Céline (a la izquierda) y un amigo |
El 21/07/2013, Guillermo
Piro, fiel a su estilo, publicó la siguiente columna de opinión en el
diario Perfil, de Buenos Aires. En
ella habla del destino que tuvo en nuestra lengua la que acaso sea la más
importante novela francesa publicada en el siglo XX.
Los traductores de Céline
La primera vez que sucumbí al
influjo de Céline fue por el 81, cuando era feliz, trotskista y documentado.
Internet no existía, de modo que podía pasar largas horas leyendo, en trance.
Adolfo Bioy Casares, que digan lo que digan sus acérrimos defensores era un dandy pero de literatura no entendía
nada, decía que los lectores de Céline eran gente a la que le gustaba que le
gritaran. Una estupidez inolvidable, por más vueltas piadosas que le demos. Lo
cierto es que los amantes de la literatura de Céline pocas veces tienen una
idea clara de lo que es la literatura de Céline (algo extensible a casi toda la
literatura traducida, pero hablemos de Céline). En aquel entonces había leído
por primera vez Viaje al fin de la noche
en la traducción del argentino Armando Bazán. Juan Carlos Onetti se ocupó
oportunamente de destriparla diciendo, palabras más, palabras menos, que Bazán
había conseguido apartar, amansar, adecentar, licuar a Céline. “Cualquier
burgués progresista –decía Onetti–, cualquier buen padre de familia, puede
comprar este Céline-Bazán, leerlo y darle permiso a su señora esposa para que
lo haga.” Tremendo. Y, como si no hubiera quedado claro, se preguntaba cuánto
tendría que ver el sucio perro rabioso llamado Céline con esa traducción, más
parecida a un “bien criado pomerania”. Viaje
al fin de la noche es de 1932 y Bazán traduce a Céline a comienzos de los
años 60, por lo que su traducción cuenta con el gran peso que ejerce el estilo
posterior de Céline. Para dar un ejemplo, la novela comienza con un “Ça a
débuté comme ça. Moi, j’avais jamais rien dit. Rien. C’est Arthur Ganate qui
m’a fait parler”, algo fácil de traducir hasta por alguien que no sepa francés
(“La cosa empezó así. Yo nunca había dicho nada. Nada. Fue Arthur Ganate el que
me hizo hablar”). Pero Bazán traduce: “La cosa empezó así. Yo nunca había dicho
nada. Fue Arturo el que me tiró de la lengua”. Probablemente ése es el comienzo
de la novela que Céline hubiera escrito a comienzos de los años 60, pero no en
1932.
La suerte de las traducciones al
español de Viaje al fin de la noche
es una historia de derrotas, al punto que podríamos asegurar que la novela
todavía está esperando ser traducida. En los años 70 una novelista española,
Carmen Kurtz, pergeñó una abominación que editó Seix Barral y que todavía puede
verse en algunas librerías de viejo. Les recomiendo que le escapen a esa
edición como si todos los ejemplares hubieran sido meados por elefantes. O
cómprenlo y atesórenlo, como yo, para tenerlo a mano como prueba del día que
decidamos mandar a los editores españoles a la hoguera.
Luego de un largo silencio,
durante el que los traductores dejaron a Céline en paz, apareció en los 80 otro
esperpento firmado por Carlos Manzano, editado por Edhasa. Si la traducción de
Bazán parecía un pomerania, la de Manzano parece un chihuahua. De modo que,
ignorantes en torno a lo que de Céline se trata, si efectivamente a ustedes no
les gusta que les griten, vayan y aprendan francés. No es tan difícil y vale la
pena si lo que se proponen es leer un libro como ése.
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