Nicolás Gelormini es uno de los traductores del alemán más reconocidos en la Argentina. El 18 de abril pasado
publicó el siguiente artículo en El Trujamán.
No traducir
Por un tonto orgullo de oficio cada tanto me pregunto por
qué en las clases de idioma la traducción está prohibida. Si me preguntaran si
desde que empecé a traducir aprendí o no algo del idioma del que traduzco, no
dudaría en contestar «mucho». Por eso a veces pienso que la traducción tal vez
podría aprovecharse como herramienta en la enseñanza de idiomas, pero no como
en una clase mala de latín o de griego —donde muchas veces se hace una
traducción que solamente debe reproducir la gramática del original—, sino de
otro modo, traduciendo frases en situaciones de la vida cotidiana.
Para ir al fondo de la cuestión
decidí preguntarle a un especialista de dónde venía el tabú de la traducción.
Por suerte, mi hermano es psicolingüista y experto en adquisición de segundas
lenguas. Me contestó por mail enseguida,
aclarando que la cuestión de no traducir era algo que venía del conductismo y
que él no estaba muy de acuerdo con eso y que para él traducir no sumaba ni
restaba. Su respuesta:
“Aprender es generar hábitos a través del mecanismo
estímulo-respuesta. Uno tiene hábitos españoles. Aprender inglés supone, en
este marco, deshacer estos hábitos. El hábito español, ya establecido, pugna
por aparecer una y otra vez. La noción teórica es transferencia, que es la
tendencia del hablante a imponer la estructura (morfológica, fonológica,
sintáctica, etc.)
de la L 1 en la L 2. Por eso los ingleses dicen
«amarillou», y nosotros decimos «esprait» por sprite (porque
en español no existe una sílaba tan larga). Esta transferencia puede ser
positiva (tipo cuando uno chamuya en portugués y más o menos la pega) o
negativa (cuando no la pega porque hay divergencia entre las lenguas). En este
contexto traducir sería una forma de estar convocando a la L 1 que es aquello de lo que uno
quiere escapar para generar los nuevos hábitos correspondientes a la L 2.”
Para completar la información, en
archivo adjunto me envió una breve historia del análisis contrastivo, el modelo
teórico que subyace a la prohibición, que resumo. El análisis contrastivo tuvo
su mayor desarrollo entre 1940 y 1960 y fue una teoría muy productiva porque
llevó a muchos experimentos y observaciones prácticas que, lamentablemente,
arrojaron resultados que no confirmaron las hipótesis y generaron nuevos
modelos de aprendizaje. Por ejemplo, quedó demostrado que muchos alumnos tenían
mayor dificultad en aprender estructuras parecidas a las de la propia lengua
que estructuras muy diferentes. A pesar de haber sido reemplazado por otros
modelos teóricos (por ejemplo, «el cognitivismo de raigambre chomskiana»), el
análisis contrastivo no ha muerto. Su aplicación en la práctica de enseñanza de
lenguas extranjeras sigue siendo importante. Pero no sólo eso, hay otros campos
en los que el análisis contrastivo demostró ser fructífero: entre ellos,
paradójicamente, en el desarrollo de softwares de traducción, donde cumple un gran
papel su capacidad descriptiva de las diferencias y similitudes entre los
distintos idiomas.
Mi hermano terminaba su e-mail con otra observación: la de que la
traducción debe prohibirse porque surge espontáneamente, de algún modo es un
«hecho natural en el ser humano», por eso tiene sentido la prohibición. Pero
eso, para otro trujamán.
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