martes, 9 de junio de 2009

Un esfuerzo colectivo


Publicado en Cuba Literaria por Lourdes Arencibia , el siguiente artículo se refiere a la traducción colectiva de Ferdydurke, de Witold Gombrowicz, a cargo de un equipo dirigido por el escritor cubano Virgilio Piñera.

La aventura de Ferdydurke : una faceta del quehacer de Virgilio Piñera muy poco conocida

No abundan en nuestra literatura testimonios escritos de acercamientos a la traducción literaria desde el lado de la práctica, mucho menos teniendo como actores a relevantes figuras de nuestras letras como es el caso de Virgilio Piñera, de quien puede decirse que fue y es un verdadero espacio lingüístico en la cultura cubana. Aunque la traducción en colectivo de un texto no es una aventura nueva: sus antecedentes se remontan a la famosa Escuela de Toledo, los resultados de tales asociaciones suelen demostrar que es posible y hasta deseable, en ciertos casos, crear una suerte de figura compuesta o simbiótica capaz de dotar de coherencia el texto resultante e ir salvando de consuno los escollos inherentes a toda labor de restitución. Sobre todo, cuando la lengua de partida, la cultura y la tradición a ella asociada es lejana o menos conocida de los traductores, el dialogo entre dos o más personas aún si no todo el equipo tiene la misma experiencia profesional en traducción o ninguna, o cuando lo integran poetas y traductores o escritores y traductores, puede aportar visiones enriquecedoras.

Siglos más tarde, célebres equipos de traductores literarios con impronta en la Historia de la Traducción al castellano, fueron los que formaron Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez , Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, y entre los nuestros –que conozcamos– no sabríamos pasar por alto el conocido trio que integraron en el 19, Juan Antonio Pérez Bonalde, Diego Vicente Tejera y José Martí, en Nueva York para traducir al irlandés Thomas Moore, cuyos resultados lamentablemente no sobrevivieron a los versores ni dejaron siquiera testimonios fehacientes del empeño. Y dando un descomunal salto en la historia, en afán de recuento, hallamos en nuestros días, los dúos de Jorge Yglesias y Alla Llorens, laureados por sus resultados en un Concurso Mundial de poesía convocado por la UNESCO en homenaje a Pushkin; de Jacques Bonaldi y Doris Gutiérrez quienes como Roberto Blanco y Nancy Morejón llevaron a las tablas los frutos de su trabajo en el primer caso sobre Jean Génet y Marguerite Yourcenar y en el segundo, sobre el teatro del caribeño Aimé Cesaire, y la pareja de traductores que integran Jesús David Curbelo y Susana Haug a quienes debemos no pocas traducciones de valía. A cuatro manos también, con un desfase de casi un siglo entre uno y otro empeño, cabe apuntar que una servidora completó recientemente –con los segmentos que el autor fue incorporando a lo largo de los años al Cahier d’un retour au pays natal– , la traducción que un siglo atrás había realizado Lydia Cabrera al español de la versión primigenia de ese poema fundacional de Cesaire. O el completamiento que hiciera en nuestros días el peruano Ricardo Silva Santiesteban a la traducción decimonónica de "Anabel Lee" de Edgar A. Poe de nuestro José Martí. Y seguramente hay otros ejemplos que involuntariamente escapan a mi evocación.

La traducción a español pues, de Ferdydurke, del polaco Witold Gombrowicz, considerado uno de los maestros del modernismo europeo, una obra que sorprende por su insólita manera de manejar el idioma, nos introduce de primera mano en un singular taller de traducción que coloca al lector de cara a una forma nueva y distinta de lectura como propuesta colectiva de un Comité de los que hoy en la jerga internacional llamaríamos ad hoc, que se reuníó en el café Rex de la capital argentina para jugar ajedrez y de paso trabajar en ese libro que ya había conocido una primera edición en su país en 1937 en un momento político difícil.

En el Prólogo a la edición castellana, que corrió a cargo de la editorial Seix Barral (Barcelona, 1976, 230 p.), Gombrowicz, quien se proponía con Ferdydurke sustentar el criterio de que la inmadurez es la fuerza que está detrás de nuestros esfuerzos creativos, así lo declara: “La necesidad de encontrar una forma para lo que todavía está inmaduro, sin cristalizar y subdesarrollado, (…) este es el principal motivo de mi libro". Asistido por Ernesto Sábato en la redacción, toda vez que su manejo del español era muy precario, sigue la tradición de los testimonios introductorios que suelen brindar los autores a un texto dado a la estampa por primera vez en una lengua distinta de la del original, y proporciona cumplidas noticias sobre su gestación:

"Esta traducción fué efectuada por mí -declara el polaco- y sólo de lejos se parece al texto original. El lenguaje de Ferdydurke ofrece dificultades muy grandes para el traductor. Yo no domino bastante el castellano. Ni siquiera existe un vocabulario castellano-polaco. En estas condiciones la tarea resultó, tan ardua, como, digamos, oscura y fué llevada a cabo a ciegas –sólo gracias a la noble y eficaz ayuda de varios hijos de este continente, conmovidos por la parálisis idiomática de un pobre extranjero.
La realización de la obra se debe ante todo a la iniciativa y el apoyo de Cecilia Benedit (…), a la cual deseo expresar mi mayor agradecimiento.
Bajo la presidencia de Virgilio Piñera, distinguido representante de las letras de la lejana Cuba, de visita en este país, se formó el comité de traducción compuesto por el poeta y pintor Luis Centurión, el escritor Adolfo de Obieta, director de la revista literaria Papeles de Buenos Aires y Humberto Rodríguez Tomeu, otro hijo intelectual de la lejana Cuba. Delante de todos esos caballeros y gauchos me inclino profundamente. Pero, además, colaboraron en la traducción con todo empeño y sacrificio tantos representantes de diversos países y de diversas provincias, ciudades y barrios, que de pensar en ello no puedo defenderme contra un adarme de legitimo orgullo. Colaboraron: Jorge Calvetti, Manuel Claps, Carlos Coldaroli, Adán Hoszowski, Gustavo Kotkowski y Pablo Manen (pacientes pescadores del verbo), Mauricio Ossorio, Eduardo Paciorkowski, Ernesto J. Plunkett y Luis Rocha (aquí se juntan Brasil, Polonia, Inglaterra y la Argentina), Alejandro Russouich, Carlos Sandelin, Juan Seddon (obstinados buscadores del giro adecuado), José Taurel, Luis Tello y José Patricio Villafuerte (eficaces e intuitivos). Debo también eterno agradecimiento a un simpatiquísimo señor, ya de edad, y muy aficionado al billar, que en un momento de feliz inspiración me procuró la palabra 'remover' de la cual me había olvidado por completo. Tengo que agradecer –¡por Dios!– a todos esos nobles doctores en la 'gauchada', y a los criollos les digo sólo eso: ¡viva la patria que tiene tales hijos! Si a pesar de un número tan serio de colaboradores el texto castellano tuviese alguna falla proveniente, no de las insuperables dificultades de la traducción, sino del descuido, esto se debería, creo, al exceso de amenas discusiones que caracterizaba las sesiones, realizadas casi todas en la sala de ajedrez de la confitería Rex bajo la enigmática y bondadosa sonrisa del director de la sala, maestro Paulino Frgdman.
¡Me alegro que Ferdydurke haya nacido en castellano de tal modo, y no en los tristes talleres del comercio libresco!..."

No es casual que Piñera haya accedido –posiblemente de buena gana, a pesar de no conocer la lengua polaca,- a incorporarse y hasta a liderear el proyecto de traducción del disparatado bildungsroman surrealista de Gombrowicz, más allá de su estrecha amistad con el autor y, desde luego de sus dotes o vocación como mediador lingüístico. El autor le había puesto en las manos un libro en apariencia sencillo, optimista, pero que escondía un ataque frontal a las formas literarias en uso. Era difícil que los traductores rechazaran un proyecto que les acercaba de tan sugerente manera a la modernidad literaria de otra cultura - No saber polaco por supuesto no era una limitante ni para él ni para el resto del equipo que trabajó en la traducción bajo sus orientaciones, puesto que estaban partiendo de un borrador que su gestor les iba dando entre alfiles y caballos, escrito en un engendro intermedio que al no ser ni polaco ni castellano, carecía de la estabilidad de una geografía y una historia, y que al decir de Piglia, “parece una lengua futura”, pero era la de Gombrowicz.

Estoy refiriéndome hasta ahora a la motivación metalingüística que para Piñera puede haber tenido incorporarse al proyecto de un autor interesado en la identidad y en la manera como el tiempo y las circunstancias, la historia y el lugar imponen una determinada forma –hasta parecer insensible, burlona e incluso brutal– a la vida de su personaje protagónico quien más allá de su inexperiencia e inmadurez, se siente sin embargo, libre para deleitarse en el deseo. Y por supuesto, cabría hablar de la impronta que la obra y la personalidad del polaco pudo haber dejado en el escritor Virgilio Piñera en estos años argentinos, pero también cabría sospechar que se produjo una retroalimentación entre dos proyecciones creadoras; vale decir, destacar la influencia que Virgilio ejercería en Gombrowicz lo cual no me parece una observación desencaminada.

Si echamos una brevísima mirada al articulo critico que Eduardo Berti dedica a Piñera en el diario La Nación de Buenos Aires (mayo 6 , 2001) donde destaca el tratamiento que el cubano suele dar a sus temas donde la presencia de lo satírico, lo extraño, lo absurdo o lo cruel, lo posiciona hombro con hombro con el polaco y cuyos personajes por lo regular, también transitan por la marginalidad o la incomprensión al enfrentar o tolerar de manera peculiar determinadas sociabilidades, comprobamos que la empatía entre ambos autores es más que una hipótesis. . "Tú me has descubierto en la Argentina", dijo el polaco, quien consideró a Piñera "jefe del ferdydurkismo sudamericano". E incluso cuando Piñera publica los Cuentos fríos, en 1952, Gombrowicz declara en un prefacio entusiasta: "Piñera quiere hacer palpable la locura cósmica del hombre que se devora a sí mismo mientras rinde tributo a una lógica insensata ".

Una breve evocación de la trama de las dos obras –en original la una y en traducción la otra, bastan para establecer vasos comunicantes entre autores y creaciones:

En su primera novela, La carne de René, publicada en Buenos Aires por Losada en 1966, el cubano narra las desventuras de un joven (René) que al cumplir los 20 años es obligado a sacrificarse por mor del dolor y morbosa complacencia de Ramón, su padre, un sádico de la "Causa" de la carne que en su oficina tiene como gigantesco detente un óleo del martirio de San Sebastián, y que no siente escozor alguno en su conciencia cuando inscribe a su hijo en una escuela dirigida por un tal Mármolo, donde el padecimiento empieza con las lentejas.

Por parte del autor polaco, en Ferdydurke su protagonista, José Kowalski, a punto de cumplir los 30 años decide que ya es hora de madurar, de ser un adulto y de comportarse como tal. Así las cosas, recibe empero, la visita de un pedagogo amigo, quien le lleva de vuelta a la escuela. Allí, se opera su transformación ¿involutiva? de hombre treintañero a chico adolescente. en un ambiente absurdo y surrealista, prolijo en hazañas cómicas y eróticas donde los jóvenes llevados por los impulsos vitales de la edad, buscan ser adultos sin serlo, u optan por la inmadurez permanente no desprovista sin embargo, de seriedad filosófica.

Ahora, me permito entrar algo más en los análisis de la lengua de la traducción propuestos por el grupo virgiliano:

Para ello me sirvo –por supuesto, con idea de carambola de billar– del texto: “Prefacio al Filidor forrado de niño”, que aparece en el capitulo 145 de la novela Rayuela, donde su autor, Julio Cortázar, da cabida por cierto, a un fragmento de la traducción española de Ferdydurke, con el propósito más que evidente de convertir la propuesta estética que el autor polaco plantea en el segmento semi-conclusivo que reproduce, en un tiro de flecha al aire provocador y polémico; Esas, pues, son las fundamentales, capitales y filosóficas razones que me indujeron a edificar la obra sobre la base de partes sueltas (1 )tratando al hombre como una fusión de partes de cuerpo y partes de alma, mientras que a la humanidad entera la trato como a una mezcla de partes. Pero, si alguien me hiciese tal objeción: que esta parcial concepción mía no es en verdad ninguna concepción, sino una mofa, chanza, fisga y engaño, y que yo, en vez de sujetarme a las severas reglas y cánones del Arte, estoy intentando burlarlas por medio de irresponsables chungas, zumbas y muecas, contestaría que sí, que es cierto, que justamente tales son mis propósitos. Y, por Dios —no vacilo en confesarlo—, yo deseo zafarme tanto de vuestro Arte, señores, como de vosotros mismos, ¡pues no puedo soportaros junto con vuestro Arte, vuestras concepciones, vuestra actitud artística y todo vuestro medio artístico!

Aparte del interés de las consideraciones estéticas, el segmento ilustra también propuestas puntuales del trabajo de mediación lingüística, por ejemplo; la elección de los grupos de sinónimos: “mofa”, “chanza”, fisga”, engaño” y “chungas”, “zumbas”, “muecas”, que unas veces corresponden a los usos cultos y otras a formas populares de un español más extendido y desde luego, el uso del pronombre personal “vosotros” por “ustedes” y del posesivo “vuestro” por “suyos” y las formas verbales correspondientes, son marcas concesivas del texto traducido al castellano ibérico.

Otros acercamientos a la prosa de Gombrowicz por ej. la alternancia en los niveles de lenguaje, se iluminan en el párrafo final de la traducción con toda la fuerza de la “utopía verbal” que resultó la propuesta de nuestros “trujamanes y permiten apreciar el juego lexical en “facha” “fachada”, “fachendos”;

"¡No, no me despido de vosotras, extrañas y desconocidas fachadas de extraños, desconocidos fachendos que me vais a leer, salud, salud, graciosos ramilletes de partes del cuerpo, ahora justamente que empieza! Llegad y acercaos a mí, comenzad vuestro estrujamiento, hacedme una nueva facha para que de nuevo tenga que huir de vosotros en otros hombres, y correr, correr, correr a través de toda la humanidad. Pues no hay huida ante la facha sino en otra facha y ante el hombre podemos refugiarnos sólo en otro hombre. Y ante el culito ya no hay ninguna huida. ¡Perseguidme si queréis! Huyo con mi facha en las manos."

Para Gombrowicz la forma en que se hacen o dicen las cosas, la forma de situarse, posar, mirar, gesticular…es la parte más esencial del individuo, la forma con la que se circula por la vida, la “facha” según la propuesta de equivalencia de sus traductores , es esencial en el entendimiento humano

Al parecer la recepción más inmediata de los lectores hispanoparlantes no fue del todo benevolente con esta aventura mediática que algunos tildaron de mero tejido de sustantivos y de collage intelectual. Otros criticaron el manejo imputable a los traductores de la prosa exagerada, repetitiva del polaco al decidir multiplicar las equivalencias léxicas y reiterar obsesivamente una y otra vez ciertas palabras, ideas o exclamaciones, quizás siguiendo la idea que el propio Gombrowicz avanza al poner en boca de unos jóvenes: “repite! , repite!, por la repetición se crea la mitología”.

Por ejemplo, en el caso de pupa, un sustantivo que en el texto original figura como tal en contextos disímiles, el grupo virgiliano decidió declinar la palabra culo en castellano como equivalente, desdoblándola en culito, cuculito, cuculazo, cucucú, cuculí, cuculucho, cuculandrito, cuculeíto, cuculeco, lo cual la traducción por ejemplo, a inglés realizada años después, 2 no osa hacer. La versión castellana propone también los usos del diminutivo y el aumentativo castellano, tan frecuentes en nuestra lengua y tan ausentes en otras.

Desde luego que a Virgilio Piñera como traductor –una profesión que lo ocupó en múltiples ocasiones a lo largo de su vida–, debemos ejercicios individuales que nos han quedado plasmados en las importante revistas en que colaboró, en las publicaciones del Instituto del Libro donde tradujo varios años sobre todo del francés, desde luego en Argentina, laborando como traductor, corrector de pruebas y revisor en el Consulado de nuestro país. En Buenos Aires. residió en varios períodos de su vida con interrupciones desde 1946 hasta 1958 y desde allí se desempeñó como corresponsal de Origenes y frecuentó a escritores de capillas diferentes, incluso antagónicas: Borges, Bianco, Girondo, Macedonio, Sábato, Mallea que ejercieron grandes influencias en su formación como escritor. Borges por ejemplo, fue el primero en publicar en Argentina un cuento suyo en la revista Anales de Buenos Aires de mayo de 1947 y dio cabida a su obra también en la mítica Sur.

Para terminar esta somera y menos conocida contribución a los abarcadores estudios que ya se han hecho en Cuba sobre la vida, la obra y el contexto de Piñera, permítaseme una especie de ejercicio de introspección a propósito de la inclusión que hace Cortázar en Rayuela del fragmento de la traducción de Gombrowicz, que me da pie para reflexionar en tangencias de destinos que incluso alcanzaron a Piñera aunque con otras facetas, en los últimos años de su vida. Tanto Cortázar, como Gombrowicz fueron exilados, y como Piñera, viajeros . La inserción en patio ajeno con frecuencia coloca a un creador en las fronteras de territorios –utilizado el vocablo en su sentido más amplio- con cuyo escenario y entorno hasta un cierto momento de su vida una relación familiar. La sensación de extrañamiento consecuente que muchas veces se asocia a imperativos sociopolíticos incuestionablemente suele operar también –positiva o negativamente– respecto del posicionamiento en la literatura de alguien que se ubica como autor. En este plano del análisis, tampoco puedo evadir la tentación de comparar las motivaciones y consecuencias de la travesía que realizara la nave que llevó al polaco a puertos argentinos con la que en su momento trajo de vuelta desde Francia a nuestro Wifredo Lam a las playas de las islas del Caribe antes de echar ancla en su tierra natal, o al propio Aimé Cesaire, hermenéuticas que tan profunda huella dejaron en la vida y la producción de estos creadores.

Notas:
1. La traducción de la versión inglesa se debe a Danuta Borchardt con prólogo de Susan Sontag.
2. Hay tres segmentos en el libro separados por una larga digresión supuestamente independiente, suerte de “prefacio a la manera de Gombrowicz”, que vienen a ser como reflexiones sobre la creación literaria, el arte, la filosofía en relación con las visiones de la sociedad y la cultura reinante.

lunes, 8 de junio de 2009

Inventarse el mundo a su medida


Poeta,traductor y periodista, el argentino Jorge Aulicino escribió esta verdadera toma de posición respecto de la traducción de poesía –que mucho tiene de arte poética– para el dossier dedicado a la traducción del Diario de Poesía (Nº 10, primavera de 1988)

Elogio de la traducción

El problema de la traducción se me presentó cuando alguien dijo ante mí lo que seguramente había escuchado de otro, quien lo leyera en alguna parte: que aquél que no domine tres o cuatro lenguas está inhabilitado para la poesía. Se me dijo que todo gran poeta tiene otro idioma, uno por lo menos, además del natal.
Se me ocurrió argumentar que eso no es más que un dato estadístico: que la mayor parte de los poetas conocidos y considerados atendibles tenga otro idioma además del natal, no prueba nada en sí mismo. Dije incluso que se podía escribir buena poesía conociendo muy bien la lengua propia y tomando por originales las versiones de poemas de otras lenguas que a uno le entusiasmen. Rieron en mi cara. Dijeron que tomar por originales las versiones de poemas de otras lenguas me colocaría siempre en posición peligrosa. Que, aunque yo no pudiera darme cuenta, la poesía traducida no es la misma poesía que escribió el autor en su lengua y, casi casi, ni siquiera es poesía. Se me advirtió que algo serio podía perturbar mi relación con la lengua si me entusiasmaba demasiado con los fantasmas danzantes de otras lenguas. Por ejemplo: podía emprender una crítica de mi propia lengua desde esos testimonios fantasmales de otras literaturas. Una crítica que carecería de sentido, porque, ¿en nombre de qué inglés -por ejemplo- yo podría decir que el castellano es adiposo o hiperadjetivo? Reconozco que este argumento tiene cierta sutileza. Me parece que no podría decir tales cosas del castellano en nombre del inglés –puesto que sé muy poco de inglés–, pero de todos modos podría decirlas. Y queda sin contestar ni demostrar que las versiones al castellano de poemas de otras lenguas no puedan tomarse por poemas sólo por su condición de versiones.
De todos modos, caí en pesadumbre. Hubieron de ilustrarme las controversias de los traductores, supuestos baqueanos de otros idiomas, acerca del beneficio dudoso que me reportaría el reemplazarlos en su trabajo.
Había hecho ya de mí un personaje resignado a ser, a lo sumo, un buen poeta barrial, pero dada mi escasa dedicación a ese trabajo, comencé a plantearme dos cuestiones: ¿es posible seguir hablando de traducción? Y sobre todo, ¿resulta o no legítimo dejarse impregnar por las versiones de poetas de otros idiomas que a uno parecen entusiasmarlo? Vamos a ver, me dije. Y fui a ver. Un siglo atrás, Bartolomé Mitre, a quien llamaban "el loco" –y bien simpático que lo hace el mote– tradujo La divina comedia, de Dante Alighieri, de manera tal que hasta el más ignorante de la lengua original (el toscano) proclamó la versión por lo menos abominable. Pude escuchar el original recitado. Comprendo bastante algunos cantos de la Comedia; alcanzo a darme cuenta qué cosa es la obra en su idioma original. Sin embargo, no me hace tanto escozor la versión de Mitre. El "loco" hizo algo pasible dé ser gustado en su época. Yo diría casi en el nivel popular. Pasó a un lenguaje literario en boga entonces, y que presentía el modernismo de Rubén Darío, una obra que en definitiva había sido escrita en el lenguaje de su tiempo y sobre todo para ser gustada. La versión de Mitre huele a canto. ¿Me importa cuántas veces suena cursi o traiciona el sentido del original sacralizado, que por su parte muchas veces se retuerce para satisfacer la eufonía?
Escuché más tarde, leído por buenas voces según creo, "El cuervo" de Edgar Poe. Ya saben: es un modelo de musicalidad. Basta escucharlo, sin saber un pepino de inglés, para comprender dónde está lo exaltador del poema. No hace falta leer el análisis que hizo Poe de su propia obra -que vendió como reglas previas y meditadas de composición- para darse cuenta de que toda la gravedad del asunto descansa en el sonido de la palabra more.
Más tarde aun leí "El cuervo" en distintas versiones que me hicieron pensar nuevamente en la terrible desgracia de no comprender muy bien el inglés. Hasta que encontré la clásica traducción de Pérez Bonalde, aquella que comienza: "Una fosca medianoche, cuando en tristes reflexiones/ sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones" y debo decir que la disfruté enormemente. Y no sé si su musiquita y la sucesión de arcaísmos, y aún la barbaridad de utilizar la palabra avechucho para que rimara con mucho, dista del efecto general que un poema, escrito en cualquier lengua, debe provocar para ser considerado un objeto de ese orden.
Mitre, Pérez Bonalde hicieron, supongo, una poesía elemental, donde la infatuación de los términos contrasta con el infantilismo de la rima. Pero me pregunto si la rima no es siempre un recurso infantil, primitivo. Sí, sé que uno lee a San Juan de la Cruz y se deslumbra por el equilibrio de sentido y sonido; supongo que eso no se puede traducir a otro idioma sin alterar o el sentido o el sonido. Paul Valéry dice haber descubierto a un monje que logró el efecto sonoro de San Juan de la Cruz en una versión francesa. Alterando la métrica, cambiando el sentido, recreando. Muy bien, pero, ¿importa haber leído a Dante o Poe en versiones llamémosle de tabernas? Estas recreaciones de Poe y Alighieri, ¿son o no son poesía?.
No pretendo defender ninguna traducción, sino ciertas obras que tengo ante mi vista: esas obras que firman Pérez Bonalde y Bartolomé Mitre. Además, ¿qué pasa cuando Rubén Darío escribe: "Era un aire suave de pausados giros, / el hada armonía ritmaba sus vuelos"? ¿Botamos a Darío por saber que giros inevitablemente va a rimar con suspiros y que vuelos no puede sino buscar un sonido semejante -dada la atmósfera del poema- en algo así como violonchelos? ¿Nos caemos de la silla cuando Quevedo rima postrera con lisonjera? ¿Qué invento, qué perfección esperamos de la rima? Una computadora nos revelaría que el número de sus combinaciones es limitado y, sin computadora, podemos comprobar que los sustantivos adjetivados promueven sus formas más fáciles y que la poesía del Siglo de Oro no hace ascos a esos facilismos. La fórmula perfecta de San Juan –una eufonía discreta basada en recursos simples y previsibles–, no elude la cuestión de que lo importante, aún en él, puede ser el sentido. ¿Qué podría yo lamentar de una versión de Darío al inglés? ¿Que no se mantenga la rima de giros con suspiros? Allá ellos. Me resultaría grato, claro, que un traductor les dé a los ingleses una versión poética que funcione con la necesaria autonomía del texto que la generó.
Ajustado a esto, a este valor de la versión como obra, diré que "Las flores del mal" es un libro menor, muy irregular. Hablo del libro firmado por Nidya Lamarque y publicado por la editorial Losada.
Es legítimo, concluyo, dejarse impregnar por las versiones de poesías de otra lenguas en tanto esas versiones nos venzan. Somos grandes traductores y escribimos -como a veces nos dicen- poesía de traducción. Nos hemos dedicado a esa tarea mucho más que otros poetas de habla hispana: [Girri = Wallace Stevens, Williams, Lowell, Hopkins, Eliot; [Alonso = Ungaretti, Pavese, Pessoa]; [Armani = Montale, Pavese, Quasimodo]; [Borges = Whitman]; [Wilcock = Eliot]; [Molina y Girondo=Rimbaud]; [Lila Guerrero = Maiakovsky ]; [Juan Antonio Vasco = e.e. cummings]; [Kovadloff = Pessoa, Ferreira Gullar]... Construimos heterónomos: leímos a Stevens sabiendo que era un invento de Girri; a Rimbaud como personaje de Oliverio y Molina... Otras versiones nos parecieron inferiores, nos alejaron del poeta, no nos parecieron obras, sino simple acto administrativo. Montale es una afortunada creación de Armani y, Pasolini, un gran personaje de Rodolfo Alonso. Hago justicia con un español: Jorge Guillen, que hizo poesía con Valéry.
Resulta evidente que mencioné poetas, no traductores, pero es independiente de su calidad de poetas en sus propias obras lo que hayan logrado con las de sus traducidos. No quiero saber si Eliot fue poeta en su tierra por razones diferentes a las que nos muestran las versiones de Wilcock y Girri. Me dicen que Stevens utilizaba la rima... ¿Me importa? Creo que no. Villon no fue poeta para mí hasta que lo tradujo Rubén Reches. ¿Es de naturaleza más real el Villon de Reches que el Sidney West inventado directamente por Juan Gelman?
Afortunadamente, entre nosotros, la traducción de poesía estuvo casi siempre a cargo de poetas que supieron ser tales al traducir. Octavio Paz, en cambio, demuestra que puede dejar de ser poeta en absoluto en algunas traducciones. Celebro haberme formado con magnífica obras de poesía debidas a autores que se enamoraron de poetas de otras lenguas, leyéndolos en sus originales. No creo que esto haya alterado mi percepción de la respiración y el ritmo de la poesía en mi propia lengua. Cada vez que una traducción me sedujo, fue porque hablaba el mismo idioma que yo buscaba en mis contemporáneos en mi misma lengua. Se me ocurre que quienes postulan leer en idioma original como única alternativa a los problemas equívocos de la traducción, hablan con la voz de la Academia, del gracejo español y del imperialismo retórico y retrógrado. Gracias a Dios, este fue un país que tradujo: reescribió la cultura de su tiempo y dejó para otros la pedantería provinciana de la rima bien lograda que menosprecia el trabajo intenso en el terreno del sentido. Y encontró allá lo que también busca acá. Quizá por eso Borges no se molestó en traducir la obra de poetas ingleses que manifiestamente admiraba: era mejor, supuso, escribir como ellos. Otros, menos mal, nos inventaron poetas, hasta el punto de crear la ilusión de que aquí leímos poesía francesa, inglesa o italiana como el que más. Celebro esto en mis maestros. La Argentina es, en parte gracias a ellos, un país cuyo signo nacional está en su capacidad de inventarse el mundo a su medida. Por eso, es un país que culturalmente existe.

domingo, 7 de junio de 2009

Cuando Poe llegó al castellano



En el tercer número –todavía en preparación– de la muy amena 1611. Revista de Historia de la Traducción, puede leerse "Sobre la primera traducción de Edgar Allan Poe al castellano", un artículo del traductor y crítico español Juan Gabriel López Guix (foto), donde se retrotrae la cronología fijada por el estadounidense John E. Englekirk para el autor de "El cuervo" en nuestra lengua a la traducción de una versión francesa, debida a Charles Baudelaire. Quienes deseen consultar esta investigación pueden hacerlo en http://www.traduccionliteraria.org/1611/art/lopezguix2.htm

Una nueva traducción de Joyce


Probablemente uno de los mayores especialistas en Joyce de Latinoamérica, el narrador, ensayista y crítico argentino Carlos Gamerro le ha dedicado muchos años de estudio y no pocos artículos. El que se reproduce a continuación fue incluido en El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos (Buenos Aires, Norma, 2006).

El Ulises en español

El siglo XX no quiso despedirse sin una nueva traducción al español de su novela más representativa, el Ulises de Joyce. Esta versión, realizada por Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas tras siete años de trabajo (“tantos como empleó el autor en escribir el libro” anuncian no sin patetismo en el prólogo), viene a sumarse a las dos ya existentes, la argentina de J. Salas Subirat (1945) y la también española de J.M. Valverde (1976, corregida en 1989).

Cuando de una obra como el Ulises se trata, la traducción forma parte de la historia de la literatura y la lengua de un país, tanto como su literatura en lengua original. En la literatura argentina del siglo pasado la huella del Ulises puede rastrearse en las lecturas y traducciones parciales de Borges, en la rabia de Arlt que no podía leerlo, en el primer Ulises porteño (el Adán Buenosayres de Marechal), en marcas diversas sobre los textos de Puig, Rodolfo Walsh, Ricardo Piglia, Luis Gusmán, etc. La literatura argentina siempre fue buena lectora del Ulises, así como la brasileña lo es del Finnegans Wake (que entre nosotros poca huella ha dejado). La versión de Salas Subirat es entonces parte de nuestra historia literaria, y de las tres ahora existentes sigue siendo mi favorita, a pesar de la por momentos apabullante profusión de errores y erratas que desfigura cada una de sus páginas. ¿Cómo justificar preferencia tan perversa? ¿Será, simplemente, un prejuicio a favor del español rioplatense hacia el cual se inclina nuestro traductor? Posiblemente. Es un lugar común hablar de la fealdad de la mayoría de las traducciones hechas en España, especialmente cuando el argot asoma. Siempre me he preguntado por qué me deleita encontrar, en una obra literaria, modismos mejicanos, peruanos, colombianos y me ponen los pelos de punta los españoles. ¿Un caso de inconsciente, atávica hermandad latinoamericana? No. Más bien, una cuestión de respeto. El argot español es guarango, no por procaz, sino por prepotente. Para los traductores españoles eso que arrojan sobre la página no es su dialecto, es la lengua, así sin más - dialecto es lo que hablan los otros, nosotros. (Ocho siglos de historia, una serie de conquistas imperiales y el inquisitorial Diccionario de la Real Academia respaldan ese permanente hábito de descortesía). España no sabe de hermandad, sino de maternidad; el traductor latinoamericano en cambio es consciente de estar traduciendo para una comunidad de hablantes heterogénea, y es más cauto a la hora de endilgarle sus formas locales a los lectores extranjeros. Un argentino no traduce a vos, sino a tú, y no satura de lunfardo portuario el habla de japoneses, egipcios o irlandeses. Todo esto por supuesto no se aplica a la literatura en lengua original, donde cada región lingüística tiene el derecho (algunos dirían, el deber) de prodigar las formas locales, pero en la traducción es un signo de descortesía que va de la mano con una política de mercado que impone los textos propios e ignora los ajenos. La delusión imperial, inevitablemente, resulta en una lengua provinciana.

Esa es, quizás, la principal molestia que surge de la lectura del nuevo Ulises: García Tortosa insiste con el argot propio más aun que su predecesor y compatriota, y aun lo justifica, inocentemente, en el prólogo: “la informalidad del lenguaje y las expresiones deslenguadas de los clientes han de ser las de un grupo de amigotes españoles en idénticas circunstancias.” ‘¿Y por qué no?’ dirá el lector de esta nota. ‘Si los ecuatorianos quieren su Ulises, nadie les impide traducirlo’. Quizás a esta altura haga falta aclarar que el Ulises original está escrito, no en una lengua o dialecto, sino en la tensión entre una variante desprestigiada (el inglés de Irlanda) y otra dominante (el inglés británico imperial) – relación que puede compararse, aunque no homologarse, a la que existe entre el español de España y el de los demás países de habla hispana. Una traducción española, entonces, necesariamente invertirá esta tensión, o, como sucede en las dos versiones existentes, la ignorará. En teoría, una traducción latinoamericana del Ulises deberá ser más fiel al original que una española. Lo cual puede comprobarse en la versión de Salas Subirat, que reproduce en todas sus imperfecciones el tironeo del original: se pasa de formas dialectales argentinas, o latinoamericanas, a formas reconociblemente peninsulares: vacilante, políglota, revuelta: esa es la fricción que enciende el inglés del Ulises, y que hace que el español de nuestro Ulises criollo (no en el sentido de argentino, sino de creole) posea algo de la misma vitalidad.

La traducción de Valverde tiene menos errores que la de Salas Subirat, sin duda, pero también menos aciertos, y la nueva profundiza esta distinción. A favor del Ulises de García Tortosa se puede decir que no hay, casi, errores de interpretación o lectura de la obra de Joyce – lo cual, dada la profusión de obras críticas, y libros de notas como Allusions in Ulysses de Thornton Weldon y Ulysses Annotated de Gifford, serían imperdonables. Un rasgo clave del Ulises es lo que García Tortosa llama referencias cruzadas, las mismas palabras que aparecen repetidas en contextos diferentes, y que como los leitmotive dependen, para surtir efecto, del reconocimiento del lector. Salas Subirat y Valverde frecuentemente olvidan que una frase ha aparecido antes, y la traducen con palabras diferentes, anulando así para el lector toda posibilidad de reconocimiento. Gran parte de los errores cometidos por Salas Subirat se deben al estado todavía precario de la exégesis joyceana en los años ’40 (los cometidos por Valverde, quien entre otras cosas insiste en situar a ‘Bloomsday’ un 4 de junio, no tienen, por lo mismo, excusa alguna). G. Tortosa, además, por primera vez traduce realmente el capítulo 14. Este fue escrito por Joyce imitando los principales estilos de prosa inglesa, desde los anónimos anglosajones hasta Dickens y Carlyle. La nueva traducción nos ofrece un recorrido parejo y excitante por la historia de la prosa española “desde el rey Alfonso X el Sabio hasta Pequeñeces del Padre Luis Coloma”. La elección puede ser discutible (¿Hablar de la conquista de Irlanda en el inglés de Swift, da igual que hacerlo en el español de Quevedo?) pero es osada, mucho más que el español inespecíficamente arcaico intentado en las versiones anteriores. Otras elecciones de la nueva (traducir apodos, que nos dan a Boylan Botero y Napias Flynn, o topónimos, dando ‘promontorio del Rebuzno’ por ‘Bray Head’), pueden ser discutibles, pero entran en el terreno de las opciones válidas, más que de los errores flagrantes. Lo mismo puede decirse de la decisión de traducir las palabras dobles como tales: a pesar de resultados dudosos como diosespeces, blanquiamontonado, colorcortezacacao, degomaplenas, los traductores se juegan a hacerlo sistemáticamente, y recuperar, para la traducción, algo del coraje experimental del original.

¿Condena entonces la nueva versión a nuestro querido y pionero Ulises criollo a la extinción? Sí, salvo que alguna editorial local asuma la tarea de hacer corregir los errores evidentes, y de paso incluir las mínimas notas necesarias. Otra opción, para terminar de una vez por todas con polémicas como ésta, implicaría hacer real, en la traducción, lo que el original exhibe de manera virtual: en el Ulises cada capítulo es tan distinto de los otros que parece escrito por un nuevo autor, y cuando se dice de un escritor que ha sido influido por el Ulises, se está diciendo en realidad que ha sido afectado por alguno de sus capítulos. ¿Por qué no encarar entonces un meta-Ulises donde cada capítulo sea traducido por el autor cuyos efectos mejor asimiló? Como la propuesta es por ahora utópica, didácticamente y a título de ejemplo propongo un dream-team de vivos y muertos, con J.C. Onetti para la amargura del capítulo 1, Julián Ríos para el babélico 3, Borges para el ultraliterario 9, Rodolfo Walsh para la política irlandesa del 12, Manuel Puig para el folletín del 13, Guillermo Cabrera Infante para el ya mencionado 14 (anticipado en la sección ‘La muerte de Trotsky’ de su novela Tres Tristes Tigres), Ortega y Gasset para el rimbombante y engolado 16... Esta promiscua e incestuosa mezcla, esta Caín y Babel de textos hermanados nos daría, seguramente, la versión más apartada del texto original, y probablemente la más cercana al sueño de su primer autor.

sábado, 6 de junio de 2009

Tercera reunión del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires


La tercera reunión tuvo lugar el viernes 5 de junio, con la presencia de Jonio González, jefe del Departamento de Traducción de Ediciones B, de Barcelona. Durante el transcurso de la charla, Jonio comentó las modalidades según las cuales se contratan los trabajos de traducción en España, informando sobre las tarifas y el tipo de vínculo legal que existe entre la editorial y los traductores. Ejemplificó sobre todo tipo de casos y, asimismo, comentó la importancia que había tenido la ACEtt –que es la asociación fundada en 1983, con el objeto de defender los intereses y derechos jurídicos, patrimoniales o de cualquier otro tipo de los traductores de libros– y refirió cómo ésta y otras instituciones similares se habían convertido en interlocutoras de las empresas editoriales. Los traductores presentes hicieron todo tipo de preguntas sobre el tipo de contratos que se firma en España, sobre la duración de los mismos y sobre otros temas afines. Por último, hubo espacio para hablar sobre la labor de los correctores de estilo y las múltiples funciones que han debido cumplir en los últimos años.

Jonio González nació en Buenos Aires en 1954. En 1982 emigró a Barcelona, ciudad donde todavia reside y donde escribe sobre jazz y literaturas de género para diversos medios españoles. Formó parte del grupo Onofrio de Poesía Descarnada y, junto con Javier Cófreces, fundó la revista de poesía La Danza del Ratón. Publicó Los exorcismos (Buenos Aires, sin mención editorial, 1973), El Oro de la República (Buenos Aires, Ed. de la Claraboya, 1982), Muro de máscaras (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1987), Cecil (Buenos Aires, Utopías del Sur, 1991), Ultimos poemas de Eunice Cohen (Barcelona, Plaza y Janés, 1999) y El puente (Emboscall, Vic, 2001, y Buenos Aires, Ediciones En Danza, 2002). Asimismo, tradujo Tres mujeres, de Sylvia Plath, y El asesino y otros poemas, de Anne Sexton.

viernes, 5 de junio de 2009

¿La edad de la razón?


El 4 de julio de 2003, el narrador y traductor argentino Andrés Ehrenhaus escribió una columna para El Trujamán, en la que reflexiona sobre las diferentes etapas por las que atraviesa la visión crítica de un traductor sobre las traducciones ajenas, a medida que progresa en el oficio. Tal vez valga sea oportuno reproducir esas reflexiones en este blog.

Esos otros que están ahí
Es curioso el efecto que provoca el prolongado ejercicio de la profesión en la mayoría de nosotros. No hablo ya de los azotes físicos, como el desgaste de la vista o la demolición de la espalda, ni de los económicos, que mejor ni enumerarlos. Me refiero a las secuelas intelectuales y, entre ellas, a una en particular: la lenta y trabajosa formación de una conciencia crítica de la traducción. Pero voy a hilar aún más fino. No es ninguna noticia que el primer lector (el primer corrector, el primer editor) del trabajo propio es uno mismo, y que, al revisarlo, el exceso de autocrítica es tan nefasto e inoperante como el de indulgencia. La búsqueda de ese punto medio ideal es cosa de cada uno y en muchas ocasiones depende de imponderables tan reales como la vida misma, de modo que no caeré en la pedantería de esbozar, en breves pero vibrantes líneas, un modo de uso de la conciencia autocrítica para los colegas. ¿Entonces? Entonces hablaré, en cambio, de la manera en que evoluciona nuestra (lo sé, estoy generalizando como un ¿cosaco?) visión crítica de las traducciones ajenas.

Cuando recién empezamos a darle la vuelta a los tapices y mostrar su envés, los enveses de los colegas más avezados son a nuestros ojos casi como los tapices mismos, de tan primorosos e inmejorables. Poco a poco, sin embargo, las horas que pasamos encorvados sobre paños de toda clase y algunas experiencias particularmente aleccionadoras van agriando nuestra admiración. Hay un momento, una época, quizás, que puede llegar más antes o más después, en la que todos los enveses que miramos tienen taras, nudos demasiado evidentes, flecos mal acabados, fallos estrepitosos de tinción y, en los casos más extremos, errores de urdimbre o trama. Es una época poco feliz. Tampoco nuestros propios esfuerzos salen bien parados de este neurótico control de calidad. El envés arquetípico, que antes se nos hacía inalcanzable, ahora nos resulta arduo, ríspido, nada suple: un objetivo poco edificante pero irrenunciable.

Luego llega la tercera etapa. No hay un plazo establecido para que llegue, pero llega. Tal vez de la mano de la certeza y el asombro, el día en que nos sorprendemos comentando a solas: «Esto que he traducido no está nada mal». Esta tercera etapa se caracteriza, quiero creer, por la indulgencia inteligente. No es que nos hayamos vuelto más blandos, qué va, cada vez somos más rigurosos, más detallistas. Quizá no hayamos aprendido a traducir como nos gustaría pero hemos aprendido cuánto cuesta obtener resultados aceptables, y eso nos vuelve más atentos, más sensibles. Ahora pocas traducciones ajenas, por mal que las hayamos juzgado, nos parecen desechables. En casi todas hay un hallazgo, un acierto, una idea, un recurso útil. De casi todas sacamos partículas esenciales y en casi todas vemos reflejado el enternecedor esfuerzo de un colega por aportar algo personal a ese torrente despiadado que todo lo arrastra en su paso hacia el mar donde todas las obras, traducidas o no, se confunden. Escribir, traducir, leer, soñar... Hay una calaña de traducciones, sin embargo, que no ofrece nada: la de las traducciones mezquinas, agazapadas, las que no han dado vuelta ningún tapiz sino que han recortado y pegado trozos de otros.

Ignoro si en una cuarta etapa esas también se perdonan.

jueves, 4 de junio de 2009

Seis fragmentos sobre la traducción



Los fragmentos que se transcriben a continuación corresponden a dos trabajos del poeta y traductor argentino Gerardo Gambolini. Algunos forman parte de la ponencia “Translating John McGahern”, leída en el II Seminario Internacional John McGahern –que tuvo lugar en Carrick-on-Shannon, Irlanda, 2008– y los otros al artículo que el autor firma en Problemas de la traducción (Buenos Aires, Libros del Rojas, 2005).


1-Difícilmente haya un traductor que no escuchara alguna vez aquello de traduttore, traditore, descargado contra su persona como una broma, como una crítica o simplemente como la frase hueca que es. Al menos en lo que respecta a la traducción literaria, es innegable que el traductor siempre comete una cierta traición. En realidad, quizás no sea una traición muy distinta de la que puede cometer el lector, y, muchas veces, el autor mismo. [...]
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2-El proceso que va del pensamiento a la expresión ocurre en un pasillo bastante oscuro. El mero hecho de abrir la boca es una forma de traducción. Y todos podemos distorsionar lo que interpretamos de la mente propia o ajena. En general, las palabras no reflejan claramente el pensamiento. Y el pensamiento en sí pocas veces es claro. Tanto para el escritor como para el traductor, le mot juste es más a menudo una aspiración que un logro concreto. [...]
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3-La bibliografía académica y erudita sobre el tema no es menos vasta que impráctica. Cuando apunta, como suele ocurrir, a demostrar la imposibilidad ontológica de la traducción (o, para el caso, del lenguaje o la comunicación entre humanos), no descubre nada nuevo. Pero el simple mortal que vive en Occidente agradece que alguien se haya tomado el trabajo de presentarle en su lengua los poemas de Li Po, Las Mil y Una Noches o aún las Sagradas Escrituras. Nada permite traducir fácilmente al castellano —y quizás tampoco al inglés— un título como The Importance of Being Earnest, pero es una suerte poder leer la obra en español si uno no está “condenado a hablar la lengua de Shakespeare”. James Joyce y el James Joyce de Salas Subirat no son el mismo escritor, sin duda, pero tienen un aire de familia.
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4-Pensemos en un músico de jazz que toca un standard: resaltará este o aquel matiz; agregará, omitirá, arreglará o adaptará algunas notas. De manera muy parecida a la de ese músico, el traductor hará su elección de palabras y formas para representar el discurso del autor en otro código. Para Baudelaire, los quaint and curious libros de viejas tradiciones de “El Cuervo” de Poe eran précieux et curieux; para Mallarmé eran curieux et bizarre. La traducción implica necesariamente una reescritura. La nueva molécula subordinada que emerge de ese proceso sintetiza forzosamente dos estéticas. Ese es el desafío y el riesgo. [...] Como muchos traductores, creo que establecer cualquier norma en torno de la cuestión resulta inútil y poco garantizado. La única estrategia adecuada que se me ocurre es tratar de establecer una cierta empatía con el autor elegido — y también, a veces, confiar y cruzar los dedos.
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5-Con frecuencia, la traducción entraña dejar de ser un lector meramente técnico encargado de transmitir un significado específico para tratar de ser una especie de puente más amplio. Esto es porque, casi como una regla, el significado no está sólo en el texto escrito sino en toda una cultura detrás del texto en sí, en diferentes maneras de leer y describir realidades y abstracciones. De algún modo, la traducción debería ser entonces un proceso de conexión en busca de equivalencias sin una simbiosis artificial, sin una impostura en la voz. Pero la traducción en sí misma es también una ficción, una representación: requiere en cierto modo una cualidad histriónica, y la suspensión de la incredulidad, exigida por cualquier ficción, también debe funcionar en la lengua de destino. Contra este ideal, mares de palabras y expresiones basadas en tradiciones, hábitos y costumbres desconocidos, historias, lugares, nombres, cientos de matices. Muchas veces, desde esta latitud, un océano real entre medio.
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6-La herramienta por excelencia del traductor es el diccionario. Pero, como todo el mundo sabe, las palabras y expresiones suelen ser engañosas en la aparente simpleza de sus definiciones. Supongo que en todos los idiomas los ecos tienden a ser más importantes que las palabras en sí, pero están ausentes en los diccionarios. No estoy lamentando eso. De hecho, eso es parte de la riqueza de cada lengua. Un árbol, o una planta, el nombre de un pájaro o una calle, un equipo de fútbol o una marca de cigarrillos: la forma en que nos conectamos con las palabras, los olores, los recuerdos, las imágenes que implican — todas esas cosas difícilmente son traducibles. Los diccionarios le imponen al traductor una suerte procedimiento zen: conocerlos para ignorarlos. Los traductores podemos traducir los aspectos lingüísticos, pero no necesariamente las interacciones. Tal vez los lectores, como los últimos eslabones de la cadena, puedan restaurar parte del cuadro a través de su propia sensibilidad.