Guillermo Piro,
en su columna del diario Perfil, del
25 de junio pasado, comenta un libro debido a la británica Ella Frances Sanders (foto), “escritora
e ilustradora que, felizmente, no puede elegir entre las palabras y las
imágenes” (según se define en su sitio web: http://ellafrancessanders.com/),
autora de Lost
in Translation: An Illustrated Compendium of Untranslatable Words (cuya
traducción recientemente acaba de ser distribuida en la Argentina) y de The Illustrated Book of
Sayings: Curious Expressions from Around the World.
Decir casi lo mismo es tan complicado
La expresión anglófona lost
in translation indica los matices del significado necesariamente perdidos
en el paso de una lengua a otra. Una traductora, escritora e ilustradora
llamada Ella Frances Sanders tuvo la simple idea de catalogar algunas –las más
enigmáticas, las más misteriosas y las más impredecibles– de aquellas
expresiones, sin importar de qué lengua proceden y con la única condición de
que sean lo suficientemente extrañas. El libro se llama así, Lost in Translation, originalmente fue
publicado en 2014 pero recién acaba aparecer en la Argentina bajo el sello El
Zorro Rojo. El libro afronta a su modo, que siempre es un poco improbable,
cincuenta palabras intraducibles. La explicación de cada término se corresponde
con la ilustración, y entre las dos se consigue comunicar lo intraducible. Esta
simple tarea abre un importante interrogante acerca de los límites del lenguaje
y el poder de las imágenes a la hora de superarlos. Ciertas palabras –no
importa si son adjetivos, sustantivos o verbos–, al no tener un término
correspondiente unívoco en otra lengua, hacen que la traducción se convierta en
algo equivalente a trepar una montaña embarrada. Y la razón es, en la mayoría
de los casos, que lo que la palabra designa no tiene equivalente. Por ejemplo,
¿cómo explicar el significado del sustantivo sueco tretar y evitar la fosilización de la conversación sin llevar al
interlocutor a la exasperación? Y sin embargo Sanders lo explica con simpatía,
brevedad y resignación: es la tercera taza de café. A un concepto puede incluso
adjudicarse un juicio de valor distinto; al parecer, para los holandeses,
comportarse como un avestruz, que entierra la cabeza en la arena (mito urbano
de improbable comprobación, pero bueno, entendemos de qué estamos hablando) es
una actitud reprobable (a mí, en cambio, me parece una reacción admirable y
digna de imitar) y por lo tanto merece un nombre que la defina: struisvogelpolitiek, “política del
avestruz”. Muchas veces durante el proceso de traducción se pierde el sentido.
Los japoneses, a diferencia de los occidentales, tienen en tan alta estima el
hecho de tener la mente en blanco que le dieron un nombre a eso: boketto. Decir “tocino de la pena” no
tiene el menor sentido, hasta que se nos explica que la palabra alemana kummerspeck alude a esas emociones que
nos tragamos en grandes cantidades, como explica Sanders: “Desafortunadamente,
estamos diseñados para encontrar consuelo en lo comestible y funciona, al menos
hasta que un mes después pasamos por delante de una superficie reflectante”. La
superficie reflectante es el espejo.
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