viernes, 8 de mayo de 2020

Cuestiones sobre derechos de autor (5)

Nuevamente Marietta Gargatagli se ocupa de otro caso vinculado a una supuesta vulneración de los derechos de autor. En este caso, se trata de la serie de tribulaciones legales que tuvo que atravesar el escritor argentino Pablo Katchadjian (foto) hasta que se llegara a la conclusión que su obra El Aleph engordado no era un plagio del cuento de Jorge Luis Borges.

El caso Katchadjian:
El Aleph engordado (II)
  
Acusado de delito a la propiedad intelectual por vulneración de las leyes 11.723 de 1933 y 17.251 de 1967 (adhesión argentina a la Convención de Berna de 1896), después de cinco años, una querella, un sobreseimiento, una falta de mérito, dos apelaciones, un peritaje, un procesamiento por defraudación y un sobreseimiento definitivo de la Sala V de la Cámara Federal de Casación Penal, Pablo Katchadjian quedó finalmente absuelto. Se demostró que el “engordamiento es un procedimiento literario extremo pero legítimo, en la medida en que abiertamente toma en préstamo las palabras de un texto para producir una obra literaria nueva.” (CCP, 2017, fs. 18).

La sentencia de absolución (CCP, 2017)puede consultarse en Diario Judicial precedida de un artículo de Matías Werner (editor) y una interesante entrevista sobre los derechos de autor a Beatriz Busaniche.


El caso

Pablo Katchadjian hizo una amplificatio de “El Aleph” de Borges: una amplificatio, un ejercicio retórico antiguo y medieval, una forma conocida de la oratoria clásica. Ya lo había hecho Fogwill. Help a él es una variatio de “El Aleph”, una reescritura en términos modernos, reproducida sin problemas desde 1983. La diferencia entre los dos casos (por si alguien se lo pregunta) está en las formas: la ley de propiedad intelectual en la Argentina protege la expresión. Las cincuenta páginas de Help a él no deben tener ni cien palabras en común con “El Aleph”.

El caso tuvo un triple recorrido por las leyes que defienden (o no) la propiedad intelectual en la Argentina; por la crítica literaria (fueron convocados críticos como testigos expertos); por la literatura argentina, recorrido subliminal como si al palacio de Justicia de Norbert Maillart lo hubieran invadido las formas más realistas y tardías de la gauchesca, los arreos del ganado hacia el engorde, hacia los campos de invernada, dejando un cielo de relinchos y crines y a las políglotas muchedumbres y errabundos y parias de la calle Talcahuano con la boca abierta. El engorde, el engordamiento, el engordado, de eso trataba el caso.


El acusado

La biografía de Pablo Katchadjian (Buenos Aires, 1977) resume la vertiginosa recuperación de la vida literaria y editorial de la Argentina post default (2001) con multiplicación de editoriales, espacios culturales, debates, nuevos autores, rupturas estéticas y verbales. Publicó en orden decreciente: Tres cuentos espirituales (2019), En cualquier lado (2017, Blatt& Ríos), El caballo y el gaucho (2016, Blatt & Ríos), La libertad total (2013, Bajo la luna), La cadena del desánimo (2012, Blatt & Ríos), Mucho trabajo (2011, Spiral Jetty), Gracias (2011, Blatt & Ríos), Qué hacer (2010, Bajo la luna), El Aleph engordado (2009, IAP), El Martín Fierro ordenado alfabéticamente (2007), El cam del alch (2005), Dp canta el alma (2004, Vox) y, en colaboración con Marcelo Galindo y Santiago Pintabona, La Gioconda (2016, IAP) y Los albañiles (2005, IAP).La editorial española Hurtado & Ortega publicó en 2019 y 2020, Qué hacer, Tres cuentos espirituales y se plantean una Biblioteca K de seis volúmenes.[1]

Pablo Katchadjian es profesor universitario y, si la experiencia no me desmiente, diría que casi no cobró derechos de autor ni regalías por prácticamente ninguna de las obras mencionadas, incluyendo las que editó él mismo.


La defensa: Ricardo Straface

Los sucesivos momentos judiciales del caso Katchadjian tuvieron una amplísima repercusión social y mediática. El comienzo, que la revista Anfibia sitúa en el café Varela Varelita, el bar más literario de Buenos Aires, con la prensa entrevistando a acusado y defensor, un café con leche con espuma en forma de oso sonriente y las palabras “no hubo dolo” repetidas hasta la saciedad por Ricardo Straface, abogado y escritor. Autor, entre otros libros, de una biografía elogiadísima del poeta Osvaldo Lamborghini y de una novela que recomiendo vivamente: La Escuela Neolacaniana de Buenos Aires.

En reportajes y en sede judicial la defensa sostuvo que no puede haber defraudación sin dolo, sin perjuicio económico; tampoco plagio si no existe la voluntad de apropiarse de la obra literaria de otra persona, como revelaban el propio título de El Aleph engordado y el epílogo donde se explicaba el procedimiento del engorde.

La apelación del sobreseimiento inicial, el peritaje (se comparó palabra por palabra el cuento de Borges con la amplificatio de Katchadjian), la posibilidad de que Katchadjian se disculpara, el peso simbólico que le ofrecieron pagar, los embargos, la pena de cárcel o los trabajos sociales alternativos a la prisión, los recursos de casación, giraron como gira la rueda de la justicia ciega alrededor de una acusación que sumó también los delitos contemplados por la Convención de Berna de 1896, a la que la Argentina adhirió en 1967: “el autor conserva, durante toda su vida, el derecho de reivindicar la paternidad de la obra y de oponerse a cualquier deformación mutilación u otra modificación de esta obra o a cualquier otro menoscabo a la misma obra, que pudiera afectar su honor o su reputación.”(Art 6, bis)

Ricardo Straface logró demostrar, presentando testigos expertos [Ben Bollig, Felow and Tutor in Spanish del St. Catherine’s College, Oxford University; Guillermo Bravo responsable de la Cátedra de Introducción a la Literatura Española, editor fundador de Cathay Publishers, Normal Capital University, Beijing; Annette Gilbert, Leiterin der Nachwuchsgruppe “In&Out&Between. Zur Rahmung in den Künsten des 20. Jahrhunderts”, Peter SzondiInstitut, Freie Universität Berlin; Annick Louis, professeur de la Université de Reims y de la École des Hautes Etudes en Sciences Sociales de Paris; Graciela Montaldo del Department of Latin American and Iberian Cultures, Columbia University; Julio Premat, professeur de Littérature hispano-américaine de la Université Paris-8, Vincennes Saint-Denis y directeur du Laboratoired’Études Romanes que no había existido defraudación, tampoco plagio y que El Aleph engordado era “un experimento literario contemporáneo con numerosos antecedentes en el siglo veinte, que dicha obra había sido utilizada académicamente en sus respectivos ámbitos, habiendo sido motivo de discusión y análisis en foros de la especialidad”. Katchadjian fue sobreseído y todo volvió a discutirse (o no) en el Varela Varelita, cerrado ahora por la pandemia.


Epílogo

Pablo Katchadjian tuvo un embargo no efectivo de sus bienes de 80.000 pesos y después otro de 30.000, pudo haber ido a la cárcel o tener la palabra “defraudación” escrita en su currículum como posible antecedente para toda su vida. Está en las leyes que, antes de su absolución, se suponía había vulnerado.

Recordemos. La ley 11.723 de Propiedad Intelectual, la llamada ley Noble, vigente ahora (con algunos artículos derogados y otros corregidos y añadidos) se aprobó en 1933, en el escenario de autoritarismo y corrupción que inauguró para los tiempos venideros el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 contra Hipólito Yrigoyen.

La 17.251 de 1967 (Adhesión a la Convención de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas) se promulgó el 25 de abril de 1967, en uso de las atribuciones conferidas por el Art. 5° del Estatuto de la Revolución Argentina, al presidente de la Nación Argentina que sancionó con fuerza de Ley que:

Artículo 1° Apruébase la adhesión a la Convención de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas, firmada el 9 de setiembre de 1886, completada en París el 4 de mayo de 1896, revisada en Berlín el 13 de noviembre de 1908, completada en Berna el 20 de marzo de 1914, revisada en Roma el 2 de junio de 1928 y revisada en Bruselas el 26 de junio de 1948.

Artículo 2°Comuníquese, publíquese, dése a la Dirección Nacional del Registro Oficial y archívese.

Juan Carlos Onganía (Presidente). Nicanor Costa Méndez (Canciller)




[1]La lista de obras de Pablo Katchadjianfue tomada de la presentación del diálogo con Malena Rey en la Fundación Malba, 2019: https://malba.org.ar/evento/conversaciones-pablo-katchadjian/

Algunos textos consultados

Gelós Natalia: “Injusticia poética. Kodama vs El mundillo literario”. Ilustración Hernán Vargas. Revista Anfibia.http://revistaanfibia.com/cronica/injusticiapoetica/

Saavedra Galindo, Alexandra: “Retóricas de la intervención literaria: El Aleph Engordado de Pablo Katchadjian”, Revista chilena de literatura, n.97, Santiago, abril de 2018

Gonzalo, Héctor; Dobratinich, Ana: “El 'otro' Borges, juez del mismo Borges: derechos de autor y usos artísticos de la obra de Borges: 'El Aleph Engordado'
Variaciones Borges: revista del Centro de Estudios y Documentación Jorge Luis Borges, Nº. 43, 2017, págs. 183-205.

Ledesma, Germán Abel: “Cuestión de peso: Pablo Katchadjian y su “Aleph engordado”, Badebec-VOL. 7 N° 14 (Marzo 2018).https://revista.badebec.org/index.php/badebec/article/view/158/146

jueves, 7 de mayo de 2020

Cuestiones sobre derechos de autor (4)

Marietta Gargatagli, con la precisión a las que nos tiene acostumbrados, presenta acá uno de tres casos relativos a derechos de autor birlados. El caso se refiere a una causa judicial que, en la década de 1960, tuvo como protagonistas a una Abraham Finkelstein, José O. Díaz, Angel J. Pellizza, Héctor A. Arenales, Nicolás R. Barbieri, Raúl C. Gestoso y Rafael P. Zorrilla, librero y editores de la ciudad de Buenos Aires, quienes vendieron una edición adulterada de un libro publicado por Juan Goyanarte Editor. 

El caso Goyanarte (I)

Los hechos

El 11 de mayo de 1959, Juan Goyanarte denunció que Abraham Finkelstein, José O. Díaz, Angel J. Pellizza, Héctor A. Arenales, Nicolás R. Barbieri, Raúl C. Gestoso y Rafael P. Zorrilla, librero y editores de la ciudad de Buenos Aires vendieron una edición clandestina de la novela Chocolates for Breakfast de Pamela Moore.

En la denuncia(donde consta el contrato de edición en inglés entre la autora y Goyanarte, la traducción del contrato al castellano, la inscripción en el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual establecida en el artículo 23 de la Ley 11.723) se recordaba la protección acordada por la ley citada y por la Convención de Ginebra, suscripta por la Argentina y de ámbito internacional.

Los procesados (Finkelstein, Díaz, Pellizza, Arenales, Barbieri, Gestoso y Zorrilla) confesaron haber vendido ejemplares de la edición clandestina, aunque adujeron en su descargo que ignoraban que era fraudulenta. Para justificar que los libros que vendían carecieran de pie de imprenta (donde figurara la inscripción del contrato y el depósito de ejemplares tal como manda la Ley 11.723) pretendieron que se trataba de una edición uruguaya (ajena a las disposiciones de la Argentina) o, como sostuvo el procesado Barbieri, una edición chilena.

En la sentencia, destinada a exaltar los derechos de propiedad intelectual y a recordar lo dispuesto por los artículos 366 y 411 del Código de Procedimiento Criminal, se decretó la prisión provisional para los acusados por el delito de defraudación a la propiedad intelectual y el embargo de sus bienes hasta cubrir la suma de $ 5.000 cada uno.


El libro
Pamela Moore (1937-1964) escribió Chocolates for Breakfast (1956) cuando tenía dieciocho años. La novela tuvo notable éxito comercial: once ediciones en Estados Unidos y traducciones inmediatas a una docena de lenguas. La historia de Courtney Farrell, protagonista de Chocolates for Breakfast no termina bien: dieciséis años, padres divorciados, madre actriz en Hollywood, padre editor neoyorquino, sofisticados y mundanos. Mucha fiesta, mucho alcohol. Enamorada sucesivamente de la tutora del college, de un actor bisexual y de un europeo, corrupto y aristócrata, la narradora traslada al lector experiencias eróticas y reflexiones (propias o psiquiátricas) sobre sí misma, la homosexualidad y el amor libre. La novela compitió en la imaginación de los editores con el soporífero Bonjour tristesse (1954) de Françoise Sagan, otro éxito de perversiones juveniles de la época. 

En las tapas de Chocolates for Breakfast, de diseños artesanales y anticipatorios (parecen más bien de los setenta), ilustrados a lo mejor por Castagnino, figuraba bien grande el nombre del traductor: Patricio Canto. Una costumbre de Goyanarte. La décimotercera edición, de 1963, quizás fuera la última.

De 1963 también es una edición mexicana, de la Editorial Selecciones, que podría pertenecer al Reader's Digest. O no.


Editorial Goyanarte

A la manera de prólogo se diría que la editorial de Juan Goyanarte (1900-1967) merecería un atento estudio que excede a estas notas. Y que haría si pudiera volar por el espacio. Goyanarte fue editor de un catálogo muy curioso de unos ciento veinte títulos y de Ficción, revista-libro bimensual (1956-1967) que formó parte de la colosal vida cultural argentina que se multiplicó a partir de esos años. Era tal la locura que sólo en Buenos Aires aparecieron cientos de revistas literarias, incluso otra Ficción, la de Eduardo Dessein, que duró pocos meses. La revista de Goyanarte, dedicada a la prosa, tuvo colaboradores ilustres, Clarice Lispector, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Arturo Roa Bastos, también Borges que protagonizó en sus páginas una de sus conocidas polémicas. En este caso, un cruce de artículos furibundos con Ernestito Sábato. Diminutivo que borró pero respondía a la ofensa de llamar a Bioy, Adolfito, lo que no sé si Sábato eliminó.

La editorial Goyanarte (1954-1990) tuvo una vis comercial basada en autores como Pamela Moore o Guy des Cars, aunque la define lo contrario: un catálogo de escritores argentinos (Bernardo Verbitsky, Ezequiel Martínez Estrada, Arturo Cerretani, Silvina Bullrich, Antonio di Benedetto, Dalmiro Sáenz, Pedro Orgambide,), latinoamericanos (Miguel Ángel Asturias, Erico Verissimo) y un repertorio de versiones al castellano de autores en otras lenguas (Truman Capote, Cesare Pavese, William Saroyan, Jean Giono, Norman Mailer, Albert Cohen, William Faulkner, Gore Vidal). Obras, todas, con el nombre del traductor en la tapa.

Antes (también después) de la venta de la editorial, Goyanarte publicó a escritores vinculados al cine como Hellen Ferro, Tulio Carella, novelas que fueron guiones como El libertino de Frederic Wakeman y dramaturgos de la vanguardia teatral que ya se representaba en Buenos Aires (Joe Orton, Israel Horovitz, Terence Rattigan o Adrienne Kennedy del Black Arts Movement).


Juan Goyanarte

Juan Goyanarte fue también autor de once novelas, la más famosa, Lago argentino (1955), (traducida al francés, italiano y alemán) inspirada en un viaje a caballo por el sur más sur de la Patagonia. Un capítulo puede oírse grabado por el propio autor para el archivo de la palabra de LT 9, radio de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Vivió la mayor parte de su vida en un campo en Goyena (provincia de Buenos Aires) de donde salió para viajar y ocuparse de la editorial y al que volvió, en 1963, después de venderla.

Se sabe poco de él, al parecer por voluntad propia, aunque se conoce una infancia triste y un padre totalitario (internado y colegio militar) de los que huyó para venirse a la Argentina a los dieciocho años. No es difícil imaginarlo sensible, agradable como todos los vascos y con energía para los negocios que emprendía.

David Viñas le dedicó una reseña en Contorno criticando que no era Roberto Arlt. El siempre recordado Capítulo de literatura argentina (1966) describía su “realismo áspero”en una pequeña sección de escritores extranjeros radicados en el país. David William Foster lo eligió entre los doce autores analizados en Social Realism in theArgentine Narrative (1986). Abelardo Castillo recordaba los consejos de escritor que le dio al editarlo (2017). Etcétera. En la voz de la grabación de la UNLP se oyen dos o tres acentos, la cadencia de alguien que vivió en diversos lugares, una entonación, en esos años y después, típicamente argentina.

Fue amigo de Ezequiel Martínez Estrada, de Borges, quizá colaboró de alguna manera con Victoria Ocampo en Sur (se dice que fue “socio gerente”, dato que no pude corroborar) porque compartieron algunos libros y sobre todo a los traductores: Patricio Canto, Estela Canto, Pedro Lecuona, Rubén Masera.


Continuidad de los hechos en 2ª instancia

Con fecha 4 de marzo de 1960, casi un año después de la denuncia, el auto de apelación consideró lo siguiente: “En cuantas oportunidades tuvo para hacerlo el tribunal ha declarado que la conducta típica que reprime el art. 71 de la ley 11.723 debe cumplir alguno de los esquemasdel delito de defraudacióndescriptos en los arts. 172 y 173 del Código Penal. Como de toda evidencia la venta de ejemplares de la traducción no autorizada de la obra Chocolates for breakfast denunciada por el titular del contrato de traducción (…), no realiza objetivamente aquella exigencia y tampoco puede ser subordinada a ninguno de los supuestos específicos enunciados en los arts. 72, 73 y 74 de la ley referida, por la decisiva consideración de que la traducción de la obra fue inscripta con fecha 4 de agosto de 1959, es decir, con posterioridad a las ventas denunciadas que se habrían realizado cuando la protección legítima no tenía protección legar, forzoso es concluir que no configuran delito alguno, ya que el ataque a los otros derechos específicos que el contrato de traducción antes recordado, no tienen tutela penal en las figuras represivas de la ley 11.723.

Por ello se revoca el auto apelado en cuanto dispone la prisión preventiva de los acusados, procesados por devaluación a la propiedad intelectual. Firma la sentencia: Horacio Vera Ocampo.

Los datos por el proceso contra la propiedad intelectual están tomados de revistas jurídicas argentinas. Los atributos personales de Juan Goyanarte se agradecen a José Ramón Zabala Aguirre, especialista en la diáspora vasca y autor del único ensayo biográfico del autor. No encontré estudios sobre la editorial, por tanto, las referencias literarias de Goyanarte empiezan (y no terminan) en catálogos, archivos y bibliotecas.

Juan Goyanarte lee un capítulo de su novela Lago Argentino. Radio Universidad de La Plata. http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/39896


miércoles, 6 de mayo de 2020

Cuestiones sobre derechos de autor (3)


Silvina Friera publicó el siguiente artículo en el diario Página 12 del pasado 4 de mayo. La bajada es lo suficientemente explícita:Frente a las restricciones que impuso la cuarentena, la respuesta del sector editorial fue desplegar una gran oferta de libros para descargar gratis. ¿Hay que liberar y compartir contenidos o las descargas gratuitas deben ser consideradas un delito que no admite excepcionalidad alguna? Página 12 consultó a María Teresa Andruetto, Hernán Vanoli y Beatriz Busaniche para reflexionar sobre los derechos de autor y el derecho al acceso y la participación en tiempos de coronavirus”.

El debate sobre los derechos autorales

El “estado de excepción” –una de las nociones centrales del filósofo italiano Giorgio Agamben- es ese momento en el que se suspende el derecho precisamente para garantizar su continuidad e inclusive su existencia. La pandemia de Covid-19 está provocando una crisis inédita en el mundo. Muchos paradigmas, ese suelo común que se aceptaba con matices o se cuestionaba sin licencias, se tambalean y no terminan de caer. La respuesta inmediata del sector editorial, ante el aislamiento social, preventivo y obligatorio, fue desplegar una gran oferta de libros para descargar gratis, a través de diversos formatos; muchos de los títulos ofrecidos están en dominio público, pero también hay obras de reciente edición. ¿Qué sucede con los derechos de autor en este contexto? ¿Hay que liberar y compartir contenidos, hasta que pase lo peor de la pandemia; condenar las descargas gratuitas como un delito que no admite excepcionalidad alguna; o se vuelve indispensable debatir los alcances de este derecho ante la creciente necesidad de digitalizar los contenidos educativos? Página 12 consultó a María Teresa Andruetto, Hernán Vanoli y Beatriz Busaniche para reflexionar sobre los derechos de autor y el derecho al acceso y la participación en tiempos de coronavirus.

La Cámara Argentina del Libro (CAL) expresó su preocupación en defensa de los derechos autorales ante la legitimación de la liberación de contenidos durante la cuarentena. “En el marco del aislamiento social, preventivo y obligatorio muchos hábitos se han visto alterados y algunas prácticas como la liberación de contenidos que se desarrollaban de forma aislada, hoy cuentan con una amplia legitimidad. Con preocupación observamos el modo en que las obras circulan sin autorización”, advierten en un comunicado al que adhieren la Asociación de Dibujantes de Argentina (ADA), la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina, (Alija), el colectivo Lij, formado por escritores, ilustradores, editores y trabajadores de la literatura infantil y juvenil; la Sociedad de Artistas Visuales Argentinos (SAVA) y el Centro de Administración de Derechos Reprográficos de Argentina (CADRA), entre otras entidades. “Entendemos que es momento de tender redes y ser solidarios, y nos alegra saber que con poemas, cuentos, ilustraciones, novelas, historietas y ensayos podemos transitar más amablemente estos días de encierro. Sin embargo, detrás de cada uno de estos contenidos hay trabajadores que hacen posible que esas ideas se conviertan en libros. Y que esos libros, gracias a las editoriales, distribuidores, libreros y mediadores (bibliotecarios, docentes y narradores) lleguen a sus manos”. El comunicado de la CAL concluye: “Para que el libro, ese artefacto que abre puertas e invita a sumergirnos en otros mundos, sobreviva a la pandemia, es necesario cuidar el trabajo de todos los que formamos parte de la industria editorial. Si vas a compartir contenidos, hacelo con responsabilidad y conocimiento de los alcances de los derechos autorales correspondientes a la obra, PEDÍ PERMISO (la mayúscula está en el comunicado). No difundas PDFs o fotocopias de autorxs con derechos vigentes”.

Liberaciones sobreactuadas
“La pandemia tiene un costado muy doloroso, en primer lugar, y un carácter tan excepcional que consigue que la literatura quede un poco desteñida”, dice Hernán Vanoli a Página 12. “Esto pasa porque la práctica literaria es en cierta medida un proyecto utópico y la pandemia que vivimos, burocrática, lenta y dañina en igual medida, es un proyecto que maximiza la incertidumbre. Entonces se hace difícil leer o escribir. Uno puede engancharse con un libro, pero no con la literatura como proyecto. En ese contexto creo que para los escritores es un excelente momento para corregir lo que uno tiene en suspenso, incluso para avanzar en algo que se está trabajando, pero muy difícil para innovar”. El autor de las novelas Cataratas y Pinamar agrega que esta es una oportunidad para “ponerse al día con los libros que cada uno viene posponiendo” y que si está urgido por un texto en particular puede comprarlo a una librería o a una editorial, que están atravesando tiempos difíciles. “Internet ya liberó muchísimos libros, y por eso creo que las ‘liberaciones’ sobreactuadas de contenidos son como los ‘vivos’ de Instagram: parecen más artilugios de autopromoción que contribuciones reales”, compara el autor del ensayo El amor por la literatura en tiempos de algoritmos.

Otra normalidad
Desde Córdoba, María Teresa Andruetto subraya que, ante una situación excepcional e inédita, “las respuestas son también excepcionales y diversas”. “Yo he cedido todo lo que se me solicitó. ¿Quiénes me lo han solicitado? El Estado, el ministerio de Educación a través de las respectivas editoriales, o mejor dicho las editoriales a pedido del ministerio. He cedido varios de mis libros para adultos, varios para chicos y jóvenes; todo lo que me han pedido para la circulación de libros entre maestros lo he cedido; son ebooks por un período determinado. También he dado grabaciones de mis cuentos a maestros o profesores que están trabajando con alumnos de modo virtual y no tienen los libros a mano o no los podían comprar porque en ese momento todavía no estaban habilitadas las ventas en librerías, siempre pensando en algo que me marca mucho y es que la formación y la colaboración con los otros está más allá de mis propios intereses, más allá incluso de mi propia escritura”, reconoce la escritora que ha cedido varios de sus libros: Penguin Random House le pidió  Los manchadosLa mujer en cuestiónLengua madre y Cacería; en literatura juvenil, StefanoLa niña, el corazón y la casaLa mujer vampiro y Selene; la editorial Limonero le pidió Clara y el hombre en la ventana y Calibroscopio le pidió Campeón. Todos estos títulos son para el ministerio de Educación. “La situación es excepcional; cuando esto pase, se verán cuáles son las nuevas reglas. No sabemos. Y yo creo que una de las cosas difíciles que tenemos que soportar es que no sabemos cómo va a ser el mundo después de la pandemia. Esto que entendíamos y llamábamos ‘normalidad’ va a ser de otra manera. La normalidad va a ser otra. Si las reglas son otras, uno tomará otras decisiones”.

Delitos penales 
Beatriz Busaniche, Licenciada en Comunicación Social, docente de grado y posgrado en la Universidad de Buenos Aires y presidenta de la Fundación Vía Libre, organización sin fines de lucro dedicada a la defensa de derechos fundamentales en entornos mediados por tecnologías de información y comunicación, señala que junto con Creative Commons Argentina, asociaciones de bibliotecarios, docentes e investigadores académicos, han tratado de abrir este debate “desde una mirada muy distinta” a la del comunicado de la CAL. “Nosotros venimos hace muchos años hablando de este tema, pero lamentablemente siempre nos hemos topado con la dificultad de dar un debate profundo sobre una buena política pública en la cual estén contemplados los tres grandes ejes de los derechos culturales: los derechos de acceso a la cultura, los derechos de participación en la cultura y los derechos de autores; el derecho de los autores a tener una vida digna y a gozar de los beneficios que redunden de su obra porque se entiende que los autores son figuras claves en el desarrollo cultural; pero también es clave el acceso y la participación. Es imposible tener autores sin previo acceso y participación; esa es la parte que muchas veces se soslaya en el debate”, aclara Busaniche.

“Uno de los temas centrales que pusimos sobre la mesa en esta situación de pandemia es que la gran mayoría de quienes somos docentes hemos tenido que hacer una migración a lo digital abrupta, no prevista, no planificada, y esto ha sucedido en todos los niveles educativos, en las universidades tanto públicas como privadas. Los docentes que seguimos dando acompañamiento pedagógico a nuestros alumnos tenemos que agradecer el haber hecho versiones digitales de buena parte de los materiales que usamos que nos facilitaron la tarea que ahora estamos haciendo de urgencia online. Nunca hemos debatido seriamente la posibilidad de establecer flexibilidades a los derechos de autor para distintos sectores”, explica la presidenta de la Fundación Vía Libre.

Los libros de texto y las bibliografías fundamentales del mundo académico se encuentran alcanzados por la Ley 11.723, una ley de propiedad intelectual aprobada en 1933, en un contexto tecnológico y cultural diferente al actual. “Argentina es un país que carece de flexibilidades a favor de bibliotecas; entonces la digitalización con fines de conservación, la digitalización con fines de préstamos bibliotecarios, la digitalización con fines de investigación académica, son consideradas delitos penales. La digitalización para el acceso a materiales educativos y a materiales de investigación es considerada un delito penal –enumera Busaniche–. Me parece difícil entrar en una discusión seria con un sector que sistemáticamente se opuso a la reivindicación de los derechos de acceso y participación a la cultura”. La presidenta de la Fundación Vía Libre propone observar la Convención de Berna, normativa sobre la propiedad de las obras literarias, aún vigente como marco regulador de los derechos de autor a nivel global, que establece que “los derechos de autor no son absolutos y que los países pueden arbitrar medidas para fomentar el acceso”. Busaniche sugiere que es posible “flexibilizar las regulaciones” para satisfacer el acceso y participación de sectores específicos, como las personas con discapacidades de todo tipo, las personas que trabajan en el ámbito bibliotecario y los docentes e investigadores. “La Cámara Argentina del Libro, si quiere que respetemos los derechos autorales, debería saber que también hay que contemplar los derechos de acceso y participación en la cultura a los cuales sistemáticamente se han venido negando. Sin lectores, tampoco vamos a tener autores. Y para tener lectores es imprescindible poner en el lugar que corresponde el derecho de acceso y participación”, afirma Busaniche.

Larga vida al libro


Andruetto no sabe cómo será el futuro del libro. “Al principio, la lectura digital parecía que iba a suplantar a la lectura en papel. Después se supo que no; que el papel tenía más perdurabilidad y era elegido por los lectores. Ahora, en esta nueva situación, lo digital cobra otra importancia, pero no sabemos qué va a pasar. Yo creo que coexistirán las dos maneras, pero indudablemente la situación de la cuarentena le está dando un impulso muy fuerte a lo digital”, plantea la escritora cordobesa. Vanoli exorciza el pesimismo. “No sé si va a crecer la lectura digital, porque comprar un libro es un acto poco riesgoso que sin embargo implica una salida a lo público y un desafío, con alta gratificación emocional. No sé cuántas experiencias así quedarán en pie; por lo pronto la gente no va a querer ir a recitales ni a tribunas deportivas, y las librerías son bastante seguras y nunca están muy llenas y eso puede jugarles a favor –argumenta el escritor–. Si se logran repensar como espacios de encuentro quizás salgan ganando y se compren más libros en físico. La lectura digital viene creciendo, pero su curva de aceleración no es dramática. Curiosamente, no hay gente que rechace el papel a no ser por cuestiones de almacenamiento o de precio, pero sí hay mucha gente que rechaza lo digital básicamente porque leer en digital es peor, y además es carísimo”.

En cuanto a la industria del libro, Vanoli prefiere desagregar el análisis. “Hay una industria editorial, de a momentos heroica, proveedora del sistema educativo mayormente, que en algunos casos logra integración vertical y puede llegar a ser rentable, y una industria de la impresión, que en Argentina es obsoleta en términos técnicos y depende del oligopolio del papel. Y después hay un espacio de militantes literarios que imprimen, editan, escriben, participan en festivales, se autopromocionan en busca de amor y son malos comerciantes. Ojalá haya larga vida para ellos”. 

martes, 5 de mayo de 2020

Cuestiones sobre derechos de autor (2)

Gabriela Cabezón Cámara
El siguiente artículo, publicado por Omar Genovese en el diario Perfil, el pasado domingo 3 de mayo, da cuenta de la polémica generada a propósito de la publicación gratuita de libros recientes –entre otros, el de Gabriela Cabezón Cámara, que dio origen a la discusión– en el sitio Biblioteca Virtual, de la poeta Selva Dipasquale.

Libros digitales: ni libres ni gratis

Hace dos días, en Biblioteca Virtual, grupo de Facebook creado por la poeta Selva Dipasquale donde más de 15 mil participantes comparten libros digitales, Gabriela Cabezón Cámara publicó: “Hola querides. Me parecen muy lindas sus buenas intenciones pero les pido que no circulen mis libros. Les voy a dar un ejemplo de para qué sirven las regalías que tenemos por los libros. El año pasado me enfermé cuatro meses y no pude dar los talleres. Por ende, no tuve ingresos. Si no hubiera sido por las regalías de Las aventuras de la China Iron, que me llevó tres años de muchísimo trabajo, habría tenido que pedir limosnas. Ustedes pueden pensar que yo tengo que pedir limosna si me enfermo. Yo no”.

La recomendación generó comentarios, casi debate sobre los derechos de autor. El texto de Cabezón Cámara está en sintonía con la campaña respecto de la circulación de obras en formato digital por parte del colectivo Unión Argentina de Escritoras y Escritores (en Twitter: @uniondeescritor).

Como si estuviera mirando de reojo el futuro, el pasado lunes, el medio independiente español El Salto publicó un artículo de Brigitte Vasallo titulado: “¿Quién genera la cultura gratuita?”. Allí se lee: “Cultura gratis para que todas tengamos acceso a la cultura. El argumento, sin embargo, tiene trampa (…) La trampa es que, para hacerlo, revienta la producción, expulsando de ella a las pequeñas productoras locales. (…) Otra trampa, sin embargo, en el debate, es la confusión entre cultura e industria cultural. La gratuidad tiene consecuencias en el acceso a la cultura. No en su consumo, pero sí en su producción. Lejos de liberar los productos culturales, los discursos, deja su creación en manos de quien se la puede permitir. Libera el consumo, pero secuestra la producción, se la entrega de manera descarnada al capital, convirtiéndola en un lujo que solo algunos se pueden permitir”. Y a modo de cierre, Vasallo abre el abismo: “Así que tenemos un debate de fondo: ¿queremos que todos los productos culturales que nos alimentan provengan de la burguesía? ¿Queremos un arte cuya única experiencia de opresión de clase sea inventada, o un arte que solo responda a los intereses del amo y se vea obligada a silenciar las cuestiones que realmente apuntan al amo?”.

Según Fernando Soto, abogado de María Kodama, “el derecho de propiedad intelectual es un derecho humano, de protección por todos los organismos internacionales de DD.HH. Está muy bien que los autores protejan su obra y se opongan a la publicación sin autorización. Ahora bien, ello abarca a todos los autores, incluyendo a Borges. Nadie tiene derecho a publicar la obra de otro sin su autorización. Tampoco la de Borges, por supuesto”. La ironía: varios escritores hoy preocupados por el resguardo de sus libros digitalizados hace unos años defendieron a Pablo Katchadjian, demandado por reproducir sin autorización el cuento "El Aleph".

Para Pablo Farrés, autor de El punto idiota, entre otras novelas, el escritor enfrenta una ética respecto de su obra: “No puedo imaginar que el tipo que trabaja en una fábrica de chizitos defienda al patrón que lo somete atrapando ladrones de chizitos en el supermercado del barrio. El tipo que produce el chizito y cobra un salario (que no le alcanza ni para comprar chizitos) diría: ‘No es un tema mío ir a cazar ladrones de chizitos, al fin y al cabo no son míos; son los dueños del supermercado y de la fábrica –y los aparatos ideológicos y represivos a su disposición– los que deberían preocuparse’. En fin, si mis derechos sobre el chizito producido ya fueron vendidos como mi alma al diablo, ¿por qué voy ahora a defender los derechos del diablo? Claro que todo el mundo tiene derecho a quejarse cuando se siente robado, el punto es contra quién está dirigida la queja –quién es el que de verdad te roba cuando te están pagando un mísero 10% del valor de venta de tu libro y encima de todo se arroga el lugar de definir qué es literatura imponiendo sus criterios comerciales como criterios de producción literaria–. Yo mismo trabajo en una fábrica de chizitos y no me alcanza para comprar todos los chizitos que necesito para vivir, por lo que –tengo que confesarlo– me he convertido en un conspicuo, orgulloso y acérrimo ladrón de chizitos digitales; no puedo vivir sin chizitos digitales, mi organismo no resiste ningún otro alimento, y si no existieran internet, el PDF o el e-book, creo que moriría de inanición”. Libros ni libres ni gratis, entonces.

Cuando termine este encierro, ¿existirá alguna librería donde comprarlos? ¿Quedarán lectores con capacidad de compra?

lunes, 4 de mayo de 2020

Cuestiones sobre derechos de autor (1)


“En estos días, a propósito de una página de Facebook en la que hacían circular versiones electrónicas de libros recientemente publicados, estalló una polémica entre los escritores que consideran que esa circulación afecta severamente sus derechos y otros que entienden que asistimos a momentos excepcionales, que ameritan respuestas diferentes y cierto grado de comprensión de las diversas crisis que acechan”. Tal es la bajada de los editores de Cultura InfoBAE, que presenta lo que escribió la escritora argentina María Teresa Andruetto en su página de Facebook, en respuesta a otras intervenciones en el mismo medio.

Razones para la gratuidad 

Soy escritora, pero también soy lectora. He leído en libros en papel comprados, prestados, fotocopiados, PDF, e book y todas las faunas. Di durante años clases fotocopiando para todos mis alumnos algún libro que había conseguido y ya no estaba por ninguna parte o era muy caro o los alumnos eran demasiado pobres.


Muchos leyeron por primera vez a un escritor/a en fotocopias entregadas en mis talleres. Escribir da trabajo, pero si escribimos de oficio, estamos fritos. A mí, al menos, me da vergüenza comparar el trabajo de escribir una novela o un poema con hacer plomería, calzar un pozo de agua, recoger la basura por las calles, lavar el cuerpo de un enfermo, despostar una vaca o levantar una pared, sinceramente, no porque escribir no de trabajo, no sea trabajoso, sino porque no depende de las condiciones habituales de trabajo en los que hay una relación entre tiempo invertido y dinero cobrado por ello.

Se habla de contratapas, recomendaciones, prólogos, clases, cursos, corrección, charlas sobre libros, traducciones, revisión de originales, escritura en negro, gestiones culturales, organización de ferias, jornadas y festivales y de otras muchas cuestiones. Eso sí es trabajo, pero escribir, lo que se dice escribir, me parece que no es exactamente eso. Es otra cosa, y esos trabajos que nombro suelen llegarnos porque hicimos (más o menos bien) “esa otra cosa” que, si bien da trabajo, es algo más y también algo menos que un trabajo.

Comparto la idea de un post que vi hoy acerca de que buena parte de la circulación de nuestros libros (de los míos, seguro) se la debemos a gestores culturales, editores, bibliotecarios, animadores, narradores orales, actores, maestros, profesores… que le ponen el cuerpo a la literatura para difundir nuestros libros (los míos, por lo menos) entre lectores que no llegarían a esos libros de otro modo.

Estamos en un momento totalmente excepcional, de los más difíciles que hayamos pasado, tal vez no exactamente en sentido personal, pero sí para muchas personas. Amerita, creo, respuestas también excepcionales. Las enfermeras que pasaron por acá a poner la vacuna no están en blanco, a los maestros y profesores que están dando sus clases de modo virtual nadie les va a reconocer las horas de trabajo extra que se toman, a mis vecinos que trabajan por su cuenta en albañilería, carpintería de obra o changas, aun con ayuda del Estado, ¿quién va a reponerles el tiempo de estar sin trabajo, los clientes perdidos, el material arruinado? A los muchos músicos, actores y narradores orales de mi zona (y seguramente de todas partes) que vivían de sus espectáculos, visitas a colegios, funciones en pequeños teatros, ¿quién va a cubrirles lo perdido?

Podría seguir enumerando al infinito, para decir que si bien no todos, casi todos estamos perdiendo algo con la pandemia, y que no todos, pero muchos, seremos (ya somos) un poco mas pobres que antes, no solo los escritores.

Los lectores leemos de prestado, los lectores vivimos prestando (y perdiendo) libros y yendo a bibliotecas y comprando usado y leyendo PDF o e books o fotocopias además de hermosos libros en papel, cuando podemos comprarlos. Muchos lectores no pueden pagar los libros, o por lo menos no pueden pagar tantos libros como quieren/necesitan leer. No es de ahora, es de siempre.

Cuando alguien lee un libro de cualquier manera, como lo encuentra, como le llega, es porque le interesa; muchos a su vez enseñan, recomiendan, hacen que otros muchos lean (incluso compren tal vez) ese libro, lo hacen circular y es por eso que -como el mundo es redondo, el mundo gira- antes o después algunos terminamos publicando muchos libros, teniendo muchos lectores, también cobrando regalías por eso que escribimos.

La lectura siempre estuvo asociada al préstamo, al usado, a la biblioteca, a la circulación subterránea, ilegal, secreta. Esa es una parte de las prácticas reales de lectura en nuestro país.

NOTA DEL ADMINISTRADOR:
Quienes deseen leer más sobre la polémica desatada, pueden hacerlo en sendas notas escritas por Edgardo Scott e Hinde Pomeraniec, publicadas en el mismo medio:

https://www.infobae.com/cultura/2020/05/02/escribir-literatura-es-un-trabajo/

https://www.infobae.com/cultura/2020/05/02/pirateria-derechos-de-autor-y-el-trabajo-del-escritor-debate-si-agresiones-no/

viernes, 1 de mayo de 2020

Despacio, las librerías vuelven a trabajar... un poco


El 27 de abril pasado, Gustavo García publicó en las páginas económicas del diario La Prensa, de Buenos Aires, el siguiente artículo. Por curioso que parezca para la sección, la bajada dice lo siguiente: “Ser un buen lector es una cualidad que cotiza en estos tiempos de prolongado encierro. La afición hacia los libros, a ese otro mundo que se abre con cada historia, se ha convertido en una maravillosa vía de escape de esta tediosa cuarentena con ribetes de perpetuidad”.

El despertar de las librerías

Para los amantes de la literatura leer no es un pasatiempo sino una necesidad. De allí que el Gobierno haya permitido hace un par de semanas la actividad comercial de las librerías bajo la modalidad de venta on line o telefónica. Los locales están cerrados para la atención al público y, si bien el cliente se pierde el incomparable placer de rebuscar libros en los estantes, al menos puede adquirir títulos nuevos a distancia y seguir nadando en esas misteriosas aguas.

Tras un mes de inactividad, las librerías se quitaron el polvo de encima y se pusieron a trabajar. Las grandes cadenas, con su arsenal de títulos y géneros diversos, pero también las pequeñas librerías de barrio, que cuentan con el invaluable factor del trato personalizado, eso de conocer al vecino, ya están trabajando a destajo.

Las experiencias, por tamaño, ubicación geográfica y características propias de los clientes, son disímiles. Por lo pronto, Yenny y El Ateneo comenzó la venta a puertas cerradas en todo el país con envío en los locales de El Ateneo Córdoba, El Ateneo Florida 340, El Ateneo Florida 632, El Ateneo Grand Splendid, El Ateneo Juramento, El Ateneo La Plata, El Ateneo Rosario, El Ateneo Tucumán, Yenny Caballito, Yenny Comodoro Rivadavia, Yenny Flores, Yenny Jujuy, Yenny Lomas de Zamora, Yenny Mendoza (Centro), Yenny Paraná, Yenny Resistencia y Yenny Salta (Centro).

Para la compra a distancia, el cliente puede consultar en http://bit.ly/3cE0cib. Por otra parte, Tematika sigue funcionando con envío a todo el país a través del WhatsApp +5491128859431 o al mail librerias@tematika.com. La empresa utiliza como medios de pago el efectivo y Mercado Pago. Los gastos de envío son bonificados en compras superiores a $800 en un radio de 1 kilómetro y en compras superiores a los $1.600 en un radio de 2 kilómetros. El esquema de ventas tiene vigencia hasta el próximo 2 de mayo.

Una estrategia similar ha desarrollado Cúspide en sus principales locales. A través de su sitio web tiene disponible todo el catálogo que usualmente pone a disposición de los lectores en tiempos de puertas abiertas. Las consultas para la compra de libros on line pueden ser enviadas a ventas@cuspide.com, o al (54) 11 5237 1105. La atención es de lunes a sábado de 9 a 19. Ofrece todos los medios de pago, además de su ya clásica tarjeta CúspideMax.

En los barrios el negocio tiene otras características. Allí el librero suele tomarle el pulso al cliente, conoce sus gustos a partir de las ventajas que trae aparejadas el trato personalizado. En Recoleta la librería Norte trabajan contrarreloj para devolver las consultas que los lectores realizan vía mail, Instagram, Facebook y WhatsApp, en el contexto de un número reducido de personal debido a las restricciones a las que obliga la pandemia.

“Ahora tenemos un equipo reducido que trabaja de 11 a 17, lo que significa que la fuerte demanda debe ser atendida en menos tiempo y por menos gente –y explica Sandro–. Creció mucho la demanda. Ocurre que el que es lector no deja de leer nunca. Las personas que leen mucho por ahí compran todas las semanas. Un mes con las librerías cerradas implica que los lectores estén necesitados de comprar títulos nuevos”.

El vasto circuito de las librerías comenzó a moverse lentamente, saliendo del letargo. “Empezó a funcionar también la otra pata del negocio del libro, que son las editoriales. Nosotros arrancamos primero, vendiendo el stock, y luego ellos también gestionaron los permisos y comenzaron a distribuir. Hay muchos libros nuevos. Por ejemplo, el viernes recibimos Los diarios completos de Sylvia Plath. Hay muchas novedades de abril que no pudieron ser entregadas por la cuarentena”.

Norte atiende pedidos en el whatsapp 54 11 55895828, en el mail info@librerianorte.com.ar o en www.instagram.com/libreria.norte. Realiza envíos gratis dentro de la Ciudad de Buenos Aires a partir de compras superiores a los $ 3.000 o si la venta se realiza en un radio de 15 cuadras. Sino el costo del envío es de $ 200.

Claro que las librerías no obtienen en el canal virtual el mismo volumen de ventas que logran normalmente, con los locales abiertos al público. En el barrio de La Paternal está Frida, un clásico sobre la avenida San Martín (teléfono 4582-2482). Leticia, su dueña, cuenta que poco a poco se han comenzado a mover las ventas, pero que esto igualmente está lejos de ser una reapertura comercial.

 “Se vende algo, pero en comparación a los tiempos normales es casi nulo. Son ventas simbólicas. Una de las claves es tener muchas cosas baratas publicadas”.

La realidad es más dura para estos negocios en materia de obligaciones contractuales. “No nos encuadramos en ninguno de los beneficios que otorga el Estado, no tenemos ninguna quita de impuestos. Lo único es sacar un crédito, pero yo soy autónoma y eso no me parece ningún beneficio. Además hay que afrontar el pago del alquiler. Eso se puede negociar con el propietario, pero igual lo estás debiendo. Arrancamos dos meses atrás en todo. Y a eso hay que sumarle pagarle a la Afip, la luz y demás”.

La Cámara Argentina del Libro no es ajena a esta situación y a comienzos de abril emitió un comunicado en el cual se le solicitaba al Gobierno “una serie de medidas en apoyo al sector editorial”. El documento señala que “entre las acciones sugeridas por la Entidad se encuentran la declaración de la emergencia del sector, la instrumentación de financiamiento, la facilitación de los tramites REPRO, la ejecución de los presupuestos de compras institucionales, la puesta en marcha de líneas de crédito especiales y la suspensión temporal del pago de cargas patronales, entre otros temas”.

Y culmina firmando que “como es de público conocimiento, se espera que esta pandemia dure varios meses afectando proyectos de producción y actividades culturales claves para el sector, generando un daño significativo a una industria que, desde hace ya cuatro años se encuentra atravesando una de sus mayores crisis”.