lunes, 21 de octubre de 2013

La pampa tiene el ombú


El 16 de octubre pasado, Silvina Friera publicó en Página 12 el siguiente artículo sobre la traducción realizada por el francés Mathias de Breyne de una historieta escrita por Julio Cortázar e ilustrada por Alberto Cedrón.





“Cortázar es libertad pura”

Una frase ilumina un desgarrador retazo de la realidad: “Un auto, lo mismo que un país, puede echarse a perder en cualquier momento”. Julio Cortázar y el artista plástico Alberto Cedrón –“el brujo que pintaba”, como lo bautizó para siempre Miguel Briante– exorcizaron los monstruos verdaderos y los asesinos de carne y hueso en La raíz del ombú, una historieta que trabajaron a cuatro manos, entre París y Roma, en 1977; palabras e imágenes imbricadas en la genealogía familiar de Cedrón, desde la llegada de su bisabuelo, procedente de Italia, hasta el asesinato de uno de sus hermanos durante la última dictadura militar. Un relato hecho con el humus de memorias personales –el recuerdo del gran ombú frente a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA)–, que va de 1930 a fines de la década del 70, bajo el imperio de la urgencia por las desapariciones, el miedo, el horror del genocidio. Aunque estuvo lista en 1981, recién se publicó por primera vez en 2004, en el marco de la muestra itinerante Presencias, sobre la vida del autor de Rayuela, que recorrió América latina y Europa. El escritor y traductor francés Mathias de Breyne estaba justo en Buenos Aires, tramando una antología de autores contemporáneos argentinos, cuando se encontró con los “dibujos insólitos, increíbles” de Cedrón y las palabras “tan nítidas” de Cortázar. Entonces supo, impulsado por el impacto de una lectura inolvidable, que se entregaría a la faena de traducir la historieta al francés y conseguir un editor. Y lo hizo: La racine de l’ombú se publica en Francia, en la editorial CMDE.

El escritor y traductor francés vivió en Argentina en una época que lo conmovió y que coincidió con la anulación de las leyes de impunidad: obediencia debida y punto final. “Sentí un respiro enorme alrededor. Ahí la gente me habló de la dictadura y supe más. Leía bastante sobre el tema, pero hacía falta hablarlo. Lo hablé con artistas, escritores, músicos, arqueólogos, kiosqueros, mozos... Fue durísimo escuchar, sigo con escalofríos cuando lo pienso. Y de eso se trataba La raíz del ombú: dictadura, hombres-larvas como los llama Cedrón, a quien tuve la suerte de conocer. Pero, además, esta obra termina con un dibujo y una palabra de esperanza. Cedrón y Cortázar, en su obra lúgubre, tenían fe, y tenían razón.” Ante una obra “genial”, “macabra”, “delirante”, “reoriginal” –adjetivaciones que lanza un De Breyne dichoso y entusiasta– sintió la necesidad de compartirla con los lectores franceses. “La historieta fue escrita en París; Cedrón y Cortázar estarían felices de que por fin salga en Francia. Es un libro inédito que se quedó 35 años sin traducción, sin versión francesa; la editorial hizo un trabajo maravilloso. Y es un libro de actualidad: se habló mucho en Argentina, en Francia y en el mundo de la última dictadura en estos últimos años; y todavía hay dictaduras en el mundo”, subraya el traductor y agrega que los temas de esta historieta son universales.

“La traducción fue un placer, una buena experiencia. Aparte de unas palabras raras que tuve que preguntar a mis amigos argentinos, no tuve que abrir el diccionario de lunfardo. Tuve que elegir la palabra justa y en algunos casos nos juntamos con los editores, algunos son traductores, y elegimos unas palabras francesas juntos, para que sonara bien y para que el sentido sea lo más cercano posible a lo que quería decir Cortázar.” Historia de cronopios y de famas fue el primer libro que leyó. “Lo tenía en mi valija cuando hice mi primer viaje a la Argentina, en 2002. El plan era quedarme dos meses –recuerda De Breyne–. Me quedé hasta fines de 2008, con idas y vueltas. Fue un coup de foudre, un flechazo; aunque en francés foudre se traduce por ‘rayo’. Un amor total con Argentina y su cultura. De joven llegué a su obra porque mi papá –un poeta– y su mejor amigo siempre usaban la palabra cronopio como adjetivo. Para ellos era algo evidente; había (hay) cronopios en este mundo. ‘Ce type est un cronope’, me decía mi papá. Hasta que un día entendí por qué, saqué el libro de su biblioteca y lo leí. En Argentina, leí todo Cortázar en castellano, claro. Lamento haber dejado toda la colección porque no entraba en mi valija. Así que acá en Francia sólo tengo La raíz del ombú, ahora en francés.”

De Breyne nació en Lyon, en 1973. No llegó a conocer a Cortázar, pero dice que tiene una cierta intimidad con él, una amistad literaria que cultiva con muchos escritores y escritoras que ha leído y traducido, como la cordobesa Perla Suez, flamante Premio Nacional de Literatura. “Cortázar son muchos departamentos y barrios de Buenos Aires donde viví, el primero cerquita de la Plaza Cortázar; lo leía y estaba literalmente con él. Me leí casi todos los clásicos argentinos y de a poquito llegué a nuestra época. Cortázar, además, es un vínculo entre Francia y Argentina. Esa relación cultural y de fraternidad me dio mucha alegría”, confiesa. “Cortázar es para mí, como lector, como traductor, como escritor, libertad, escritura libre, libertad pura.” La raíz del ombú termina con el nacimiento de un pollito, el único toque de color en un cuadro en blanco y negro. “Horror y esperanza”, como señaló Cortázar en el prólogo de este comic que él mismo calificó como una “crónica y una visión actual del infierno”. El traductor plantea que es algo lógico que este libro salga justo antes de 2014, cuando se celebrará el centenario del nacimiento del autor de Bestiario. “No estaría completa la obra de Cortázar en francés sin La raíz del ombú. Lo lindo sería hacer unos eventos musicales con Juan ‘Tata’ Cedrón, para festejar esta edición en francés y para conmemorar también a Alberto Cedrón y su obra genial.”


viernes, 18 de octubre de 2013

Discutir los destinos de la lengua

La siguiente columna, firmada por Maximiliano Tomas (foto), se publicó ayer en el diario La Nación, de Buenos Aires. La referencia al “día peronista” –aclaración para los lectores extranjeros– se relaciona con que el 17 de octubre de 1945 los peronistas conmemoran la irrupción de los sectores populares en el Centro de la ciudad para manifestarse ante el encarcelamiento de Juan Domingo Perón en la isla Martín García.  

Aldous Huxley, la traducción
y la soberanía idiomática

¿Hoy es un día peronista, no? Y nosotros hablando una vez más de libros y literatura. ¿Hasta cuándo nos ocuparemos de estos temas ociosos? Ya llegan las elecciones legislativas, ya se desparraman las últimas chicanas y nosotros acá, hablando de cuentos y novelas, en lugar de proponer sesudos análisis de la actualidad. ¿Será porque no imaginamos un mundo sin libros y sí uno sin partidos políticos? En fin, seguro que cuando llegue el día del juicio final nos agarrará anarquistas y distraídos, hablando de ficciones. Así somos.

Aunque quien piense que la literatura (y la lengua) es un terreno de sosiego, exento de cualquier tipo de disputas, está equivocado. Más bien, todo lo contrario. Miren ustedes sino, por ejemplo, las recientes controversias sobre traducción (las traducciones: esa batalla permanente por el sentido): desde hace un buen tiempo escritores, editores y lectores vienen quejándose de las versiones literarias importadas desde España. Si a ese malestar le sumamos la crisis europea, la ventaja de los precios comparativos y ciertos planes de subsidios, volver a traducir en la Argentina no solo se constituyó en una situación deseable sino, incluso, como un negocio rentable. Que hayan aparecido, en un mismo mes, libros de Alfred Hayes, Aldous Huxley y Jack Kerouac traducidos al castellano rioplatense por Martín Schifino, Matías Serra Bradford y Pablo Gianera no puede ser una casualidad. Y no lo es. Hay muchos más traductores argentinos de primer nivel que han visto cómo los encargos volvían a llegar: Marcelo Cohen, Carlos Gardini, Laura Wittner, Jorge Fondebrider, Gonzalo Aguilar y Guillermo Piro son solo algunos de ellos.

Es por eso que los traductores argentinos creen que es el momento propicio para reclamar un nuevo marco legal para su oficio. Hasta ahora, los traductores literarios están regidos por la Ley de Propiedad Intelectual 11.723, sancionada hace unos 80 años. A diferencia de lo que sucede en otros países, cobran un honorario fijo por única vez, más allá de la suerte comercial que corra el libro que tradujeron. Ese es uno de los puntos que busca cambiar el nuevo proyecto de ley, que también propone modificar otra serie de asuntos, y hasta crear un premio a la traducción (como también existe en otras partes del mundo, donde el oficio tiene la misma consideración que la del autor de ficciones, cuando no más).

Y no es la única discusión planteada en los últimos tiempos sobre la lengua. Hace un mes se difundió una solicitada que lleva la firma de decenas de escritores e intelectuales, y que en reclamo de una "soberanía idiomática" propone la creación en la Argentina de foros de debates específicos y de un Instituto Borges (en oposición al Instituto Cervantes español). Dice el documento, en algunos pasajes, en referencia a la lengua como capital económico, político y simbólico: "El 90 por ciento del idioma español se habla en América, pero ese 90 acata, con más o menos resistencia, las directivas que se articulan en España, donde lo habla menos del 10 por ciento restante. Estos números bastan para comprender el interés en discutir los destinos de la lengua: sus usos, su comercialización, su forma de ser enseñada en el mundo (...) La idea de un 'castellano neutro', usada en los medios de comunicación y en algunos tramos de la legislación, termina situando una variedad -en general la culta de las ciudades- en ese lugar sin comprender su propia condición relativa y arbitraria. En la oralidad borra las diferencias regionales y en la escritura funciona como llamado a un aplanamiento de la capacidad expresiva en nombre de la comunicación instrumental".

El campo cultural, como se ve, dista de ser un lugar tranquilo. Pero dejemos por ahora estas batallas, que sirven como muestra, y prometen actualizaciones permanentes (el español es en la actualidad la segunda lengua del mundo por número de hablantes, y el segundo idioma de comunicación internacional). ¿Podemos volver a la literatura? Podemos. Y a Aldous Huxley, cuya mención quedó suelta por allá arriba. Hace algunos años apareció un libro de ensayos del autor de Contrapunto y Un mundo feliz, que llevaba el título Si mi biblioteca ardiera esta noche y que demostraba, por si hiciera falta, que Huxley podía pensar de manera interesante sobre casi cualquier cosa: literatura, artes, música y también drogas. El artículo que le daba nombre al volumen era un ensayo donde Huxley imaginaba una situación desastrosa (el supuesto incendio de su biblioteca), y cuáles serían, en ese caso, los primeros libros que repondría en sus estantes: "El fuego, los amigos y las mudanzas nunca podrán despojarlo a uno de nada que no pueda, como los hijos, camellos y mulas de Job, reemplazarse en su completa medida". Cuando el inglés escribía esto no podía imaginar que diez años después, el 12 de mayo de 1961, su casa de Los Angeles se incendiaría, reduciendo a cenizas su biblioteca pero también sus cartas y hasta algunos manuscritos.

Ahora, a cinco décadas de su muerte, Edhasa distribuye parte de la obra menos difundida del inglés, sus narraciones breves. Cuentos selectos es una antología reciente de ocho relatos, muchos de ellos ambientados en Italia y escritos entre los veintiocho y los treinta y dos años. Si bien el estilo narrativo es convencional, y en general se trata de cuentos realistas (no hay aquí distopías ni misticismo), el volumen contiene al menos tres pequeñas joyas del género: "Túneles verdes", "Monjas a la mesa" (un cuento cuya trama se interroga a la vez acerca de cómo escribir un cuento) y "El pequeño mexicano". En 2004, Edhasa había publicado juntos Un mundo feliz y Nueva visita a un mundo feliz, en versiones españolas de Ramón Hernández y Miguel de Hernani. Algunos años después, para los ensayos y los cuentos, dejó la selección, la traducción y el prólogo en manos de Serra Bradford. En la guerra por la lengua (por la imposición de una lengua o de varias, sobre otras) ya hay algunas batallas en las que ganaron los buenos. Los lectores, los primeros agradecidos.

jueves, 17 de octubre de 2013

Otra opinión entre las muchas posibles

“A partir de la investigación y de su propia experiencia como traductor, el autor de este artículo reflexiona sobre las variadas formas que puede adquirir el delicado arte de expresar en una lengua lo que está escrito en otra, y destaca la importancia que ha tenido esa tarea en la constitución de la identidad cultural del país”, dice la bajada del artículo que Alejandro Patat* (foto) publicó en ADN, del diario La Nación de Buenos Aires, el viernes 11 de octubre pasado.

La Argentina, una inmensa traducción

La traducción literaria en la Argentina –afirman en los últimos años casi por unanimidad todos aquellos que la han estudiado o practicado– no es un factor al margen de la identidad cultural del país, sino uno de los pilares sobre los que se funda tal identidad. Sin traducciones pensadas, programadas y elaboradas por argentinos a lo largo de dos siglos, nuestra cultura sería otra o probablemente no sería. Anna Gargatagli y Patricia Willson han ejemplificado de manera magistral cómo la busca de un estilo propio de nuestros escritores ha sido y es inescindible de la vasta experiencia en el campo de la traducción.

Dos ideas inconciliables
Si se me permite una síntesis brutal, creo que es posible reducir todos los debates modernos sobre la traducción, fuera y dentro de nuestro país, a dos grandes polos inconciliables. A la primera posición, férrea en su afán totalitario, la llamaría "semiótica", porque considera la traducción un acto comunicativo, susceptible de ser catalogado minuciosamente en una serie finita de fenómenos. Quienes levantan esa bandera están persuadidos de que la traducción es una práctica codificada, que implica determinados procedimientos y estrategias, aplicables en los distintos casos que todo texto presenta. Para ellos, el traductor es un técnico que ejercita una labor mecánica con mayor o menor desenvoltura. Hoy existen asociaciones, colegios de traductores públicos, carreras específicas, publicaciones y congresos de traductología en universidades de todo el mundo. En estas instituciones han nacido verdaderos grupos "fundamentalistas", que excluyen de la órbita de la "buena" traducción a quienquiera no haya recibido su formación, y que congelan, por lo tanto, el concepto de la traducción como profesión.

Del otro lado, en continua posición de combate o, peor aún, con agresiva indiferencia a la idea de la profesionalización, se ubican los que defienden la perspectiva de la traducción como un hecho que yo llamaría "estético". Como es razonable, quienes sostienen este otro postulado ahondan sus raíces en los primeros debates filosóficos y religiosos para llegar a la idea de traducción como producto artístico, con sus propias convenciones y poéticas. Para estos últimos, es inútil que un traductor conozca las abstrusas taxonomías que la tradición académica difunde sin cesar y que cambia según los caprichos de las modas universitarias. El acto de traducir, argumentan, se basa en un trabajo de excavación en la propia lengua, con agotadoras intuiciones explorativas y experimentales. La traducción esconde las mismas insidias de cualquier actividad artística, y el traductor enfrenta plenamente los desafíos de la escritura.

Problemas
Dado que he optado por la brutalidad, espero se me conceda otra síntesis. La ya casi infinita biblioteca acerca de la traducción guarda en realidad un engaño. Como la filosofía, la traducción vuelve siempre a los primeros interrogantes, que, son, desde ya, irresolubles. Según Franco Buffoni, el mayor estudioso de la traducción en Italia, director de la magnífica revista Testo a Fronte, todos esos interrogantes se han presentado a lo largo de la historia como ejes binarios de carácter opositivo. Libertad/sumisión; traición/fidelidad; estilización/literalidad; sentido/palabra; domesticación/extranjerización son algunos de los ejes claves que dieron lugar a las diversas tipologías traductivas que Antione Berman ha examinado en su brillante ensayo La traduction et la lettre ou l'auberge du lointain . Más allá de estos excelentes materiales, propongo –modestísimamente– otro camino.

Un estudio por casos
En distintas oportunidades, ya sea en el café o en las aulas universitarias, me he visto obligado a discutir acaloradamente sobre uno de los lugares comunes más difundidos en nuestro país: el hecho de que la cultura argentina es el resultado de una conmixtión original de ideas y soluciones que provienen de Francia o de Inglaterra. La idea de una élite cultural filofrancesa y filoinglesa ya en el siglo XIX no me parece discutible. Demasiados testimonios lo confirman.

Ahora bien, si en vez de concebir las traducciones argentinas del inglés y del francés como hegemónicas y paradigmáticas nos detuviéramos a pensar aquello que deriva del contacto de nuestra literatura con otras lenguas, obtendríamos nuevas perspectivas y cuestiones. Dada mi limitado conocimiento, querría ilustrar sólo algunos fenómenos que resultan del contacto entre la literatura italiana con las tradición traductora de nuestro país.

Insisto, todavía no existe una historia de la traducción en la Argentina, pero si existiera, debería organizarse por "casos", y debería tener en cuenta esas otras empresas no tan marginales que los argentinos emprendieron más allá de las literaturas inglesa y francesa. Los "casos" son simplemente los distintos modos de haber entendido y ejecutado la práctica de traducción.

La traducción política
Los románticos, se sabe, abrazaron la idea de la traducción como gesto iluminista, como arma capaz de borrar las fronteras y de universalizar las ideas fundacionales de la modernidad. En la Argentina, la traducción de las tragedias de Alfieri o de las novelas de Foscolo y Manzoni significó dar a conocer la catástrofe italiana, especular de la argentina, en cuanto naciones en busca de una auténtica libertad. La apropiación política de esos textos claves de la literatura italiana del siglo XIX fue fundamental también para la generación del 80, que vio a Italia no como nación-modelo, sino como nación-hermana. Quizás éste sea uno de los motivos por los cuales los lectores argentinos de hoy siguen leyendo las grandes obras inglesas y francesas del siglo XIX como obras "maestras" de mundos acabados, pero desconocen en general esas obras italianas. Porque fue su circulación en traducciones políticas, demasiado apegadas a las urgencias históricas de nuestro país, la que no permitió ni siquiera entrever los motivos por los que esas mismas obras son imprescindibles en Italia: su innovación formal y su grandiosa experimentación lingüística.

No será la primera ni la última vez que los textos italianos entrarán por la puerta de la política (Gramsci, por mencionar el caso más importante del siglo XX), para desatender la imponente grandeza estética de sus escritos.

La traducción demiúrgica
La traducción de La Divina Comedia , hecha por Bartolomé Mitre, sufrió los embates violentos de los irreverentes jovencitos reunidos en torno a la revista Martín Fierro , allá por los años veinte. Desde entonces, la versión del poema dantesco ha sido injustamente olvidada o denigrada. Sin embargo, la traducción de Mitre ha tenido un rol imprescindible en nuestro país, nos guste o no nos guste su versión. ¿Por qué? Porque al cabo de largos años de trabajo, que van desde 1891 hasta 1897, considera su propia versión a la par del original. Es más, antepone al texto una "Teoría del traductor" e incluye cientos de notas a la traducción (y no al texto). Todo eso implica que estamos leyendo La Divina Comedia de Mitre, más que la de Dante.

Traducción demiúrgica significa que el traductor se sobrepone al autor. Porque si éste construye y crea, el segundo se sumerge y penetra en el misterio de la creación.

La traducción por identificación
"La tarea del escritor no es imaginar sino percibir", sentenció Proust. Propongo que el predicado se aplique plenamente a la tarea del traductor. "Un traductor debe primeramente perder y luego recuperar su propia identidad", afirmaba Elsa Gress, escritora danesa, en ese precioso volumen sobre la traducción que la revista Sur publicó en 1977. La Argentina ofrece muchos casos de escritores abocados a la percepción sutil de una obra imaginada por otro. La llamaré traducción por identificación. A tal punto que un traductor de este tipo sufre una especie de ensimismamiento y apropiación de una identidad ajena, cuyo síntoma final consiste en transformarse en álter ego del autor. Permítaseme contar una anécdota curiosa. Cuando en 1997 traduje junto con Carlos Ripso una antología de Montale, no preví que esa acción, efectivamente audaz y osada, despertaría las justas sospechas de Horacio Armani, el famoso traductor de Montale en la Argentina. Nuestra operación no guardaba ningún rencor contra aquel texto excelente que había circulado y sigue circulando notablemente en nuestro país. Armani, sin embargo, no concebía que existieran dos versiones simultáneas. La paradoja –lo descubro después de años– es que muchas veces la nueva identidad del traductor es tan perfecta que termina por velar la del escritor mismo, y no viceversa.

La traducción que da voz
En aquel número inolvidable de Sur, tres textos subyacen a las discusiones de los latinoamericanos que participaron del volumen: la famosa diatriba Newman-Arnold en torno a la intraducibilidad de Homero, el artículo "Miserias y esplendores de la traducción", de Ortega y Gasset, de 1937, y el notable ensayo de Octavio Paz, Traducción: literatura y literalidad , publicado en Barcelona en 1970.

Ortega había esclarecido la diatriba acerca de la intraducibilidad de todo texto, desplazando la imagen banal de la inadecuación de los códigos retórico-semánticos de una obra clásica hacia una disquisición mucho más fina acerca de lo que una lengua manifiesta o acalla.

Cada lengua es una ecuación diferente entre manifestaciones y silencios. Cada pueblo calla unas cosas para poder decir otras. Porque todo sería indecible. De aquí la enorme dificultad de la traducción: en ella se trata de decir en un idioma precisamente lo que este idioma tiende a silenciar.

A estas alturas, habría que pensar el rol esencial que cumplieron en la dictadura argentina algunos textos de Pavese, escritos también ellos en clave durante el fascismo. La influencia de Pavese entre la generación de escritores como Piglia o Saer es notoria, pero todavía no se ha hecho hincapié en todo lo que la literatura argentina "dijo" a partir de los escritos de Pavese. O si se quiere, basta con leer muchas de las versiones de Rodolfo Alonso y Pablo Anadón para comprender cuántas más cosas dijo nuestra poesía a partir de la poesía italiana del siglo XX.

La traducción reivindicativa
Digamos que la reivindicación del estatuto de las lenguas coloniales respecto de la lengua de la madre patria acompaña los debates desde la Independencia hasta nuestros días, con las posiciones que ya conocemos, y que van de un extremo al otro.

Lo cierto es que la industria editorial de los últimos años en lengua castellana, como resulta del hermoso volumen La traducción literaria en América Latina , compilado por Gabriela Adamo, ha privilegiado la variedad ibérica a la hora de difundir textos en lenguas extranjeras. No se trata sólo de una política lingüística normativa, ciega ante un público masivo latinoamericano que tiene problemas tangibles para digerir las traducciones españolas. Con el pase de las grandes editoriales argentinas a manos españolas, se trata más bien de una cuestión de política editorial. Uno de los más espinosos es la circulación inquietante de traducciones argentinas manipuladas. Como señala Gargatagli en el volumen recién citado, "a partir de 1976, se trasladaron a España catálogos enteros de las empresas argentinas que iban desapareciendo y las traducciones nacionales pasaron a ser un inmenso borrador que podía corregirse, plagiarse, editarse, denigrarse, peninsularizarse y enviarse otra vez a la Argentina".

A este propósito resulta imperdible el ensayo de Andrés Ehrenhaus, incluido en el volumen. Argentino exiliado y radicado en España desde hace décadas, Ehrenhaus, se reconoce traductor "huésped" en la lengua de España. A las objeciones de sus connacionales por la adaptación de la propia variedad lingüística replica que, a fin de cuentas, cualquier manipulación o sumisión de la propia variedad a la normativa peninsular implica siempre un desborde, una filtración, un desangrarse de la lengua materna, que deja sus huellas y sus manchas.

Cuando en los años noventa Antonio Aliberti, poeta argentino nacido en Sicilia, concluyó sus traducciones de Leopardi, confesándome que ese enorme trabajo lo había purificado y lo había preparado para su muerte inminente, no imaginaba quizá que su versión del monumental poeta italiano nos quedaría como testimonio maravilloso de esa lengua particular que los argentinos construyeron con el aporte de los inmigrantes italianos.

La traducción como compensación
Sin embargo, los argentinos no deberíamos olvidar tan a menudo que la lengua que hablamos tiene una larga historia, que no está hecha sólo de glorias, "el bronce de Francisco de Quevedo", según rezan los versos de Borges. En 1971, en Nueva York, el político, periodista e historiador catalán Víctor Alba (1916-2003), militante del Partido Comunista español, preso por el franquismo en Alicante y luego en Barcelona, exiliado en México y luego en Estados Unidos, fue invitado a participar de unas importantes jornadas sobre traducción. El original escrito de Alba, recogido por Sur, razona en torno a un tema ajeno a la cultura norteamericana, pero impelente en el caso de la lengua española: nuestra lengua ha hecho siempre las cuentas con contextos dictatoriales, dominados por el control y la censura de Estado. El traductor no ha sido indemne a los juegos acrobáticos de la lengua y a las paráfrasis disuasivas.

La traducción ideológica
Los años setenta fueron propicios para la ideologización de la práctica de traducción, cuyo principal problema pasó a ser la cuestión de la traducibilidad cultural. En esos años, la revista Pasado y Presente , en Córdoba, al traducir los Cuadernos de la cárcel , de Gramsci, planteó el siguiente problema: ¿hasta qué punto los postulados y las ideas relativas a la realidad italiana son traducibles en América Latina? ¿Conceptos como "hegemonía" o "intelectual orgánico" significan la misma cosa de un lado y del otro del Atlántico? El debate no era otra cosa que la traducción del propio debate que Gramsci había generado en sus Cuadernos , donde se preguntaba si las literaturas populares francesa y rusa del siglo XIX eran del todo traducibles en la Italia del mismo período. La historia de las ideas en América Latina ha sido, de por sí, una respuesta a la cuestión.

La traducción como experimentación
Patricia Willson, en La Constelación del Sur, ha trazado un panorama de las traducciones argentinas del grupo Sur, analizando las soluciones de Victoria Ocampo, José Bianco y Jorges Luis Borges. De las innumerables intuiciones críticas de la ensayista, rescato aquí una en particular: la idea de que la traducción fue y es en la Argentina un laboratorio estilístico, cuyo ejercicio de reescritura traductiva termina por filtrarse en las obras.

A los tres modelos que Willson propone, yo les sumaría las soberbias interpretaciones de Enrique Pezzoni de algunos textos italianos, que no han recibido hasta ahora la misma atención que sus textos críticos. Porque no habría que olvidar la bella metáfora de Jaime Rest en su ensayo "Reflexiones de un traductor": “El texto original es siempre una partitura que atesora en su silencio la forma ideal de la composición: el traductor no en vano es un intérprete, un ejecutante de la partitura”.

La traducción como saqueo
He dejado deliberadamente para el final la visión de la traducción como saqueo, idea que Borges ha injertado en nuestra cultura. Para Ricardo Piglia, el germen de las ideas borgeanas se halla en la traducción desviada del epígrafe " On ne tue point les idées " del Facundo , que Sarmiento atribuye equívocamente a Fortoul en vez de Diderot, y que traduce "mal" en la edición de 1845: "A los hombres se los degüella, a las ideas no". Allí estaría la vocación apócrifa de nuestra literatura.

Las distintas posiciones de Borges en torno a la traducción han sido analizadas puntualmente por Sergio Waisman. Así, la célebre frase de Borges "el concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio", hoy incluida en Discusión, lo llevó a afirmar que "la superstición de la inferioridad de las traducciones –amonedada en el consabido adagio italiano– procede de una distraída experiencia". Éstos serían los corolarios que conducen a la idea de traducción como falsificación, distorsión, desdoblamiento, apropiación, saqueo. Al final de su carrera, en "El oficio de traducir", en 1975, Borges afirma –expandiendo aún más las infinitas posibilidades de la traducción– que ésta no es sino una forma de "sentir el universo".

Si Borges se apropió de una gran cantidad de textos escritos en otras lenguas, será útil saber que en 1965 se negó a aceptar la invitación de los intelectuales latinoamericanos a traducir La Divina Comedia . Claudia Fernández Greco, estudiosa de la Universidad de Buenos Aires, está llevando a cabo un análisis titánico de las traducciones de Dante en la Argentina y acaba de aportar una interesante interpretación de esa negativa. Porque una literatura está hecha también de textos que nunca existieron.

Final
En 1958, Juan Rodolfo Wilcock se encuentra en Londres, lugar que había elegido para escapar de la Argentina reducida al enfrentamiento entre peronismo y antiperonismo. Desde su exilio voluntario, escribe cartas desesperadas a Miguel Murmis, a quien había conocido y frecuentado en Buenos Aires. Y entre notas personales, agrega críptico: "Veo la Argentina como una inmensa traducción". Wilcock, el amigo íntimo de Silvina Ocampo, que se había enemistado con Victoria, deja suspendida esta idea. Creo que con esta frase Wilcock quiso subrayar que lo que más añoraba de Buenos Aires era el espíritu cosmopolita de esos años, visible en la vocación omnívora por la traducción. La suya era una consideración elegíaca de aquello que había dejado para siempre. Su destino romano, así como su pasaje deslumbrante a la literatura italiana en breves años, no hubieran sido posibles sin ese recurrente sueño argentino, que consiste ante todo en traducir.


*Alejandro Patat ha sido Responsable de la Dirección Didáctica de la Asociación Dante Alighieri de Buenos Aires y Coordinador para América Latina del “Progetto Lingua Italiana” de la Società Dante Alighieri di Roma. Ha traducido a Montale en castellano y está cuidando la edición argentina de la Historia de la literatura italiana de Alberto Asor Rosa. Ha escrito algunos ensayos sobre la relación entre la cultura italiana y la cultura latinoamericana y ha publicado L’italiano in Argentina (Guerra, Perugia 2004) y Un destino sudamericano. La letteratura italiana in Argentina, 1910-1970 (Guerra, Perugia 2005).  En Italia está por salir el volumen Patria e psiche. Saggio su Ippolito Nievo (Quodlibet, 2009). Es docente de Literatura Italiana en la Universidad de Buenos Aires e investigador en la Università per Stranieri di Siena. Ha dictado cursos y seminarios en Argentina, Italia, Serbia, Túnez y Suiza.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Un acontecimiento para los lectores de Williams

Damián Tabarovsky publicó la siguiente columna en el diario Perfil, del domingo 13 de octubre pasado. Se reproduce aquí para llamar la atención sobre la importante labor de traducción que está llevando a cabo la editorial de la Universidad Diego Portales, de Chile.

Poesía y ensayo

Cierta vez le pregunté a Ricardo Zelarayán por qué nunca había escrito un ensayo, y me respondió: “Porque el ensayo es un género paranoico”. Zelarayán, como Fogwill –que en sentido estricto nunca escribió un ensayo, sino artículos periodísticos, intervenciones, notas de opinión–, ya eran lo suficientemente paranoicos como para saltearse el pasaje por el ensayo. Pero más allá de la boutade, cierto es que el ensayo es ante todo un género interpretativo, y la interpretación incluye siempre una cierta clase de hermenéutica, de abismo conjetural, la puesta en relación de textos que aparentemente no tienen relación. El ensayo es un género por definición recursivo: piensa en otras cosas al mismo tiempo que se piensa a sí mismo. De los diversos subgéneros del ensayo, hay uno al que suele llamarse “ensayo de escritores”. Y en el interior de ese subgénero existe uno al que se denomina “ensayo de poeta”. Nada me es más ajeno (o tal vez sí: las películas de Campanella) que la división en géneros, subgéneros, etc. Diré entonces que los ensayos literarios no se vuelven interesantes por estar escritos por poetas (alcanza con leer a Hugo Mujica para comprobar la veracidad de esa frase), pero sí que hay poetas que también han escrito grandes ensayos. Ediciones de la Universidad Diego Portales, de Chile, viene publicando –al cuidado de Ignacio Echevarría– una serie de ensayos de poetas norteamericanos por demás interesantes. Yo leí tres: Poesía, ensayos y entrevistas, de George Oppen; La gran licencia, de John Ashbery, y La invención necesaria, de William Carlos Williams. Como es sabido, Williams tuvo una buena recepción entre nosotros, en algunos de los llamados “poetas de los 90”. Pienso en cierta influencia de poemas de Williams como "Sólo quiero hacerte saber" o "Danse Russe", sobre algunos de los mejores poemas de Fabián Casas, como "Sin llaves y a oscuras". Menos circulación tuvieron sus novelas, como Así comienza la vida (Santiago Rueda, 1946) o sus cuentos, como Historias de médicos, (Montesinos, 1986). Y mucho menos aún se conocen en castellano sus ensayos, con la excepción de El idioma estaunidense, que se publicó en un sinfín de revistas, a veces con el título de El idioma norteamericano. Por lo que la aparición de La invención necesaria es de por sí un pequeño acontecimiento para los lectores de Williams en nuestra lengua. Leído en su conjunto, el libro presenta a un Williams plenamente antiintelectual, si se entiende lo intelectual, como él lo pensaba, como aquello a lo que se dedicaba T.S. Eliot. Pierde de vista Williams que entre la perfección fría y académica de Eliot y la percepción que él mismo tenía de la cultura norteamericana (la de un honesto médico de Nueva Jersey) hay un conjunto de experiencias literarias radicales, sobre las que casi no se detiene. Se detiene, sí, en Marianne Moore, lo cual habla muy bien de él, pero también en E.E. Cummings, tiñendo sus gustos sobre un manto de dudas. Ocurre que cierto vitalismo recorre sus ensayos, como en verdad también su poesía; sólo que ésta es extraordinaria y sus ensayos, no. La traducción y el prólogo de Juan Antonio Montiel son inmejorables, y algunas frases de Williams, dichas al pasar, también. Como cuando en El idioma estaunidense, de 1940, afirma: “Sólo los rusos que censuran la correspondencia nos ganan en estupidez”.

martes, 15 de octubre de 2013

Una amenaza encubierta para que los trabajadores se bajen los lienzos y encima les guste

El 12 de octubre pasado, Servimedia publicó una entrevista con José Manuel Blecua, a propósito de las finanzas de la RAE. Para ayudar a la comprensión de los lectores no españoles, un ERE, según Wikipedia, es Un expediente de regulación de empleo, abreviado y también conocido popularmente como ERE, es “un procedimiento contemplado en la actual legislación española mediante el cual una empresa supuestamente en una mala situación económica, busca obtener autorización para suspender o despedir trabajadores. Tiene como finalidad obtener de la autoridad laboral competente un permiso para suspender o extinguir las relaciones laborales en un marco en el cual se garantizan ciertos derechos de los trabajadores”.

Blecua: “La situación económica de la RAE es difícil”

MADRID, 12 (SERVIMEDIA) El director de la Real Academia Española (RAE), José Manuel Blecua, ha asegurado que la situación económica de su institución es “difícil”, por el descenso en la asignación presupuestaria del Gobierno y la caída en los ingresos y patrocinios, pero espera pactar con los sindicatos un nuevo convenio colectivo sin ir a un ERE.

En una entrevista concedida a Servimedia, Blecua explicó que la RAE verá reducida un 15% la subvención del Gobierno en el presupuesto de 2014, que bajará de 1,9 a 1,6 millones de euros.

“La aportación ha bajado un 60 por ciento en los tres últimos años y además han caído los ingresos por derechos de autor, la venta del diccionario o los patrocinios”, señaló el responsable de la RAE. “La suma de estos problemas crea una preocupación, la más grande es la del personal”.

Aseguró que el convenio colectivo vigente expira a finales de 2013 y el nuevo deberá recoger "unas nuevas condiciones laborales". Blecua descarta a día de hoy un ERE, pero advierte de lo delicado de la situación:” "Es difícil, no se le oculta a nadie que si descienden los ingresos y los gastos siguen fijos, ahí hay algo que no funciona y a larga puede llevar a una situación difícil”", agregó.

Sobre el nuevo diccionario de la RAE, que se presentará en otoño de 2014, anticipó que cambiará de tamaño: “Va a ser mucho más chico y mucho más grueso, con 2.900 páginas a doble columna”.

La vigésimo tercera edición del diccionario incorporará 60.000 nuevas entradas respecto al vigente, procedentes de las 5 actualizaciones que se han hecho desde su aprobación en 2001.

En sus declaraciones a Servimedia, Blecua indicó que hacer la lengua española “más competitiva” en el mundo es su principal objetivo al frente de la RAE, y los ejes vertebradores de su actuación son el español en relación con la educación y el uso de la tecnología.


lunes, 14 de octubre de 2013

Una acertada y cuidadosa selección de textos


Se publicó The Routledge Handbook of Translation Studies, editado por Carmen Millán y Francesca Bartrina (Oxon y Nueva York: Routledge, 2013) y así lo comenta Marcos Cánovas, en El Trujamán, el miércoles 9 de octubre pasado. Eso sí: se debe considerar que son 576 páginas, que Amazon vende a 176 euros.



The Routledge Handbook of Translation Studies

La teoría de la traducción y los estudios sobre traducción se desarrollaron sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo pasado. Los académicos encontraron un terreno fértil para la joven disciplina: los trabajos se sucedieron, de manera que, ya en los años ochenta y noventa y hasta la actualidad, la investigación traductológica se ha mostrado extraordinariamente activa. En este contexto, resulta muy útil que, con cierta periodicidad, aparezcan obras que presenten el estado de la cuestión de los estudios sobre traducción. Un buen ejemplo de este tipo de aportaciones es el libro de reciente publicación The Routledge Handbook of Translation Studies. Editado por dos especialistas en teoría de la traducción, Francesca Bartrina y Carmen Millán, este volumen es una auténtica radiografía de la situación actual desde tres perspectivas: los estudios teóricos, las metodologías de investigación y la práctica de la traducción especializada.

Comenzando por el capítulo introductorio de José Lambert, siguen las aportaciones de otros cuarenta especialistas de primer nivel (aunque en muchos casos no sean los tradicionalmente más conocidos). Los trabajos se organizan en cinco partes. La primera se ocupa de los estudios de traducción como disciplina académica y encontramos artículos de Kirsten Malmjœr (perspectiva global de la situación actual), Yves Gambier (traducción audiovisual) y Franz Pöchhacker (interpretación).

La segunda parte trata de definir el objeto de investigación en los estudios de traducción: Theo Hermans habla de un tema tan sugerente como qué (no) es traducción, Guy Hansen, del proceso de traducción como objeto de investigación, Mira Kim trata la investigación en formación de traductores e intérpretes y Rosemary Arrojo, la relevancia de la teoría en los estudios de traducción.

La tercera parte revisa los marcos teóricos y las metodologías de investigación y, entre otros, encontramos trabajos de Nitsa Ben-Ari (revisión de la teoría del polisistema y de los estudios descriptivos), Pilar Godayol (género y traducción), Christiane Nord (funcionalismo) y Ricardo Muñoz (lingüística cognitiva y psicolingüística).

La cuarta parte se ocupa de la traducción especializada. Por mencionar algunas de las orientaciones, encontramos trabajos sobre traducción audiovisual (Jorge Díaz-Cintas, Frederic Chaume, Cristina Valdés o Eva Espasa), variedades de interpretación (Ebru Diriker, Maurizio Viezzi) y, además, capítulos sobre traducción jurídica, científica y técnica, traducción literaria o traducción de textos sacros.

La quinta y última parte reflexiona sobre los retos futuros, con aportaciones de Michael Cronin (globalización), Minako O’Hagan (nuevas tecnologías), Reine Meitlayers (traducción multilingüe), Juliane House (calidad en los estudios sobre traducción) y Ben Van Wike (traducción y ética).

Se trata, en definitiva, de una acertada y cuidadosa selección de textos que, desde puntos de vista diversos, reflexionan sobre los postulados teóricos que analizan los procesos traductológicos y llevan a cabo lecturas profundas y detalladas del panorama actual de la traducción.

viernes, 11 de octubre de 2013

Cuatro traducciones publicadas por Gog & Magog


Fundada en 2004, Gog y Magog es una editorial que se dedica a la publicación y difusión de poesía contemporánea argentina, latinoamericana y de traducciones. Dirigen la editorial Miguel Ángel Petrecca, Vanina Colagiovanni y Julia Sarachu.



Entre las últimas traducciones publicadas destacan los poemas de la inglesa Tiffany Atkinson, traducidos por Inés Garland y Silvia Camerotto.


También, Ravenalas, poemas del brasileño Horacio Costa, traducidos por Cristian di Napoli.





Asimismo se menciona la antología del galés Richard Gwyn, en traducción de Jorge Fondebrider.




Y el volumen del estadounidense James Schuyler, que tradujo Laura Wittner.