Un artículo de
Patricia Kolesnicov publicado en el diario Clarín,
del
30 de agosto pasado, retoma la tan mentada crisis del libro argentino, de la que se ocupaba la entrada de ayer, pero lo hace desde otra perspectiva: las ventas fuera del país. En la bajada de
se lee: “Los altos costos locales influyen y también el cambio
tecnológico. ¿Para qué trasladar papel?”.
Por qué es tan difícil vender libros argentinos al
exterior
Lindo
lío se armó cuando, por uno de esos pases mágicos que gustaba hacer Guillermo
Moreno, una mañana de septiembre de 2011 nos despertamos con la noticia de que
había algo así como un millón de libros varados en la Aduana. Habían cambiado
de sopetón las reglas del juego para importarlos y, mientras tanto, allí esperaban. Los motivos eran comerciales: la
balanza del sector era negativa y el ex secretario de Comercio había decidido
tronchar por lo sano. La medida siguió mientras siguió el anterior gobierno y
tuvo sus resultados: en 2015 las importaciones habían bajado de un pico de 117
millones a 40,2. Pero, ah, las exportaciones, que en 2011 habían sido de 41,5
millones se fueron a 27,12 en 2015. La política había cerrado fronteras, y las
había cerrado en los dos sentidos. Aunque algunos libros se empezaron a
imprimir en el país – ese era el objetivo de la medida– , los títulos cuyo
volumen no ameritaba una impresión, vinieron menos. Y así nos empobrecimos
todos. Y los libros nuestros dejaron de surcar los
mares.
Hace unos días, la Cámara Argentina del Libro presentó su informe
semestral y hubo preocupación: la venta de libros había caído cerca del 25 por
ciento y la producción de ejemplares, también. ¿Qué pasó con las exportaciones?
De
13,5 millones de dólares del primer semestre de 2016, pasaron a 14,1 millones.
Un poco más que un año atrás pero mucho, mucho menos que en 2011 y aún que en
2015.
¿Hay que preocuparse? ¿Cuando no se exportan libros
no se exporta literatura?
Guillermo Schavelzon |
Un especialista en vender derechos de autores argentinos, Guillermo
Schavelzon, toma los datos con pinzas. Schavelzon representa autores, tiene una
agencia en Barcelona, y desde allí responde: “Yo creo que la Cámara del Libro
no habló de dificultades de vender literatura argentina al exterior, sino de
vender libros argentinos. Este es un tema fundamental. Vender literatura
argentina es una cuestión cultural, vender libros es industrial y comercial”.
Según Schavelzon, lo que se exporta no son necesariamente los libros
escritos en estas pampas. “Ningún país desarrolla la exportación de libros en
base a sus propios autores sino a obras internacionales cuyos derechos adquiere
para vender en los demás países. Para comprar contenidos universales hay que
tener un sistema cambiario libre y fluido, poder pagar sin las infinitas
reglamentación y tramitaciones de los últimos diez años, que hoy siguen
exactamente igual de complicadas, llenas de trabas, en fin, ningún vendedor de
esos contenidos tendrá en cuenta a un país que paga mal, y es comprador inestable:
unos años compra, otros no”.
Problemas
comerciales, más que problemas culturales, dice Schavelzon. De un negocio
altamente globalizado y que está cambiando al ritmo de la digitalización y el
abaratamiento de la impresión “on demand”, es decir, en cantidades muy
pequeñas:en algunos países un editor puede mandar a hacer muy pocos ejemplares
de un libro – digamos, 200– sin que el
costo le reste competitividad. Solucionado el problema de la escala, ¿para qué
trasladar kilos de papel?
“La otra cosa que sucede – dice Schavelzon– es que el concepto de exportación (libros
embalados dentro de containers) está perimido, y las editoriales no pueden
verlo. Los libros se fabrican en el país en que se venden.” Finalmente, las
fluctuaciones de la economía pegan en una industria que planifica a largo
plazo. “El tercer problema – dice Schavelzon– es que llevamos muchas décadas con una
oscilación de la moneda siempre imprevisible, un año imprimir en argentina es
barato, otro es caro. Así no se moderniza la industria gráfica, nadie tiene
confianza en un proveedor argentino y los negocios, por lo menos los del mundo
del libro, requieren estabilidad a largo plazo. Una edición de diez mil
ejemplares, impresa en España, más los fletes y los gastos de aduana, puesta en
el depósito del editor en Buenos Aires, le cuesta un 30 por ciento
menos que imprimirla en Argentina”. La industria pide que le quiten el IVA al papel y a otros
fragmentos de la cadena de la producción y venta de los libros. Eso, dicen,
ayudaría.
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