Después del artículo de ayer de Beatriz Sarlo, no queda otro remedio que volver a las fealdades de la vida cotidiana en la Argentina, según las cuales un Estado de un signo político y el gobierno de una ciudad del signo opuesto utilizan todo tipo de tribuna para arrojarse munición pesada con la gente como rehén. Entonces, así fue la inauguración de la 37ma. edición de la Feria del Libro de Buenos Aires, de acuerdo con la crónica de Horacio Bilbao y Marcela Mazzei, para Ñ digital.
Poca literatura y duros discursos políticos
en la apertura de la Feria
Menos mal que Mario Vargas Llosa viene esquivando el tono polémico que presagiaba su visita a la 37 Feria del libro, porque la charla de apertura, que ya sabíamos no iba a ser la suya, fue una tribuna política abierta con muchos datos sobre la cultura y ningún ahorro de la chicanas de campaña. Atentos a los dardos de uno y otro lado hubo pocos escritores, entre los que estaban Vicente Batista, Mario Golobof, Elsa Osorio, María Rosa Lojo; editores, Daniel Divisnky, Carlos Díaz, Alberto Díaz, Augusto Di Marco; y una asistencia política dividida entre el Gobierno Nacional y el de
Los números dirán que hubo cuatro discursos y dos homenajes. Pero el contenido de esos discursos dice que estamos en un año electoral y que cualquier tribuna, incluso la de esta feria tendrá contenido político. Y lo había dicho Horacio González cuando criticó la invitación a Vargas Llosa: El acto de apertura es siempre un acto político. Y aunque referido al sector, este fue puramente político. Los escritores no tuvieron la palabra, como venía sucediendo desde 2001 hasta hoy.
Arrancó en el estrado el flamante presidente de
Subió rápido Rodolfo Hamawi, director de Industrias Culturales. Jugaba de local y se notaba. El mismo lo certificó de algún modo. “Durante años asistí como editor y luego como autoridad de la Cámara Argentina del Libro a las aperturas de nuestra querida Feria del Libro. Hoy me toca intervenir como funcionario...”, dijo. Y dio un discurso de funcionario después de saludar a todos y dedicarle un “querido amigo” a Canevaro, que le había dejado la mesa servida.
Entonces nació otra batalla. La de los datos. Hamawi empezó contando que en 2002, nuestra industria editorial produjo 33.700.000 ejemplares reunidos en 9.500 títulos. Y saltó a 2010, llegando a 26.400, que representan casi 76 millones de ejemplares editados. Dio otro dato positivo, y habló de “la riesgosa apuesta de más de 500 pequeñas editoriales que hacen de
Y no era nada con lo que vendría después. Habló Hamawi de la creación del Consejo Nacional de Lectura. Anunció que este año estarán los resultados de
El aire seguía pesado cuando subió el Ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, que aprovechó el envión para exaltar la designación de
“Una ciudad abierta al mundo de los libros es una ciudad abierta a las libertades, ya que el libro es una manifestación de libertad, de un encuentro de libertades: la del escritor que expresa su pensar y la del lector de construir su propia libertad a partir de lo que lee. Falta grave y merecedora de la mayor condena social y política, será toda intromisión que impida que estos encuentros se produzcan. Tarea absurda, vana, peligrosa, constituye tomar de antemano las opiniones propias como absolutos en detrimento de las de los otros…”, disparó y volvió a despertar aplausos de un auditorio dividido ya en dos bandos.
El ministro de Educación Alberto Sileoni tuvo a cargo el cierre, y estuvo en sintonía con sus antecesores. Disparó munición gruesa. Rápido le respondió a Lombardi, que ya no podría defenderse, “nosotros luchamos por la libertad, pero no cualquier libertad. Nosotros luchamos por la libertad que protege a los más débiles frente a los poderosos”, dijo. Y siguió con los datos, marcando diferencias de gestión. Dijo que el ministerio llevaba comprados 45 millones de libros para las escuelas. Y subido al mote de las cifras abundó en datos como en un acto de campaña: Ley de medios, Matrimonio igualitario, Plan de vivienda, Asignación universal por hijo, Plan nacer y otros etcétera.
A esta altura se notaba que solo el duelo de barras y de las citas de las que se valieron los oradores mostrarían cierta paridad. Lombardi mencionó a Tomás Eloy Martínez, a John Stuart Mill, a Mariano Moreno y a Federico García Lorca. Todos celebraron los nombres de los homenajeados, pero el homenaje que quedó chiquito frente a la gigantez de Viñas y María Elena Walsh y frente a la temperatura de los discursos. A Viñas le hubiera gustado semejante debate y, tal vez, hasta el homenaje, aunque fuera en la sala Jorge Luis Borges. Preguntas sin respuesta, claro, que se suman a otras que bien podrían ser: ¿Cuándo vuelven los escritores a la apertura de la feria?
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