sábado, 30 de abril de 2011

Polémica alrededor de un nuevo diccionario de mexicanismos (III)

A la réplica de Concepción Company (reproducida ayer en este blog) la sucedió la contrarréplica de Luis Fernando Lara (foto), también en Letras Libres del mes de abril pasado.

Respuesta a Concepción Company

En el interés por reconocer los “mexicanismos” confluyen dos inquietudes: una, filológica, que busca conocer con la mayor profundidad posible qué vocablos y acepciones se utilizan en México de manera privativa, para descubrir corrientes léxicas ocultas que llegan de alguna región española, de las lenguas amerindias, del inglés, etc. y que se han arraigado solamente en el español de los mexicanos. El conocimiento que se obtiene así va a dar a la gran acumulación de datos que constituye la filología hispánica; es un interés científico. La otra, pública, que deriva de la educación mexicana desde el siglo xix, basada en la creencia de que el español metropolitano es el “buen español” y que el de los mexicanos está siempre expuesto a la incorrección; lo que en varios textos he llamado “conciencia del desvío”, que causa timidez, temor y sospecha de los propios usos. No solo a los mexicanos les pasa esto, sino a todos los hispanohablantes: castellanos, andaluces, extremeños, canarios, antillanos, argentinos, etc., que se educan bajo el temor a lo que censure la Academia. Esta “conciencia del desvío” se ve constantemente alimentada por una educación que no ha renovado sus concepciones de la lengua española, que otorga un valor excesivo al dictado académico y, en el caso de Hispanoamérica y la “periferia” española, no se ha convencido de que el español es tan lengua de la mayoría de los mexicanos y los demás hispanoamericanos, como de los europeos. La simple banderita española que se encuentra en internet o en las guías turísticas europeas o estadounidenses para indicar la lengua, refuerza la creencia de que el español es de los españoles y los demás no podemos tratarlo como propio. La poderosa actividad de la Real Academia Española durante los últimos años, su presencia editorial y en internet, el juego que le da la prensa, y una institución con patente de corso como es la Fundación del español urgente (Fundéu), patrocinada por el banco BBVA, han venido a renovar esa conciencia y, en realidad, a acorralar a cualquier ánimo de independencia intelectual, no solo en México, sino también en España. En estas condiciones, todo diccionario de regionalismos, como el de mexicanismos, se lee con una doble sensibilidad: la que lleva a confirmar la sospecha del desvío y la que goza ese desvío, precisamente como afirmación de una identidad mexicana.

Frente a esta situación, que es social, el autor de un diccionario de regionalismos tiene que hacerse cargo de la responsabilidad que implica la información que ofrece; por eso afirmar una identidad mexicana de la manera en que lo hace Concepción Company es, insisto, impulsar un estereotipo del mexicano que no solo no es verdadero sino tampoco conviene a nuestra educación, por cuanto refuerza la perversa “conciencia del desvío” y reduce la identidad a unos cuantos rasgos.

Pero hay que ver el Diccionario de mexicanismos también desde el punto de vista científico. Científicamente hablando, como dije antes, no hay justificación para deslindar los supuestos mexicanismos solo en comparación con la “variedad castellana” del español. Insisto en que esa “variedad castellana” no está bien estudiada; no hay, que yo sepa, un estudio siquiera comparable con el del Corpus del español mexicano contemporáneo de El Colegio de México; el Diccionario del español actual, de Manuel Seco (Ed. Aguilar) es la única obra basada en una recolección moderna de datos, pero no de la “variedad castellana” sino fundamentalmente de la prensa nacional española y de obras literarias de autores españoles, entre los que no solo hay castellanos. Por más que Company afirme que “metodológicamente, como punto de partida, parece razonable iniciar el contraste con el español europeo” y no con las demás variedades hispánicas, lo que oculta es la falta de datos de todo el ámbito hispanohablante que permitan el contraste y, en la práctica, todo se reduce a la posición académica que cree que lo que registran sus diccionarios (última edición de 2001) es el “español general” o el “español común”, que sirve como base de la comparación. He de agregar que la misma crítica vale para el reciente Diccionario de americanismos que publicó la Academia Española.

El diccionario de la Academia es una composición de aportes léxicos muy heterogéneos: arrastra todavía muchos vocablos y definiciones que provienen del Diccionario de autoridades (1734) y de otras ediciones posteriores; es por eso un diccionario pancrónico, es decir, un diccionario que, sin ser realmente histórico, mezcla vocablos y significados de diferentes épocas del español como si todos tuvieran el mismo uso en la actualidad; a la vez, ha sido siempre un diccionario selectivo y prescriptivo, orientado, como en su origen, al “uso de los buenos escritores” –a juicio de la Academia– que hasta apenas en este siglo se plantea adoptar una posición descriptiva. Como tal, nunca se ha propuesto reunir ni el vocabulario real de la “variedad castellana”, ni mucho menos el vocabulario del “español general”, es decir, de aquel que todos los hispanohablantes utilizamos sin diferencias importantes en su significado. Lo que registra corresponde, solo por coincidencia, a una parte de ese soñado “español general”. De modo que malamente puede servir, científicamente, como base de la comparación. Por ese motivo, muchos lingüistas y lexicógrafos contemporáneos consideramos que no tiene sustento el empecinamiento académico en escribir diccionarios de americanismos –incluido el de mexicanismos– mientras no haya suficientes datos de todas las variedades nacionales y regionales del español. ¿Por qué insisten las academias en ello? Porque priva la vieja distinción entre español metropolitano y español periférico o de las colonias.

Concepción Company sigue en sus trece: confunde el español de México con el mexicanismo; reconoce como “supranacionales” muchos de sus supuestos mexicanismos; si son “supranacionales” no son mexicanismos, sobre todo si se niega a considerar “mexicanismos de origen”. No tiene coartada válida, pero sorprende su argumento de que “es sabido que los seres humanos, dada la base biológica común y, por lo tanto, la común capacidad cognitiva, pueden coincidir en su concepción del mundo y en su capacidad expresiva y metafórica, y por ello hay mexicanismos que coinciden con empleos de otros países hispanoamericanos...”; supongamos que ese peregrino argumento fuera válido: si “coinciden” no son mexicanismos, pero en el fondo lo que revela es una seria falta de reflexión a propósito de la tradicionalidad de la lengua histórica. La capacidad expresiva y metafórica de todo ser humano es la misma, pero no produce esa clase de coincidencias; el léxico cambia y se ajusta a partir de su tradición histórica. Solo los colombianos llaman “agua aromática” a lo que los mexicanos llamamos “té” y, por más que nuestra creatividad léxica opere, cuando nos ofrecen un agua aromática en Colombia preguntamos qué cosa es esa; si leemos en Perú “terreno intangible”, vemos que no somos los únicos “metafísicos” en el mundo: si llamamos “materialistas” a los camiones que cargan material de construcción, los peruanos llaman “intangible” lo que no se debe tocar, lo reservado, no lo que no se puede tocar.

La “capacidad cognitiva” no alcanza para formar las mismas expresiones en cada región hispánica; hablar de esa capacidad para explicar las corrientes del vocabulario en el mundo hispánico es trivializar la cognición y desconocer la historia.

Igualmente sorprendente es su siguiente argumento: “acotar el concepto de mexicanismo a lo exclusivo de México, aunque metodológicamente es correcto, parece, conceptualmente, una posición bastante reduccionista, que conduciría a perder riqueza léxica, [etc.]”. ¿En qué quedamos? ¿Se trata de estudiar seriamente los mexicanismos, como lo pediría la filología hispánica, o de darse la oportunidad de agregar otros vocablos, que no son mexicanismos, para que su diccionario “no pierda riqueza léxica” (no la lengua real, cuya riqueza no pondrá en duda)? Su siguiente argumento ad hominem tampoco es válido: el Diccionario del español de México (dem) no afirma que el vocabulario que contiene sea mexicanismo, ni siquiera “exclusivamente mexicano”: es el español que hablamos y escribimos los mexicanos, correspondiente en su gran mayoría al uso común de la lengua española; afirmar que mesa y dormir “en cierto sentido” no son palabras del español de México supone que, cada vez que las usamos, estamos tomándolas prestadas de otro español, o que “cognitivamente” las hemos reinventado gracias a nuestra común capacidad humana, o que solo las citamos, como podríamos citar Weltanschauung o Zeitgeist. La doctora Company todavía no acaba de entender la diferencia entre un diccionario integral del español y uno de regionalismos; por eso más tarde afirma: “El dm [...] da cuenta y define el léxico del español de México.” El dem es un verdadero diccionario del español de México, el dm una confusa mezcla de datos.

Son, sin duda, español de México, pero no “mexicanismos”, por ejemplo, abocarse, usual en varios países más (v. drae, s.v. 8); cadencia ‘improvisación –ahora generalmente ya fijada– de un solista en algún momento de un movimiento de un concierto clásico (no al final necesariamente)’; erario ‘tesoro público’ (si acaso, lo mexicano será la posible redundancia: erario público); contralor (usado en Ecuador, Venezuela, Colombia, Nicaragua, etc. según la base de datos Corpus de Referencia del Español Actual –crea– de la Academia Española), cremar (usado en Argentina, Chile y Uruguay, según el mismo crea), vinícola (en el drae, nada menos, y sin marca de regionalismo), “y un largo etcétera”. No son mexicanismos strike, hot dog, hit, jeans o feeling: por lo menos strike, hit, jeans y feeling se utilizan internacionalmente y no solo en español. Sí parece, en cambio, mexicanismo derivado de una palabra inglesa cabús de cab ooze, cuyo significado es “vagón de ferrocarril que, en los trenes de carga, va a la cola del convoy...” (dem) y que hay que atribuir a la historia del ferrocarril en México, diferente de la española, la colombiana, etc. (¡no por coincidencia “cognitiva”!).

Me llama la atención que Concepción Company subtitule su defensa del Diccionario de mexicanismos “la estrecha, y a veces invisible, relación entre lengua, cultura y sociedad”, y que la comience explicándonos lo que quiere decir identidad. Me llama la atención porque sus afirmaciones a propósito de la “identidad” de los mexicanos son las más endebles de su introducción al diccionario. La identidad, según cita Company al drae, es el “conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás” (las cursivas son mías). Sin embargo, “los múltiples ángulos de la vida cotidiana, desde la vestimenta hasta la gastronomía, pasando por las relaciones económicas que se contraen entre los individuos, sus relaciones políticas y sociales, además de todas las demás manifestaciones culturales de un país”, que argumenta corresponder a la identidad, son más bien de la cultura. La identidad de una sociedad es una construcción imaginaria, largamente elaborada y criticada por el concurso de pensadores, escritores, artistas, historiadores, orientada por ciertos valores que, en el caso de México, se ha venido manifestando como un discurso tanto literario como pictórico y musical, impulsado sobre todo después de la Revolución. Desde Samuel Ramos hasta Octavio Paz y Roger Bartra, la identidad mexicana ha sido materia de discusión, a la vez que objetivo comercial, sobre todo en el cine, la televisión y la música industrial. En cambio, la cultura es el “conjunto de experiencias históricas y tradicionales, conocimientos, creencias, costumbres, artes, etc., de un pueblo o de una comunidad, que se manifiesta en su forma de vivir, de trabajar, de hablar, de organizarse, etc.” (dem, véase también la acepción 3 del vocablo en el drae, 2001). Es importante establecer esa distinción, para no caer en la confusión de Company. La cultura mexicana forma parte de las culturas hispánicas y todas ellas tienen una matriz heredada de España, pero modificada por sus propias experiencias y las influencias determinantes que han recibido; en el caso de México, de las amerindias y del inglés norteamericano. Como cultura es un abrevadero de las sociedades en cada época de su historia, es un horizonte de tradiciones y como tal no es definible de manera unilateral o mediante unos cuantos “ejes” interpretativos. La lengua es uno de los elementos centrales de la cultura; incluso se puede afirmar que la lengua es constituyente de la sociedad, pero la lengua en su conjunto, no una parte de ella; tratándose del léxico, es cultura todo el léxico, no una parte suya. Pensemos en lo que habría sido un diccionario de la lengua alemana durante el período del nazismo: la lengua alemana tenía desde muchos siglos antes vocablos como vernichtung ‘exterminación’, jude ‘judío’, zwangsarbeit ‘trabajo forzado’, führer ‘dirigente’, reich ‘reino’ y cientos más, que el nazismo utilizó para dar un sentido preciso a su discurso criminal; el hecho de que la lengua alemana dispusiera de ese léxico no lleva a pensar que los “ejes culturales” del alemán, que definen su identidad, sean el racismo, el totalitarismo y el militarismo. La perversión en el uso de la lengua alemana se debió a los nazis, no a la lengua, como no se cansaba de señalar Victor Klemperer en su paciente y angustioso estudio de La lengua del Tercer Reich. De unos cuantos cientos de palabras y todavía menos de las “pautas de lexicalización” de que habla Company, que no son otra cosa que técnicas del hablar, no se puede concluir una identidad, sea cual sea; menos se puede proclamar, como lo hizo, que sean la obsesión por el sexo, la cotidianidad de la muerte, la cortesía, el sarcasmo, la ironía y el machismo lo que caracteriza la identidad mexicana. Sexo, muerte, cortesía, sarcasmo e ironía son hechos universales; el machismo es una herencia ¿europea, cristiana?; la transgresión, que ahora nos hace el favor de resaltar, no caracteriza nuestra identidad, sino un momento del estado social en que nos ha tocado vivir. ~

viernes, 29 de abril de 2011

Polémica alrededor de un nuevo diccionario de mexicanismos (II)

El comentario de Luis Fernando Lara fue respondido también en Letras Libres (de abril de este año) por Concepción Company (foto), coordinadora del Diccionario de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua.

Un diccionario a debate

El Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, más conocido como drae, define identidad en sus acepciones 2 y 3 (2001: s.v. identidad), como, respectivamente, el “Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás” y “Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás”.

La identidad, en el caso que nos ocupará, la identidad mexicana, se muestra en múltiples ángulos de la vida cotidiana, desde la vestimenta hasta la gastronomía, pasando por las relaciones económicas que se contraen entre los individuos, sus relaciones políticas y sociales, además de todas las demás manifestaciones culturales de un país. En una de esas facetas, el modo de comunicarse, la lengua, nos centraremos hoy, ya que, a través del estudio lingüístico, se pueden hacer evidentes, a la vez que matizar, aspectos culturales no fácilmente aprehensibles a primera vista. En efecto, una manera inequívoca de conocer el conjunto de rasgos propios de una colectividad, su identidad, es observar cómo se expresa y mediante qué rutinas o hábitos lingüísticos lo hace o lo ha venido haciendo por siglos. La lengua es el sistema que mejor permite acercarse, si bien nunca de manera directa, a la organización conceptual y a la visión del mundo del ser humano. Subyacente a esa organización conceptual, que es también una organización gramatical, está lo que es propio, inalienable y, por ello, identitario de un pueblo. El léxico y la gramática de un pueblo son una sedimentación de hábitos repetidos por siglos, un ritual comunicativo compartido por los individuos que integran una comunidad; la lengua es una ritualización (término y concepto surgidos en la antropología y acuñados para la lingüística por el estadounidense John Haiman), una herencia transmitida generación tras generación y recreada también en cada generación.

El artículo 1 de los Estatutos de la Academia Mexicana de la Lengua (en la página 175 de su Anuario) establece: “La Academia Mexicana de la Lengua tiene por objeto el estudio de la lengua española y en especial cuanto se refiera a los modos peculiares de hablarla y escribirla en México” (las cursivas son nuestras). El Diccionario de mexicanismos (dm a partir de aquí) de la Academia Mexicana de la Lengua (aml) (2010, Academia Mexicana de la Lengua y Siglo XXI Editores) es el primer resultado de autoría corporativa que atiende al cumplimiento de este artículo; fue realizado, bajo mi dirección, en el seno de la Comisión de Lexicografía de la aml y un buen número de aspectos lexicográficos, además de voces y significados, fue planteado y discutido en las sesiones plenarias.

Antes de mostrar cómo el dm hace evidente la estrecha relación entre lengua, cultura y sociedad, resumiremos brevemente las principales características de la obra (expuestas, en lo esencial, en la introducción del diccionario), ya que ellas permitirán entender mejor el objetivo de esta nota. Como punto de partida, el dm entiende por mexicanismos: “el conjunto de voces, locuciones, expresiones y acepciones caracterizadoras del habla de México, que distancia la variante mexicana respecto del español peninsular, concretamente, de su variedad castellana. Para efectos de este diccionario, mexicanismos son las voces, simples y complejas, las expresiones lexicalizadas [esto es, aquellas que no tienen un significado composicional o derivado del significado de las partes integrantes] y las acepciones que caracterizan la lengua, popular o culta, o ambas, de este país, fundamentalmente, en la variedad o variedades urbanas del Altiplano Central de México” (Introducción, xvi).

Un mexicanismo puede provenir de la lengua considerada patrimonial para el español, la latina, puede provenir del español europeo, puede provenir de las lenguas vernáculas mesoamericanas, puede provenir del inglés, del francés, del japonés o de cualquier otra lengua, pero el origen de la voz no fue un criterio considerado por el dm. Lo que otorga carácter de mexicanismo a una palabra o expresión es que la forma o acepción, o ambas, se empleen en México y no en el español europeo castellano, que su uso esté generalizado en nuestro país –particularmente, en la zona geográfica establecida como objeto central de estudio–, que los hablantes, cualquiera que sea nuestra escolarización o falta de ella, le hayamos otorgado, a través del uso continuado y sedimentado, carta de naturaleza, es decir, que los mexicanos usemos la voz o acepción actualmente y de manera cotidiana en cualquiera de los registros posibles que podemos emplear diariamente.

Expongamos los rasgos fundamentales del dm. Es un diccionario de uso y descriptivo y es diferencial contra el español europeo castellano. Es un hecho por demás sabido que fue el español de España el que arribó a tierras mexicanas a inicios del siglo xvi y por ello es un hecho insoslayable que ese español, junto con el importantísimo aporte de las lenguas indígenas mesoamericanas, se constituye en lengua madre del español mexicano actual. Metodológicamente, como punto de partida, parece razonable iniciar el contraste con el español europeo, para saber, justamente, qué nos diferencia de ese español y tomar conciencia de cuál es el léxico peculiar de México y cómo lo usamos. La Aml es consciente de que, metodológicamente, se podría haber contrastado con cualesquiera otras variedades hispanohablantes y que, en última instancia, un diccionario final de mexicanismos requerirá el contraste con todas las otras variedades hispanohablantes,(1) incluidas las europeas andaluza y canaria por su esencial y conocido aporte histórico al léxico mexicano y americano en general. Serán otras etapas futuras de investigación, en conjunto con la Asociación de Academias de la Lengua Española y con otras instituciones, las que hagan posible esta importante tarea.

El DM tiene definiciones no sinonímicas, es decir, no emplea el sinónimo correspondiente del español europeo, cuando lo hay, ni de ninguna otra variedad hispanohablante, porque la aml está plenamente consciente de que los mexicanos tenemos derecho de hablar y emplear el léxico propio de nuestra norma o, para ser más precisos, de nuestras varias normas. El dm es una muestra de esa toma de conciencia y de la defensa de nuestra autonomía lingüística. Las definiciones parafrásticas, o no sinonímicas, del dm significan que no hemos sujetado la descripción de nuestra realidad al dialecto de contraste, el castellano, porque, de haberlo hecho así, no solo hubiéramos empobrecido y limitado la definición, sino que no habríamos podido caracterizar adecuadamente el léxico y la realidad mexicana subyacente a él. Las definiciones fueron realizadas, hasta donde ello fue posible, con un léxico general o no marcado, capaz de ser entendido por cualquier hispanohablante, mexicano o no.

El DM marca con la abreviatura supran. ‘supranacional’ aquellas voces que, sin dejar de ser peculiares y extendidas en el español de México, son compartidas por otras variedades hispanoamericanas. Somos conscientes de que el problema es que un mexicanismo –cuyos varios ángulos de significado quedan expuestos en la introducción del dm–, sin dejar de ser mexicanismo, es también un americanismo. La explicación se halla en gran medida en la historia externa de la lengua y en el acontecer político y social de sus hablantes, así como en sus movimientos poblacionales. Es un hecho histórico bien conocido que el virreinato de la Nueva España abarcaba la actual Centroamérica y por ello compartimos con los países que hoy la integran numerosos vocablos y acepciones. También compartimos, por ejemplo, un número importante de voces con Cuba, porque es sabido que esta isla constituyó un lugar de asentamiento temporal o de tránsito para muchas personas que deseaban llegar a México. Es asimismo sabido que el náhuatl fue lengua de prestigio y su léxico llegó a otras zonas americanas, más allá de las que administrativamente pertenecían al virreinato de la Nueva España. Es, por último, sabido que los seres humanos, dada la base biológica común y, por tanto, la común capacidad cognitiva, pueden coincidir en su concepción del mundo y en su capacidad expresiva y metafórica, y por ello hay mexicanismos que coinciden con empleos de otros países hispanoamericanos, bastante alejados del nuestro en la geografía, como es el caso, por poner un ejemplo, de la expresión sin decir agua va ‘repentina e inesperadamente’, compartida solamente con Argentina y Uruguay. Todos esos caminos convergentes con otros países americanos deberán ser estudiados a futuro en perspectiva histórica y geográfica.

Por otra parte, acotar el concepto de mexicanismo a lo exclusivo de México, aunque metodológicamente es correcto, parece, conceptualmente, una posición bastante reduccionista, que conduciría a perder riqueza léxica, matices y precisión dialectal, y que conduciría también a sorpresas para el usuario general y a cuestionamientos por parte del especialista, puesto que voces genuinamente mexicanas, como banqueta, debieran estar excluidas de un diccionario de mexicanismos, si este se realizara con un concepto reducido y muy acotado, por el hecho de estar compartidas con algún otro país, muchas veces de Centroamérica; en el caso concreto de banqueta, con Guatemala. Saber qué léxico compartimos es también conocer mejor nuestra identidad lingüística y las trayectorias históricas de nuestro país.

Semejante problema de acotamiento y definición –un problema epistemológico en el fondo– presentan muchos diccionarios; por ejemplo, el Diccionario del español de México,(2) dirigido por Luis Fernando Lara (2010 y versiones anteriores, El Colegio de México) –que, en lo personal, considero muy bien hecho, sobre todo en sus definiciones, aunque, como cualquier obra, perfectible–, es un diccionario integral y por ello incluye voces del español general, como mesa, dormir, papel, ahíto, heterótrofo, hinduismo o jónico, además de mexicanismos, ya sean exclusivos de este país o supranacionales americanos. ¿El empleo de voces del español general, compartidas con otros 350 millones de hispanohablantes, americanos o europeos, anula su carácter de Diccionario del español de México? Creemos que no, porque tan mexicano es emplear mesa y dormir como papalote y chapopote, aunque las dos primeras no sean estrictamente mexicanas en su origen ni exclusivas de nuestro país, la segunda, papalote, se emplee también en varios países de Centroamérica y del Caribe y solo sea exclusivamente mexicana chapopote.

Todas las cuatro son español de México a la vez que las tres primeras, en cierto sentido, no lo son.

Por lo que respecta a la metodología empleada para recabar léxico, el dm es una obra que utilizó una metodología mixta. Por una parte, se sirvió de un corpus base de consulta, formado por obras de esta última década, y menos recientes, años setenta-ochenta y algunas anteriores, del que extrajo voces y acepciones y comprobó, mediante consulta con hablantes y búsquedas en medios electrónicos, que se usaran efectivamente en el español mexicano de hoy en día; ninguna de las obras fue vaciada en su totalidad. Cabe destacar que el dm no es un diccionario de corpus cerrado, es decir, aquel del que no es posible extraer información adicional de la contenida en el corpus. Por otra parte, en una gran medida, recogió el léxico empleado en el habla espontánea de diferentes registros sociolingüísticos y constató que sí fuera reconocida y/o usada por los hablantes de esos grupos sociales, económicos y educativos. Hay diccionarios de corpus cerrados, como el Diccionario del español actual de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos (1999, Aguilar) o el ya citado Diccionario del español de México; hay diccionarios que no se basan propiamente en corpus, la mayoría, como el drae o el Oxford –es cuestionable que las famosas tarjetas enviadas por correo postal, que fueron el punto de partida para la elaboración del Oxford, puedan ser calificadas estrictamente como corpus–, y hay diccionarios de técnica mixta, todos igualmente válidos, todos tienen aspectos favorables, todos son perfectibles.

El DM es un diccionario sincrónico, esto es, da cuenta y define el léxico del español de México de finales del siglo xx e inicios del siglo xxi, tanto voces simples, como complejas y locuciones. Marca en cada caso tanto el estatus categorial o gramatical de la voz o locución en cuestión como su estatus sociolingüístico. Es un diccionario que intenta abarcar el léxico de los hablantes en los múltiples niveles sociolingüísticos que conforman nuestra sociedad; intenta, asimismo, dar cuenta de los registros formales e informales del español mexicano actual, las voces y locuciones que empleamos los mexicanos todos los días, en los varios registros sociales y culturales, en definitiva, las que un hablante cualquiera puede emplear día con día. La aml describió, sin prejuicios de ningún tipo, el léxico empleado por los muy diversos grupos sociales que integran nuestra sociedad. La aml, cumpliendo con lo establecido en el artículo 1 de sus Estatutos, seguirá describiendo los modos peculiares de nombrar la realidad y la concepción del mundo en México.

El DM documenta mexicanismos que podrían ser etiquetados, grosso modo, como formales, del tipo parteaguas ‘momento o hecho decisivo que marca la diferencia entre un momento cultural y el siguiente’, emérito ‘profesor reconocido por sus logros académicos’, emeritazgo ‘calidad o condición de emérito’, imprudencial ‘referido a un homicidio, que se comete sin intención de matar’, erario público ‘dinero del Estado’, abocarse ‘centrarse por completo en una actividad o tarea’, bienes mancomunados ‘los que son patrimonio de ambos cónyuges y que se adquieren durante el matrimonio’, machimbrado, un tecnicismo, ‘proceso de hacer un entrante en una tabla y un saliente en otra para encajarlas’, cadencia ‘improvisación de un solista en la parte final del primer movimiento de un concierto’, además de cooptar, conferencista, contralor, contraloría, cremar, cremación, custodio, violatorio, violentar, vinícola, vocero, y un largo etcétera, bastantes de ellos no registrados en diccionarios anteriores. Otros que podrían ser considerados como mexicanismos generales o no marcados, tales como equipal, pararse, acordeón ‘apunte para ser usado disimuladamente en un examen’, parque ‘munición de armas de fuego’, espectacular ‘anuncio panorámico’, colegiatura, cuadra ‘distancia que va de una esquina a otra’, banda del equipaje, tarjeta de embarque, alineación, balanceo, furibundo, fúrico, camión ‘transporte público’, taquería, tlapalería, tomar, agarrar, ambos como verbos de significado bastante general porque tuvieron que sustituir al verbo coger, especializado para un significado sexual, hojalatería, machetero, migración, migrante, picoso, endémico, apapachar, platicar, torito ‘pregunta retadora’ y ‘centro de reclusión para hombres infractores del reglamento de tránsito por consumo excesivo de alcohol’, estacionamiento, por lo consiguiente ‘como consecuencia de lo anterior’, vulcanizar, y un larguísimo etcétera. Otros que se adscriben al ámbito informal de la vida cotidiana, tales como hechizo ‘falso’, hora feliz, escuincle, chafa, fresa, padre ‘bonito’, ‘agradable’, mano ‘amigo’, ¡aguas!, chido, híjole, alipús, el distributivo de a piocha, ahi muere, ahi nos vidrios (con pronunciación grave el adverbio ahí), simón ese para un sí enfático, el dese ‘objeto cuyo nombre se desconoce’, ¡achis!, para significar sorpresa, el ruco, para el anciano y no tan anciano, llevarse de piquete de ombligo, además de un casi inacabable etcétera. Finalmente, otros que pueden ser calificados de muy íntimos, muchos de ellos obscenos y vulgares, tales como aquellito, rapidín, a toda(s) madre(s), para indicar que alguien se siente muy bien o algo salió muy bien, pinche, pendejo, chingativo, chingaquedito, y muchísimos más. Es obvio que cuanto más informal e íntimo sea el registro, más mexicanismos habrá, porque es en esos registros coloquiales e íntimos donde la lengua se distancia más del español general y donde, por consiguiente, aflora con mayor facilidad la idiosincrasia léxica de un pueblo y se plasma con mayor libertad la identidad de una persona.

El DM da cuenta de mexicanismos en los varios niveles de la lengua, sin olvidar que las palabras tienen significante y significado y que funcionan como unidades, y es, por ello, arriesgado aislar los mexicanismos por niveles de lengua, pero así el lector de esta nota y el usuario del dm se podrá formar una mejor idea de sus contenidos y el tratamiento. Los niveles de la lengua, tradicionalmente considerados en la lingüística, son la fonética-fonología, la morfología, la sintaxis y la semántica. Hay mexicanismos fónicos, porque la pronunciación en México contrasta con la del español europeo; tales son los conocidos casos de video, futbol, beisbol, estratósfera, karate, entre otros, frente a los del español europeo vídeo, fútbol, béisbol, estratosfera y kárate. Morfológicos, cuando el español de México usa la misma forma pero con género distinto, como la bolsa (en España, el bolso), la tanga (en España: el tanga). Sintácticos, como es el caso de las múltiples locuciones o colocaciones fijas generadas con verbos de significado ligero o no específico, como dar: dar cran, dar el avión, dar el gatazo, dar entrada, dar baje, etc.; valer: valer gorro, valer sombrilla, valer madres, valer queso, valer un cacahuate, etc.; estar: estar más allá del bien y del mal, estar de manteles largos, estar en la pendeja, estar frito y sin manteca, estar por demás, etc.; mexicanismo sintáctico son también el uso simultáneo de algunas preposiciones, de a: de a tiro, de a cómo, de a gratis, de a cinco pesos, de a pechito, de a dedo, de a oquis, o el uso de colocaciones formadas por preposiciones y adverbios: desde ya, de ahi en fuera, por ahí de...; etc. Por último, mexicanismos que podrían denominarse semánticos, cuando la forma es la misma pero el referente o entidad denotada es distinta; por ejemplo, en México torta es ‘alimento de cierta forma y contenido’ o ‘glúteo’ y en España es ‘bofetada’; saco es prenda de vestir en México pero ‘costal’ en España; la pajarita de España es nuestro moño, y su moño es nuestro chongo; té es un genérico para infusión de hierbas en México y es solo el ‘negro’ en España; lejía es sosa cáustica en México y sirve para destapar cañerías, mientras que es hipoclorito de sodio diluido en agua en España y sirve, en lo esencial, para blanquear ropa; es decir, la lejía de España es nuestro cloro o blanqueador.(3)

El DM, dado que es un diccionario descriptivo, contiene numerosos extranjerismos, básicamente anglicismos, porque es un hecho insoslayable que el inglés es una lengua de adstrato que ha prestado, y sigue prestando, múltiples formas y acepciones al español, y que en México esos anglicismos por el hecho de ser empleados cotidianamente y tener una elevada frecuencia de uso han adquirido estatus de mexicanismos. Algunos se emplean en nuestro país como préstamos duros, sin adaptación fónica ni gráfica: strike, hot dog (un mexicanismo que ha generado otro mexicanismo, jocho), mouse, hit (tan mexicanismo es que ha producido el mexicanismo derivado hitazo), jeans (que convive con el mexicanismo pantalón de mezclilla), feeling, free ‘relación amorosa sin compromiso’, y un largo etcétera. Algunos, los menos, son anglicismos adaptados: jonrón, jaibol, catsup, etc. Queda reflejado en el dm que el español de México tiene una marcada preferencia por escribir y pronunciar las formas de la lengua inglesa sin adaptación alguna a la pauta del español, de ahí que el dm contenga la pronunciación entre corchetes al final de la entrada en cuestión.

Hablemos ahora brevemente sobre la segunda parte del título de esta nota y cuál es el papel de la Aml, y una de sus obras, el dm, en nuestra cultura y nuestra sociedad. Uno de los conceptos más fructíferos de la lingüística funcional en los últimos veinte años ha sido el de patrón o pauta de lexicalización –término debido al lingüista estadounidense Leonard Talmy, aunque planteado desde los neogramáticos a inicios del siglo pasado y aplicado por el estructuralismo de los años cuarenta y siguientes–, tanto porque pone en evidencia la jerarquía de las relaciones internas del sistema lingüístico, cuanto, sobre todo, porque pone de manifiesto la relación entre lengua, cultura y sociedad.

Por pauta de lexicalización debe entenderse que las lenguas codifican o formalizan mejor aquello que es cultural y cognitivamente importante en una determinada comunidad lingüística. O en otras palabras, lo que es importante para un pueblo encuentra siempre manifestación gramatical, ya sea mediante léxico, ya mediante mecanismos morfológicos, ya mediante recursos sintácticos, o bien mediante una combinación de los anteriores recursos. Para efectos de un diccionario, es un hecho que los aspectos culturales que son importantes para un pueblo producen más léxico, fenómeno conocido como relativismo lingüístico. Lo que me permití llamar en la introducción del dm “ejes culturales” del español de México no son sino pautas de lexicalización.

Se observan en el dm numerosas pautas de lexicalización, que indican dónde los hablantes mexicanos ponemos énfasis cultural y, por ende, lingüístico. Un aspecto estrechamente relacionado con este punto es que las formas matizan, e incluso adquieren, su significado en el uso real, ancladas en contexto, lingüístico y extralingüístico, y que la lengua cambia porque se usa. Las formas en aislado no cambian. Veamos algunos ejemplos de pautas de lexicalización. Una es la capacidad del español de México para reinterpretar la pluralidad como intensificación apreciativa o evaluativa: ¡moles!, ¡mocos!, ¡boinas!, ¡sobres!, ¡cuernos!, ¡sopas!, ¡changos!, ¡charros!, ¡órales!, ¡ándenles!, ¡quihúboles!, ¡híjoles!, ¡ya estufas!, etc. Esas -s no indican un referente plural porque no refieren a más de una entidad existente, ni a más de un oyente en el caso de -les/las, sino que son una marca de intensificación. Es un mexicanismo morfológico y semántico y también sintáctico porque esas formas se han convertido ya en interjecciones, es decir han cambiado de categoría gramatical. El camino histórico parece bastante claro: un plural es un multiplicador y de esa multiplicación se infiere una intensificación; habrá que investigarlo. Es una pauta tan rica y productiva que la misma estrategia de codificación se hace presente en varias categorías de la lengua: sustantivos, verbos, preposiciones y pronombres átonos, afijados a verbos, adverbios y a sustantivos.

Otra pauta indudable de lexicalización es la multitud de denominaciones para el órgano sexual, especialmente el masculino, más de 240 en el dm: ñonga, camote, camarón, badajo, birote, brocha, medidor de aceite, reata, la negra, la de hacer gente, y un numeroso etcétera; muy pocas para el femenino, una treintena escasa: raja, panocha, papaya. En consecuencia, hay en el español de México multitud de denominaciones para practicar el coito, muy especialmente cuando se quiere significar que es el hombre quien posee a la mujer. Esta fuerte pauta de lexicalización refleja la centralidad del sexo en la sociedad mexicana, y esta debe ponerse en relación con la gran cantidad de denominaciones para la homosexualidad, muy especialmente la masculina: joto, puñal, adorador de la yuca, mayate, muerde almohadas, soplanucas, que le hace agua la canoa, etc. Otra pauta es la multitud de formas para nombrar la muerte, muchas de ellas de un fuerte carácter festivo, tales como los conocidos colgar los tenis, enrollar el petate, entregar el equipo, chupar faros, bailar las calmadas, petatearse, etc., que no son sino muestra de que en México concebimos la muerte integrada a la vida. Otras pautas de lexicalización que encontrará el interesado son, por mencionar un par de ellas, la codificación de la transgresión a las normas: mordida, mocharse, arreglo, ponerse la del Puebla, pa’ su refresco, corta, brincarse las trancas, abogánster (5,580 resultados para esta palabra en una búsqueda rápida para México), perjudicial, coyote, coyotear, pollero, cooptar ‘sobornar’, colgarse ‘conectarse ilegalmente a una línea eléctrica’, no darse por mal servido, entre otras, o la atenuación cortés: con la pena, con permiso, a la orden, ¿mande?, por nombrar algunas. El hecho de hacer notorias las pautas de lexicalización del español en México es, en nuestra opinión, una virtud del dm. Otras obras de lexicografía hacen también evidentes pautas de lexicalización.

La AML no se complace en el léxico sexual ni se regodea en las palabras malsonantes o soeces ni fomenta el estereotipo costumbrista decimonónico del machismo, del albur o de la muerte festiva, ni avala el empleo de voz o acepción alguna, sino simplemente documenta y describe los hechos de lengua que son caracterizadores y peculiares de la forma de hablar actualmente en México. El estereotipo se debió formar hace mucho, y estos concentrados léxicos, muy posiblemente, datan de siglos atrás, porque es innegable que esas zonas léxicas reflejan zonas importantes para nuestra cultura y, por ello, son zonas preferidas por los hablantes, que crean y recrean más léxico para denominarlas, de ahí los mayores concentrados léxicos en el dm.

Un punto más: la Aml considera que debe ser motivo de reflexión y preocupación por parte de las autoridades de nuestro país la proliferación de expresiones que en México se emplean para denominar, incluso festivamente, la transgresión de las normas, porque su existencia y empleo significan que la infracción a la normatividad ha permeado profundamente la vida cotidiana y personal de muchos mexicanos, quizá de la sociedad toda. El hecho de hacer de la transgresión una práctica común amerita una reflexión sobre la sociedad que somos y que queremos ser. Un diccionario no es el lugar apropiado para tal reflexión porque solo da cuenta de los hechos de lengua. El dm solo muestra las rutinas y hábitos lingüísticos que son mexicanismos y diferencian el español de nuestro país del europeo castellano.

Lo anterior no merma el hecho de que el dm ha sido considerado por muchos usuarios (citamos un mensaje enviado a la Aml) como “una celebración del lenguaje informal, un recordatorio de su ingenio, su vitalidad y su riqueza”. En efecto, el lenguaje informal, por ser tan cercano, “nos es invisible, no nos damos cuenta de que lo utilizamos, y el diccionario [dm] lo hace visible”. El dm es un testimonio del léxico empleado en México a finales del siglo xx e inicios del xxi y es, en cierto sentido, una fotografía de la sociedad y cultura que subyacen en él.

Un diccionario es sin duda una herramienta para el mejor conocimiento de nosotros mismos. En la medida en que sepamos quiénes somos, cómo somos y por qué hablamos y nos comportamos lingüísticamente de una determinada manera, estaremos más seguros de quiénes somos y de cómo podemos situarnos frente al otro y ante nosotros mismos. Los mexicanos cruzamos cuadras y no manzanas, tomamos el camión y no cogemos el autobús, compramos zapatos cafés y no marrones, tomamos chelas y no cañas, tenemos pases de abordar y no tarjetas de embarque, recogemos el equipaje en una banda y no en una cinta, pero vamos por igual a la tortillería y a la panadería. Estar seguros de nosotros mismos es estar seguros de que estas expresiones, y varias miles más, son parte de nuestra idiosincrasia y tienen carta de naturaleza en el español de México. Estar seguros de cómo hablamos es saber en qué somos iguales y en qué somos diferentes frente al otro y a los otros, es, en definitiva, conocernos mejor y situarnos seguros de nosotros mismos, y más tolerantes, frente al otro.

El DM es una huella más en una ya larga, rica y continuada senda de tradición lexicográfica en nuestro país, tanto sobre mexicanismos como sobre español general, entre otros, el Vocabulario de mexicanismos de Joaquín García Icazbalceta, el Diccionario de mejicanismos de Francisco J. Santamaría, el Diccionario breve de mexicanismos de Guido Gómez de Silva, el Índice de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua, o los más recientes Diccionario del náhuatl en el español de México, coordinado por Carlos Montemayor, y Diccionario del español de México, dirigido por Luis Fernando Lara. Todos ellos son diferentes, todos ellos son complementarios, todos se inscriben en el esfuerzo de conocer mejor nuestra lengua.
La comisión de lexicografía de la Aml y la propia aml agradecen profundamente los muchos correos recibidos con valoraciones muy positivas, agradecen las observaciones y las sugerencias en ellos contenidas, pero sobre todo agradecen las críticas, porque ellas son las que ayudan a crecer y nos permitirán hacer una segunda edición mejorada del dm, que ya está en marcha. Agradecen asimismo a los hablantes su interés y su generosidad como informantes, ellos son la base y los protagonistas de nuestro diccionario, pero, por sobre todo, agradecen el interés que especialistas y no especialistas han mostrado por esta obra porque han ayudado a difundir este esfuerzo, difusión que era uno de los objetivos de la aml. Solo deseamos contar con los generosos apoyos institucionales que permitan alentar, mejorar y enriquecer esta obra a lo largo de las próximas décadas.

Notas

 1 El Diccionario de americanismos, de la Asociación de Academias de la Lengua (2010, Santillana) contrasta el español entre todos los países hispanoamericanos, además del hablado en Filipinas y en Estados Unidos, de manera que este contraste global ya está realizado, así sea una primera etapa y un primer resultado.

2 Subrayamos la forma de, porque ha sido comentado o reseñado en algunos medios bajo el título erróneo de Diccionario del español en México. El empleo de la preposición en implica que se usa en un ámbito, geográfico en este caso, pero no le pertenece o no es exclusivo de él; la preposición de significa, básicamente, origen, pertenencia o propiedad.

3 Agradecemos a Gabriel Zaid su nota sobre lejía en Letras Libres de enero, número 145, por hacer notar la inexactitud de la definición de esta voz en el dm, que quedará subsanada, si bien el empleo de lejía en nuestro país sí es mexicanismo, puesto que, como ya hemos dicho, no importa el origen etimológico de las palabras sino el empleo que hacen los hablantes, mexicanos en este caso, de ellas.

jueves, 28 de abril de 2011

Polémica alrededor de un nuevo diccionario de mexicanismos (I)

Silvia Senz Bueno, responsable del excelente sitio Addenda et Corrigenda, nos envió una serie de intercambios, recientemente producidos en México, a propósito de la publicación del Diccionario de mexicanismos de la Academia Mexicana, publicado en 2010 por la editorial Siglo XXI. El origen del debate está en la reseña que se ofrece a continuación, aparecida en la revista Letras Libres, de febrero de este año, con firma del lingüista, investigador y académico mexicano Luis Fernando Lara. En los próximos días se darán a conocer las reacciones que produjo. 

Diccionario de mexicanismos

No hay que soslayar que la actual cultura mexicana tiene su origen en el siglo XVI, después de la Conquista, y que el arraigo de la lengua española, que lentamente se fue produciendo desde ese entonces, iba acompañado de manera determinante por los intereses de la explotación colonial y la relación de dominio que muy pronto se estableció entre los colonizadores peninsulares y los criollos –que desde muy temprano alegaban ya derechos propios– frente a los mestizos y los indios. Para España y para el grupo dominante de los que, ya en el siglo XVII, comenzaron a llamarse “gachupines”, la Nueva España no tenía una identidad propia diferente de la española. Lo mismo sucedió con todas las colonias españolas de América. Sin identidad propia; diferentes, sin embargo, por la cultura que se iba gestando, se comenzó a producir una conciencia confusa de ello, que en México no acabó por encontrarse a sí misma hasta después de la Revolución. No pasó lo mismo con la lengua: los novohispanos, y después los mexicanos hasta bien entrado el siglo XX, miraban siempre a la “Madre patria” como paradigma de su lengua, aunque se dieran cuenta de que había importantes diferencias entre ambas maneras de hablar español. Consecuentemente, los más educados se esforzaban por usar un español considerado peninsular, mientras que sus propias maneras de hablar no podían concebirse, al principio, sino como barbarismos; en el mejor de los casos, como pintoresquismos, como se puede comprobar cuando uno lee, por ejemplo, a Fernández de Lizardi.

Con la excepción de Melchor Ocampo, que se atrevió a reivindicar el derecho de los mexicanos a su propia manera de hablar la lengua española, desde el siglo XIX se operó una distinción que todavía siguen haciendo nuestras sociedades, entre ese “español peninsular”, considerado modelo de la lengua, y el de México, solo entendido como curiosa colección de voces y giros pintorescos, y en muchos casos bárbaros, solecistas y viciosos. La Academia Mexicana de la Lengua, fundada en 1875, no parece haber tenido otra opinión, a pesar de los ambiguos esfuerzos, por ejemplo, de Joaquín García Icazbalceta, por justificar el interés en el español de los mexicanos. La Academia Española, por su parte, siguió concibiéndose a sí misma centro y dueña del idioma, y consideraba a sus correspondientes americanas como meras sucursales sometidas a ella. Estatutariamente esa relación cambió después de 1951, cuando, gracias a la actitud combativa de Martín Luis Guzmán, decidieron los académicos españoles pasar a una situación de aparente respeto a la igualdad de sus correspondientes y crear la Asociación de Academias de la Lengua Española.

No así en lo que respecta a su comprensión del español mexicano. El único interés a ambos lados del mar se ha venido centrando en el “americanismo”, en nuestro caso, en el “mexicanismo”, es decir, “el conjunto de voces, locuciones, expresiones y acepciones caracterizadoras del habla de México, que distancian la variante mexicana respecto del español peninsular, concretamente, de su variedad castellana”, según lo define Concepción Company, en la introducción del nuevo Diccionario de mexicanismos de la Academia Mexicana (Siglo XXI, 2010, p. XVI). Tal comprensión del mexicanismo hace de “la variedad castellana” –es decir, el español registrado como tal por la propia Academia, puesto que no parece haber un estudio amplio y descriptivo del español usado en las dos Castillas– el marco de referencia, la piedra de toque al que se somete el tratamiento del léxico mexicano considerado “mexicanismo”. Desde hace cuarenta años varios lexicógrafos hispanoamericanos y europeos hemos venido insistiendo en que no hay razón científica y prácticamente válida para conservar esa distinción entre el “español peninsular” y los españoles andaluz, canario e hispanoamericanos: la “variedad castellana” es una más de las variedades del español, y, si se quiere reconocer las diferencias léxicas que caracterizan a cada variedad, hay que compararlas todas en pie de igualdad, no exclusivamente con la castellana. Por supuesto, tal comparación supone la existencia de suficientes estudios léxicos integrales en cada región, que permitan llevarla a cabo; es decir, amplísimos estudios del español hablado y escrito en cada país hispanohablante, sin pensar en si se trata de regionalismos o no, que permitan un contraste lo más exhaustivo posible. No hay tal acervo de datos comparativos suficientemente vasto y digno de confianza. Pero por lo que se ve, ni a la Academia Mexicana, ni a la Española y las demás les interesa una comparación de esta clase. Más bien se trata de perpetuar, en la conciencia de los hispanohablantes, la distinción entre un español metropolitano y los españoles coloniales (por más que reconozcan y proclamen el peso demográfico de Hispanoamérica frente a España), impulsando la publicación de diccionarios de americanismos, mexicanismos, peruanismos, etcétera, sin contar con suficientes datos comparativos. La Academia Mexicana no asume siquiera la existencia de suficientes argumentos y estudios que superan la dicotomía metrópoli/periferia; y, como lo ha hecho la Española inveteradamente, prefiere ignorarlos, al punto de afirmar que la recopilación de voces en que se basa el Diccionario de mexicanismos “es, hasta donde la Academia tiene noticia, el primer intento por recoger el léxico cotidiano del español actual, hablado y escrito de México”. Sorprendente afirmación, si consideramos que los filólogos mexicanos que forman parte de la Academia conocen suficientemente el estudio que, sobre la base de los dos millones de apariciones de palabras del Corpus del español mexicano contemporáneo (1921-1974), ha venido dando lugar a una serie de diccionarios que en noviembre de 2010 se coronaron con el Diccionario del español de México (El Colegio de México), el segundo diccionario integral del español basado en una concepción nacional –el primero fue el Diccionario integral del español de Argentina, Buenos Aires, Tinta Fresca, 2008– y no periférica de la lengua. Un vocablo que aparentemente debe el español a los mexicanos es ningunear: Concepción Company y sus colegas de la Academia se muestran hábiles en el ninguneo del conjunto de estudios y publicaciones del equipo del Diccionario del español de México.

Hay que señalar que el concepto de mexicanismo se le ha vuelto muy borroso a la Academia: puesto que ya no es “políticamente correcto” considerar al mexicanismo como en el siglo XIX, pintoresco y bárbaro, si en la página anterior de la introducción se caracteriza el mexicanismo de manera diferencial frente a “la variedad castellana”, en la siguiente “mexicanismos son las voces, simples y complejas, las expresiones lexicalizadas y las acepciones que caracterizan la lengua, popular o culta, o ambas, de este país, fundamentalmente, en la variedad o las variedades urbanas del Altiplano Central de México” (p. XVIII); es decir, el mexicanismo como tal se disuelve en el uso mexicano de la lengua española, que no es lo mismo, y el uso mexicano en el del altiplano de México, que tampoco es lo mismo. Pero, a fuer de caracterizar ese mexicanismo de una manera diferencial, Company lo hace afirmando que “las rutinas y los hábitos lingüísticos que otorgan identidad a los mexicanos [...] y los grandes ejes culturales alrededor de los cuales se concentra el léxico del español de México” (las cursivas son mías) son “la obsesión por el sexo”, “la cotidianidad de la muerte”, “las cortesías”... y “el bien conocido y multiangular machismo”. ¡Es ese vocabulario el que concentra el léxico del español de México y nos otorga identidad! Bonita manera de renovar el pintoresquismo del siglo pasado y a la vez de realimentar el estereotipo que tanto daño nos hace en la vida política y en los medios de comunicación, del mexicano macho, obsesionado por el sexo, soez y dado a la muerte; las cadenas de televisión Televisa y TV Azteca deben estar encantadas con este diccionario, que justifica plenamente el vocabulario de sus cómicos, sus reality shows y las indignidades que cometen con su público. Apena que la Academia Mexicana, en voz de Concepción Company, no sepa cuál podría ser su lugar en la educación de los mexicanos y tampoco su papel en el estudio del español mexicano. Es verdad que, debido a la mala educación de la lengua en el país, que sigue enseñando que el buen español es el de la Academia y lo demás es solo periférico y pintoresco, muchos mexicanos se identifican en un vocabulario popular definido por el chiste y la grosería, tanto más cuanto que es lo que difunden los medios de comunicación masiva; pero uno esperaría de una Academia de la Lengua que tuviera mejor perspectiva y mejor criterio para entender al español de México, sobre todo si se hiciera cargo de su papel normativo.

En esta reducción del español de México y del “mexicanismo” al vocabulario soez, del sexo, de la muerte y del machismo tienen un papel importante las fuentes que utilizaron. En vez de revisarlas siguiendo su propia clasificación en “fuentes bibliográficas, electrónicas y filmográficas”, hay que desentrañar las que pueden haber sido sus fuentes primarias, es decir, aquellas de donde proceden sus vocablos, y las secundarias, que les habrán servido para cotejar sus materiales con diccionarios ya existentes. Entre las primarias hay seis o siete novelas (Fuentes, Loaeza, Sainz, Del Paso y Zapata entre ellas); siete obras más, entre las cuales se encuentran: Mucho cerdo sabroso (y puerquita sexy), de J. I. Solórzano, Cuentos asquerosos y Cuentos tenebrosos del cómico de Televisa Víctor Trujillo, Armando Hoyos / La autobiografía no autorizada ni por Eugenio Derbez (otro cómico) y, del mismo autor, el Diccionario de la real epidemia de la lengua; conviene agregar a estas cinco películas: una de Cantinflas, dos del actor Mauricio Garcés, una de la cómica “India María” y una de Pedro Infante. Formarán parte de este conjunto el Índice de mexicanismos y el Diccionario breve de mexicanismos de la Academia Mexicana, el Diccionario y refranero charro de Leovigildo Islas Escárcega, Cómo hablamos en Tabasco, un antiguo estudio de Rosario Gutiérrez Eskildsen, el pobre Diccionario de colimotismos de J. C. Reyes, una tesis sobre el habla de Tabasco y las historietas de La familia Burrón. A estas fuentes hay que agregar ocho listas de voces tomadas de internet. Las obras secundarias, de referencia, habrán sido los diccionarios y los corpus crea y corde de la Academia Española, los diccionarios de Manuel Seco (Diccionario del español actual), el Diccionario de mejicanismos de Santamaría y el Diccionario del español usual en México de El Colegio de México. La lista de fuentes primarias es caprichosa, por decir lo menos, y muchas de esas obras o las listas tomadas de internet requerirían una ponderación cuidadosa antes de tomarlas en cuenta. Esas fuentes inclinan la balanza hacia un vocabulario soez, humorístico y, muchas veces, individual. Es decir: de tales fuentes, tales resultados. No es lo mismo un estudio lingüístico del habla de un autor, de cualquier persona o incluso de cualquier grupo de personas, que debe registrar todo lo que encuentra, que un diccionario orientado a informar acerca de la lengua común, compartida por toda la sociedad, sobre todo tomando en cuenta que a todo diccionario, aunque sea descriptivo, una vez que aparece, la sociedad le asigna un cuño normativo. Eso es lo que diferencia la lexicografía del estudio meramente léxico, una diferencia que la Academia no tomó en cuenta, por más que se haya explicado muchas veces en diferentes ámbitos. Cuando se hace lexicografía dirigida al público es necesario elegir con cuidado las fuentes, en este caso, de acuerdo con el objetivo de documentar mexicanismos; ponderarlas y, sobre todo, ampliarlas, para contar con un corpus bien equilibrado y lo suficientemente grande como para que los registros de voces queden suficientemente verificados en el uso social. En esta falta de conocimiento y reflexión a propósito de los fundamentos y los métodos de la lexicografía radica el error de fondo del Diccionario de mexicanismos. Este diccionario es, en su mayor parte, un registro de voces y usos festivos, humorísticos, eufemísticos, más o menos espontáneos, determinados por los contextos en que aparecen: diccionarios de aficionados que registran lo simpático, que amplifican la grosería, que muestran la capacidad de los cómicos para el juego verbal, sugerente y chispeante. Que sean mexicanismos, está por verse; que formen parte del léxico de la sociedad mexicana, es dudoso en múltiples casos; que muestren los “grandes ejes culturales” alrededor de los cuales “se concentra el léxico del español de México”, en el que se trasluce nuestra identidad, es una barbaridad.

A pesar de la idea con que se presenta y de la parcialidad de sus fuentes, el Diccionario de mexicanismos registra mucho más que lo que su directora le atribuye y no deja de ser un documento lingüístico de cierto valor, aunque haya que tomarlo con extrema precaución, como mostraré en seguida.

Volvamos al tema específico del mexicanismo: el diccionario se cuida de no recopilar vocablos de origen amerindio que han pasado al acervo común del español, como tomate, tiza o petate, a los que llama mexicanismos diacrónicos (es decir, voces de origen amerindio, que se integraron temprano a ese acervo común). Incluso afirma, por eso, que “un mexicanismo no es un indigenismo” (p. XVII); una afirmación tan tajante desconcierta. La realidad es que todo indigenismo procedente del ámbito territorial del actual México es, en su origen, un mexicanismo, aunque haya pasado al español de otras regiones. Incluso parte del interés de este diccionario reside precisamente en la inclusión de cientos de indigenismos, sobre todo nahuatlismos y mayismos. También es cierto que hay mexicanismos que no provienen de nuestras lenguas amerindias, y cuesta mucho más trabajo identificarlos. Divide en tres clases los mexicanismos: 1) Voces usadas en México “inexistentes en el español peninsular general” (ojo a la temeraria afirmación de inexistencia y a lo de “español peninsular general”). Se diría que, suponiendo que los elementos de contraste entre dialectos del español fueran suficientes –que no lo son–, estos serían verdaderos mexicanismos. 2) Voces o construcciones compartidas con el “español peninsular castellano” (en consecuencia, abusivamente, iguala un “español general” con la variedad castellana), pero más frecuentes en México. 3) Voces y construcciones compartidas, que han desarrollado en México valores semánticos propios, a los que podríamos llamar “mexicanismos de significado”. Los ejemplos aducidos en la introducción para esta última clase de “mexicanismos” son erróneos: el uso de la preposición hasta (“llega hasta las tres”, es decir, “no llega antes de esa hora”) se encuentra en Centroamérica y el Caribe; el uso adverbial de recién (“recién me di cuenta”, es decir, “me acabo de dar cuenta”) es de procedencia argentina; en México, como se señala en el Diccionario del español de México, predomina su uso adjetivo: recién nacido, recién llegado.

Company reconoce en la introducción que determinar el uso más frecuente de una voz sin tener una base amplia de datos cuantitativos es muy arriesgado (y anticientífico). Afirma que “la decisión fue de naturaleza operativa”, es decir, a ojo de buen cubero, subjetiva.

A pesar de la restricción al “mexicanismo”, en el diccionario se marcan como supranacionales voces “empleadas también en alguna otra variante del español hispanoamericano” como beneficiar y beneficio ‘procesar café, arroz o caña de azúcar’, capitán ‘jefe de camareros’, chunche ‘cualquier objeto’, ñor ‘apócope de señor’, y muchos más. ¿Quiere esto decir que se trata de voces originadas en México y después extendidas a otras regiones? En tal caso, ¿por qué dejar de señalar tomate como mexicanismo? No hay indicaciones de los dialectos en donde también se usan estos vocablos en Hispanoamérica, lo cual no es raro, pues, insisto, no hay suficientes datos comparativos.

En la Guía del usuario se lee: “Es un diccionario contrastivo o diferencial respecto del español de España [ahora ya no se trata de “la variedad castellana”] e incluyente [la cursiva es mía] respecto del español de América.” Estas afirmaciones merecen una precisión y un comentario más: no es lo mismo contrastivo que diferencial: en la lexicografía diferencial –la que se ocupa de las diferencias léxicas entre dialectos de la misma lengua– el método de trabajo es contrastivo. Si el diccionario es “incluyente” en cuanto al resto del español en América, su carácter mexicanista vuelve a desdibujarse y la obra tiende a documentar un diccionario de americanismos. Llama la atención el descuido de hablar de “español de América”, cuando el director de la Academia Mexicana, José G. Moreno de Alba, ha escrito un difundido libro sobre El español en América (fce) en donde argumenta, justamente, contra la idea española de que todas las variedades hispanoamericanas del español se puedan considerar una unidad.

Concepción Company es una respetable estudiosa de la sintaxis del español (sintaxis diacrónica), pero lo que revela la introducción del Diccionario de mexicanismos es una falta de reflexión que desdice de su seriedad y de su conocimiento de la disciplina lexicográfica.

La estructura del diccionario tiene las siguientes principales características: después de la entrada, agrupa sus acepciones en orden alfabético a partir de la primera palabra de la definición; es decir, es un orden totalmente externo y arbitrario del complejo polisémico, y además consigna, contradictoriamente, que “las acepciones entran por frecuencia de uso según las fuentes consultadas” (p. XXXVII). ¡Menuda afirmación!: para lograr identificar cuantitativamente, de manera firme, la mayor frecuencia de uso de las acepciones de un vocablo haría falta un conjunto de datos de varios cientos de millones de contextos, como sabe cualquier lexicógrafo profesional. Marca en la entrada los sufijos de género: canchanchán, na, ñengo, ga. Da entradas separadas a las formas pronominales de los verbos y a las que llevan un sufijo de objeto directo, muy usuales en español mexicano: fajar, fajarse, fajársela; en cambio, en un caso como el de diablito, que requeriría dos artículos distintos, pues sus significados no tienen nada que ver uno con el otro (por ejemplo: diablito1 ‘carrito de dos ruedas con una plataforma sobre la que se transportan cosas’ y diablito2 ‘aparato usado para robar corriente de las líneas eléctricas’), la solución es polisémica bajo la misma entrada; es decir, no hay claridad acerca de la diferencia entre polisemia y homonimia. Como entrada de las locuciones se toma “la primera palabra plena, o estructuralmente autónoma, que las integra”: meter la cuchara. En expresiones festivas –que trataré más adelante– como su servilleta para decir “su servidor”, la entrada se hace, consecuentemente, con servilleta.

En cuanto a sus marcas de uso indica: “Registro de empleo”, “Valoración social que los hablantes hacen de una forma”, “Nivel de instrucción escolar”, “Marcas pragmáticas” [?], “Frecuencia de uso” y “Ámbito geográfico”. Como registro de empleo, solo aparece la marca coloquial; las marcas vulgar y obsceno indican la “valoración social de los hablantes”; en este grupo explica la marca eufemismo. La marca popular se considera efecto del nivel de instrucción escolar, una idea errónea del habla popular, pues esta no es un fenómeno de instrucción, sino de tradición del hablar que todos los mexicanos, iletrados y cultos, compartimos. Considera marcas pragmáticas “las valoraciones afectivas, positivas o negativas, que un hablante puede hacer de una voz o expresión” y son: afectivo, despectivo y festivo. Como frecuencia de uso solo marca lo poco usado. Marcas del ámbito geográfico son rural y supranacional. Considera rural “una voz empleada casi exclusivamente por campesinos o para hacer referencia a lo perteneciente o relativo al campo”; en este punto también es necesario hacer una aclaración: lo referente o perteneciente al campo no es necesariamente rural; por ejemplo, arado es una voz que todo hablante necesita usar para hablar de ese instrumento de labranza. El diccionario comprende, según se dice en su introducción, aproximadamente 11,400 voces y 18,700 acepciones. Si se compara con el Diccionario del español de México, ofrece un poco menos de la mitad de voces que este y cerca de la décima parte de acepciones; no obstante, varios cientos de los vocablos que registra el Diccionario de mexicanismos no forman parte del Diccionario del español de México, debido al objetivo de este: la manifestación integral del español de México como hecho de la cultura, que dio mayor peso a la lengua escrita, y a la necesidad metódica de verificar el uso social de las palabras.

Como decía antes, el Diccionario de mexicanismos registra sin discriminar todos los vocablos y expresiones que encontró en sus fuentes, que supone son característicos y propios del español de México. Por sus fuentes, predomina el registro de usos orales sobre los escritos y entre los escritos variantes de escritura como alaraquear - alharaquear, chacoaco - chacuaco, ulero - culero, etcétera (no abocarse y avocarse). Hay expresiones muy usuales, como is barniz para decir ‘sí’, su servilleta para decir ‘su servidor’, cerbatana para decir ‘cerveza’, aunque no registra, por ejemplo, achis piajos, para jugar con la interjección, o ahí nos bemoles para decir ‘ahí nos vemos’. Sin embargo, multitud de esos usos orales son modificaciones festivas y espontáneas de las palabras, de cuya vitalidad social cabe dudar; por ejemplo: abogacho y abogángster para decir abogado, o amigovio ‘amigo y novio’; jotingas para decir burlona y eufemísticamente ‘joto’, o leperuza para hablar de la gente lépera; ladronde para preguntar dónde se robó algo o mamerto como eufemismo de mamón ‘engreído’ (aunque no notan de dónde procede el eufemismo), miercocteles para decir ‘miércoles’. Aborrecencia para decir ‘adolescencia’ puede haber sido una simpática y expresiva modificación que, sin embargo, fuera de contexto no tiene sentido: supongo que nadie, al oír aborrecencia, entenderá adolescencia; y, si es así, el juego verbal que la produjo no puede aparecer en un diccionario como uso social. Lo mismo sucede con ¡abuelita! y ¡abuelita de batman! registrados como interjecciones y sin definición, que son eufemismos de la expresión a huevo ‘forzosamente’ (lo que tampoco notan) si se consideran en su contexto, pero, si no, no son interpretables; es decir, no tienen cuño social y no pueden caracterizar un uso mexicano, sino solamente un fenómeno estilístico de quien lo dijo; pasa lo mismo con expresiones como ¡chanclas!, como interjección de sorpresa, que no se entiende sin su contexto específico, kuleid ‘referido a alguien, que es mal amigo’ (aquí se trata, de nuevo, de un juego verbal espontáneo: kool aid, el nombre de una bebida, sirve para hacer un eufemismo humorístico de culero, es decir, de miedoso, de cobarde, no de ‘mal amigo’) o gaucho veloz al que atribuyen tres acepciones: ‘persona capaz de participar de igual manera y al mismo tiempo en todo tipo de actividades’, ‘hombre que practica el coito con una mujer desconocida sin preámbulo alguno’ y ‘eyaculador precoz’. Se pregunta uno si ibm ‘persona que realiza una acción por encargo ajeno’ circula realmente en México con ese significado; o quién puede entender que igor signifique ‘ano’, julián ‘nalgas’ o larailo ‘hombre homosexual’, abuela con el significado de ‘partera’, accionar y achafranar (¿achaflanar?) por ‘practicar el coito’ o aguadito ‘vagina’. Para poderlos considerar parte del léxico del español de México y mexicanismos habría sido necesario demostrar su uso, al menos, en tres fuentes diferentes, que no se copien entre sí, y el Diccionario de mexicanismos no indica en cada caso sus fuentes específicas de procedencia.

También registra muchas modificaciones expresivas de las palabras, de carácter intensificador, que no cambian el significado de su base, como acostadote, afuerita, allacito, juzgón. Forman parte de este grupo apócopes comunes como amá, apá, divis ‘divino’, ñor y ñora, etcétera.

Es innegable que en el español mexicano, como en las demás variedades de la lengua, se manifiestan estos usos expresivos, espontáneos e individuales; estos y muchos otros constituyen tradiciones verbales populares en México, que merecen reconocimiento por sí mismas después de un estudio cuidadoso, que determine su tratamiento lexicográfico. Darlos como vocablos de uso extendido en México supone que cualquier persona que las use se dará a entender. Ya me gustaría ver la reacción social cuando un extranjero comenzara a utilizar esas voces. En cambio, si formaran parte de un estudio sobre la expresión popular en México, como el ya clásico de Margit Frenk –no considerado por los autores del diccionario– “Designaciones de rasgos físicos personales en el habla de la ciudad de México”, Nueva Revista de Filología Hispánica 7 (1953), pp. 134-156, republicado en sus Estudios de lingüística (El Colegio de México, 2007), se apreciaría una importante labor de la Academia.

Aparecen también muchas locuciones humorísticas cuya proveniencia metafórica está todavía viva y no se han lexicalizado, como abrir la de hueso en flor ‘romper la cabeza’, que habría sido mejor registrar en un estudio específico y no en un diccionario que, por su naturaleza, se entiende de uso social y lexicaliza las expresiones que incluye.

Llama la atención un vocablo como josefino ‘nombre que reciben los pobladores naturales de algún pueblo o ciudad que ostente la denominación de San José’; en esos términos, el diccionario parece estar considerando virtualidades y no realidades; habría sido más correcto enumerar los pueblos que llevan el nombre de San José en la definición.

Igualmente es un error listar nombres de productos que son marcas registradas como genéricos; es decir, claxon o triplay se han vuelto genéricos, e independientemente de que sean marcas registradas han pasado a formar parte del léxico mexicano; la mejor prueba es que se puede pedir un claxon o triplay y recibir uno de otra marca. En cambio, alkaseltzer, dacrón o maseca ‘masa de maíz’ no se han vuelto genéricos, sino que son nombres propios y no corresponde registrarlos en un diccionario de la lengua. En un juego verbal con Dodge, en la locución humorística en dodge patas ‘a pie’, que solo tiene sentido si la precede un comentario acerca del medio de transporte que alguien piensa usar, dodge no debiera marcarse como marca registrada porque evidentemente no tiene nada que ver con esa marca de coches.

Hay abundantes errores de análisis: abalanzarse definido como ‘aprovecharse una persona de algo’ más bien quiere decir ‘lanzarse con precipitación o ímpetu sobre algo o alguien’; define agorzomar como ‘dominar a alguien abusivamente’, cuando se trata de ‘molestar a alguien con un exceso de atenciones, preguntas o peticiones’; un aura no es simplemente un ‘buitre’; es, como lo asienta el Diccionario del español de México, un “ave rapaz diurna... muy parecida al zopilote, de plumaje negro pero con visos verdosos o rojizos...”, pero diferente a este; darketo ‘referido a alguien, que viste de negro, es melancólico, de actitud depresiva y solitario’ es más bien el nombre que se da a un joven que, en las ciudades, se viste en efecto de negro y se interesa solo por la novela gótica y sus expresiones contemporáneas de vampiros, hombres lobo, etcétera.

Es una lástima que las definiciones de seres naturales, como plantas y animales, no ofrezcan sus clasificaciones biológicas, que son las únicas que nos permiten reconocerlos en un mundo, como el mexicano, en el que la diversidad natural es sorprendente, y que además en la mayoría de los casos no sitúen la región en que viven, como en las plantas jumay, chacnicté, chalagüite, guachichil, guacoyol, hipericón, animales como justofué, hoatzin, jaripa, etcétera.

Sin duda este Diccionario de mexicanismos es una obra que hay que tomar en cuenta como a los muchos diccionarios de regionalismos mexicanos hechos por aficionados, que, mal que bien, apuntan palabras para después investigarlas y darles un tratamiento serio; comparado con el Diccionario de mejicanismos de Francisco J. Santamaría (Porrúa, 1959), está todavía muy lejos de poderlo mejorar, no digamos sustituir. El sesgo de sus fuentes primarias, la falta de un método lexicográfico bien sustentado, sus errores de análisis del significado, lo convierten en una obra desconcertante, de dudoso valor social. La lexicografía no se improvisa.

miércoles, 27 de abril de 2011

Un oficio que permite pensar

Un día después de la mesa del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires en la Feria del Libro, Ñ digital recogió algo (muy poco) de lo dicho, en el artículo sin firma publicado ayer y reproducido a continuación.

El Club en la Feria 

Solitario y sosegado, el de traductor es un oficio que permite pensar. Así lo entiende Marcelo Cohen, novelista, ensayista y traductor, que inauguró la mesa que la feria le tenía reservada al Club de traductores literarios, una asociación que se reúne con frecuencia a discutir cuestiones de la lengua y las condiciones laborales también. Presentados por Jorge Fondebrider, en esta ocasión disertaron además el editor de Revista Ñ Jorge Aulicino y Andrés Erenhaus, argentino residente en España que fundó la Agencia literaria de traductores.

Traductor de los versos de Shakespeare hasta los de Philip Larkin, Cohen se enfrentó a una paradoja: “nunca se le dio tanta importancia como en la actualidad a la traducción, ni tuvo tanto prestigio en el mundo globalizado, pero importa menos que el diseño de tapa. La pregunta es para qué se traduce –agregó– si la lengua puede ser un vehículo de la experiencia, la lengua en acción, que es la única que importa”. Su participación fue polémica cuando dijo “tengo la impresión de que Hölderlin, Rilke y Kafka no fueron decisivos de la manera que hubieran sido si supiera alemán”; se pronunció a favor de la “recuperación de la precisión en el lenguaje” y en contra de entender “a la literatura como contenido”; pero por no extenderse se quedó sin leer un papelito con la cuenta que había sacado de las horas que necesita trabajar un traductor para llegar a un salario digno, de acuerdo a lo que pagan por palabra las editoriales.

“Cuándo terminó el amor” se preguntó Jorge Aulicino –con versiones de Trabajar cansa de Cesare Pavese y la Divina Comedia de Dante en marcha– al inicio de su alocución. Y acto seguido mencionó algunos pasajes de los orígenes del oficio en este rincón del mundo. “En el Río de la Plata, la traducción comienza en la Revolución de Mayo, con la traducción que Mariano Moreno hace del Contrato social de Rousseau, a la que le suprime un capítulo –el de la religión– porque decía que ‘no sabía de lo que hablaba, que era inútil’. Nace como un hecho político”, relató.

Con los trajes de abogado del diablo y español pragmático, Andrés Ehrenhaus retomó la pregunta de Aulicino para decretar que “el amor entre la política cultural y la industria editorial nunca existió” porque la política cultural es una entelequia y la industria algo bien tangible. “Nunca se han publicado tantos libros de tantas lenguas al español –aseguró– una situación que convive con la precariedad laboral y la falta de regulación. Aun así, el 40% del mercado editorial español está conformado por traducciones”.

Foto: Vivian Scheinsohn

martes, 26 de abril de 2011

Para traductores del francés al castellano

De paso por Buenos Aires, Natacha Kubiak, responsable del Bureau des Relations Internationales del Centre National du Livre, de Francia, se reunió con el Administrador de este blog para informarse sobre la situación de la traducción en la Argentina. Asimismo, suministró los datos que se adjuntan a continuación, donde se presenta el sistema de becas de estadía en Francia para traductores extranjeros.  

Bourses de séjour aux traducteurs étrangers

Cette aide s’adresse aux traducteurs étrangers désireux de séjourner en France pour y mener un projet de traduction d’ouvrages français. Elle a pour objectif de développer le réseau des traducteurs professionnels du français vers les langues étrangères et de favoriser la publication d’ouvrages français à l’étranger.

Éligibilité générale

Les traducteurs doivent justifier d’un projet de traduction d’un ouvrage français faisant l’objet d’un contrat avec un éditeur étranger. Ils doivent résider à l’étranger.
L’ouvrage original doit être en français et relever des champs thématiques soutenus par le Cnl. Sont exclus les ouvrages scolaires, les guides pratiques et les revues.
Toutes les œuvres sont prises en compte y compris celles tombées dans le domaine public.
Toutes les langues étrangères sont éligibles.
Les traducteurs doivent respecter un délai de 3 ans entre chaque attribution d’aide.

Recevabilité des dossiers

- la traduction ne doit pas être achevée avant la venue du traducteur en France ;
- les contrats de traduction, et le cas échéant, de cession de droits doivent être en cours de validité ;
- l’ouvrage à traduire doit être diffusé dans le réseau des librairies du pays ou de la zone linguistique ;
- le tirage prévu doit être supérieur à 500 exemplaires sauf exception laissée à l’appréciation des commissions et du Président du CNL.
Sont déclarés irrecevables :
- les éditions à compte d’auteur et l’auto-édition ;
- les traductions relais ou intermédiaires, c’est-à-dire non effectuées à partir de la langue originale d’écriture de l’ouvrage.

Présentation des dossiers

Le candidat doit fournir :
- le formulaire ad hoc dûment rempli à retirer à l’ambassade de France du pays de résidence ;
- une lettre de motivation ;
- une note détaillée sur l’ouvrage à traduire ;
- un échantillon de traduction accompagné du texte français correspondant, ou 6 planches pour les bandes dessinées. L’échantillon de traduction doit représenter 10 % de l’œuvre originale, ou plus selon les cas laissés à l’appréciation du Cnl (projets d’envergure, ouvrage de poésie…) ;
- un exemplaire d’une traduction d’un ouvrage français déjà publié ;
- le catalogue et la présentation en français de l’éditeur étranger ;
- la justification des revenus du candidat pour l’année en cours ;
- la copie du contrat de traduction -signé par le traducteur et l’éditeur étranger- et une traduction en français des principaux points de ce contrat : titre de l’ouvrage et auteur, date de remise de la traduction, rémunération du traducteur et date de la signature du contrat ;
- la copie du contrat de cession de droits -signé par les deux parties- si l’ouvrage n’est pas dans le domaine public ;
- le cas échéant, le compte rendu du séjour et l’ouvrage traduit publié pour lequel la précédente bourse a été octroyée ;
- toute pièce administrative jugée utile par le Président du CNL.

Dates de dépôt des dossiers

Les dossiers sont transmis au CNL par les services culturels des ambassades de France, accompagnés d’un avis circonstancié.
Les commissions se réunissent trois fois par an.
Les dates limites de dépôt des dossiers au CNL sont :
- le 10 janvier pour la session de mars ;
- le 10 avril pour la session de juin ;
- le 25 août pour la session de novembre.
Seuls les dossiers complets et répondant aux critères d’éligibilité sont présentés aux commissions.

Modalités d’attribution

Les dossiers sont examinés par deux commissions :
- littérature,
- sciences et techniques, sciences humaines et sociales.
Ces commissions sont composées de représentants des administrations concernées, de professionnels de l’édition et de personnalités qualifiées. Toute demande fait l’objet d’un rapport d’expertise présenté aux commissions, qui émettent un avis sur chaque dossier. Au vu des avis émis par ces commissions, les décisions d’attribution, de refus ou d’ajournement sont prises par le Président du CNL.

Critères d’examen des dossiers

- qualité de l’ouvrage dans sa version originale ;
- pertinence de le traduire, ou de le retraduire le cas échéant, dans la langue et le pays concernés par la demande ;
- difficulté du projet de traduction ;
- qualité de la traduction de l’échantillon ;
- nécessité d’un séjour en France pour mener à bien la traduction (rencontres avec l’auteur et/ou d’autres interlocuteurs, recherches à effectuer en bibliothèque…) ;
- profil du traducteur ;
- politique éditoriale de l’éditeur étranger ainsi que le respect, d’une façon générale, de ses engagements envers les éditeurs français ;
- avis des services culturels de l’ambassade de France dans le pays concerné.
D’autres critères d’appréciation peuvent être pris en compte comme la priorité donnée à certaines langues ou zones géographiques dans le cadre d’opérations nationales ou internationales.
Ces critères permettent à la commission de déterminer la nécessité d’un séjour et le cas échéant sa durée.

Montant susceptible d’être accordé

- 2 000 euros par mois couvrant les frais de séjour à l’exclusion des frais de voyage ;
- durée du séjour : un à trois mois, et jusqu’à six mois pour les projets exceptionnels.

Modalités de paiement

Les bourses sont réglées mensuellement aux bénéficiaires, pendant leur séjour en France.
Ces derniers sont libres de choisir les dates qui leur conviennent, à condition d’effectuer leur séjour en France dans les 12 mois suivant l’obtention de la bourse.
À l’issue de leur séjour en France, les bénéficiaires présentent un compte rendu de leur séjour (personnes rencontrées, recherches effectuées, lieu de séjour, conditions d’accueil…). Quand leur traduction est publiée, ils en adressent un exemplaire au Centre national du livre et veille à ce que son éditeur y fasse figurer la mention : « le traducteur a bénéficié, pour cet ouvrage, du soutien du Centre national du livre ». Ces envois conditionneront le dépôt d’une nouvelle demande au CNL.

Renseignements et demande de formulaire

Centre national du livre
Hôtel d’Avejan
53 rue de Verneuil
75007 Paris

Bureau des relations internationales
Natacha KUBIAK
Tél. : 00 33 (0)1 49 54 68 43
00 33 (0)1 49 54 68 43      / natacha.kubiak@centrenationaldulivre.fr
Ou à l’ambassade de France dans le pays de sa résidence.

Lien utile
Les services de coopération et d’action culturelle des Ambassades sont nos relais. Consultez le carnet d’adresses du réseau de coopération et d’action culturelle du ministère des affaires étrangères :
http://www.diplomatie.gouv.fr/annuaire/