miércoles, 24 de julio de 2013

De perros rabiosos, pomeranias y chihuahas

Céline (a la izquierda) y un amigo
El 21/07/2013, Guillermo Piro, fiel a su estilo, publicó la siguiente columna de opinión en el diario Perfil, de Buenos Aires. En ella habla del destino que tuvo en nuestra lengua la que acaso sea la más importante novela francesa publicada en el siglo XX.

Los traductores de Céline

La primera vez que sucumbí al influjo de Céline fue por el 81, cuando era feliz, trotskista y documentado. Internet no existía, de modo que podía pasar largas horas leyendo, en trance. Adolfo Bioy Casares, que digan lo que digan sus acérrimos defensores era un dandy pero de literatura no entendía nada, decía que los lectores de Céline eran gente a la que le gustaba que le gritaran. Una estupidez inolvidable, por más vueltas piadosas que le demos. Lo cierto es que los amantes de la literatura de Céline pocas veces tienen una idea clara de lo que es la literatura de Céline (algo extensible a casi toda la literatura traducida, pero hablemos de Céline). En aquel entonces había leído por primera vez Viaje al fin de la noche en la traducción del argentino Armando Bazán. Juan Carlos Onetti se ocupó oportunamente de destriparla diciendo, palabras más, palabras menos, que Bazán había conseguido apartar, amansar, adecentar, licuar a Céline. “Cualquier burgués progresista –decía Onetti–, cualquier buen padre de familia, puede comprar este Céline-Bazán, leerlo y darle permiso a su señora esposa para que lo haga.” Tremendo. Y, como si no hubiera quedado claro, se preguntaba cuánto tendría que ver el sucio perro rabioso llamado Céline con esa traducción, más parecida a un “bien criado pomerania”. Viaje al fin de la noche es de 1932 y Bazán traduce a Céline a comienzos de los años 60, por lo que su traducción cuenta con el gran peso que ejerce el estilo posterior de Céline. Para dar un ejemplo, la novela comienza con un “Ça a débuté comme ça. Moi, j’avais jamais rien dit. Rien. C’est Arthur Ganate qui m’a fait parler”, algo fácil de traducir hasta por alguien que no sepa francés (“La cosa empezó así. Yo nunca había dicho nada. Nada. Fue Arthur Ganate el que me hizo hablar”). Pero Bazán traduce: “La cosa empezó así. Yo nunca había dicho nada. Fue Arturo el que me tiró de la lengua”. Probablemente ése es el comienzo de la novela que Céline hubiera escrito a comienzos de los años 60, pero no en 1932.

La suerte de las traducciones al español de Viaje al fin de la noche es una historia de derrotas, al punto que podríamos asegurar que la novela todavía está esperando ser traducida. En los años 70 una novelista española, Carmen Kurtz, pergeñó una abominación que editó Seix Barral y que todavía puede verse en algunas librerías de viejo. Les recomiendo que le escapen a esa edición como si todos los ejemplares hubieran sido meados por elefantes. O cómprenlo y atesórenlo, como yo, para tenerlo a mano como prueba del día que decidamos mandar a los editores españoles a la hoguera.

Luego de un largo silencio, durante el que los traductores dejaron a Céline en paz, apareció en los 80 otro esperpento firmado por Carlos Manzano, editado por Edhasa. Si la traducción de Bazán parecía un pomerania, la de Manzano parece un chihuahua. De modo que, ignorantes en torno a lo que de Céline se trata, si efectivamente a ustedes no les gusta que les griten, vayan y aprendan francés. No es tan difícil y vale la pena si lo que se proponen es leer un libro como ése.

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