de obras literarias, de ciencias sociales y humanas, científicas y técnicas sujetas a propiedad intelectual, cualquiera sea su formación profesional”. Huelga decir que esta definición ponderada, reflejo de una realidad fácilmente comprobable, generó una gran controversia y puso en guardia a varios sectores aledaños a la traducción editorial propiamente dicha. Esas reacciones y las sucesivas polémicas y confrontaciones, algunas más públicas y constructivas que otras, están recogidas en este exhaustivo artículo (“Dígame Licenciado…”, Laura Fólica, El Taco en la Brea nº 5,UNL). Fui siempre de la opinión de que esas batallas dialécticas nos habían enriquecido y fortalecido. Por dos motivos esenciales: por un lado sirvieron para trazar un mapa más claro del campo específico de competencia de la ley, ya que la frase urticante (“cualquiera sea su formación profesional”) permitió discernir claramente entre partidarios de regular una realidad laboral en franco desamparo legal y partidarios de mantener el status quo imperante o, en su defecto, de fiscalizar el campo profesional mediante instancias académicas o colegiales; por el otro, y en vista del resultado de los debates, generó mayor cohesión entre los primeros, que éramos, además, quienes veníamos militando esa causa desde el principio.

No obstante, a partir de la pérdida de vigencia del segundo proyecto, resurgió en el seno del frente, con cierta fuerza y bastante consenso, todo hay que decirlo, la propuesta de renunciar a la frase urticante como demostración de buena voluntad y no beligerancia para con los sectores que se habían opuesto y se seguían oponiendo a ella (a pesar de que una ley de traducción autoral no se insmiscuía directamente en sus intereses profesionales) con mayor virulencia. Cuando intenté oponerme a esa pérdida de valor intrínseco del proyecto con diversos argumentos que no voy a exponer aquí para no abonar al lector al aburrimiento, se me dijo públicamente en el grupo de FB del frente que mi insistencia era un capricho que retardaba la marcha de un proceso en el que yo mismo llevaba invertidos cinco años y una incalculable cantidad de esfuerzo, ilusión y horas de trabajo robadas a mi actividad principal, cual es la de traducir. Reconozco que no me dolió tanto esa poco feliz y banal acusación como el hecho de que ningún frentista saliera públicamente en mi defensa, de modo que tomé el silencio colectivo por acuerdo tácito y renuncié a seguir retardando con mis caprichos el devenir de un proyecto mucho más importante que mis convicciones personales.

Desde entonces, he pensado unas cuantas veces en la decisión tomada y en la deriva que fueron tomando las cosas. No me arrepiento de haberme apartado. En primer lugar, porque sé que habría seguido insistiendo en que cortarle al articulado de la ley precisamente ese apéndice crucial equivalía a pincharla con un alfiler simbólico para que se fuera desinflando de a poco; mucha gente había apoyado esa definición como para pegarnos un tiro en el pie y renunciar a ella con el único objeto de contentar a los de afuera. En segundo lugar, porque en mi idea de un frente abierto de colegas no entra en modo alguno, ni siquiera en sueños o en broma, la denostación pública ad hominem. Y, en tercer lugar, porque nadie es imprescindible en ningún caso y mucho menos yo. Dejar el frente es, pues, una decisión política, una decisión política consciente y entusiasta, además de inquebrantable. Lo cual no obsta para que desee que el proyecto nuevo que eventualmente impulse el frente o cualquier otra instancia llegue a feliz término. Espero, eso sí, que salgamos favorecidos de ello tanto los traductores titulados como los no titulados –de hoy y de mañana. De no ser así, el dolor ya pasaría a ser triple.

jueves, 28 de septiembre de 2017

¿Los tiempos están cambiando?

El 24 de septiembre pasado, el poeta y escritor Osvaldo Aguirre publicó la siguiente nota en el suplemento de cultura del diario Perfil. Según se lee en su bajada, “El traductor pasó, al menos en Argentina, de un lugar subalterno a uno preponderante. Aunque algunos creen que aún queda mucho por conseguir, lo cierto es que éste dejó de ser un trabajador en las canteras del mundo editorial. Las versiones icónicas de muchas de las mejores obras de los mejores escritores del siglo XX sirven de trampolín criterioso para emprender con entusiasmo la tarea en pleno siglo XXI”.

Los traductores visibles

Desde hace un tiempo se reúnen, activan por sus derechos, reclaman una ley que proteja su actividad de editores inescrupulosos. Tienen blogs y desarrollan plataformas donde publican sus trabajos y los de sus pares. Sus nombres, antes relegados a un cuerpo menor en la página de los créditos, como le ocurría al personaje de Rodolfo Walsh en el cuento Nota al pie, ahora se distinguen claramente en la portada de los libros. La academia les consagra una disciplina específica de estudios. Los traductores, por fin, dejaron de ser invisibles.

“La visibilidad reciente de los traductores tiene que ver con la progresiva profesionalización de los traductores literarios: contratos, subsidios estatales para la traducción, derechos de autor sobre la traducción, asociaciones profesionales, premios nacionales e internacionales, estudios universitarios de traducción. En cualquier caso, una profesionalidad bastante más tardía que la de los escritores y mucho más inestable”, dice Marietta Gargatagli (Paraná, 1948), profesora en la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona y una de las grandes referentes en los estudios sobre la cuestión en lengua castellana.

No obstante, agrega Gargatagli, la invisibilidad del traductor persiste como condición estética y problema teórico. “Una buena traducción debe cumplir el pacto de ficción que propone todo texto traducido: debemos leerlo como si fuera el original. Más allá de cualquier consideración, a esto aspira el buen lector de buena literatura”, dice.

Jorge Fondebrider (Buenos Aires, 1956), creador del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, comienza por plantear su desconfianza ante los estudios literarios. “La academia argentina, a través del tiempo, ha dado numerosas muestras de insensibilidad y no pocas de franca imbecilidad –dispara–. Para muchos académicos la literatura argentina es sólo la novela. La poesía, el ensayo y la literatura dramática son, en líneas generales, olvidos permanentes”. Tampoco cree que la situación de los traductores haya cambiado tanto: “Ser traductor visible es una cuestión de suerte: de publicar el texto adecuado, en el lugar adecuado, en el momento adecuado. Existen muchísimos traductores francamente brillantes que nunca son ni fueron visibles. La única novedad importante es que sí, efectivamente, hoy en día los traductores dejamos de estar aislados”.

La reciente reedición de La constelación del Sur, el ensayo de Patricia Willson, repone una obra insoslayable sobre la traducción en la literatura argentina del siglo XX. Entre 2004, cuando el libro apareció por primera vez, y la actualidad, la traducción pasó a ocupar un lugar distinto en la cultura nacional. “Estábamos saliendo de la crisis de 2001 –recuerda Willson (Buenos Aires, 1958)–. Si se consultan los datos de la Cámara Argentina del Libro, se advierte que hubo entonces una curva ascendente de publicaciones, a partir de un piso muy bajo, con un aumento concomitante en el número de traducciones que entrañó la incorporación de nuevos traductores al sector del libro. La aparición de editoriales independientes que traducen es un dato muy importante en este contexto. Paralelamente, se produce la institucionalización de la disciplina específica, la traductología”.

Para Gargatagli, después de 2001 las nuevas editoriales independientes fueron el lugar donde revivieron “las lenguas con entonaciones argentinas”. En la primera década del siglo surgieron maestrías de traducción en Argentina, México, Chile, Colombia y Uruguay. “Una de las finalidades de la aparición de posgrados era darle visibilidad a la práctica traductora e, indirectamente, promover la mejora de la condición laboral de los traductores –dice Willson–. Esto, desde luego, es más difícil de lograr que la institucionalización de la disciplina, porque hay intereses económicos de por medio”.

Traducciones ejemplares. 
La historia de la literatura argentina podría contarse a través de las traducciones que incorporó. Una versión muy incompleta podría incluir las traducciones de Jorge Luis Borges de Las palmeras salvajes, de William Faulkner; las de José Bianco, como Malone muere, de Beckett, o G., de John Berger, un año después de su publicación en inglés; las obras completas de Poe trasladadas por Julio Cortázar, Moby Dick y Lolita en versiones de Enrique Pezzoni, la poesía de François Villon por Rubén Reches, y Graham Greene y Albert Camus por Victoria Ocampo.

Jorge Fondebrider mejora esa posible historia: “Las traducciones de poesía francesa de Raúl Gustavo Aguirre son ejemplares. Por caso, no conozco ninguna versión mejor de Mallarmé que las que él hizo. Otro traductor admirable es Lysandro Galtier, que nos dio un Oskar Vladislas de Lubicz Milosz excepcional. J.R. Wilcock hizo magníficas versiones de T.S. Eliot, y también de Jack Kerouac. Es lo primero que me viene a la memoria. O el Durrell del Cuarteto de Alejandría, que tradujo Aurora Bernárdez”.

La traducción en la Argentina suele evocar una edad dorada en que la industria editorial tenía una posición de liderazgo en la producción en lengua española. “Ligados a determinados proyectos editoriales, aparecieron traductores que entendían la traducción de manera bastante diversa. Cuando traducimos experimentamos el antagonismo entre la restitución de la letra o la del sentido”, dice Willson. En Las dos maneras de traducir (1926), Borges vio sendas concepciones de la literatura: “Los literales son románticos, personalistas, creen en el genio creador y desconfían de la traducibilidad total. Los perifrásticos o libres, por el contrario, son clásicos, creen en la obra, más allá del sujeto que la produjo. Victoria Ocampo y Bianco encarnan esta estructura de disenso que está presente en toda práctica de la traducción y, en ese sentido, son prototípicos”.

Gargatagli destaca “la existencia de una industria editorial argentina” como elemento central en el desarrollo de las traducciones durante el siglo XX. “Borges y Bioy Casares, y Bianco, aunque de otro modo, tradujeron, inventaron el género fantástico, crearon el canon de lo policial-literario y participaron o fomentaron los debates sobre la traducción que estuvieron presentes muy enfáticamente en los debates sobre literatura de la Argentina. Actuaban dentro del sistema editorial pero al margen, lo que describe cómo era ese sistema. Algo de esto sigue vivo en las editoriales independientes de la Argentina”.

Las traducciones provocan efectos de sentido en la recepción de las obras que pueden pasar inadvertidos. En La constelación del Sur, Willson señala que la introducción de Faulkner a la literatura latinoamericana, traducción mediante de Borges, no se produjo a través de lo más logrado de su obra. “Cuando se traducen textos estrictamente contemporáneos es difícil estar seguro de que lo que se traduce por primera vez terminará siendo, con el tiempo, lo mejor del escritor –dice la ensayista–. A veces, el detonante para una primera traducción es la obtención del Premio Nobel. Hay ejemplos recientes más que elocuentes: Pamuk es uno de ellos”.

El nombre del traductor es determinante. “Las primeras traducciones, sobre todo cuando son realizadas por alguien del peso de Borges, dejan una marca importante en la cultura receptora –agrega Willson–. Por ejemplo, no sé si The Turn of the Screw es el mejor libro de Henry James, pero sí sé que Otra vuelta de tuerca, la versión de José Bianco, para muchos argentinos e hispanoamericanos es ‘la’ novela de James. De ahí que sea tan interesante pensar los fenómenos de retraducción: ¿contra qué tradiciones de lectura están funcionando?”.

En el caso de Faulkner, “las cosas son más complicadas, porque antes de la traducción de Borges de The Wild Palms, el poeta cubano Lino Novás Calvo ya había traducido Sanctuary, versión que hoy cuenta con varias ediciones pero que, en el momento en que Borges emprende su versión, era prácticamente inhallable en el Río de la Plata. Además, en aquel momento (1939), había dos ediciones en inglés de The Wild Palms, una estadounidense de Random House y otra inglesa de Chatto & Windus; Borges se basó en esta última, que está censurada, no es idéntica a la de Random House”.

Apto para cincuenta lenguas.
Después del golpe de 1976, dice Marietta Gargatagli, “de esa riqueza interminable, como la llamaría Edgar Bailey, sólo sobrevivió la poesía. Las reflexiones más profundas sobre tradición, traducción y lengua literaria, la sobredeterminación característica de la literatura argentina: leer, traducir, escribir, debatir, la búsqueda de horizontes lejanos, nuevos o poco frecuentados, la relectura de los clásicos, la revisión de los modernos, ocurrieron en el escenario de la poesía”. En buena medida por la acción de “editores argentinos de memoria inolvidable como José Luis Mangieri, que contribuyeron a la continuidad de una forma de traducir: haciendo literatura”.

En la narrativa, el panorama fue muy distinto. “La hegemonía comercial de las editoriales peninsulares que tienen ahora los derechos de autor de todos los autores argentinos –con muy pocas excepciones, como César Aira– modificó radicalmente la relación traducción/escritura”, dice Gargatagli, doctorada con una tesis sobre Borges y la traducción, coautora con Nora Catelli de El tabaco que fumaba Plinio. Escenas de la traducción en España y América (1998) y habitual colaboradora de El Trujamán, la revista de traducción del Centro Virtual Cervantes. “Se traduce lo que proponen esos conglomerados, se lee siguiendo las recomendaciones de esos mismos conglomerados y se escribe pensando en una consagración que tiene sede en España y sólo será vanamente comercial”, subraya. El resultado, “una prosa castellana internacional, aburridísima y apta para la traducción en cincuenta lenguas que fomenta ahora la industria editorial”.

Para Willson, entre las consecuencias de la concentración editorial “hay una que es válida para muchos empleos en la actualidad: uno no sabe a ciencia cierta para quién está trabajando. Este efecto parece ser de orden meramente subjetivo, pero no es así; algunos lo ponen, entre otros factores, en la cuenta del actual capitalismo con baja presión salarial”. El salario del gerente general, decía el escritor y editor André Schiffrin, “es lo primero que la ganancia en la producción de libros tiene que amortizar”.

Hay que hacer cuentas. “Habría que revisar el cálculo según el cual el costo de la traducción tiene un peso del 30% al 40% en el costo total de un libro –dice Willson–. Las editoriales independientes son la contraparte de este fenómeno. Es cierto que con la tecnología actual y la tercerización de las tareas relacionadas con la importación literaria es posible producir libros traducidos con una estructura ínfima”. Jorge Fondebrider lo asigna a las cuentas pendientes: “Los editores tienen que estar más informados –muchos ni siquiera saben que existen los derechos de los traductores– y comprender que sin nosotros no pueden hacer los libros que después les dan prestigio y, eventualmente, ventas”.

Marietta Gargatagli apunta a la internalización de las empresas que fomentan históricamente los gobiernos de España. “En América hay cerca de 180 filiales de editoriales españolas y sigue siendo el destino privilegiado de las exportaciones de libros. La internalización del escritor trata de establecer una homología con esa voracidad que despoja a todo de su sentido. Se subvencionan traducciones porque se obtienen beneficios secundarios. Para la editorial, para el idioma mismo que se ha convertido también en un negocio, para otros negocios. Nada para la literatura”, dice.

Para Willson, “el papel del verdadero editor, en la editorial independiente y en el trust editorial, es o debería ser descubrir ese texto que, traducido, encontrará nuevos lectores, franqueando las fronteras lingüísticas. De ahí que una forma de entender la traducción sea como práctica capaz de crear continuidad allí donde lo social se muestra discontinuo”. Un lugar donde siempre habrá un traductor.

Recuadros:

Fuera de estado
La ley de traducción autoral todavía es una cuestión pendiente. El proyecto elaborado por el grupo Ley de Traducción Autoral se presentó dos veces en la Cámara de Diputados de la Nación y las dos veces perdió estado parlamentario. Sin embargo, los impulsores de la iniciativa lo presentarán nuevamente el año próximo, en una versión con leves modificaciones. Mientras tanto, participan en la plataforma www.justicia2020.gob.ar, donde se reúnen opiniones para reformar la Ley de Propiedad Intelectual vigente, promulgada en 1933 (Ley 11.723) y se reúnen  con editores “para ir generando conciencia y lograr instalar buenas prácticas”. También realizan un censo de traductores que se desempeñan en el campo editorial. “Uno de los problemas que tenemos es que, por la naturaleza de nuestra profesión, trabajamos un poco aislados, en distintos ámbitos (ficción, no ficción), distintos idiomas, distintas provincias, etcétera, y eso dificulta cualquier organización que intentemos”, señala la traductora Julia Benseñor. A los fines de promover el proyecto se lanzó un Frente de Apoyo que reúne toda la información disponible en el sitio http://leytraduccionautoral.wixsite.com/traduccionautoral.

Traducciones al sur
Creado en 2009, el Programa Sur de apoyo a las traducciones otorga subsidios a editores argentinos que publiquen autores argentinos. En 2016 la continuidad del programa pareció en duda, aunque las nuevas autoridades de la Cancillería y el director de Asuntos Culturales, Mauricio Wainrot, reafirmaron que continúa de acuerdo con el reglamento original. Las solicitudes son evaluadas por un Comité de Traducciones que integran el director de Asuntos Culturales, el director de la Biblioteca Nacional, dos académicos, un crítico literario y un miembro de la Fundación El Libro y que se reúne dos veces al año.

En julio, el comité aprobó la traducción de 93 obras. Entre ellas se encuentran Historia de Roque Rey, de Ricardo Romero; Héroes, machos y patriotas, de Pablo Alabarces; Betina sin aparecer, de Daniel Tarnopolsky; Emilia, de Claudio Tolcachir y Las nubes, de Juan José Saer (al italiano); Agosto, de Romina Paula; Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez y Villa del Parque, de Jorge Consiglio (al inglés); Las constelaciones oscuras, de Pola Oloixarac; Enemigos afuera, de Mori Ponsowy y El vuelo, de Horacio Verbitsky (al alemán); Una suerte pequeña, de Claudia Piñeiro (al azerí y al polaco); Las chanchas, de Félix Bruzzone; El pasado, de Alan Pauls, y Partes de inteligencia, de Jorge Asís (al macedonio), Ema la cautiva, de César Aira (al búlgaro); Un hombre llamado Lobo, de Oliverio Coelho; La mano del pintor, de María Luque y Verdades y saberes del marxismo, de Elías Palti (al francés); Tener un patito es útil, de Isol (al griego); Mafalda, de Quino (al guaraní); La uruguaya, de Pedro Mairal, y El comienzo de la primavera, de Patricio Pron (al holandés); Distancia de rescate, de Samantha Schweblin (al serbio); Seis problemas para don Isidro Parodi, de Borges y Bioy Casares (al georgiano); La fiesta del hierro, de Roberto Arlt (al ucraniano), y La mujer de Isla Negra, de María Fasce (al croata).

“El Programa Sur ha funcionado muy bien porque contó con el apoyo político correspondiente y tuvo un gestor de lujo en la figura de Diego Lorenzo, uno de los funcionarios públicos más eficientes que me ha tocado conocer. Ahora bien, es perfectible. Hasta ahora, acaso por un deseo del gobierno anterior, de neto corte populista, se ha buscado cantidad. Ahora sería conveniente pensar en términos de calidad”, sostiene Jorge Fondebrider.



miércoles, 27 de septiembre de 2017

10 traductoras eligen a sus traductoras favoritas

Alison Flood tuvo la interesante idea de entrevistar a 10 traductoras sobre sus traducciones favoritas hechas por otras mujeres. En la bajada del artículo, publicado en el diario británico The Guardian, del 31 de agosto pasado, se lee: “Para conmemorar el mes de la Mujer Traductora, algunas de sus principales exponentes celebran a sus colegas y escritoras favoritas”. La versión que aquí se ofrece fue especialmente traducida para este blog por Julia Benseñor.

En sus propias palabras:
10 traductoras hablan 
sobre qué las inspira en su trabajo

Alison Anderson
Para mí, la traductora más sobresaliente de todos los tiempos es Constance Garnett. Tradujo a todos los grandes novelistas rusos de fines del siglo XIX a principios del XX. Incluso conoció a Leon Tolstoi en su casa. Seguramente tiene sus detractores, y gran parte de su trabajo ha sido retraducido, pero creo que muchos lectores no son siquiera conscientes de la inmensa deuda cultural que tenemos con ella por haber traído a Occidente la riqueza de la literatura rusa.
Entre las traductoras contemporáneas, yo nominaría a Susan Bernofsky, que traduce del alemán. Quedé impactada por la belleza de su traducción de Visitation de Jenny Erpenbeck, tan bella o más que la novela original. Sencillamente sublime. Ambas recibieron el Premio a la ficción extranjera independiente en 2015 por la notable novela TheEnd of Days.

• Alison Anderson ha traducido recientemente Madame Bovary of the Suburbs, de Sophie Divry (MacLehose).

Susan Bernofsky
Leí a la traductora Margaret Jull Costa primero en la obra de José Saramago,pero después me enamoré de su trabajo cuando leí sus traducciones de Eça de Queirós, el escritor portugués del siglo XIX, incluida su obra maestra The Maias, una increíble saga familiar en la prosa más exuberante y rica que jamás haya leído. Jull Costa tiene tan afinado el oído a los ritmos de la escritura de cierta época, que uno recibe ese despliegue de elegancia, lirismo y dignidad sin el mínimo vestigio de pomposidad que se cuela tan fácilmente en las traducciones. Su versión de Saramago es una obra maestra, en un tono completamente distinto, ya que una escritura mucho más contemporánea. Ahora estoy entusiasmada porque acaba de hacer una nueva traducción del Libro del desasosiego de Fernando Pessoa, con una selección mucho más completa de los textos fragmentarios de Pessoa.

• La traducción más reciente de Susan Bernofsky es Memoir of a Polar Bear de Yoko Tawada (Norton).

Sarah Death
Mi colega Barbara J Haveland, traductora escocesa del noruego y danés, tiene una vasta experiencia y una finísima sensibilidad. Siento particular admiración por sus traducciones de las novelas de la noruega Linn Ullmann, hija de Liv Ullmann e Ingmar Bergman. Después de haber traducido yo misma una de las novelas de Ullmann, sé muy bien el desafío que puede llegar a ser.

• La traducción más reciente de Sarah Death es el diario de Astrid Lindgren en tiempos de guerra, A World Gone Mad (Pushkin).

Katy Derbyshire
La traducción de The Story of My Teeth de Valeria Luiselli hecha por Christina MacSweeney es tan alegre y efervescente como el libro original, que trata sobre un legendario subastador que llega a vender sus propios dientes, entre otras cosas. Pero lo que realmente es digno de destacar es un capítulo que se llama “Chronologic” que MacSweeney agrega para ayudar a los lectores no mexicanos a entender el libro. Además de ser tan divertido como la novela, muestra un enfoque sumamente innovador sobre el rol del traductor como puente entre culturas.

• Katy Derbyshire tradujo recientemente One Day a Year, de Christa Wolf (Seagull).

Maureen Freely
Yo elijo a Antonia Lloyd-Jones, no sólo por la maravillosa fluidez de su prosa, sino porque fue a través de sus traducciones (siempre tan bien elegidas) que logré comprender cuán rica era la literatura polaca. La primera de las traducciones de Lloyd-Jones que se cruzó en mi camino fue Mercedes-Benz,  de Pawel Huelle. Fue el libro que elegí para A Good Read en Radio 4 hace un año. Antonia acababa de regresar a Inglaterra después de un largo período afuera. Estaba por salir de su departamento dejando la radio 4 encendida para burlar a cualquier ladrón, cuando oyó que alguien en la radio mencionaba su nombre. Al principio, pensó que estaba imaginando cosas. Me escribió una postal y pronto nos hicimos muy amigas.

• Maureen Freely tradujo recientemente Madonna in a Fur Coat, de Sabahattin Ali junto con Alexander Dawe (Penguin).

Margaret Jull Costa
Sophia de Mello Breyner Andresen es tal vez la poeta más conocida de Portugal después de Pessoa. Escribía poesía, cuentos y literatura infantil. Su poesía ha sido traducida por Ruth Fainlight, Richard Zenithy, más recientemente (en una cotraducción) por Colin Rorrison y por  mí. Fue una acérrima opositora del régimen de Salazar, pero aunque parte de su poesía es política, se centra principalmente en su infancia y su juventud, en su conexión profunda con la naturaleza y, sobre todo, con el mar. La novelista y cuentista brasileña Clarice Lispector es otra autora original, también traducida por varios traductores, pero empezaría con su primera novela, escrita cuando sólo tenía 23 años: Near to the Wild Heart (New Directions, 2012) y traducida por Alison Entrekin, que capta en forma brillante los pensamientos atolondrados de Joana, una protagonista bastante amoral.

• La traducción de Entre eternidades de Javier Marías hecha por Margaret Jull Costa será publicada en noviembre.

Deborah Smith
Sophie Lewis es una de las traductoras actuales más finas que traducen del francés y se especializa en la escritura de mujeres, en la compleja e innovadora fusión de ideas, estilos y formas,muchas veces contrarrestada por la experiencia sensual y sexual de andar por el mundo como mujer. Su traducción más reciente es de Blue Self-Portrait, de Noémi Lefebvre, que logra mantener en inglés la prosa del fluir de la conciencia con delicada belleza y el patrón intrincado de un fino encaje. La pequeña editorial Les Fugitives también se especializa en traducciones hechas por mujeres.

• La traducción de Deborah Smith de The Vegeterian, la novela de Han Kang (Portobello), ganó el premio internacional Man Booker.

Lucy North
La novela The Nakano Thrift  Shop, de Hiromi Kawakami, traducida por Allison Markin Powell, describe a una comunidad de personajes bastante poco convencionales que trabajan en una tienda de segunda mano en un suburbio del oeste de Tokio. Es una pintura ligera e ingeniosa a partir de intercambios casuales que se van cargando de significado –una conversación sobre pisapapeles, por ejemplo, se carga sutilmente de melancolía sexual–, encuentros hilarantes y momentos en que emerge la belleza de los objetos mundanos. Powell capta magistralmente la delicadeza y el ritmo lento de la prosa de Kawakami, de una manera que el humor, el misterio y la atmósfera suenan absolutamente genuinos.

• Lucy North acaba de traducer Record of a Night Too Brief, de Hiromi Kawakami (Pushkin).

Lulu Norman
Muchas veces trabajo en colaboración con Ros Schwartz y periódicamente revisamos nuestros respectivos trabajos, así que sería fácil darla por sentado. Además, una persona tan activa en el mundo de la traducción, que ha alentado a tantos traductores en forma personal y que ha movido montañas al servicio de la traducción, suele volar curiosamente por debajo del radar, lo que por supuesto encaja perfectamente con un trabajo que mucho depende del grado en que uno es capaz de desaparecer.
Pero con su descubrimiento de Translation as Transhumance, de Mireille Gansel se produce uno de esos raros momentos en que las habilidades, inquietudes y mentalidades de dos escritoras se unen para producir algo realmente especial, que yo aspiro a que alcance gran visibilidad. Ros ha encontrado su par en una escritora, que también es una traductora consumada, cuyos libros tratan sobre el lenguaje ysu amor a él, lo que, por supuesto, le permite mostrar sus fortalezas: su precisión  y paciencia, la forma en que va construyendo una voz, su oído para el ritmo y la musicalidad y –quizás ni hace falta decirlo– cuánto le importa.
El libro habla de la traducción como acto social y político y, por ende, sobre lo que significa ser un ser humano y “la convicción de que ninguna palabra que hable delo humano es intraducible”.

• Lulu Norman es la traductora, junto con Ros Schwartz, de About My Mother, de Tahar Ben Jelloun (Telegram).

Bela Shayevich
Mi colega Ainsley Morse ha tenido una larga relación e intercambio como poeta y traductora con la poeta Dina Gatina. También tradujo a otras poetas contemporáneas que escriben en ruso, la más reciente, Lida Yusupova.
Otro proyecto que emprendió fue editar y traducir Found Life, de Linor Goralik. Se trata de un proyecto complejo porque es una iniciativa de la Columbia University Press, una de las tantas editoriales anglófonas que aceptan dinero del gobierno ruso para financiar publicaciones rusas a través de una organización intermedia llamada Read Russia. Ainsley donó todos sus honorarios a Memorial, una organización de derechos civiles sin fines de lucro en Rusia. Goralik es una poeta y periodista opositora y feminista. No conozco ninguna otra traductora rusa que haya tomado una posición tan contundente.

• Bela Shayevich acaba de traducir Second-Hand Time, de Svetlana Alexievich (Fitzcarraldo). Sus proyectos editoriales incluyen los alegatos finales en el juicio a las integrantes de Pussy Riot.

martes, 26 de septiembre de 2017

Convocatoria para las becas del CNL

Mateo Schapire (foto), adjunto para la promoción y difusión del libro francés, del Institut Français d’Argentine, como todos los años, hace llegar la siguiente información sobre becas  del Centre National du Livre de Francia.

Estimados traductores

Se encuentra abierta la convocatoria del Centre National du Livre de Francia (CNL) para becas de estadía destinadas a traductores experimentados en literatura o ciencias humanas y sociales. Estas becas permiten llevar a cabo proyectos de traducción de obras francesas. Antes de presentarse, el candidato deberá ya contar con un contrato de traducción con una editorial de lengua española.

Más información en:
y al final del formulario adjunto.
https://mail.google.com/mail/u/0/#search/mateo/15ea0892d991f145?projector=1

Para la convocatoria a la sesión de febrero, las personas interesadas pueden dejar su dossier completo (formulario adjunto más documentos solicitados) hasta el martes 17 de octubre inclusive en el Institut Français d’Argentine (Basavilbaso 1253), a nombre de Bureau du Livre – Mateo Schapire. Nosotros se lo transmitiremos al CNL.
Los horarios de recepción son de 9 a 13 h y de 14 a 17 h.


lunes, 25 de septiembre de 2017

Los piratas del Perla Negra fijan encuentro en Córdoba con la armada Brancaleone

El año que viene va a haber un nuevo Congreso de la Lengua. La Argentina será sede, por segunda vez, y tendremos el consabido desfile de personajones, a jetones de toda laya y a los notables locales de la ciudad de Córdoba, llenándose la boca con el supuesto logro, por el cual el país deberá desenbolsar una importante cantidad de dinero. Según señala Silvia Friera en su crónica para el diario Página 12 del 23 de septiembre pasado, “En un acto quizá demasiado solemne, funcionarios argentinos y españoles presentaron en el Museo Nacional de Arte Decorativo la octava edición, a realizarse del 27 al 30 de marzo de 2019”.

Encuentro en Córdoba

La lengua que hablan más de 500 millones de personas en el mundo será la gran protagonista. El largo camino al VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), del 27 al 30 de marzo de 2019 en Córdoba, comenzó con una presentación demasiado solemne en el Museo Nacional de Arte Decorativo. “Un bodrio”, se atrevió a definir alguien. Siempre hay un incorrecto –o un provocador de perfil bajo– agazapado entre especialistas con cabelleras postizas. El lema de la próxima edición, que convocará a escritores, académicos, expertos y profesionales de todo el mundo, será “América y el futuro del español. Cultura y educación, tecnología y emprendimiento”. La promesa de que habrá un especial énfasis de la presencia de la “calle” quedó flotando como un deseo que tendrá que sortear varios obstáculos. “El CILE es un gran festival de la lengua”, dijo Darío Villanueva, director de la Real Academia Española, acompañado por el director del Instituto Cervantes, Juan Manuel Bonet.

El VIII Congreso –que contará con la presencia de los reyes de España en la inauguración– continuará la línea de los celebrados en Zacatecas (México, 1997), Valladolid (España, 2001), Rosario (2004), Cartagena de Indias (Colombia, 2007), el “virtual” Valparaíso (Chile, 2010, que no se efectuó in situ por el terremoto), Ciudad de Panamá (2013) y San Juan (Puerto Rico, 2016). “Los congresos no son de especialistas, sino que está presente la calle”, afirmó Bonet y agregó que les importa subrayar en cada encuentro el diálogo del territorio con España. Las figuras que lo permitieron en la pasada edición fueron los poetas Juan Ramón Jiménez y Luis Salinas, que estuvieron exiliados en Puerto Rico. El titular del Cervantes precisó que a pocos kilómetros de Córdoba vivió el músico Manuel de Falla (1876–1946), quien formará parte del programa del CILE 2019 con “una gran evocación musical”; y otro exiliado español al que se le rendirá tributo es Juan Larrea, poeta de la “Generación del 27” que murió en Córdoba en 1980. Bonet recordó la situación minoritaria de los hablantes nacidos en España: “Los españoles somos el 10 por ciento de los hispanoblantes”.

“Tengo la sensación de que debo ser solemne y al mismo tiempo informal”, confesó Pablo Avelluto, ministro de Cultura de la Nación. A confesión de parte, relevo de prueba. “La magnitud del Congreso para los millones de hispanohablantes es de una trascendencia imposible de medir”, aseguró el ministro de Cultura y subrayó que es “un honor” que el país sea sede de este encuentro por segunda vez. “La lengua nos une y nos da una de las pocas identidades globales que tenemos. El verdadero tesoro no está en el Banco Central; está en nuestra lengua”, concluyó Avelluto. José Luis Moure, presidente de la Academia Argentina de Letras, afirmó que el CILE permitirá “poner en vidriera la realidad de una provincia y de un país” y aclaró que nuestra lengua es “un patrimonio vivo compartido por 23 naciones”. El ministro de Turismo de la Nación, Gustavo Santos, de inconfundible acento cordobés, fue la excepción a la regla de la solemnidad. “No puedo olvidarme que en Córdoba nació el primer poeta argentino, Luis José de Tejeda, aquel que allá por finales del siglo XVII tuvo que huir a La Calera, perseguido por casi todos los maridos de la época”, comentó, en alusión a la vida amorosa “tormentosa” del poeta, y mencionó también al escritor cordobés Arturo Capdevila (1889-1967); a Juan Larrea, exiliado español que editó la revista Aula Vallejo; el paso por su provincia natal de Pablo Neruda y Rafael Alberti; y la Córdoba de la revista Hortensia, donde apareció Roberto Fontanarrosa, “que deslumbró en el Congreso de Rosario” con su elogio de las malas palabras. El ministro de Turismo terminó parafraseando un breve poema del chileno Gonzalo Rojas: “Que la palabra sea un aire, un aire, un aire, no para respirarlo sino para vivirlo”. Elena Pérez, decana de la Facultad de Letras de la Universidad Nacional de Córdoba, señaló que en el libro ¿Qué significa hablar? Pierre Bourdieu dice que los rituales “nos ponen en los umbrales de iniciación de los caminos”. “Parados en esos umbrales, podemos ver, si levantamos la mirada, lo que vendrá. Esperamos estar a la altura de las circunstancias”, concluyó la decana.

viernes, 22 de septiembre de 2017

"La broma se materializa en contante y sonante"

Fernando Alfón acaba de enviar al Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, la siguiente reseña en la que se ocupa de Nuestra expresión (2017), el reciente volumen seleccionado, prologado y anotado de José Luis Moure (foto; ver otra reseña, esta vez de Oscar Conde, en la entrada de este blog del 17 de agosto pasado).

Lengua y emancipación III 

La legendaria Editorial Universitaria de Buenos Aires publicó este añouna antología de textos en torno a la identidad de la lengua de los argentinos, Nuestra expresión (2017), seleccionada, prologada y anotada por José Luis Moure, actual presidente de la Academia Argentina de Letras y miembro correspondiente de la Real Academia Española. Por el carácter polémico de casi todos los textos que recoge, el libro se inscribe en una vastísima tradición querellante que arranca con Juan Cruz Varela en 1828 y tuvo su auge un siglo más tarde, el mismo año en que Borges publicó El idioma de los argentinos. Sorprende entonces que, en el cordial prólogo que Moure le acomoda, enfatice que «nada podría ser más ajeno a la intención de este libro que revivir animosidades y enconos anacrónicos».

A esos enconos y animosidades —forma reductora de aludir una sociología crítica del lenguaje— ya les había compuesto un epitafio el filólogo platense Arturo Costa Álvarez en Nuestra lengua (1922), un volumen precursor de Nuestra expresión. La razón, ahora, por la que Moure los considera anacrónicos —sigo siempre en el «Prólogo»— es que «Argentina ha superado doscientos años de vida independiente y no necesita reexaminar su condición de tal». ¿Qué nos quiso decir con esto de que ya no necesitamos reexaminar nuestra independencia? ¿Que declarada, allá por 1816, ya podemos despreocuparnos de ella? ¿Que es inútil seguir pensando la lengua como un terreno de disputas? ¿Que libros como los que él ahora publica son, en el fondo, anacrónicos? Quizá nos quiso decir algo más modesto: que podemos despreocuparnos por las tropelías de la Real Academia Española, porque ya escarmentó.¿Estamos nosotros, entonces, como Juan María Gutiérrez al rechazar el diploma de correspondiente, recelosos de una amenaza perimida; renegando contra una Real agiornada, que solo quiere echarnos una mano?

Si seguimos la última edición del Diccionario de la lengua española, un colombiano no se enterará que en Buenos Aires tenemos abrochadoras, aguinaldos y pochoclos; que un mazo también es la baraja; un micro, un bondi; y que también acá un zurdo, además, es alguien de ideas políticas de izquierda. Tampoco un chileno se enterará que en México el borracho del barrio es el teropocho;el haragán, el baquetón; o que apá no es solo una interjección «para estimular al caballo», sino la simple forma popular de decir papá. Ahora bien, todos sabremos,desde el Río Bravo hasta el Cabo de Hornos, qué significa mileurista, aunque jamás la hayamos pronunciado. ¿Porqué este jovencito neologismo ya está estampado en un diccionario «panhispánico», burlándose del purgatorio donde envejecen centenares de voces americanas? Pues por la sencilla razón de que mileurista fue pronunciado en España. Luego cayó simpático a los académicos, que ganan por sus servicios lexicográficos un poco más que mil euros al mes.

Son picardías, lo sé, con las que se entretiene el Pleno durante las sesiones de los jueves; pero traslade usted, lector, este inofensivo pecadillo al mercado de la traducción, a la enseñanza del español en el mundo, al negocio de las comunicaciones. Ahí la broma se materializa en contante y sonante. La hegemonía que ostenta la Real para dictar la norma se traduce en una situación de privilegio para la industria cultural española que tenga a la lengua como su mayor mercancía. El Diccionario es el mascarón de proa de un enorme barco cuya tripulación son las empresas ibéricas. El Instituto Cervantes, que ha demostrado habilidad con los números y los mapas: ¿ha estudiado empíricamente el factor de aislamiento lingüístico que implica el dominio de la Real sobre las naciones americanas?Es imposible que un libro editado en Colombia llegue a Argentina o Uruguay;o uno,traducido en Paraguay o Bolivia, llegue a Venezuela. Lo que tienen en común todos estos países, es que están inundados de libros traducidos, prologados, anotados y editados en España. La «unidad de la lengua» es el eslogan en el que se festeja la desunión que se acrecienta con cada españolada. Una es elDiccionario de americanismos, que«traduce al español» las voces corrientes de este lado del Atlántico. Otra es la Asociación de Academias de la Lengua Española, cuya casi totalidad son americanas, pero radicó su máximo órgano de gobierno en la calle Felipe IV, número 4, de Madrid, justo el mismo domicilio de la sede oficial de la RAE. Nos toman por virreinatos, pero el amable nombre bajo el cual lo administran se llama panhispanismo.

Moure tiene razón al sugerir que nuestra querella soberanista ya lleva casi dos siglos y nos tiene a todos muy fatigados. También entretenidos, porque en medio de las hostilidades se gestó una nueva acepción para el verbo raer: «hacer pasar por universal lo local y viceversa». Si la Real le acomodara a su obra paradigmática el justísimo nombre de Diccionario de la lengua española de España, dejaría de raer y ya estaríamos en mejores condiciones para no necesitar reexaminar nuestra independencia. América dejó de raer cuando presentó el Diccionario del español de México (DEM), el Diccionario integral del español de Argentina (DIEA), el Diccionario del español del Uruguay (DEU). Ninguno de estos repertorios se esconde detrás de ninguna totalidad, para venderse urbi et orbi; les basta con servir a sus compatriotas. Ninguno de ellos pone en peligro la unidad de la lengua, ni agita enconos ni animosidades. Son atisbos de lexicografía soberana para entendernos un poco mejor, cuanto menos, al interior de cada nación. Son los demorados frutos de la querella que recopila, profusa y acertadamente, Nuestra expresión. Prueba del valor de la antología es la joya que agrega al final, el ensayo-pregunta del poeta Enrique Banchs, en torno a unas «Averiguaciones sobre la autoridad en el idioma».


jueves, 21 de septiembre de 2017

En septiembre el SPET baila samba

En el marco de las Cuartas Jornadas Internacionales sobre formación e investigación en lenguas y traducción “Lenguas en el cruce de fronteras: políticas, prácticas y saberes” el SPET invita al panel “Adaptaciones intersemióticas de Don Quijote en el carnaval brasileño”

28/09/2017, 18:00 – 19:00, IES en Lenguas Vivas “J.R. Fernández” (Carlos Pellegrini 1515), salón de conferencias

Participantes: 
Silvia Cobelo (GREAT / Universidad de San Pablo),
Marcela Suárez (FFyL, UBA/ CONICET)
Presentación y moderación: Griselda Mársico / Uwe Schoor 

Este panel especial del Seminario Permanente de Estudios de Traducción (SPET) propone un diálogo entre la investigadora Silvia Cobelo, del Grupo de Estudio de Adaptación y Traducción (GREAT) con sede en la USP, y la docente e investigadora argentina Marcela Suárez, especialista en letras clásicas cuyos estudios giran en torno a la traducción actual de la comedia latina.

En primer lugar Silvia Cobelo hará una exposición de su proyecto, para luego dialogar con Marcela Suárez sobre diversos aspectos de la investigación.

Resumen del proyecto
Considerado una de las primeras festividades conocidas de la humanidad, el Carnaval se originó como un festival de la agricultura y se extendió con el Imperio Romano, convirtiéndose en un acto de despedida a los placeres carnales que termina el Miércoles de Ceniza. Esta celebración llegó a la colonia de Portugal, Brasil, donde se agregaron dos capas más: la cultura africana y la nativa brasileña. En la obra de Miguel de Cervantes, por su parte, diversos estudios reconocen la presencia del Carnaval en la elaboración de ciertos personajes y episodios. El caballero andante y su gordo escudero podrían ser un símbolo de la Cuaresma y el Carnaval, figuras icónicas fácilmente identificables desde la primera edición.

Esta presentación expone los primeros datos sobre una investigación de las adaptaciones intersemióticas de Don Quijote que han sido realizadas por dos escuelas de samba para los desfiles de carnaval 2010 y 2016. El propósito del análisis, que amplía los límites de los Estudios Semióticos y de Traducción/Adaptación para este tipo muy específico de adaptación, cercano a la ópera y el cine, es entender cómo el Carnaval, el símbolo mayor de la cultura brasileña, se apropió del gran libro cervantino para su espectáculo por excelencia: Los desfiles de las Escuelas de Samba.

Silvia Cobelo
Traductora literaria (inglés y español) y guionista graduada por la UCLA, se especializó en traducciones y adaptaciones de las obras de Cervantes, con una investigación de maestría y un doctorado [FFLCH-USP] sobre la recepción de Don Quijote en Brasil. Actualmente investiga las adaptaciones intersemióticas del Quijote para el Carnaval (tema de su pos-doctorado), además de películas, obras de teatro y otros elementos semióticos. Investigadora senior en tres grupos de investigación del CNPq: GREAT (Grupo de Estudio de Adaptación y Traducción), liderado por el Dr. John Milton (USP); Estudios y Traducciones del Teatro Español Clásico y Contemporáneo, dirigido por el Dr. Miguel Ángel Zamorano Heras (UFRJ) y Cervantes: poética, retórica y formas discursivas en España de los siglos XVI y XVII, encabezado por la Dra. María Augusta da Costa Vieira (USP). Miembro activo de asociaciones españolas/cervantistas y Estudios de Traducción/ Adaptación, participa en los principales eventos y publicaciones dentro de esos campos.

Marcela A. Suárez es Doctora en Letras con orientación en Lenguas Clásicas (Universidad de Buenos Aires). Se desempeña como Profesora Titular Regular de Lengua y Cultura Latinas del departamento de Lenguas y Literaturas Clásicas (Facultad  de Filosofía y Letras, UBA). Es investigadora independiente del CONICET. Ha dirigido proyectos de  investigación interdisciplinarios en torno de la palliata plautina. Desde hace varios años dirige proyectos dedicados a la traducción de la obra de Plauto y Terencio y al estudio del humor performativo en las comedias terencianas. Asimismo, se ha dedicado a la tarea de rescatar documentos y textos latinos pertenecientes al período colonial. Cuenta con múltiples publicaciones nacionales e internacionales en las siguientes áreas: Literatura latina, Literatura jesuítica y Tradición Clásica en América.

Si tiene previsto solicitar un certificado de asistencia, por favor no se olvide de firmar después de la reunión en la lista disponible en Cooperadora.