jueves, 9 de marzo de 2023

La censura editorial es la otra cara de la cancelación cultural: le toca a Roald Dahl

“La editorial Puffin Books anunció la reescritura de la obra del autor de libros como Matilda y Charlie y la fábrica de chocolate para eliminar todo lenguaje que pueda ser considerado ofensivo.” Tal es la bajada del artículo publicado por la chilena Carola Martínez Arroyo –escritora especializada en literatura infantil, editora y librera, en la sección Leamos del diario InfoBAE, el pasado 21 de febrero.

Censuran a Roald Dahl: el Fahrenheit moderno no es la hoguera, es la ultracorrección

 

Reescriben a Roald Dahl en lenguaje no ofensivo para lectores modernos. Eso leo y me parece, de todos los títulos, la mejor forma de comenzar este texto.

 

Obviamente, todo el mundo sale a decir: “Ay, no, ¡pero qué horror! ¿Cómo van a llevar adelante semejante acto de censura?”. Creo que, más que a los censores, odio a las personas bienintencionadas que viven alegremente en el doble discurso.


A ver, lo de Roald Dahl es tremendo, grotesco, terrible, y puedo seguir tirando adjetivos, pero no es raro para nada en el nuevo orden de las cosas.

¿Nos vamos a hacer todos y todas los que levantamos ahora la voz, tirándonos los pelos frente a este acto de censura barbárico, cuando somos nosotros mismos quienes hemos avalado el avance de semejante movimiento sin decir que hay límites a la ultracorrección?

¿Vamos a seguir sin mirar el estado de la literatura infantil y juvenil de Latinoamérica y España en la que solo hay un pequeñísimo grupo de escritores y escritoras que sigue valientemente escribiendo como quiere, con los temas que quiere, sin importarle la censura, teniendo el mismo respeto por la infancia que hace 10 años?

¿Vamos a hacernos las desentendidas al mirar el estado de los catálogos sin denunciar que la ultracorrección llegó a las editoriales para quedarse y que solo es el mismo libro, escrito por la misma persona, con una fórmula que no afecta ni ofende la sensibilidad de lectores modernos?

 

Vivimos un momento tremendo.

 

El Fahrenheit moderno no es la hoguera, es la ultracorrección, la maldita y temible autocensura; es la regulación, la obligación a la sumisión. Mientras escribo esto me doy cuenta que no quiero poner todos y si pongo todos, tengo que poner todas y así. Me corrijo para no ofender a las y los lectores modernos.

 

El arte está en el medio de una pelea brutal en la que están metidos los conservadores y su idea de que la infancia debe ser “cuidada de la maldad”, los progres con las cabezas de les/os/as niñes/as/os que no pueden ser perturbadas con cuestiones que afecten su autoestima. Las almas buenas que quieren que haya paz pero que también gestionemos de manera ordenada las emociones, y aquellos que hasta proponen para la escuela libros en los que abundan las “vergas venosas”. De cada una de estas tensiones el mercado saca su tajadita.

 

Roald Dahl propuso una idea de literatura absolutamente rupturista. Quebrantó estereotipos. Propuso niños que ganaban concursos y se volvían dueños de su vida; niñas que decidían vivir con su maestra en lugar de con sus padres, que son insoportables; unas brujas terroríficas y maravillosas que causan pavor de tan humanas que son; un zorro ladrón, y así. Ninguno de sus libros sería publicado por nadie hoy. Roald terminaría autopublicándose o subiendo sus libros a Wattpad.

 

Ninguno de los grandes autores que nos marcan el camino con su respeto a los niños y a las niñas sería publicado en este momento. Ni Sendak, ni Ungerer, ni Nöstlinger, ni Paterson: todos incorrectos, todos temibles, hermosos y con personajes inolvidables.

 

La editorial Puffin Books no reescribe a Roald porque son loquitos censores. Lo reescribe porque eso es lo que exige el mercado. Es decir, usted que lee también. Los que dan los premios, los editores que publican y que insisten en lo mismo de siempre “porque la crisis”, los docentes que prefieren esa fórmula para no tener problemas con las familias, y los padres, madres, tutores, encargados que creen que los niños y las niñas son una suerte de vasija a la que hay que llenar. Todos y todas somos causantes de esto.

 

Vamos a defender a Roald Dahl, pero también defendamos el arte como un espacio de expresión. Defendamos la infancia en su poder de comprender la realidad. Defendamos la libertad. Paremos esta locura.

 

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