En
el ya citado dossier dedicado a la
traducción (ver en este blog entradas del 30 de marzo y del 12 de abril de este año) que publicó la revista Letras
Libres en febrero pasado, hay una mesa redonda en la que participaron Julio Trujillo, Jaime Moreno Villareal y Fabio
Morábito, poetas, ensayistas y traductores mexicanos. Por su extensión, se
ofrece aquí en dos partes. Ésta es la primera.
Reescribir en otro idioma (I)
La
traducción “es muchas veces indistinguible de la creación”, dijo Octavio Paz,
para celebrar su doble naturaleza de lectura exhaustiva y escritura. Dado que
no existen recetas universales, el traductor solo puede aprender en las
pequeñas decisiones que toma para cada libro. ¿Cómo resolver este o aquel
problema de sintaxis?, ¿habría que privilegiar en este poema la sonoridad o el
sentido?, ¿cómo dar a entender un cambio de registro?, son preguntas
eminentemente prácticas ligadas al oficio. Para comprender los entresijos de la
traducción literaria, hemos convocado a Fabio Morábito, Jaime Moreno Villarreal
y Julio Trujillo, tres poetas y ensayistas sobresalientes que también han
demostrado su talante de lectores experimentados al momento de traducir a
autores de una calidad ya incuestionable, como Eugenio Montale, Stéphane
Mallarmé o Mark Strand. Esta conversación, con un pie en la experiencia
personal y otro en la historia literaria, deja en claro que no existen dos
maneras iguales de aproximarse a una obra.
Julio Trujillo (jt): Para hablar
de la labor del traductor, podemos partir de dos ejemplos radicales. Uno es
Pound y sus versiones, ni siquiera me atrevo a llamarlas “traducciones”, de
Propercio, en donde podía resumir una parrafada en una sola línea. Son
recreaciones, paráfrasis, pero él las manejaba como traducciones. Y el otro
ejemplo es la novela de De Chirico, Hebdómeros,
que él escribe en francés y después traduce al italiano letra por letra, coma
por coma. Si un traductor italiano la hubiera hecho habría cambiado mucho más.
De Chirico hace un vaciado literal de su versión en francés al italiano. Son
dos extremos. ¿Cómo trabajan ustedes dentro de esos polos?
Jaime Moreno Villarreal (jmv): Hay
un factor de invención, en el ejemplo de Pound, que es necesario y no es fácil
de manejar para el traductor. Cuando el traductor es poeta y traduce a un poeta
–o un escritor que traduce a otro escritor– existe la tentación de la invención
en tanto que la traducción es una adaptación a otra lengua. Hay un factor que
se presta para la invención: el desconocimiento de la lengua de la cual se está
vertiendo, porque no todos los traductores conocen a la perfección la otra
lengua ni mucho menos la época o los dialectos que se hablaban en el momento en
el que se escribió un libro (por ejemplo, en el caso de Propercio, el latín
clásico, que tenía influencias del uso común). Ese factor de invención puede
llevar a un exceso que en el caso de Pound lo asume como tal y lo respalda con
su autoridad. Por eso es tan criticado también. Ocurre con muchos poetas que se
lanzan a traducir de lenguas que conocen poco y a veces se equivocan mucho,
aunque en ocasiones, gracias a su invención, logran descubrimientos.
Fabio Morábito (fm): Hay un
término que ha metido mucho ruido cuando se habla de traducciones:
“recreación”, que me parece comodino y obvio, porque está claro que toda
traducción no puede dejar de ser una creación y por lo tanto una recreación.
Muchas veces se ha utilizado como escudo para tomarse libertades, tal es el
ejemplo de Pound. Pero es innegable que, en cualquier traducción, incluso en la
que se hace del instructivo de una lavadora, se necesita, por un lado, una
dosis de creatividad y, por el otro, apelar a la coherencia del texto
traducido. Es decir, si traduzco un instructivo de lavadora como un texto
independiente con seguridad estaré echando a perder la lavadora porque el
usuario no lo va a entender. Para que el texto sea independiente y tenga vida
propia de manera necesaria van a darse una serie de traiciones al texto
original. El caso de De Chirico me parece aún más experimental que el de Pound.
Es tan absurdo traducir palabra por palabra que sospecho que De Chirico quería,
de algún modo, en este juego de idiomas, traducir al propio idioma materno algo
escrito en otro idioma. Esa acción o bien denota una terrible inseguridad, o un
intento de jugar, que es lo que él hace, además de que no era escritor. Es un
camino intransitable dentro de la traducción. La palabra en la traducción no
existe como tal, existe la frase y la ilación. En este sentido los dos extremos
mencionados son casi irreconciliables porque ambos son absurdos.
jt: Demos un paso atrás, antes de
la creatividad y de la invención. Pensando en el taller del traductor, supongo
que ustedes primero establecen una base sólida de literalidad, una base mínima
que se construye para ya después, o simultáneamente, agregar todo lo que tiene
que ser creativo, la aportación de la lengua propia del traductor. Pero esa
base requiere un trabajo mucho más de taller si no conoces la lengua que
traduces: diccionarios, ayudas externas, referencias para construir ese primer
piso, ¿o no es necesario?
jmv: Ese primer piso yo lo
llamaría “la literalidad”. Es más próximo “el sentido” que puedo abstraer de
una lectura que el seguimiento palabra por palabra. La literalidad, quizás,
estaría del lado de la expresión, y el sentido del lado de la traducción. El
sentido es el que se puede abstraer como lector y como traductor, y que tiene
que ver con la pregunta “¿qué dice?”. Un ejercicio muy recomendable para el
traductor es leer el libro antes de empezar a traducirlo. Pero la verdad es que
muchos traductores comienzan a trabajar sin haber terminado el libro y lo leen
conforme van traduciendo. El problema del “¿qué dice?” aparece en la primera
revisión. Si es prosa suelo trabajar párrafo por párrafo; una vez que hago una
traducción directa consulto algún diccionario y después me pregunto: “¿Cómo se
va a leer esto en español?, ¿qué va a significar?” “¿Cómo lo voy a hacer
accesible en el idioma?” ya sería un tercer paso. Al menos en mi caso hay una
suerte de pulsión educativa en ese tercer paso, que además reconozco como muy
propia de la cultura escrita mexicana y específicamente de la literatura. Los
ensayistas tenemos la costumbre de educar al mismo tiempo que escribimos, de
explicar muchísimo, de dar fechas, de dar contexto. Eso ocurre también en el
campo de la traducción, no solo con el afán de hacer una expresión más
“amigable”, sino anotar la traducción: “probablemente en este pasaje el autor
se está refiriendo a otra cosa” o “efectivamente se refiere a tal cosa”, etc.
La literalidad queda muy aparte de todo esto.
jt: Fabio, ¿tú trabajas también
por capas? ¿Haces primeras, segundas y terceras versiones?
fm: Sí, pero no las veo como
capas, sino como distintas formas de aproximación. Necesito revisar la
traducción varias veces y voy sumando versiones que, se supone, son cada vez
mejores. Así es como trabajo mis textos tanto en poesía como en prosa. No es
que en la primera versión me dedique a un determinado tipo de problemas y
después pase a otras cuestiones. Puedo entender la necesidad que tiene un traductor
de lanzarse a ciegas en ese océano desconocido, sin prejuicios, sin ideas
previas, que son las que pueden surgir de una primera lectura. ¿Por qué? El
traductor va encontrando su forma de traducir a medida que traduce, después
podrá articular sus ideas, podrá asumir ciertas pautas, imponerse ciertas
conductas de traducción con ese autor, con un libro en concreto. Creo que las
va descubriendo de una manera instintiva sobre la marcha (por ejemplo, si le
gusta traducir ese texto, si siente que no está tan alejado de la sensibilidad
del autor como para renunciar). Son varios descubrimientos los que se van dando
y que poco a poco van construyendo un estilo. Toda traducción expresa una forma
de situarse frente al original. Hay muchas formas de hacerlo, y en cada época
siempre tendrá una forma distinta. Creo que el traductor debe tener esa
posición, aunque no siempre conscientemente. En el caso de mi traducción de
Eugenio Montale, me quedó claro desde el principio, y después de leer muchas
traducciones al español, que lo importante era apuntar la artillería a la
sonoridad, a la musicalidad. La única vez que Montale, que era un hombre muy
modesto, alardeó fue cuando dijo: “soy el poeta italiano más musical que ha
existido”, y tenía toda la razón. Él había sido además un tenor frustrado, era
un experto en ópera, tenía un oído refinadísimo. Y todas las traducciones que
leí, algunas mejores que otras, pecaban para mí de sordas. Entonces me dije:
“¿Qué caso tiene traducir a un poeta tan perversamente musical si no restituimos
algo de eso?” ¿Cuál es el precio de hacerlo? Obviamente el de traicionar,
muchas veces, el sentido, el significado. Pero esa era una línea de conducta a
la cual procuré ser fiel todo el tiempo. Otra actitud sin duda es igual de
respetable, pero hay que tener, consciente o inconscientemente, una dirección
del camino.
jt: Entramos al terreno de la
poesía, que supongo es la forma más endiabladamente compleja de traducción. Se mencionó
algo que me parece interesante: el gusto del traductor por el texto que
traduce. En poesía es casi una necesidad no solo que te guste el texto que
traduces sino haber habitado un poco en aquel mundo, para después traicionarlo
todo lo que quieras o tomar una dirección distinta. En el caso de la poesía
debe haber una compenetración previa con el poeta que se traduce, ¿o ustedes
qué piensan?
jmv: Creo que es necesario, pero
también ocurre a veces que uno traduce por no haber entendido. Cuando uno se
encuentra con un poeta difícil y la lectura no da para aprehender el todo, uno
comienza a echar mano de diccionarios y gramáticas para ver qué está pasando
ahí. En ese momento se está acercando al trabajo del traductor. Pienso en ese
lector que acude a una edición en la lengua original, que no la domina al cien
por ciento, y que para entender se ayuda no solo de diccionarios y gramáticas
sino también con estudios sobre el poeta. El trabajo del traductor ahí empieza
a ser más propiamente filológico, pero no deja de ser literario si el traductor
también es un poeta.
jt: Abundan casos de traductores
del chino que no saben chino, que se ayudan con traducciones del francés o el
inglés, y cuyas versiones son bastante buenas. Justamente porque se crea un
texto propio que mantiene alguna fidelidad con alguno de los aspectos del
texto, como la musicalidad. La nómina de poetas que no dominan la lengua y sin
embargo producen textos buenos es larga. ¿Ustedes han traducido sin dominar la
lengua que traducen?
fm: Yo solo he traducido del
italiano y solo puedo traducir del italiano porque es mi lengua materna. En
efecto, la lista de traductores que no dominan la lengua de la que traducen es
larga, y no solo de lenguas exóticas. Pavese tradujo Moby Dick sin saber casi inglés. Mandó alrededor de
trescientas cartas para preguntar detalles: el matiz de un adjetivo, etcétera;
un estudio filológico impresionante. Regresando al gusto, creo que a veces
hemos olvidado que la lectura más exhaustiva de un texto es la traducción. En
ese sentido el traductor tiene una gran ventaja sobre el lector común, ya que
este solo puede esforzarse por entender un texto, no tiene las herramientas que
tiene el traductor, que dice: “Yo lo voy a entender pero no como tú estás
tratando de entender, releyendo el texto cien veces, preguntando por ahí, sino
reescribiéndolo en otro idioma”, que es quizá la mejor forma porque es la que
imita de manera más cercana el proceso original, que no fue un proceso de
consulta de cada una de las palabras sino un proceso de escritura. Entonces qué
mejor que imitar ese mismo proceso a través de otra lengua. Finalmente, claro,
se trata de entender. No hay que olvidar lo obvio, que la traducción ante todo
está abocada a la fidelidad. Podemos y debemos traicionar, pero sin
divorciarnos del espíritu del texto; es decir, podemos traicionar a nuestra
pareja, pero queremos seguir viviendo con ella, y a lo mejor esa traición luego
se revela importantísima y hasta indispensable para la relación, pero no como
un preámbulo a la separación sino como un preámbulo para profundizar y estar
más juntos.
jt: Ustedes han traducido a poetas
muy complejos: Montale y Mallarmé, por hablar de algunas de sus grandes
traducciones. Tuve la experiencia de traducir hace poco el último libro de Mark
Strand, Casi invisible, y
sostuve con él una correspondencia increíble. Son poemas en prosa muy sencillos
en su escritura, no en su sentido, y es ahí donde empezó el problema. Me vi
metido en una oscuridad brutal dentro de esta aparente luz y sencillez de los
poemas, justamente porque el sentido de estos textos escritos en una prosa
fluida y transparente era múltiple y complejo. De ahí pasamos a otro aspecto,
que va más allá de la musicalidad, la textura y la sintaxis: lo que están
diciendo los textos. En el caso de Casi
invisible no podía traicionar el sentido por cierto sonido, porque era
lo que de alguna manera sostenía a los poemas. Por lo menos en cuanto a la
poesía se refiere, es imposible que haya una traducción sencilla.
jmv: Hay poemas que son más
fáciles de traducir, o poetas más fáciles de traducir, que son los que más se
traducen. Los difíciles se traducen menos, excepto cuando ya son muy
importantes, como Eliot o Mallarmé. Por otro lado, no coincido con algo que se
mencionó antes respecto a la dificultad de traducir poesía. Hay prosa extremadamente
complicada de traducir. Alguna vez traduje un cuento de Henry James y una de
las dificultades más fascinantes que he tenido como traductor es verter al
español esas cláusulas interminables, lograr que tuvieran sentido, que tuvieran
un ritmo propio. Fue un gran desafío. Cada autor, cuando se trata de un autor
grande, es un desafío distinto. La competencia que uno puede tener para
traducir a x poeta no le va a servir mucho para traducir al poeta y.
Eso hace que el trabajo del traductor sea fascinante e interminable.
fm: En el caso de traducir a Mark
Strand tenías contacto con él. ¿Sugirió cambiar cosas?
jt: La sabiduría del poeta lo
llevó a dejar en libertad al traductor. Contestaba siempre mis correos muy
amablemente pero nunca para decir: “Esto sí, esto no.” Nunca se metió en
asuntos filológicos o de traducción directos. Me dejó morir solo, pero yo
sentía que estaba contento. Luego ocurrió algo brutal: se editó en España y el
editor decidió castellanizar mi versión. Fue un escándalo para mí. ¿Se puede
hablar de un español neutro?
fm: ¿Y qué pasó? ¿Tuviste que
someterte a la versión del editor?
jt: Sí. Amenacé con retirar la
edición, el propio Strand estaba muy sorprendido, fue una decisión de última
hora. Ya se había impreso y se dejó correr.
fm: Me parece una gran estupidez.
Eso revela ese colonialismo mental hispano que, por más que pasa el tiempo,
sigue ahí. Cada vez menos, por suerte. Pareciera que el esfuerzo que hace el
lector hispanoamericano cuando lee un texto escrito en el español de la
península no lo puede hacer un lector de la península, que hay que darle todo
digerido. Yo temía que me pudiera pasar eso con la traducción de Montale, que
una vez entregada toda la poesía, puesto que fue una editorial española la que
lo publicó, me dijeran: “Esto no se entiende.” Por suerte el editor, un
colombiano en ese entonces, tenía esa sensibilidad y no hubo ningún problema.
Pero al publicarse en España un libro mío de prosa sí me han pedido de pronto
algunos cambios, menores, y algunos totalmente justificados. Si yo escribo
“banqueta” no solo el lector español sino tampoco el colombiano va a entender
lo que en México entendemos como acera. En esos casos sí podemos hacer algunas
concesiones. Pero cambiar los tiempos verbales, por ejemplo, me parece que lo
que evidencia es una falta de traducción universal.
jmv: Coincido con Fabio. Quizá la
idea de cambiar un dialecto por otro en español se debe a razones estrictamente
comerciales, para vender mejor, para ser más comprensible, pasando por alto que
el lector también hace un trabajo de traducción. Lo sabemos muy bien quienes
nos formamos en traducciones argentinas y españolas.
En
México existen varias escuelas de traducción. Fabio estudió en el
programa de traducción que había en El Colegio de México. Yo, como tantos otros
escritores, me formé en los suplementos culturales, en el Fondo de Cultura
Económica con Jaime García Terrés. En suplementos como México en la Cultura , La Cultura en México y Sábado,
y después revistas como Plural, Vuelta y Nexos recurrían muchísimo a traducciones de autores que
después llegaron a ser muy conocidos. Actualmente esto ya no ocurre, sobre todo
en los suplementos. Letras Libres sigue traduciendo mucho, por
ejemplo, pero hay suplementos culturales donde es raro encontrar una
traducción. Esa escuela de traducción, que era una escuela producto del
subdesarrollo, prosperó porque los libros extranjeros no eran accesibles como
ahora, gracias a Amazon. Uno pedía un libro y tardaba muchas semanas en
recibirlo. No había, tampoco, dinero para pagar los derechos de las
traducciones. No se pagaban derechos por las traducciones que se publicaban en
el suplemento de Monsiváis. Leíamos a autores que estaban en el ajo en ese
momento, sobre todo en el mundo de habla inglesa y francesa. Traducir en las
publicaciones fue una gran escuela para nosotros.
Un
lector más o menos avezado se da cuenta cuando una traducción no es muy buena
porque cae en literalismos horribles, o porque simplemente no se entiende.
Recuerdo haber leído a Pierre Bourdieu en algunas traducciones totalmente
ininteligibles. En un contexto académico donde el texto se va a discutir en
clase, ¿qué es lo que se discute? Ese es otro aspecto de la traducción. En las
universidades nos hemos formado con traducciones, sobre todo en el campo de las
ciencias sociales y las ciencias exactas y naturales, que a veces son muy
malas.
jt: ¿Cómo funciona una escuela
formal de traducción?
fm: Mi paso por El Colegio de
México fue una muy buena experiencia, pero desde el punto de vista de la
traducción no me aportó absolutamente nada. Con quien aprendí a traducir fue
con Alaíde Foppa en la
Facultad de Filosofía y Letras. Al Colegio llegué ya bien
formado y lo que ahí aprendí fueron otras cosas, muy interesantes pero que no
tenían que ver tanto con la práctica de la traducción. La traducción solo se
aprende practicando. Doy clase de traducción en Filosofía y Letras y me doy
cuenta de que se trata de un ejercicio lento, un aprendizaje progresivo y
gradual. Prácticamente desde la tercera clase ya sé qué calificación va a sacar
cada uno de mis alumnos. Cambia muy poco la impresión inicial. Hay quienes
mejoran después de seis o siete meses de ejercicios, no pueden mejorar antes.
Nos pasa cuando escribimos. Avanzamos dando pequeños saltos. De pronto empiezan
a salir poemas o cuentos cuando antes no salían. Desde el punto de vista formal
de la traducción, me temo que la mayoría de las escuelas que hay en México
están dirigidas al campo técnico y científico. Dudo mucho que alguien que
quiera traducir literatura encuentre un lugar adecuado para aprender. Se
aprende traduciendo.
La
teoría, que puede ser muy interesante, la considero una rama de la lingüística
o de la teoría literaria. Pero no hay ninguna garantía de que un buen teórico
sea un buen traductor, porque son dos cosas distintas. La traducción pertenece
al dominio de la imitación: ¿qué tanta sintonía hay entre el autor y yo? Muchas
veces hay que luchar contra esa falta de sintonía porque la realidad es que la
mayoría de los traductores, sobre todo los que pretenden vivir de la
traducción, muy pocas veces se dan el lujo de traducir lo que les gusta. Ellos
tienen que traducir lo que les piden. Ahí se necesita un esfuerzo superior de
traducción. Hay que saber adaptarse a ese autor que no me interesa y que no
entiendo. Tengo que hacer un esfuerzo tan grande como el que hago cuando
traduzco a quienes me gustan para poder restituirlo dignamente. La traducción
implica muchas traducciones, muchas transformaciones o metamorfosis, esto es
algo que me parece fascinante. Solemos decir: hay que ser poeta para traducir a
un poeta. Pero no necesariamente hay que ser un poeta con obra propia. En una
de las mejores antologías que conozco de poesía italiana de este siglo están
incluidos autores que no han escrito un solo libro de poemas pero que traducen
de dialectos y lo hacen como poetas. Ser poeta no se reduce solo a los que
publican poesía. El traductor puede ser tan o más poeta que otros.
jt: ¿Y Mallarmé, Jaime?, ¿cómo fue
para ti la experiencia de traducirlo? Uno de los reyes de la complejidad.
jmv: Originalmente fue una forma
de aproximarme a un texto que no había podido comprender en lecturas sucesivas.
Había estado trabajando en el Fondo de Cultura Económica, donde había un
pequeño cenáculo de traductores. No solo los que trabajaban bajo la rienda de
Juan José Utrilla, que eran los traductores oficiales, sino varios que se
reunían en torno a Jaime García Terrés, que entonces hacía La Gacetadel fce.
García Terrés nos animaba a traducir. A él le fascinaba la traducción y lo
recuerdo traduciendo en su oficina. Le gustaba revisar las traducciones que
iban a aparecer en La Gaceta y desde
luego las de los libros del catálogo de la editorial. Al dejar el Fondo, Adolfo
Castañón me dijo: “¿Por qué no vas al Centro de Traductores?” Louis Panabiere
estaba en México, era el director del Instituto Francés de América Latina,
acababa de publicar su libro sobre Jorge Cuesta y quería llevar traductores de
México a Francia. Me ofreció una beca y planteé la posibilidad de traducir a
Mallarmé, porque no lo entendía. Me dije: “Estaré en un ambiente francés,
hablando francés, con una buena biblioteca: voy a entrarle.” Y así fue. En una
segunda solicitud de beca me aceptaron el proyecto de Mallarmé. Lo fascinante,
además de estar luchando por entenderlo y verterlo al español, era que la beca
me permitía en paralelo consultar una muy buena bibliografía sobre lo que
estaba traduciendo. Conseguí esta bibliografía en los muelles del río Sena:
viejas ediciones de libros críticos sobre Mallarmé, estudios universitarios y
tesis. Poco a poco fui entendiendo gracias a la exégesis. Habría sido muy
difícil traducir lasVariaciones sobre un tema y otras obras sobre Mallarmé
sin una exégesis previa. Leí estudios sobre la gramática de Mallarmé,
psicoanálisis, estudios biográficos, históricos, de contexto. Para hacer esa
traducción leí más de cuarenta libros. Ese tipo de traducción es fantástica
porque es como hacer una maestría.
sigue mañana
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