Ya
hemos dicho, en más de una oportunidad, que el dramaturgo, actor y director
teatral Rafael Spregelburd es un
tipo de genio. Lo que sigue es su columna del1 de julio pasado en el diario Perfil, de Buenos Aires.
Elogio de la redundancia
El
francés me ha resultado siempre una lengua inacabada, con sus monosílabos y sus
premoniciones de lo que el otro va a querer decir. Es imposible cambiar
súbitamente de contexto en francés sin dar avisos de otro tipo, ya que la
lengua no alcanza para avisar. El francés pronuncia idéntico “hasta mañana” y
“a dos manos” (à demain y à deux mains), pero se toma el trabajo
de escribirlo diferente. ¿Para qué? Mi espanto ante lo mal armado que está el
francés no es más que un capricho de venganza: me niego a aprenderlo porque
nadie (ni los franceses) resulta capaz de explicar sus reglas. Sin embargo, sí
aprendí el inglés, donde pasa lo mismo y no me importa tanto.
De
hecho, el inglés se ha estirado tanto que puede resultar mortal. Un diario
italiano me recuerda un caso ejemplar. En 2015 una muchacha holandesa saltó al
vacío en un viaducto en Santander porque su instructor de bunjee jumping le dijo en su inglés precámbrico No jump, y ella entendió –como mi
celular– lo más cercano a lo correcto: Now
jump. Del inglés la gente conoce más o menos sus palabras pero desestima su
levísima gramática. Un imperativo es un indicativo, un sustantivo o un
adjetivo, llegado el caso. El instructor está acusado de asesinato no por haber
pronunciado mal una palabra sino por desconocer un imperativo negativo: Don’t jump.
Los
hispanohablantes gozamos de una redundancia sensacional. Lo que se dice en
castellano está reforzado tres o cuatro veces por todos lados; los verbos le
pertenecen a una persona y no a las otras; los artículos blindan la información
que ya está en el género y el número de adjetivos y sustantivos; las vocales
son abiertas y no hay sitios intermedios entre ellas. Lo que perdemos en
ligereza lo ganamos en claridad y podemos cambiar de contexto sin avisar al
oyente y también evitar saltar de un puente si la cuerda no está atada. No
obstante, el accidente ocurrió en la propia España.
Tal vez no la mató el lenguaje, sino el deporte extremo. U otra cosa.
Tal vez no la mató el lenguaje, sino el deporte extremo. U otra cosa.
Ta güeno!
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