Silvina Friera publicó el siguiente artículo en el diario Página 12 del pasado 4 de mayo. La
bajada es lo suficientemente explícita: “Frente a las restricciones que impuso la
cuarentena, la respuesta del sector editorial fue desplegar una gran oferta de
libros para descargar gratis. ¿Hay que liberar y compartir contenidos o las
descargas gratuitas deben ser consideradas un delito que no admite
excepcionalidad alguna? Página 12
consultó a María Teresa Andruetto, Hernán Vanoli y Beatriz Busaniche para reflexionar sobre los derechos de autor y el
derecho al acceso y la participación en tiempos de coronavirus”.
El debate
sobre los derechos autorales
El “estado de
excepción” –una de las nociones centrales del filósofo italiano Giorgio
Agamben- es ese momento en el que se suspende el derecho precisamente para
garantizar su continuidad e inclusive su existencia. La pandemia de Covid-19
está provocando una crisis inédita en el mundo. Muchos paradigmas, ese suelo
común que se aceptaba con matices o se cuestionaba sin licencias, se tambalean
y no terminan de caer. La respuesta inmediata del sector editorial, ante el
aislamiento social, preventivo y obligatorio, fue desplegar una gran oferta de
libros para descargar gratis, a través de
diversos formatos; muchos de los títulos ofrecidos están en dominio público,
pero también hay obras de reciente edición. ¿Qué sucede con los derechos de
autor en este contexto? ¿Hay que liberar y compartir contenidos, hasta que pase
lo peor de la pandemia; condenar las descargas gratuitas como un delito que no
admite excepcionalidad alguna; o se vuelve indispensable debatir los alcances
de este derecho ante la creciente necesidad de digitalizar los contenidos educativos? Página
12 consultó a María Teresa Andruetto, Hernán Vanoli y
Beatriz Busaniche para reflexionar sobre los derechos de autor y el derecho al
acceso y la participación en tiempos de coronavirus.
La Cámara Argentina
del Libro (CAL) expresó su preocupación en defensa de los derechos autorales
ante la legitimación de la liberación de contenidos durante la cuarentena. “En
el marco del aislamiento social, preventivo y obligatorio muchos hábitos se han
visto alterados y algunas prácticas como la liberación de contenidos que se
desarrollaban de forma aislada, hoy cuentan con una amplia legitimidad. Con
preocupación observamos el modo en que las obras circulan sin autorización”,
advierten en un comunicado al que adhieren la Asociación de Dibujantes de Argentina
(ADA), la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), la Asociación de Literatura
Infantil y Juvenil de Argentina, (Alija), el colectivo Lij, formado por
escritores, ilustradores, editores y trabajadores de la literatura infantil y
juvenil; la Sociedad de Artistas Visuales Argentinos (SAVA) y el Centro de
Administración de Derechos Reprográficos de Argentina (CADRA), entre otras
entidades. “Entendemos que es momento de tender redes y ser solidarios, y nos
alegra saber que con poemas, cuentos, ilustraciones, novelas, historietas y
ensayos podemos transitar más amablemente estos días de encierro. Sin embargo,
detrás de cada uno de estos contenidos hay trabajadores que hacen posible que
esas ideas se conviertan en libros. Y que esos libros, gracias a las editoriales,
distribuidores, libreros y mediadores (bibliotecarios, docentes y narradores)
lleguen a sus manos”. El comunicado de la CAL concluye: “Para que el libro, ese
artefacto que abre puertas e invita a sumergirnos en otros mundos, sobreviva a
la pandemia, es necesario cuidar el trabajo de todos los que formamos parte de
la industria editorial. Si
vas a compartir contenidos, hacelo con responsabilidad y conocimiento de los
alcances de los derechos autorales correspondientes a la obra, PEDÍ PERMISO (la
mayúscula está en el comunicado). No difundas PDFs o fotocopias de autorxs con
derechos vigentes”.
Liberaciones sobreactuadas
“La pandemia tiene un costado muy doloroso, en primer lugar, y un
carácter tan excepcional que consigue que la literatura quede un poco
desteñida”, dice Hernán Vanoli a Página 12. “Esto pasa porque la práctica literaria es en cierta medida
un proyecto utópico y la pandemia que vivimos, burocrática, lenta y dañina en
igual medida, es un proyecto que maximiza la incertidumbre. Entonces se hace difícil leer o escribir. Uno puede
engancharse con un libro, pero no con la literatura como proyecto. En ese
contexto creo que para los escritores es un excelente momento para corregir lo
que uno tiene en suspenso, incluso para avanzar en algo que se está trabajando,
pero muy difícil para innovar”. El autor de las novelas Cataratas y Pinamar agrega que
esta es una oportunidad para “ponerse al día con los libros que cada uno viene
posponiendo” y que si está urgido por un texto en particular puede comprarlo a
una librería o a una editorial, que están atravesando tiempos difíciles.
“Internet ya liberó muchísimos libros, y por eso creo que las ‘liberaciones’
sobreactuadas de contenidos son como los ‘vivos’ de Instagram: parecen más
artilugios de autopromoción que contribuciones reales”, compara el autor del
ensayo El amor por la literatura en tiempos de algoritmos.
Otra normalidad
Desde Córdoba, María
Teresa Andruetto subraya que, ante una situación excepcional e inédita, “las
respuestas son también excepcionales y diversas”. “Yo he cedido todo lo que se me solicitó. ¿Quiénes me lo
han solicitado? El Estado, el ministerio de Educación a través de las
respectivas editoriales, o mejor dicho las editoriales a pedido del ministerio.
He cedido varios de mis libros para adultos, varios para chicos y jóvenes; todo
lo que me han pedido para la circulación de libros entre maestros lo he cedido;
son ebooks por un período determinado. También he dado grabaciones de mis
cuentos a maestros o profesores que están trabajando con alumnos de modo
virtual y no tienen los libros a mano o no los podían comprar porque en ese
momento todavía no estaban habilitadas las ventas en librerías, siempre
pensando en algo que me marca mucho y es que la formación y la colaboración con
los otros está más allá de mis propios intereses, más allá incluso de mi propia
escritura”, reconoce la escritora que ha cedido varios de sus libros: Penguin
Random House le pidió Los manchados, La mujer en cuestión, Lengua madre y Cacería; en literatura
juvenil, Stefano, La niña, el corazón y la casa, La mujer vampiro y Selene; la editorial
Limonero le pidió Clara y el hombre en la ventana y Calibroscopio le pidió Campeón. Todos estos títulos
son para el ministerio de Educación. “La situación es excepcional; cuando esto pase, se verán cuáles son las
nuevas reglas. No sabemos. Y yo creo que una de las cosas difíciles que tenemos que
soportar es que no sabemos cómo va a ser el mundo después de la pandemia. Esto
que entendíamos y llamábamos ‘normalidad’ va a ser de otra manera. La
normalidad va a ser otra. Si las reglas son otras, uno tomará otras decisiones”.
Delitos penales
Beatriz Busaniche, Licenciada en Comunicación Social,
docente de grado y posgrado en la Universidad de Buenos Aires y presidenta de
la Fundación Vía Libre, organización sin fines de lucro dedicada a la defensa
de derechos fundamentales en entornos mediados por tecnologías de información y
comunicación, señala que junto con Creative Commons Argentina, asociaciones de
bibliotecarios, docentes e investigadores académicos, han tratado de abrir este
debate “desde una mirada muy distinta” a la del comunicado de la CAL. “Nosotros
venimos hace muchos años hablando de este tema, pero lamentablemente siempre
nos hemos topado con la dificultad de dar un debate profundo sobre una buena
política pública en la cual estén contemplados los tres grandes ejes de los derechos
culturales: los derechos de acceso a la cultura, los derechos de participación
en la cultura y los derechos de autores; el derecho de los autores a tener una
vida digna y a gozar de los beneficios que redunden de su obra porque se
entiende que los autores son figuras claves en el desarrollo cultural; pero
también es clave el acceso y la participación. Es imposible tener autores sin previo acceso y participación; esa es la
parte que muchas veces se soslaya en el debate”, aclara Busaniche.
“Uno de los temas centrales que pusimos sobre la mesa
en esta situación de pandemia es que la gran mayoría de quienes somos docentes
hemos tenido que hacer una migración a lo digital abrupta, no prevista, no
planificada, y esto ha sucedido en todos los niveles educativos, en las
universidades tanto públicas como privadas. Los docentes que seguimos dando
acompañamiento pedagógico a nuestros alumnos tenemos que agradecer el haber
hecho versiones digitales de buena parte de los materiales que usamos que nos
facilitaron la tarea que ahora estamos haciendo de urgencia online. Nunca hemos
debatido seriamente la posibilidad de establecer flexibilidades a los derechos
de autor para distintos sectores”, explica la presidenta de la Fundación Vía
Libre.
Los libros de texto y las bibliografías
fundamentales del mundo académico se encuentran alcanzados por la Ley 11.723,
una ley de propiedad intelectual aprobada en 1933, en un contexto tecnológico y
cultural diferente al actual. “Argentina es un país que carece de
flexibilidades a favor de bibliotecas; entonces la digitalización con fines de
conservación, la digitalización con fines de préstamos bibliotecarios, la
digitalización con fines de investigación académica, son consideradas delitos
penales. La digitalización para el acceso a materiales educativos y a
materiales de investigación es considerada un delito penal –enumera Busaniche–.
Me parece difícil entrar en una discusión seria con un sector que
sistemáticamente se opuso a la reivindicación de los derechos de acceso y
participación a la cultura”. La presidenta de la Fundación Vía Libre propone
observar la Convención de Berna, normativa sobre la propiedad de las obras
literarias, aún vigente como marco regulador de los derechos de autor a nivel
global, que establece que “los derechos de autor no son absolutos y que los
países pueden arbitrar medidas para fomentar el acceso”. Busaniche sugiere que
es posible “flexibilizar las regulaciones” para satisfacer el acceso y
participación de sectores específicos, como las personas con discapacidades de
todo tipo, las personas que trabajan en el ámbito bibliotecario y los docentes
e investigadores. “La Cámara Argentina del Libro, si quiere que respetemos los
derechos autorales, debería saber que también hay que contemplar los derechos
de acceso y participación en la cultura a los cuales sistemáticamente se han
venido negando. Sin lectores,
tampoco vamos a tener autores. Y para tener lectores es imprescindible poner en
el lugar que corresponde el derecho de acceso y participación”, afirma Busaniche.
Larga vida al
libro
Andruetto no sabe cómo será el futuro del libro. “Al
principio, la lectura digital parecía que iba a suplantar a la lectura en
papel. Después se supo que no; que el papel tenía más perdurabilidad y era
elegido por los lectores. Ahora, en esta nueva situación, lo digital cobra otra
importancia, pero no sabemos qué va a pasar. Yo creo que coexistirán las dos
maneras, pero indudablemente la situación de la cuarentena le está dando un
impulso muy fuerte a lo digital”, plantea la escritora cordobesa. Vanoli exorciza
el pesimismo. “No sé si va a
crecer la lectura digital, porque comprar un libro es un acto poco riesgoso que
sin embargo implica una salida a lo público y un desafío, con alta
gratificación emocional. No sé cuántas experiencias así quedarán en
pie; por lo pronto la gente no va a querer ir a recitales ni a tribunas
deportivas, y las librerías son bastante seguras y nunca están muy llenas y eso
puede jugarles a favor –argumenta el escritor–. Si se logran repensar como
espacios de encuentro quizás salgan ganando y se compren más libros en físico.
La lectura digital viene creciendo, pero su curva de aceleración no es
dramática. Curiosamente, no hay gente que rechace el papel a no ser por
cuestiones de almacenamiento o de precio, pero sí hay mucha gente que rechaza
lo digital básicamente porque leer en digital es peor, y además es carísimo”.
En cuanto a la industria del libro, Vanoli
prefiere desagregar el análisis. “Hay una industria editorial, de a momentos
heroica, proveedora del sistema educativo mayormente, que en algunos casos
logra integración vertical y puede llegar a ser rentable, y una industria de la
impresión, que en Argentina es obsoleta en términos técnicos y depende del
oligopolio del papel. Y después hay un espacio de militantes literarios que
imprimen, editan, escriben, participan en festivales, se autopromocionan en
busca de amor y son malos comerciantes. Ojalá haya larga vida para
ellos”.
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