martes, 11 de julio de 2017

La traductora Julia Benseñor se postula para integrar el directorio de CADRA


Queridos colegas:

Les escribo a quienes estén asociados a CADRA para contarles que este miércoles a las 18:30 es la Asamblea anual en la que se elegirán a los nuevos miembros del Consejo Directivo tanto de editores como autores.

Magdalena Iraizoz, directora de la institución, invitó a los traductores a que nos presentáramos por primera vez en nuestra condición de autores y desde allí generar actividades en el marco de CADRA que permitan acercar a editores y autores para ayudar a que comprendan la naturaleza de nuestro trabajo y las condiciones en que lo desarrollamos.

Decidí recoger el guante y me postulé porque pienso que hasta tanto se pueda sancionar una ley de traducción podemos llevar a cabo acciones que poco a poco lleven a mejorar las prácticas vigentes y, con mucho viento a favor, modificar los usos y costumbres.

Si están de acuerdo con la iniciativa los invito a comunicarse conmigo al mail juliabensenor@gmail.com para que, en el caso de querer votarme, pueda suministrarles el formulario correspondiente, que funciona como poder para votar. Sólo deberán firmarlo e indicar su número de DNI. Pero aclaro: quienes deseen votar tienen que estar asociados a CADRA. Si no, el voto no cuenta.

Un saludo muy cordial,

Julia

PD: Perdón por el aviso tan sobre la fecha. Claramente es la campaña política más breve de la historia.

lunes, 10 de julio de 2017

Una noticia de mierda para empezar la semana

Publicado sin firma en Página 12 del pasado viernes 7 de julio, el suelto da cuenta del proceso de acumulación de sellos que viene efectuando Penguin Random House, que, junto con el Grupo Planeta, compone la dupla de claros villanos del mundo editorial de la lengua castellana. Luego, a pesar de lo que diga el sonriente Markus Dohle (foto), consejero delegado de PRH, el grupo, al menos en España, está despidiendo empleados, lo cual es curiosa forma de “dar la bienvenida” a alguien.

La era de las editoriales-mamushka

Todos los caminos del mundo de la edición conducen a la concentración de la concentración, como mamushkas que albergan hasta 40 sellos editoriales. ¿Habrá un límite a esta vertiginosa expansión o el “orden” editorial continuará en movimiento, respondiendo a una especie de “lógica darwinista” que consiste en fagocitar sellos pequeños, medianos y grandes? Penguin Random House (PRH) anunció que finalizó el proceso por la adquisición de los sellos de Ediciones B, antes propiedad del Grupo Zeta, que compró por 40 millones de euros en marzo. PRH, que alcanza una posición en el mercado similar a la del grupo Planeta, su principal competidor, publicará más de 1700 títulos al año y tendrá en sus catálogos a más de 8.500 autores en español y traducciones al español y catalán de obras de ficción y no ficción para público infantil, juvenil y adulto, en formato en tapa dura, rústica, de bolsillo y digital, tanto ebooks como audiolibros.

En el plantel de PRH hay varios premios Nobel de Literatura como Alice Munro, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, José Saramago, Doris Lessing, J. M. Coetzee, Orhan Pamuk, V. S. Naipaul, Günter Grass, William Faulkner, Ernest Hemingway, Elfriede Jelinek, Herta Müller y Svetlana Alexiévich; premios Cervantes como Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Carlos Fuentes, Juan Marsé y Rafael Sánchez Ferlosio; autores españoles como Javier Marías, Javier Cercas, José María Merino, Rosa Montero, Ray Loriga y Arturo Pérez–Reverte; el reciente ganador del Premio Man Booker, el israelí David Grossman; escritores en lengua inglesa como Joyce Carol Oates, Chuck Palahniuk, Stephen King, Salman Rushdie, David Foster Wallace y Philip Roth; y latinoamericanos como Julio Cortázar, Roberto Bolaño, Laura Restrepo, Jorge Volpi, Tomás Eloy Martínez, Juan Gabriel Vásquez, Santiago Roncagliolo, Rodrigo Fresán y Samanta Schweblin, entre otros de un listado que parece infinito. A estos nombres se unirán los que se incorporan de los sellos de Ediciones B como Sarah Lark, John Katzenbach, Patricia Cornwell, P.D.James, Anne Rice, David Baldacci, Deepak Chopra y Bernardo Stamateas.

“En Penguin Random House nos complace dar la bienvenida a los empleados y los autores de Ediciones B a nuestro grupo editorial para celebrar la creatividad y el éxito que siempre han acompañado a ambas empresas”, dijo Markus Dohle, consejero delegado de PRH. “Con esta adquisición, ampliaremos la proyección de Penguin Random House Grupo Editorial y consolidaremos nuestra posición como líderes mundiales en el sector de las publicaciones generales en lengua española”. Los sellos editoriales de Penguin Random House Grupo Editorial serán: Aguilar, Alamah, Alfaguara, Altea, Arena, Beascoa, Bruguera, Caballo de Troya, Cisne, Cliper, Collins, Companhia das letras, Conecta, Debate, Debolsillo, Ediciones B, B de Books, B de Bolsillo, EnClave, Flash, Grijalbo, Literatura Random House, Lumen, Montena, Nova, Nube de tinta, Objetiva, Penguin Clásicos, Plaza & Janés, RAE, Reservoir Books, Rosa dels vents, Sudamericana, Suma de Letras, Taurus y Vergara. La última gran adquisición de PRH fue la compra de los sellos de ediciones generales del grupo editorial Santillana, la empresa que pertenecía al grupo Prisa, por 72 millones de euros en marzo de 2014, que implicó la incorporación de los sellos Aguilar, Alfaguara, Punto de Lectura, Suma de Letras y Taurus.

viernes, 7 de julio de 2017

Imperativos negativos que matan, o no

Ya hemos dicho, en más de una oportunidad, que el dramaturgo, actor y director teatral Rafael Spregelburd es un tipo de genio. Lo que sigue es su columna del1 de julio pasado en el diario Perfil, de Buenos Aires.

Elogio de la redundancia

El francés me ha resultado siempre una lengua inacabada, con sus monosílabos y sus premoniciones de lo que el otro va a querer decir. Es imposible cambiar súbitamente de contexto en francés sin dar avisos de otro tipo, ya que la lengua no alcanza para avisar. El francés pronuncia idéntico “hasta mañana” y “a dos manos” (à demain y à deux mains), pero se toma el trabajo de escribirlo diferente. ¿Para qué? Mi espanto ante lo mal armado que está el francés no es más que un capricho de venganza: me niego a aprenderlo porque nadie (ni los franceses) resulta capaz de explicar sus reglas. Sin embargo, sí aprendí el inglés, donde pasa lo mismo y no me importa tanto.

De hecho, el inglés se ha estirado tanto que puede resultar mortal. Un diario italiano me recuerda un caso ejemplar. En 2015 una muchacha holandesa saltó al vacío en un viaducto en Santander porque su instructor de bunjee jumping le dijo en su inglés precámbrico No jump, y ella entendió –como mi celular– lo más cercano a lo correcto: Now jump. Del inglés la gente conoce más o menos sus palabras pero desestima su levísima gramática. Un imperativo es un indicativo, un sustantivo o un adjetivo, llegado el caso. El instructor está acusado de asesinato no por haber pronunciado mal una palabra sino por desconocer un imperativo negativo: Don’t jump.

Los hispanohablantes gozamos de una redundancia sensacional. Lo que se dice en castellano está reforzado tres o cuatro veces por todos lados; los verbos le pertenecen a una persona y no a las otras; los artículos blindan la información que ya está en el género y el número de adjetivos y sustantivos; las vocales son abiertas y no hay sitios intermedios entre ellas. Lo que perdemos en ligereza lo ganamos en claridad y podemos cambiar de contexto sin avisar al oyente y también evitar saltar de un puente si la cuerda no está atada. No obstante, el accidente ocurrió en la propia España.

Tal vez no la mató el lenguaje, sino el deporte extremo. U otra cosa.

jueves, 6 de julio de 2017

"Capacidad de comprender sistemas muy complejos, y de resolver con solvencia en lo concreto"

El 29 de junio pasado, con la agudeza que suele exhibir cuando reflexiona, la escritora y traductora María José Furió publicó la siguiente columna en El Trujamán. Allí se refirió al escándalo oportunamente desatado cuando la publicación de Finnegans Wake, de James Joyce, en versión del traductor argentino Marcelo Zabaloy. Si bien ya hemos dado espacio a esa polémica en este blog, recordamos que además de Zabaloy, participaron de la discusión el escritor español Eduardo Lago –parte interesada, como se verá–, Matías Serra Bradford y Román García Azcárate.

El crítico que pidió al traductor una cuerda para ahorcarlo
y recibió una tirita de papel

En 2016 se ha publicado una versión en español de Argentina del Finnegans Wake (1939), de James Joyce, obra del traductor originario de Bahía Blanca Marcelo Zabaloy, quien ya tradujo y publicó el Ulises. Varios aspectos se sumaban para convertir esta traducción, «la primera completa en español», en un acontecimiento y provocar un debate o varios, aprovechando no solo la inclinación iconoclasta de los argentinos sino también el carácter outsider del traductor. Éste no es un profesional en el sentido en que habitualmente usamos este adjetivo: Zabaloy (1957) trabajó durante décadas en un sector ajeno al ámbito intelectual –creí entender que en complejos tendidos de cableado informático para empresas y como entrenador de rugby–; llegó a la traducción por una mezcla de entusiasmo por el original de Joyce –cuando en 2004 su esposa le regaló el Ulises–, pasión descifradora –recurre a bibliografía experta para desentrañar sus dudas– y temeridad. Los pormenores de su andadura están recogidos en los sucesivos posts publicados en el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires. Me interesa subrayar la dificultad de la crítica de traducción literaria, no solo cuando el idioma y su producción literaria son minoritarios, también cuando el original es difícil o, en el caso de Joyce, icónico. Los galones de obra maestra no se regalan; tampoco se otorgan a los don nadie, a los intrusos, a los parvenus, a los aventureros de cualquier arte. Y la traducción de obras maestras no puede ser cosa de cualquiera. Se olvida a menudo que es la crítica literaria, de obras traducidas o de obras originales, lo que tampoco puede abandonarse en manos de cualquiera, porque lo fundamental siempre es el rigor.

Este es el intríngulis del debate que emergió durante unas semanas de julio –mientras los españoles andábamos sonámbulos por el calor– en varias publicaciones argentinas, al que se sumaron algunos profesionales extranjeros, que se reunieron en el blog citado.

El aspecto significativo de la versión de Zabaloy es, según aplauden unos y critican otros, la radical opción «regionalista», con alusiones a personajes y circunstancias contemporáneas de Argentina como deliberada equivalencia del original joyceano, con juegos de palabras que no podrá comprender el lector de fuera del país. No lleva notas y, además, no la presenta un prólogo con firma de renombre susceptible de tranquilizar sobre la seriedad del empeño al lector interesado. Para aumentar el drama del atrevimiento, el editor que revisara «línea por línea» la versión del Ulises de Zabaloy falleció en el curso de la revisión del Finnegans, de modo que ésta se presenta sin los avales de cordura que tópicamente atribuimos a la presencia de un editor, correctores y otros colegas expertos.

En el transcurso de los rituales de presentación al público, se solicitó la opinión del escritor y traductor español Eduardo Lago, quien se mostró reticente sobre el resultado y discurrió sobre la profusión de referencias a la realidad argentina, incomprensibles para la mayoría de los ajenos a ella. Su reticencia y la críptica manifestación de respeto intelectual a Zabaloy me resultaron enigmáticas y, escarbando en Google, descubrí que Lago coordina actualmente la traducción de una nueva versión del Ulises, subvencionada por un ilustre organismo cultural mexicano. Es parte interesada en el negocio de las versiones de Joyce, y su enfoque aglutina típicos rasgos de seriedad academicista.

Ahora bien, el momento cumbre lo proporcionó Matías Serra Bradford, escritor y traductor, en una reseña crítica publicada en el diario Clarín. En pocas líneas se cargó los años de trabajo de Zabaloy utilizando como arma varias de las soluciones que éste ofrecía al peliagudo original. Poco después llegó una respuesta del traductor desvelando la mala fe con que había actuado el articulista. En resumen: entre la publicación del Finnegans y la de la reseña no mediaba tiempo suficiente para leer a fondo el libro, por lo que difícilmente pudo formarse una idea precisa de la calidad y el acierto generales.

Zabaloy publicó el intercambio de correos y cómo Serra Bradford utilizó los ejemplos que le brindó para usarlos de cuerda para ahorcarlo. El traductor no tenía en su agenda morir ese día ni de esa manera y dejó al desnudo la mala fe del crítico. A éste no le quedaba otra que justificar su tropelía y lo hizo encadenando sofismas, golpes en el pecho –«la ingenuidad propia es incapaz de proyectar el alcance del candor ajeno»– y lugares comunes: no había tiempo de leerlo completo persiguiendo los chistes encerrados ahí por un «bromista de ocasión» y, más, el Finnegans es en sí interminable. No obstante, ya en las primeras páginas encontró «cuestiones básicas» que lo «alejaron» de la nueva versión, que, dicho sea de paso, es intraducible…: imposible es también reproducir la musicalidad del original; no se puede leer una traducción pensando en el original para entender algo. Otro profesional encajó muy sagazmente la trayectoria profesional de Zabaloy en su empeño autodidacta de traducir a Joyce: posee la «capacidad de comprender sistemas muy complejos, y de resolver con solvencia en lo concreto».

Del ir y venir de artículos me interesó la posibilidad bien aprovechada de debatir, incluso cuando interviene la mala fe, que brinda Internet –esta polémica difícilmente sería rentable para una publicación especializada de pago–, medio que favorece la intervención de comentaristas extranjeros, como el de los traductores que a pie de post celebraban la iniciativa de Zabaloy en su particular versión –«completa, valerosa, valiosa y entregada: exigente consigo misma»–, subrayando su cercanía al espíritu de Joyce en la libertad de adaptar a la propia cultura una obra experimental «escrita en un extraño idioma políglota que puede incluir palabras en inglés, polaco, serbocroata e incluso persa, entre otras lenguas».

La atinada reflexión de Román García Azcárate, traductor y colaborador del suplemento Ñ, cerró la polémica, que había permitido «reflexionar sobre cuestiones centrales de la traducción literaria en general», esto es: «las eventuales fronteras entre el autor original y el intérprete, los derechos individuales y los comunes a ambos, la cercanía a la literalidad y la transposición de lo intangible, las exigencias a menudo contrapuestas que plantean la fidelidad incondicional y la buena literatura».


miércoles, 5 de julio de 2017

Acerca de los límites del lenguaje

Guillermo Piro, en su columna del diario Perfil, del 25 de junio pasado, comenta un libro debido a la británica Ella Frances Sanders (foto), “escritora  e ilustradora que, felizmente, no puede elegir entre las palabras y las imágenes” (según se define en su sitio web: http://ellafrancessanders.com/), autora de Lost in Translation: An Illustrated Compendium of Untranslatable Words (cuya traducción recientemente acaba de ser distribuida en la Argentina) y de The Illustrated Book of Sayings: Curious Expressions from Around the World.

Decir casi lo mismo es tan complicado

La expresión anglófona lost in translation indica los matices del significado necesariamente perdidos en el paso de una lengua a otra. Una traductora, escritora e ilustradora llamada Ella Frances Sanders tuvo la simple idea de catalogar algunas –las más enigmáticas, las más misteriosas y las más impredecibles– de aquellas expresiones, sin importar de qué lengua proceden y con la única condición de que sean lo suficientemente extrañas. El libro se llama así, Lost in Translation, originalmente fue publicado en 2014 pero recién acaba aparecer en la Argentina bajo el sello El Zorro Rojo. El libro afronta a su modo, que siempre es un poco improbable, cincuenta palabras intraducibles. La explicación de cada término se corresponde con la ilustración, y entre las dos se consigue comunicar lo intraducible. Esta simple tarea abre un importante interrogante acerca de los límites del lenguaje y el poder de las imágenes a la hora de superarlos. Ciertas palabras –no importa si son adjetivos, sustantivos o verbos–, al no tener un término correspondiente unívoco en otra lengua, hacen que la traducción se convierta en algo equivalente a trepar una montaña embarrada. Y la razón es, en la mayoría de los casos, que lo que la palabra designa no tiene equivalente. Por ejemplo, ¿cómo explicar el significado del sustantivo sueco tretar y evitar la fosilización de la conversación sin llevar al interlocutor a la exasperación? Y sin embargo Sanders lo explica con simpatía, brevedad y resignación: es la tercera taza de café. A un concepto puede incluso adjudicarse un juicio de valor distinto; al parecer, para los holandeses, comportarse como un avestruz, que entierra la cabeza en la arena (mito urbano de improbable comprobación, pero bueno, entendemos de qué estamos hablando) es una actitud reprobable (a mí, en cambio, me parece una reacción admirable y digna de imitar) y por lo tanto merece un nombre que la defina: struisvogelpolitiek, “política del avestruz”. Muchas veces durante el proceso de traducción se pierde el sentido. Los japoneses, a diferencia de los occidentales, tienen en tan alta estima el hecho de tener la mente en blanco que le dieron un nombre a eso: boketto. Decir “tocino de la pena” no tiene el menor sentido, hasta que se nos explica que la palabra alemana kummerspeck alude a esas emociones que nos tragamos en grandes cantidades, como explica Sanders: “Desafortunadamente, estamos diseñados para encontrar consuelo en lo comestible y funciona, al menos hasta que un mes después pasamos por delante de una superficie reflectante”. La superficie reflectante es el espejo.

martes, 4 de julio de 2017

Dos puntos de vista sobre el libro en la Argentina

Foto: Patricio Pidal / AFV

Lo que sigue es una entrevista de Daniel Gigena con Patricia Piccolini –directora de la carrera de Edición de la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.– y Alejandro Dujovne –Doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet, además de ser uno de los coordinadores del Núcleo de Estudios sobre Historia y Sociología del Libro y la Edición–, que se publicó en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 27 de junio pasado.

Claroscuros en la industria editorial

Los dos investigan el mundo editorial local, además de evaluar, desde dos frentes complementarios, las implicancias sociales de un sector asociado al desarrollo de la cultura argentina como pocos. Desde 2015, Piccolini dirige la carrera de Edición, la que más inscriptos tiene en los últimos años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. La carrera reúne, según cuenta, a un grupo heterogéneo de adolescentes recién salidos de la escuela secundaria con graduados de otras carreras y adultos que quieren iniciar un trabajo vinculado con el mundo de los libros. Doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet, Dujovne es uno de los coordinadores del Núcleo de Estudios sobre Historia y Sociología del Libro y la Edición. En 2014 publicó Una historia del libro judío. La cultura judía argentina a través de sus editores, libreros, traductores, imprentas y bibliotecas (Siglo XXI), su primer libro. Ambos conversaron con La Nación sobre el universo editorial argentino, un sector activo aun en tiempos de recesión. Al respecto, ofrecieron estrategias para pensar la crisis y posibles vías de salida con el apoyo del Estado, las universidades y los editores de sellos independientes.

LN: -¿Cómo observan el panorama de la industria editorial actualmente en la Argentina?
PP: -Hay que tener dos perspectivas: una de corto plazo, la de la foto, y otra de largo plazo, más amplia. Los números del informe que hizo la Cámara Argentina de Publicaciones muestran en el último año una retracción del 15 al 20% en la producción de libros y en la venta, acompañando una retracción general del consumo. En cuanto al largo plazo, me parece interesante la enorme vitalidad de la actividad editorial argentina, medida en la cantidad de editoriales nuevas y apuestas diferentes que hay todos los años. Y también lo tengo que medir desde donde estoy, que es la carrera de Edición, haciendo hincapié en la cantidad de alumnos nuevos que hay todos los años. Me parece que es un presente con dificultades pero con signos alentadores.

AD: -Desde el punto de vista del mercado global, en efecto, hay una coyuntura mala, pero creo que excede un poco la retracción del consumo, porque hay políticas de gobierno que han afectado particularmente la producción de libros. Hay que pensarlo por segmentos. En lo que podemos llamar, en términos muy genéricos, "editoriales independientes", hay una enorme heterogeneidad y la realidad es muy distinta. Hay editoriales que han tenido un gran nivel de profesionalización en los últimos años y manejan muy bien todos los aspectos de la producción y la comercialización; en esos casos, los editores viven de la editorial. Hay otras que, en términos de distribución, de catálogos o de cantidad de ejemplares publicados, todavía están en un proceso de desarrollo.

LN: -¿Las políticas estatales son una de las causas de la retracción del mercado del libro?
AD: -Creo que hay dos medidas particulares que el Gobierno ha tomado y ha dejado de tomar. Una es la apertura de importaciones, que para mí es un problema: podría haberse hecho de una forma más ponderada, pero fue irrestricta. En efecto, hubo una invasión de saldos españoles, libros a muy bajo precio, que sacan lugar a las editoriales locales. El otro punto, que afecta directamente a las pequeñas y medianas editoriales, es la baja de compras por parte del Ministerio de Educación. Conabip sigue haciéndolo muy bien, pero el Ministerio no compra.

PP: -Hay que diferenciar tipos de importaciones. A la importación de libros es muy difícil oponerse porque ofrece variedad. Después habrá que ver si lo que llega son saldos que no son tan buenos o cosas interesantes. Yo celebro que podamos tener aquí libros importados. Además, porque no se puede pretender exportar si se tiene una política de cierre. La otra cosa tiene que ver con las importaciones industriales, es decir, libros importados pero de editoriales nacionales, que por razones de costo o por cuestiones de calidad se hacen afuera. Lo que me parece más preocupante, y es lo que necesita más tiempo, es la posibilidad de tener nuevos mercados para el libro argentino, mercados que en algún momento tuvimos. Nosotros exportamos muy poco y sobre todo a los dos mercados más importantes: México y España. Me parece que hay que hacer un trabajo, que lleva tiempo, para abrir esos mercados.

AD: -Creo que se pasa de una cosa a la otra directamente, sin hacer un trabajo con el mercado. No hay mucha información para hacer un análisis. Existe actualmente pero es limitada, y eso te condiciona indefectiblemente sobre la decisión política que puedas tomar. A un mes de la llegada del nuevo gobierno, en enero de 2016, se tomó la medida de abrir las importaciones. Eso demuestra que no hubo un análisis del mercado para entender cómo se tiene que establecer una medida. Lo que sí se logró fue el Exporta Simple, que es un modo que facilita la escala de exportación propia de las editoriales, sobre todo de las pequeñas y medianas. En la línea que planteaba Patricia, hay un trabajo más fuerte que hacer sobre el mercado. En términos de volumen de exportación, la Argentina ha bajado; en términos de calidad, sigue exportando bien.

LN: -¿No creen que también debería haber una preocupación por recuperar el mercado interno? En épocas recesivas hay una desproporción entre la producción de libros y las compras.
PP: -Parece que en la Feria del Libro este año funcionaron bien las ventas, según la gente de la CAP. Y fue muy importante el público juvenil, que se está generando con interés en géneros específicos que antes no existían para ese rango de edad, de 14 a 18 años, y con los fenómenos asociados como youtubers y booktubers. Me parece interesante, más allá de que mucha gente señala que literariamente esos libros no son tan valiosos, porque es una entrada a la lectura. Creo que es un fenómeno que habría que mirar con atención. Supongo que tiene que ver con políticas de incentivación de la lectura desde la escuela. Esas políticas pedagógicas, no necesariamente de gobiernos específicos, existen. Hay además una resignificación del rol de los bibliotecarios: antes eran custodios de los libros y ahora son mediadores de lectura. A la larga, todas estas cosas dan resultado.

AD: - Habitualmente estamos acostumbrados a poner como parámetro para entender los problemas de la edición argentina a la propia edición argentina. Pero hay problemas estructurales que tienen que ver con la concentración geográfica. Hay competencias de lectura muy diferenciadas en función de la región, no solamente socioeconómica sino espacial, y ahí se ve ausencia del Estado porque no hay políticas públicas de lectura ni siquiera a nivel nacional. No están en la agenda de nadie. Hay una ecuación bastante básica: la oferta genera demanda. A menor cantidad de librerías, menos lee la gente. Otro problema es que las librerías son el eslabón más débil de la cadena de comercialización y producción. Creo que por la situación económica estamos en mucho riesgo con las librerías. Hay una superpoblación en Buenos Aires, que no está mal, pero el problema es que no existe una política de expansión.

PP: -En la ciudad de Buenos tenemos 350 librerías, 400 en la provincia de Buenos Aires, mientras que el Noroeste tiene 85 y el Noreste, 75. Son cifras de la CAP.

LN: - ¿Qué queremos decir cuando hablamos de profesionalización?
PP: -Para hacer libros y para que éstos lleguen, se necesita cierto conocimiento del mercado y de las herramientas para manejarse en él: comercialización, cómo trabajar con las librerías, cómo controlar la producción y cantidad de ejemplares. También se necesita conocimiento para que los libros sean de buena calidad (selección de autores, diseño). Antes, en las editoriales uno podía ir aprendiendo todas estas cosas pero prácticamente en la actualidad eso ha desaparecido. Hoy, no todas las editoriales grandes son buenas escuelas de edición. La actividad editorial en la Argentina también es despareja y no está totalmente profesionalizada. La diversidad es la norma, pero para hacer buenos libros se necesita conocimiento, no solamente tener buen gusto literario.

AD: -Coincido y creo que ligado a eso la experiencia de la participación en ferias internacionales ha sido y es fundamental. Primero, por la presencia del libro argentino en otros mercados. Las ferias siguen siendo el gran lugar de organización y circulación de libros. Ahí las editoriales universitarias han estado y también han empezado a participar las "independientes". En cuanto a medidas políticas inteligentes, el Programa Sur de traducciones se continuó y parece que va a ser una política de Estado. Se van a dar por año ciento cincuenta títulos y el acumulado ya lleva más de mil.

LN: - ¿Fue tan revolucionaria la revolución digital en el mundo del libro?
AD: - Lo que hizo fue bajar la barrera de acceso al mercado. También creó la ilusión de que cualquiera puede editar. Un ejemplo: quiero armar una editorial en Jujuy; puedo hacerlo, pero tengo el problema de cómo voy a distribuir los libros o promocionarlos. Ése es uno de los grandes problemas en el mercado editorial: la distribución. Salvo las más grandes, que lo tienen resuelto, es la queja más recurrente. Si en Buenos Aires existe ese problema, si te alejás en términos logísticos y de escala deja de ser negocio para las principales distribuidoras. La ilusión de posibilidad se encuentra con obstáculos del mercado editorial que implican algo más que lo digital, implican política y estrategia.

PP: -Con respecto a otros países de habla hispana tenemos un menor consumo de libros digitales, en paralelo con una mayor conectividad: la cantidad de celular por habitante acá es mucho mayor que en España.

AD: - La revolución digital no fue el apocalipsis que se imaginó. Hay algo de la materialidad del libro que no fue afectada. Amazon está abriendo librerías. Es un gran enemigo, no para el lector, sino para el ecosistema del libro. Lo que pone en riesgo es el sistema de producción de valor del libro, ligado a las librerías. En la Argentina eso está un poco más protegido porque la ley del precio fijo sienta un piso muy importante para sostener un mercado del libro diverso e impide mayor concentración en el mercado de las librerías. Eso tiene repercusión sobre las editoriales porque, mientras más concentradas son las librerías, más precisan de best sellers.

LN: -¿Qué significa que una editorial debe "trabajar con los autores"?
PP: -Todavía tenemos una idea platónica de que un libro es una novela. El editor recibe originales de autor, descubre un autor en ese original y lo publica. O no lo considera y al final termina siendo un best seller, como pasó con Harry Potter. En realidad todo es más diverso. Primero porque hay distintos géneros, porque no todos los autores son escritores y porque cada vez más los libros se hacen a pedido. Vos conocés a un profesor e investigador que es interesante, le preguntás si tiene un libro en camino, le pedís que haga una propuesta y así se va trabajando. Eso también es trabajar con el autor: trabajar con el libro cuando todavía no es un libro. Los buenos editores universitarios en Estados Unidos o Inglaterra son los que van a los congresos, leen los libros, están al tanto de qué se publica, cuáles son los temas, quiénes son los referentes en determinado tema. Ese trabajo nosotros todavía lo tenemos muy en pañales. Es un cambio fundamental: el editor que no está a la espera, sino el editor que va a buscar en el sentido más legítimo.

LN: -¿Cómo imaginan el futuro del libro en la Argentina?
AD: - Creo que hoy puede ser mucho mejor de lo que es, en todo sentido, con una mejor articulación entre el sector privado y el Estado. El Estado requiere ser más inteligente de lo que es. No creo que hoy el Ministerio de Cultura esté pensando en políticas públicas para el libro, si bien hay gente capaz. Falta información. La que tenemos es demasiado global y genérica y eso es un déficit. Hay que entender la industria editorial como un mercado que produce riqueza, que tiene una incidencia en el desarrollo cultural del país y en el que el Estado tiene que estar presente.

PP: -Soy bastante optimista con respecto al futuro de la industria editorial más allá de las dificultades específicas. Tal vez porque estoy en contacto con gente que comienza con estas editoriales más chicas o con los desarrollos de las editoriales universitarias. Veo mucha potencialidad. Me gustaría una industria editorial más profesionalizada, que abarque géneros más diversos y que aproveche el potencial de investigadores y profesionales bien formados que tenemos en la Argentina para hacer libros interesantes y con una mayor integración entre el contenido del libro y su comercialización.

LN: -¿Afecta mucho la presencia de los grandes grupos en el mercado editorial argentino?
PP: -Esa presencia se da en todos los países en donde existe un desarrollo editorial significativo. Es un proceso, para decirlo en forma simple, hijo de la globalización y de las formas que adoptó la comercialización del libro en las últimas décadas. Luego, no tiene ningún sentido pensar en los grandes grupos como monstruos a los que hay que combatir. Los grandes grupos amplían el trabajo gráfico local, generan empleo genuino y privado, y, como siempre buscan los títulos y autores de tiradas masivas, dejan un espacio muy importante para el surgimiento y desarrollo de otros sellos editoriales. También habría que señalar que sin la existencia de grandes grupos no podrían prosperar las iniciativas que requieren grandes inversiones, como las de libros escolares. El costado negativo se da, sobre todo, en las posibilidades de exhibición. Los editores suelen señalar que el 50% de la superficie de exhibición de las librerías está en manos de los grandes grupos. Finalmente, no hay que olvidar que en la Argentina la actividad editorial tiene una gran vitalidad. Es un escenario muy rico y diverso.

AD: -Es bastante común escuchar que grandes y pequeñas editoriales pueden convivir y desarrollarse, pues apuntan a públicos diferentes que eventualmente se solapan. Desde mi punto de vista esto es sólo parcialmente cierto. Hay determinado margen en el que las pequeñas pueden crecer, y en este sentido no se pueden atribuir a la concentración editorial todas las limitaciones que encuentran para su desarrollo. Pero la contradicción existe y ejerce todo su peso en el plano de la visibilidad y la venta. La clase de títulos que venden los sellos más comerciales de los grupos concentrados son importantes para las librerías. Eso permite a los grandes grupos tener mayor poder de negociación de espacio en las vidrieras y mesas de las librerías, mayor poder para que las librerías reciban la totalidad de las novedades y reimpresiones mensuales, y mayor capacidad para negociar los descuentos otorgados. Las editoriales más pequeñas se ven desfavorecidas en todos estos niveles. La bibliodiversidad, esa idea tan repetida en el último tiempo, sólo se logra con más y mejores editoriales. Publicar muchos libros no garantiza la bibliodiversidad. Éstos, además, deben ser diferentes entre sí. Mucho de lo mismo, es decir, libros hechos a medida para el consumo masivo, no implica bibliodiversidad. Si ése es uno de los objetivos de una política pública, es preciso fortalecer el desarrollo de las editoriales pequeñas y medianas, que, por otra parte, bien encauzadas tienen un enorme potencial exportador.





lunes, 3 de julio de 2017

José Aníbal Campos propone un rompecabezas

El traductor cubano José Aníbal Campos propone en su última columna de El Trujamán (22 de junio pasado), un rompecabezas que no resuelve. Es perfectamente lícito imaginárselo en su casa de Viena (o en alguna de las múltiples casas de traductores que elige para terminar sus trabajos), atuzándose el bigote e imaginándonos presas del desconcierto.

De contextos

 Una querida colega tiene un modo muy particular de aludir a la necesidad de examinar en detalle cada caso cuando abordamos una traducción de tipo literario. Con su gracia habitual, a toda pregunta algo ambigua sobre significados, suele responder: «Dame, dame contexto».

De los ejercicios que aplico con frecuencia al trabajar con aspirantes a traductores hay uno que gira en torno a una frase leída una vez, mientras estaba de tránsito en algún lugar de Alemania. La frase (el eslogan de una agencia turística) ocupaba todo el flanco de un autocar turístico: Weil jeder ein Ziel hat…

Yo estaba a las puertas de una estación de trenes. No hacía un viaje de trabajo; me aprestaba a visitar a una amiga y, de paso, tomarme unos días libres. Pero como entre las perversiones de este oficio está el llevar al traductor consigo a todas partes, de inmediato me puse a sopesar variantes para aquella frase ambivalente (no tan ambigua, en efecto, en el contexto en que la leí, pero sí lo suficiente como para crear un buen ejercicio a partir de ella).

La frase, de apariencia sencilla, puede usarse en contextos tan variables, que –como se ha demostrado en esos seminarios– uno puede estar horas y horas dando vueltas a un número infinito de variantes. De ahí su valor como ejercicio para entrenar el juicio crítico y desconfiar de los diccionarios generalistas bilingües a la hora de optar por una de las distintas acepciones que puede tener una palabra.

La traducción que muchos alumnos me ofrecen, casi automáticamente, es: «Porque todo el mundo tiene un objetivo…». Fuera de contexto, no puede decirse que la solución sea incorrecta, pero si pensamos que se trata de una agencia de viajes, podría resultar algo problemática, así que estimulo a los alumnos a buscar otras variables.

«Porque todo el mundo tiene una meta…» (solución que se acerca más al contexto del viaje), o: «Porque todos tienen un destino…» (otra variante que acabamos descartando por ese retintín filosófico o trascendental que encaja menos con el caso concreto de un viaje de placer), si bien uno de los problemas que plantea la frase es que, en el contexto específico de una agencia de viajes «en Alemania», todos esos significados (objetivo, meta, destino) están implícitos en el eslogan publicitario.

En lo personal, la solución que más me ha gustado de todas me la dio una vez un alumno latinoamericano: «Porque todos quieren llegar a alguna parte…». Me gusta esta solución (aun cuando en español se me haga demasiado larga para un eslogan publicitario en el flanco de un autobús), porque añade un matiz de seguridad que incluso el original deja abierto, pero que viene muy bien al motivo del viaje. Lleva implícito, asimismo, un aspecto de largo arraigo en la mentalidad alemana: el Fernweh, el maravilloso Hinausweh de Matthias Claudius (la añoranza de viajar a sitios exóticos, lejanos).

Los debates se dilatan, y debo admitir que esas prolongadas sesiones cuentan entre las más enriquecedoras del trabajo. Imaginamos otros escenarios posibles: la misma frase a las puertas –digamos– de una Universidad, como eslogan de una campaña electoral, como lema en la entrada de una clínica de desintoxicación.

El tiempo se nos va en esos bizantinismos obligados en nuestra profesión. Y luego, cuando el seminario va llegando a su fin, quizás hasta con el perverso fin de contagiar a los alumnos con mi propio mal, les digo: «Y ahora imaginemos que encontramos esa misma frase en una novela en la que un personaje, el dueño de una funeraria, la ha elegido como consigna de su negocio».

Y ahí se los dejo.