Manuel José Castillo es Doctor en Filosofía y profesor titular de Antropología Filosófica en Universidad Nacional de San Juan, Argentina. Ayer, 12 de diciembre, publicó la siguiente columna en el Diario de Cuyo.
El arte de traducir
El tema de la traducción va más allá del pasaje de un mensaje de una lengua a otra, el interés por expresar en la lengua propia algo escrito en una lengua extraña, puede significar el deseo de entender mediante la traducción, la experiencia de otros. Eso significa que puede entenderse la experiencia de otro. Para el filósofo francés Paul Ricoeur esa experiencia produce la "pulsión de traducir''; lo distinto, desconocido, atrae incluso para entenderse más a sí mismo. Pero traducir incluye en su significado importantes dificultades, la interpretación de lo otro puede ser fiel o no; eso visto como paradoja hace que la traducción se realice, pero en un círculo de dudas.
En el pensamiento conceptual puede ser más fácil atenerse a lo que la realidad muestra, se acepta con cierta facilidad la traducción; pero si miramos el estado de ánimo, aparece la duda, cómo entender lo que otro siente y yo no quiero sentir. Por ejemplo la envidia, alguien no puede hacerse algo envidioso para entender la envidia de otro, y así sentirse como el otro a quien se lo traduce como envidioso. Además desde la lengua y las formas de pensar propias, hay resistencia a aceptar la experiencia ajena. La resistencia y la dificultad paradójica parecen el precio que hay que pagar para traducir al otro. Un precio que no puede evitarse porque la diferencia entre el texto de origen y el traducido persiste, aun en obras clásicas que se siguen traduciendo, ahí puede incluirse
El problema no se limita a una técnica de traducción, hay que decir lo mismo en un pensamiento equivalente, aunque amenace la posibilidad de lo que el autor francés llama traición, respecto del texto de origen. Esa amenaza puede causar inquietud pero también alienta el pensamiento como una aventura que va más allá de lo aparente, y busca desde el conocimiento de lo extraño, entenderse mejor a sí mismo.
La traducción vista de esta manera significa aventurarse con cierta violencia a la propia lengua y a la propia manera de pensar, para interpretar lo extraño, cuya lengua también sentirá cierta violencia para trasladar un significado a otra estructura lingüística. Ricoeur explica eso con una comparación en su obra Sobre la traducción, la renuncia a la traducción perfecta es comparable al trabajo de duelo del psicoanálisis; el renunciamiento permite entender los límites de la traducción, pero en este caso esos límites tienen otro significado, no reductible al alejamiento del objeto perdido de la explicación freudiana. Al contrario, el objeto perdido, en realidad no alcanzado, la perfección en la traducción, es un impulso para el pensamiento que ahora tiene que ir más allá de sus propios límites. Ese ir más allá no abandona un objeto perdido como se postula en el duelo freudiano, al contrario, rescata lo extraño, no perdido, en una interpretación dentro de su propia lengua; y al interpretar lo otro, crece el propio pensamiento. Admite Ricoeur un duelo "de la traducción absoluta'', pero asocia a eso la felicidad de la traducción. Heiddeger advirtió eso, en el libro Kant y el problema de la metafísica considera la traducción como una interpretación que se aventura más allá de lo escrito, con cierta audacia que corre peligro de desviación del texto de origen, pero puede llegar a leer lo no escrito. El tema, repitámoslo, no se limita a entender un texto escrito en otra lengua, se trata de entender la experiencia del otro, y desde ese entendimiento entenderse mejor a sí mismo.
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