Daniel Gigena es uno
de los mejores periodistas culturales argentinos de la actualidad. En la
siguiente columna, publicada en el diario La
Nación, de Buenos Aires, el 22 de agosto pasado, se hace una pregunta,
acaso complementaria de la columna firmada por Guillermo Piro, publicada en este blog en el día de ayer.
¿Por qué leemos?
Cuando mi madre me preguntó una
tarde por que leía tantas novelas no supe qué responderle. Estaba sentado
arriba de la escalera, donde daba un poco de sol a esa hora de la siesta,
mientras ella removía la tierra de un cantero. Como mi dormitorio era enorme,
mandó construir una biblioteca muy funcional, con estantes de madera terciada
pintados de blanco. Se podían hacer dos filas de libros por estante. Mi padre
ya había muerto y quedaban las colecciones de libros que había comprado en su
no tan larga vida. Policiales, biografías y novelas y volúmenes de cuentos en
ediciones bien encuadernadas. Algunas tapas imitaban el color del cuero y otras
tenían los títulos impresos en letras doradas o (en el caso de los policiales)
letras negras sobre fondo rojo.
Esa pregunta volvió unos años
después, mientras daba clases en una escuela secundaria de Villa Madero.
"¿Pero por qué leemos esto?", preguntaban los chicos. "Esto"
eran cuentos de Borges, de Cortázar, de Silvina Ocampo (mi preferida) y de
Haroldo Conti. Muchos ya habían leído con la profesora titular relatos de
Horacio Quiroga y de Manuel Mujica Lainez. Les daría clases hasta finales de
ese año y tenía que convencerlos. ¿De qué? Ellos no sabían que antes de que
nacieran ahí había quintas de portugueses y que por el lugar donde estaba el
patio escolar corría el agua de las acequias.
Tenía preparada una respuesta
para esa ocasión: "¿Y por qué no?". ¿Qué podíamos hacer si no leer
los mejores cuentos y al menos tres buenas novelas de escritores argentinos? No
por nada le habían puesto a la materia "Literatura argentina". Otros
antes de nosotros se habían dedicado a imaginar mundos o posibilidades del
mundo con elementos (eso hay que reconocerlo) de este propio mundo. Algunos
incluso lo hacían mientras nosotros estábamos en una escuela del conurbano a
las diez de la mañana.
Resultó más efectiva esa
respuesta que una explicación histórica o didáctica, ¡que también tenía
preparada! Ese par entraría de puntillas más tarde, a la hora de dar clases,
preparar un cuestionario o detallar el plan de lecturas complementarias.
Leer literatura era no intentar
ser útil por un rato, ni en un primer momento explicar nada ni levantar
monumentos verbales sobre los autores (pocos de los que figuraban en el
programa ministerial vivían en ese entonces). Las cuestiones prácticas durante
la lectura quedaban reservadas para cuando, si no se entendía una palabra,
teníamos que usar el diccionario. Les decía una frase que llegaba desde mi
propia experiencia como alumno: "Consulten el diccionario si no entienden
una palabra".
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