Nos disculpamos por la insistencia en el asunto, pero el escándalo mundial alrededor de la decisión de Puffin Books, del grupo Penguin Random House, conjuntamente con los sucesores del escritor galés Roald Dahl, de “corregir” los textos de sus libros clásicos fue seriamente cuestionada en el mundo entero. Así lo demuestra este artículo de Daniel Gigena, donde se pone especial énfasis en las repercusiones argentinas, que publicó el diario La Nación, de Buenos Aires, el pasado 22 de febrero
En
contra de una literatura vigilada: el caso Roald Dahl y un mundo biempensante
que achata todo
“Los adultos son criaturas llenas de caprichos y secretos”, sentenció el escritor Roald Dahl (1916-1990), víctima post mortem de algunos antojos luego de que se conoció la decisión de la editorial británica Puffin Books y de los herederos de su obra de sustituir palabras y frases relacionadas con “cuestiones sensibles” como la raza, el género, la apariencia física, la salud mental y la violencia en los libros del autor destinados al público infantil. En vida, Dahl protagonizó varias polémicas, como cuando fue acusado de antisemita y antiisraelí por sus dichos o cuando amenazó al director Nicolas Roeg con boicotear la adaptación cinematográfica de la novela infantil Las brujas porque no era de su agrado.
La iniciativa editorial fue descripta en redes sociales como un acto de censura. “Roald Dahl no era un ángel, pero esto es una censura absurda. Puffin Books y los herederos de Dahl deberían estar avergonzados”, escribió Salman Rushdie en su cuenta de Twitter. “Demencial lo de la reescritura de Roald Dahl. Los imbéciles abundan. Me voy a poner estupenda y, tras su ejemplo, voy a exigir q reescriban todas las obras machistas. Iban a quedar pocas intactas. Como mucho, q añadan un prólogo en las ediciones para niños explicando el contexto”, tuiteó Rosa Montero. Las editoriales Gallimard y Alfaguara, que difunden la obra del escritor británico de ascendencia noruega en francés y en español, respectivamente, no alterarán el vocabulario dahliano.
La Organización Española para el Libro Infantil y Juvenil (OEPLI-IBBY) manifestó su preocupación “ante la creciente tendencia a la corrección política en la literatura infantil y juvenil” e invitó a firmar en la plataforma Avaaz.org una solicitada, “Por una literatura infantil y juvenil libre de censura y corrección política”, que lleva reunidas hasta ahora más de cuatrocientas adhesiones. “Estas prácticas de censura ideológica y la autocorrección, que en ocasiones inducen a eliminar o no mostrar y en otros casos a integrar temas tendencia, instrumentalizan la literatura, empobrecen la oferta editorial y van en detrimento del riesgo, la diversidad, la libertad artística y el espíritu crítico”, se lee en el comunicado.
La Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina (Alija) rechazó “el avance de esta corriente que, en nombre de una cacareada corrección política y el intento de pedagogizar el arte, no esconde otra cosa que groseros intereses económicos muy mal disimulados”. Reconocidos escritores de literatura infantil y juvenil, profesores y bibliotecarios se expresaron al respecto en sus redes.
La escritora María Teresa Andruetto compartió hoy en su muro de Facebook un artículo suyo de 2007, “Los valores y el valor se muerden la cola”, que había sido reproducido en la revista española Babar. En diálogo con La Nación, Andruetto se expresó en contra de “una literatura vigilada”. “No estoy de acuerdo con lo que hacen los herederos de Dahl y algunos editores -dice-. Los libros para niños muchas veces entran en una zona vigilada en el deseo social de ‘proteger’ a los niños, usando la ficción. Pero la ficción funciona como un espacio de libertad y el sentido del arte se vincula incluso con la desobediencia y no con el adocenamiento. Uno puede enseñar ciertas cosas, ciertos valores, pero no hace falta que se haga a través de la literatura”.
La autora de Ecos de la lengua recordó que en los años 1980 los autores de literatura infantil y juvenil ya combatían contra las prescripciones que alientan la censura y la autocensura de los escritores. “Dos por tres acá viene una oleada de la educación en valores y aparecen asuntos de interés público, muy nobles y con los que acuerdo, como la inclusión, pero el problema es meter eso en la ficción y que la ficción solamente obedezca -agrega-. No existe algo así en la literatura para adultos. Y tiene que ver además con una cuestión comercial, la de hacer libros que ‘calcen’ en la mayor cantidad de escuelas, porque siempre hay un ojo puesto en ese lector cautivo. Es algo que brota y rebrota de distintas maneras: el mundo biempensante que achata todo”.
“El fanatismo paranoico de los departamentos de estudios culturales de muchas universidades estadounidenses y europeas ha inspirado a una casta de censores que está fuertemente instalada en el mundo editorial -dice a este diario Pablo De Santis-. Llenos de una superioridad moral que viene de su creencia de que están defendiendo a los débiles, son capaces de arrasar con todo lo que encuentran. Una vez instalada esa lógica de la literalidad, no habrá nada que no quieran prohibir. Porque dan por descontado que hay una sola interpretación de todo, que es la que tienen ellos. Leen todo literalmente y piensan que todos los demás hacen lo mismo. Todos los cambios que han hecho a los libros de Dahl son imperdonables, pero lo peor es que le hayan prohibido a Matilda leer a Conrad y a Kipling. ‘¡Despreciable!’, como diría la abuelita de Charlie Bucket”. Entre los cambios propuestos por los editores de Puffin Books figura el hecho de que Matilda reemplace los libros de Conrad por los de Jane Austen.
La escritora Márgara Averbach también rechazó las prácticas de “edición sensible” aplicadas a las obras del autor de Charlie y la fábrica de chocolate. “Estoy absolutamente en contra de que le hagan esto a cualquier autor anterior, que no pertenece a la época actual -sostiene-. Al autor hay que leerlo como escribió, y con críticas. Yo tengo enormes críticas a la ideología de Dahl, no me gusta nada excepto Matilda. Estoy en contra de que hagan esto, pero no puedo decir que estoy en contra de lo que llaman corrección política. Me parece bien que si un autor actualmente escribe algo machista eso no se publique o haya que reformularlo. No podemos seguir transmitiendo esas ideas. Hay cosas que no se pueden decir ni escribir actualmente, pero no se le puede pedir eso a Dahl. Yo no puedo leer a autores que dicen que hay que pegarles a los chicos para poner disciplina o que los no blancos son animales o salvajes, aunque escriban bien. Y nunca se los daría a mis hijos”.
En su muro de Facebook Silvia Schujer publicó un texto sobre el “caso Dahl”. “En los últimos tiempos y en nombre de las sensibilidades que pueden herirse, aparece un nuevo listado de ‘malas palabras’: gordo, enano, discapacitado -escribió-, como si de ese modo se garantizara un mejor trato social a quienes no cumplen con los requisitos que esa misma sociedad propone como ideales. Pero después duermen veinte personas en la vereda o adentro de una cabina de Banelco y la sensibilidad bien, gracias. También en los últimos tiempos, si tu historia es de tinte realista y ocurre en un ámbito doméstico, los personajes femeninos en lo posible deben jugar fútbol y los masculinos cambiarle los pañales al peluche. Aclaro: no me parece mal que se sugiera un cambio de roles y que socialmente se esté promoviendo la inclusión y la igualdad en la diversidad de géneros. Pero el riesgo de caer en un maniqueísmo ‘progre’ es tan peligroso para la ficción como cualquier otro maniqueísmo”.
Cecilia Bajour, autora, docente e investigadora de la Universidad Nacional de San Martín, compartió en redes un texto de la escritora Graciela Montes en el que se critica la corrección política. “Creo que la corrección política en la literatura infantil y juvenil se disfraza de pensamiento inclusivo y pseudoprogresismo, pero en realidad es una posición conservadora que se arroga un pensamiento único, dogmático y que busca ahogar y borrar la ambigüedad, la rareza, lo incierto y, sobre todo, lo incómodo en ciertos textos en nombre de un supuesto respeto a las diferencias -dice Bajour en diálogo con LA NACION-. El control sobre el supuesto deber ser en los textos, la adecuación a imperativos de la corrección política en la edición de textos y en diversas mediaciones, y las operaciones de reduccionismo, omisión y deformación también ocurren en la Argentina”.
Consultado por este diario, el escritor y editor Álvaro Garat, del Departamento de LIJ (Literatura Infantil y Juvenil) del Grupo Planeta, repudió cualquier forma de censura. “Creemos que la naturaleza de cada texto requiere que se lea con su pertinente contexto -señala-. La visión nunca puede ser puntualizada sino periférica, alcanzando los 360° de pluralidad y análisis. En LIJ es muy importante darle libertad al escritor para que trabaje en sus textos, siempre acompañando la edición de los libros con una mirada enriquecedora y buscando que los temas que requieran un trato especial lo tengan”.
Por su parte, la profesora y escritora Julieta Pinasco contó a La Nación su experiencia como asesora pedagógica de literatura en escuelas primarias y secundarias. “Esa tarea me ha permitido comprobar que muchos educadores consideran necesario proteger a los niños de ciertas ‘temáticas’ y ‘palabras’ -revela-. No habría que exponerlos a la muerte, las penas, las separaciones, las enfermedades, la discriminación. En lo personal, la literatura me ha dado un bagaje simbólico para hacer frente a todo eso. ¿Por qué les querría evitar semejante regalo a los chicos con los que me relaciono?”.
Para Pinasco, es “esperanzador” el mundo que Dahl construye en sus ficciones. “En situaciones adversas, los niños de Roald, a la manera de Dickens, quien de prosperar esta oleada censora también caería bajo varias tijeras, siempre encuentran la forma de construir algo mejor. Eso, y un dominio del lenguaje, es lo único que le pido a la literatura infantil. Censurar temáticas y términos es encerrar a los niños en las cortas entendederas de quienes, diciendo que los protegen, los consideran incapaces de abrirse camino en la vida”. Hasta ahora, no trascendieron denuncias hechas por los niños lectores acerca de la literatura de Dahl.
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