viernes, 28 de septiembre de 2018

Pedro Vicuña y la traducción de poesía griega

Foto de Matías Battistón

Pedro Vicuña, poeta, traductor y actor chileno pasó ayer por el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires para hablar de “La traducción como reescritura”. Lo hizo apelando a los problemas semánticos que plantea la lengua griega y explicando la manera en que él les buscó una solución en castellano. También se refirió los casos concretos de traducción de poemas Giorgos Seferis, Odysseas Elytis y Yanis Ritsos. Por último, antes de responder a las preguntas del público presente, comentó de qué forma la traducción de poesía griega había afectado su propia escritura de poemas.

Quienes desen ver y escuchar la grabación pronto podrán hacerlo en este link:  https://www.youtube.com/watch?v=NuyEBnyipa4 

Pedro Ignacio Vicuña (Santiago de Chile 1956) es actor, poeta, traductor. Entre 1974 y 1979 vivió en Grecia y luego en Chipre, hasta el año 1982- Luego de pasar una temporada en Venecia, regresó a Chile, de manera definitiva en el año 1986. Estudió en el teatro Nacional de Atenas, ha dirigido varias obras de teatro y es autor de varios libros de poesía, Fataj, publicado en Atenas en 1979, Estatuto del Amor, Chipre, 1980, Perix ton Teikhon (poemas griegos) en Chipre 1981, Notas de Viaje, Chile 1988, Fragmenta Memoriae, Chile 1995, Famagusta, Premio Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile 1999, Bitácora del Otro Mar, Chile 2011. 
Traductor de poesía griega ha publicado una Antología de Giorgos Seferis en Editorial Visor, España, una Antología de Odysseas Elytis en Santiago de Chile, por Ediciones Tajamar, además de muchos encargos de Unesco y otras obras poéticas que se encuentran en manos de diversas editoriales chilenas. Ha traducido Las Suplicantes, de Eurípides, publicada en Chile en 2013, y es autor de algunas piezas de teatro: Los Jerarcas, Que me Vengan a Buscar y María versus Callas, esta última traducida al griego. Docente de Historia del Teatro y Teatro y Filosofía, ha traducido, también fragmentos de Safo, de Arquíloco y de Alceo que no han sido publicados, mientras está preparando una serie de antologías individuales de algunos poetas griegos de la “Primera Generación de Posguerra”.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Teresa Arijón, Bárbara Belloc y Jorge Fondebrider en la tele: un primer paso hacia el "Bailando"


“Notas de traducción” es el título elegido para el episodio que contó con la presencia de Teresa Arijón, Barbara Belloc y Jorge Fondebrider,  de Campo de batalla, el programa de literatura que el escritor Daniel Guebel conduce  en el Canal de la Ciudad.

El episodio en cuestión será emitido el sábado 29 de septiembre a las 20 hs. y podrá verse ese día por  CABLEVISION 2 – 2 (DIGITAL) / TELECENTRO 71 – 22 (DIGITAL), con repeticiones los días Domingo (a las 4,14 y 23 hs), Martes (a las19 hs),  Miércoles (a las16 hs), Jueves ( a las 5:00 hs) y Sábado (a las12 hs).

Para aquéllos que no ven televisión, porque la juzgan mala o porque prefieren leer a Wittgenstein, los sermones anotados del papa  Wojtyła o la última de Isabel Allende, próximamente se informará el vínculo para buscar la emisión en youtube.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

¿Vos decís?

Silvia Ramírez Gelbes, es Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés. En una columna del diario Perfil, correspondiente al 22 de septiembre pasado, plantea un uso lingüístico actualmente en uso en Buenos Aires, que seguramente le plantearía más de un problema a quien quisiera traducirlo. Lo hace en estos términos.

Ponele

La conversación normal es, entre otras varias caracterizaciones, una negociación. Como bien decía el maestro Paul Grice, entre dos –o más– individuos que se unen en un diálogo se da una especie de acuerdo tácito de respeto a ciertas restricciones conversacionales. Sin que quienes dialogan lo pacten explícitamente, la conversación se va desarrollando de manera tal que cada cual contribuye a ella para que evolucione en una cierta dirección. Si bien existen excepciones, este es en términos generales el principio que rige la mayor parte de las charlas espontáneas. Esa negociación, entonces –como digo–, tiene un componente bastante universal, que se refiere a la cooperación individual al diálogo. Más aún, en la teoría griceana, hasta los casos de quiebre aparente de esa cooperación pueden ser analizados como normativos. Por ejemplo: alguien dice más de lo que habría que decir, o menos; alguien se expresa de manera vaga, o por el contrario da demasiados detalles; alguien dice algo que es a todas vistas mentira; o alguien dice algo que no tiene que ver con el tema de la charla. Cuando quien habla comete estas “transgresiones” de manera evidente como para que el interlocutor lo advierta, dice Grice, se está insinuando algo y se espera que esa insinuación sea interpretada.

A esta condición de la condición humana habría que restarle el componente personal. Todos conocemos a quien habla de más o de menos, se va por las ramas o exagera con los detalles sin siquiera darse cuenta. Y, claro está, a quien nos miente de manera flagrante, pero nos quiere hacer creer que dice la verdad. Estos no cuentan al hablar de insinuaciones.

Lo que sí cuenta en el asunto es el componente social de los usos locales. Cada grupo y cada región tienen sus modos exclusivos de proponer la cooperación cuando conversan. Es decir, los guiños característicos que se entienden dentro de esa especie de cofradía constituida por la pertenencia a una cierta comunidad. Cualquiera que haya viajado a otra región hispanohablante sabe que existen giros que se le escapan y que le suenan a gestos “cómplices” que lo dejan fuera.  

Es de esto último de lo que quiero ocuparme. En esa acción colaborativa que vengo delineando para hablar de la negociación que implica todo diálogo, las expresiones o locuciones locales que contribuyen a la negociación conversacional suelen ser originales y divertidas. Especialmente, cuando todavía no están extendidas. Especialmente, cuando resultan novedosas.

Desde hace un tiempo ha empezado a surgir en la charla cotidiana una expresión con un sentido no previsto en el diccionario: “ponele”. Aunque difícil de traducir en una palabra a otro idioma y acompañada siempre por una determinada entonación y una especie de asentimiento con la cabeza, “ponele” es una respuesta afirmativa que concede transitoriamente la verdad o la justeza de lo que acaba de ser dicho. Algo así como una complicidad por la que se insinúa “vos y yo sabemos que esto no es (exactamente) así, pero vamos a aceptarlo por el momento: suspendamos la obligación de ser precisos”.

“¿Así que estudiás Medicina? Sos médico”, “Ponele”. “¿Fuiste con tus viejos al Colón? Te gusta la ópera”, “Ponele”. “El pibe con el que saliste anoche ¿es lindo?”, “Ponele”. “¿Tenés buen promedio en la carrera?”, “Ponele”.

Con un significado que se aleja del “ponele” tradicional (“ponele sabor a tu vida”, “ponele menos sal al caldo”), “ponele” es una nueva marca de “distinción” en la conversación de los porteños –que siempre nos sentimos orgullosos de cómo hablamos–. Una señal de actualidad (¿juventud?) discursiva.

Y es una forma más (quizás esto sea lo más interesante) de evidenciar de qué manera económica negociamos los significados en nuestro diálogo. Un modo de decir “acuerdo, pero no del todo”. O de ceder terreno… ¿pero no cederlo? Ponele. 

martes, 25 de septiembre de 2018

Novela argentina reciente, que se traduce al holandés


Verónica Abdala publicó en el diario Clarín, del 18 de septiembre pasado, el siguiente artículo donde, con título más bien pedorro, se anuncia la traducción al holandés de Cadáver exquisito, una novela de la argentina Agustina Bazterrica.




Cadáver exquisito, una historia argentina
de canibalismo sale al mercado

“Para mí no sólo es una enorme alegría sino un indicativo del recorrido hermoso que está haciendo esta novela, que ya va por su tercera edición, a la que se suman cada día nuevos lectores. Sólo me resta decir que estoy enormemente agradecida por todo lo que está pasando en torno del libro”. Con esas palabras, Agustina Bazterrica celebraba esta tarde en diálogo con Clarín la noticia que por estas horas corre como pólvora en las redes sociales: su novela Cadáver exquisito, ganadora del Premio Clarín Novela 2017, da un salto al mercado editorial internacional.

La distopía –de gran potencial cinematográfico– se instala en un mundo en el que el canibalismo se ha naturalizado, hay cadenas de producción de carne humana –deliciosos los deditos– y la gente lucha por su supervivencia. Ahora será traducida al holandés y publicada en mayo por la editorial Atlas Contact, que tradujo y también publica a Samanta Schweblin y a Mariana Enríquez. Estas dos autoras fueron reseñadas en The New York Times y se proyectan como dos de las argentinas con mayor proyección en el exterior. 

En noviembre pasado, el libro fue seleccionado entre 493 originales por un jurado de honor que integraron los escritores Juan José Millás –quien la definió entonces como “una novela mayor, que transcurre en una atmósfera hipnótica”– , Pedro Mairal y Jorge Fernández Díaz.     

En diálogo con este diario, la autora también admitió sentirse “sorprendida y agradecida por todo lo que está pasando con la novela y por esta gran apuesta que hacen por mi obra”. Y anticipó que, aunque aún no puede difundir detalles al respecto, hay otros editores extranjeros interesados en traducir a diversos idiomas.

Bazterrica Básico
-Agustina Bazterrica nació en Buenos Aires en 1974.
-Es licenciada en Artes (UBA).
-Ganó el Premio Clarín Novela 2017 por Cadáver Exquisito, el Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires “Cuento Inédito 2004/2005” y el Primer Premio en el XXXVIII Concurso Latinoamericano de Cuento “Edmundo Valadés” (Puebla, México, 2009), entre otros.
-En 2013 publicó la novela Matar a la niña (Textos Intrusos), y en 2016, el libro de cuentos Antes del encuentro feroz (Alción Editora).
-Es gestora y curadora cultural, junto con Pamela Terlizzi Prina, del Ciclo de Arte “Siga al Conejo Blanco” y coordina talleres de lectura.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Más sobre la profunda crisis que atraviesa el libro en la Argentina


A pesar de que no todos los traductores lo entiendan así, la publicación de libros es para el oficio, algo así como las vacas para quienes las ordenan. Así como sin vaca no hay leche, sin libros y sin librerías no hay traducciones. De ahí la frecuencia con que este blog se ocupa de la situación actual del libro en la Argentina y la profunda crisis económica y social que nuestra sociedad experimenta, apenas superada por la que tuvo lugar en 2001. Por eso, resulta del todo pertinente ocuparnos de esta cuestión. Hoy lo hacemos con un artículo de Luciano Sáliche, publicado en InfoBAE Cultura, el domingo 16 de septiembre pasado.

Descuentos, ofertas y pre ventas:
estrategias de la industria del libro 
para enfrentar la crisis

Estamos en crisis. Otra vez. Y frente a una situación así se puede patalear y ahogarse en el llanto de la resignación. Pero también se pueden pensar estrategias para surfear de la forma más digna posible las olas inmensas de devaluación, la inflación, el ajuste y la recesión. Al menos así piensan muchos actores que integran la industria del libro. Organización, inteligencia y solidaridad.

Una salida colectiva
Sobre la calle Pringles, en el extremo norte del barrio porteño de Almagro, Kokoro es una pequeña editorial que resiste. El 70% del fondo editorial que maneja es comprado y sólo cuenta con cuatro sellos que les entregan los libros en consignación. Juegan al límite. “Los descuentos a los que accedemos por parte de las editoriales son bajísimos, pero tenemos editoriales amigas con las que hemos creado una dinámica que nos sirve a las dos partes: nosotros les compramos en firme y ellos nos suben un poco más el descuento”, cuenta Cecilia Di Gioia, su librera. “Los editores no son héroes y las librerías no son subordinadas. La salida a la crisis debe ser colectiva”.

Por estos días Kokoro está cumpliendo un año de vida y está llena de ideas. Mantiene una política de “precios sororos” para “impulsar y visibilizar el catálogo de género y diversidad que es la marca de Kokoro”, asegura. “Hay descuentos especiales en material recomendado semanalmente. Los amigos de la casa tienen cuenta corriente y nos transfieren cuando cobran. Además, hacemos muchas promociones y alianzas con otras comunidades. En el caso de Futurock, los socios de la Comunidad Futu tienen 15% de descuento en sus compras acá. Otras claves a la hora de no fundirnos: pagar un alquiler no usurario, no tener empleados a cargo, reducir la estructura a lo mínimo.  es anfitriona de varios talleres y este año no cobramos un porcentaje por el uso del espacio, pero el año próximo sí lo haremos”.

“Nos resultó desproporcionado el modo en el que algunos editores aumentaron sus precios sobre libros editados hace tiempo y con poca rotación. En vez de ajustar en mayor porcentaje reediciones y novedades aumentaron todo el fondo entre un 30 y un 40 por ciento. Esto supone trasladarle un problema mayor a las librerías. Literalmente los clientes rebotan cuando preguntan un precio y se anotician de los aumentos. Y si antes ese lector compraba tres libros al mes, ahora pasa a comprar uno”, dice Di Gioia.

El camino es la unidad
Hay un consenso bastante generalizado que dice lo siguiente: en los últimos 25 años, los mejor que le ha pasado a la literatura argentina fue la aparición del fenómeno de las editoriales pequeñas e independientes. Fue una oleada que nació en simultáneo con la crisis del 2001. Sin embargo, hoy, ya no se puede decir que sigue siendo un fenómeno. Por el contrario, estas pequeñas editoriales forman parte del cotidiano paisaje de la industria del libro. Y de ese modo les toca recibir los embates de la situación económica.

“Nosotros tratamos de mantener estables los precios de los libros de nuestro catálogo –le dice a Infobae Cultura Juan Alberto Crasci de Añosluz–, no remarcamos de acuerdo a la inflación. Cualquier estrategia es un suicidio, de todos modos. Si aumentamos, se venderá menos. Si no aumentamos, no recuperaremos el dinero suficiente para hacer girar la rueda y seguir publicando. Estamos todos sobreviviendo. Algo que hacemos al sacar libros nuevos es pre ventas a precios promocionales, para que los lectores puedan acceder a los libros con un poco más de descuento. Esto no lo queremos desarrollar hasta el hartazgo porque sería perjudicar la cadena establecida de la venta del libro salteando a las librerías, que son nuestras aliadas en toda esta loca empresa”.

Añosluz es una de las 24 editoriales que forman un frente que se llama La Coop y es, en palabras de Crasci, “una solución al principal problema de las editoriales pequeñas: la distribución”. ¿Por qué? “Las grandes distribuidoras, por sus necesidades y su estructura de trabajo, no son el canal adecuado para ofrecer y vender muchos de nuestros títulos, que tienen otro tipo de circulación. Y también otro tipo de producción. En muchos casos, tiradas reducidas, que no superan los 300 o 500 ejemplares. Al tener un circuito de distribución propia podemos manejar la cantidad de puntos de venta y la cantidad de ejemplares que ponemos a circular”, explica.

Los libros de los sellos de La Coop, de por sí, son baratos. Siempre tuvieron un atraso de sus PVP (precio de venta al público) con respecto a lo usual del mercado. Aún hoy se pueden conseguir títulos de estos sellos por 150 pesos… Y son muy pocos, te diría que menos de 10 títulos, los que superan los 350 pesos. El rango de precios habitual para los libros de La Coop está entre 200 y 300 pesos”, cuenta sobre La Coop que, además de ser un frente estratégico e institucional –tienen presencia en ferias de todo el país–, se ha transformado también en una librería. Parece que ese es el camino: la unidad.

En tiempos de crisis: solidaridad y empatía
El jueves 30 de agosto por la noche la librería online de libros para chicos y jóvenes Donde viven los libros hizo un anuncio en las redes sociales. “Lo estuvimos pensando mucho. Ayer y hoy nos llegaron muchos mails de las editoriales con los precios a partir del 1 de septiembre. Los aumentos son importantes, en especial en los libros importados, así que se nos ocurrió esto: desde ahora y hasta el lunes vamos a poner sin acuerdo con ningún banco 3 cuotas sin interés y 15% de descuento si pagan con transferencia o efectivo. La mayoría de ustedes son docentes y usan los libros para trabajar y las malas las tenemos que pasar ayudándonos entre todos”. Entonces llovieron los likes, los retuits y los compartidos. Y seguramente los mensajes privados con pedidos.

Ahora, en diálogo con Infobae Cultura, una de sus socias, la escritora Carola Martínez, cuenta la magnitud de la iniciativa: “Creo que lo que marcó la diferencia con las anteriores promociones es que le explicamos al público que lo que estábamos haciendo era sacrificar nuestra ganancia, en algunos casos casi por completo. No hay comprensión cabal de que los descuentos son sacrificios de las ganancias de las librerías, en especial en un mercado como el de los libros para chicos en el que competimos con la venta directa de las editoriales. Eso cambió la conversación con el público y la respuesta fue increíble. Vendimos un montón, no ganamos mucha plata pero tenemos una relación distinta con nuestros clientes, mucho más afectiva y directa. Recibimos muchos mensajes agradeciendo la iniciativa. En tiempos de crisis la gente busca solidaridad y empatía, una experiencia de compra que no sea fría y mecánica, y a eso apostamos nosotros”.

Algún tipo de política pública
Las ideas no cesan. Por más mínimas que sean. El Fondo de Cultura Económica de Argentina lanzó una interesante promoción titulada “70 libros a 70 pesos”. Una oferta “para recibir la primavera” sin dejar de leer. “Hicimos una selección: libros infantiles, historia, poesía… algo atractivo en estos momentos en que está muy dura la venta”, le dice a Infobae Cultura el gerente de la librería –FCE además tiene editorial–, Carlos Salcedo y continúa: “En el aniversario de la librería hicimos algo parecido. Siempre tomamos diferentes fechas como excusa para hacer descuentos. A la gente le sirve y a nosotros también”.

“Se notó mucho en las últimas semanas los cambios de precio y la gente lo vio, se dio cuenta, sobre todo lo que son libros importados, que en promedio aumentaron entre el 30 y 35%”, agrega. ¿Cómo paliar esta crisis, si tal cosa es posible, que atraviesa el sector editorial? “Algo tendrá que suceder con el tema de la edición acá en la Argentina, con los distribuidores y con las editoriales grandes. En algún momento tendrá que llegar algún tipo de política pública, alguna iniciativa concreta para poder editar acá y tener libros más competitivos”, responde.

¿Qué quiere leer y qué presupuesto maneja?
En el corazón de Colegiales, la librería Céspedes funciona como una amalgama laboriosa. Ahí, Cecilia Fanti le cuenta a Infobae Cultura que a esta crisis le están haciendo frente “con eventos, pequeñas reuniones, lecturas, presentaciones que mantienen viva la librería, e invitan a la gente a circular por aquí. En lo que refiere a la venta, como la caída es estrepitosa y los precios se han disparado en muchos casos, nosotros optamos por vender y ofrecer, en su gran mayoría, los libros que tienen precios más bajos. Tenemos la suerte de que hay autores que publican tanto en grandes editoriales o editoriales de afuera como en pequeñas, entonces frente al libro de 700 pesos, hay una alternativa casi a mitad de precio. El trabajo del librero ahora es también preguntarle al cliente, además de qué quiere leer, qué presupuesto maneja. Ya perdimos todos el tabú de hablar sobre dinero, y eso nos relaja, es una complicidad compartida. Y a partir de ahí ofrecemos cuatro o cinco opciones para que evalúen”.

Además, para que se comprenda mejor el panorama, Fanti –quien además es escritora– cuenta que los grandes grupos editoriales deberían “revisar sus precios, porque aplicarle el mismo aumento a todo un catálogo durante 5 o 6 años hacen que un libro que podría estar en 450 esté en 750 pesos, o que un libro de cuentos de un autor no tan conocido pero muy bueno y que podría ser una recomendación ideal en una librería literaria se descarte por el cliente porque cuesta más de 500 pesos”.

En sus palabras no hay muchas vueltas: “Nosotros tenemos la suerte de tener una estructura prácticamente nula, es decir, soy yo frente a la librería y los gastos que tenemos son relativamente estables, con los aumentos de las tarifas y lo por todos los de a pie conocidos. Entonces digamos que sobrevivimos 2018 achicando cada vez más nuestro margen pero manteniendo a Céspedetodavía a flote. Y así seguiremos. Nosotros no tenemos posibilidad de créditos o promociones con los bancos y esas cosas. Entonces nos quedan las estrategias de lo micro”.

Sobre todo con ingenio
¿Y el Estado? ¿Hay políticas públicas que puedan asegurar que la industria del libro –autores, editores, libreros, imprenteros, prenseros, lectores– no se vaya definitivamente al tacho? Según supo Infobae Cultura, desde hace unas semanas se vienen reuniendo la Cámara Argentina del Libro y la Cámara Argentina de Publicaciones con la Secretaría de Industria y la Secretaría de Comercio con el fin de “encontrar herramientas y asistencia a la problemática de la industria, tratando de mantener la producción y ventas de libros”.

Fue el pasado 10 de septiembre que se conformó una Mesa Sectorial del Libro donde trataron algunas preocupaciones generalizadas: la asimetría del IVA en la cadena de valor, planes de compra en 3, 6 y 12 cuotas con un interés del 3,9%, campañas de difusión del libro como objeto de regalo, una tasa subsidiada para el sector editorial, tarifas de servicios para librerías, contribuciones patronales, exportaciones, logística con el Correo Argentino e impuesto al débito y crédito. Se espera que estas cuestiones avancen traducidas en una política pública sostenida.

Como una ola inmensa, la crisis económica que vive la Argentina no puede saltarse. No hay forma de esquivarla por arriba, mucho menos por los costados. Ni siquiera sirve correr. En todo caso –en el mejor de los casos– se la surfea, es decir, se resisten con optimismo los embates de esas tumultuosas y agresivas aguas. Con optimismo, con solidaridad, con empatía y con ingenio. Sobre todo con ingenio.





viernes, 21 de septiembre de 2018

Entrevista con Alberto Díaz: una verdadera institución argentina del mundo de la edición

“Editó más de 4 mil libros en casi cincuenta años de carrera. Borges, Quino, Di Benedetto, Gelman, Piglia y Saer fueron algunos de los autores que publicó. Dirigió y fundó editoriales en México, Colombia y Argentina. Persecución, exilio y unas minivacaciones con Cortázar, en este reportaje a uno de los últimos ejemplares de la edición tradicional, una especie en extinción”. Esto es lo que dice la bajada de la larga nota y entrevista que Alejandro Belloti, le dedicó al editor Alberto Díaz. Publicada el 16 de septiembre pasado, en el suplemento cultural del diario Perfil, de Buenos Aires, se reproduce aquí parcialmente.


El talentoso señor Díaz

Alberto Díaz nació en Buenos Aires en 1944. Estudió Historia en la Universidad de Buenos Aires y fue docente en la Facultad de Filosofía y Letras en diferentes etapas hasta 1993. A fines de los años sesenta se inició en el mundo editorial al ingresar a trabajar en Siglo XXI Editores Argentina. Estuvo allí hasta 1976, cuando debió exiliarse en Colombia, donde se hizo cargo de la delegación que esa misma editorial estaba abriendo en Bogotá. En 1978 se trasladó a México; fue allí donde, luego de un breve tiempo en Siglo XXI, pasó a dirigir Alianza Editorial Mexicana. En 1983 volvió a Argentina, donde constituyó y dirigió Alianza Editorial. Con la compra de esta editorial por el Grupo Anaya, también pasó a dirigir editorialmente a Editorial Losada. En 1993 comenzó a trabajar en Espasa Calpe, que se fusionó con el Grupo Planeta, donde actualmente es director editorial de Emecé y de los sellos Seix Barral, Espasa Calpe y Destino.

–¿Qué debe tener un buen editor?
–La primera condición es que te tienen que gustar los libros, y tener el hábito de lectura incorporado. Un editor no debe publicar su biblioteca, o sea no publicar solo lo que te gusta, tenés que publicar también lo que no te gusta, aunque sí debe estar dentro de cierta línea, lo que se relaciona con la composición del catálogo, otro punto fundamental, que te dará la identidad.

–La biografía de un editor es el catálogo.
–¡Exacto! Cuando el catálogo tiene forma y permanencia en el tiempo. O sea, vos publicás Majul… vende mucho, pero tiene la coyuntura del kirchnerismo, después nada. Pasan. Como editor, también tenés que salir a buscar libros. Para traducir, libros que se te ocurren y se los proponés a un escritor, y después están los instant books, como el que te mencioné. Hay dos tipos de editores: el que funda su propia editorial y el que es fuerza de trabajo. Si sos fuerza de trabajo, tenés menos identidad. Cuando yo empecé en América Latina surge, a través de la Cepal, luego de la Revolución Cubana, la Teoría de la Dependencia. Siglo XXI empieza a publicar todos los libros sobre la dependencia, toma ese nicho. En un momento salen varias novelas de dictadores. De las tres importantes, dos las publica Siglo XXI: El recurso del método, de Alejo Carpentier, y Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos (la otra es El otoño del patriarca, de García Márquez). Además, publicaba libros novedosos, que veinte años después se ponían de moda, como De la gramatología, de Jacques Derrida; nosotros hicimos la primera traducción en el mundo, y no vendimos nada. Veinte años después se puso de moda en EE.UU. y explotó.

–¿Cómo se conectaban entonces con el universo editorial?
–Nos enterábamos de las novedades por revistas especializadas; una de las más consultadas era la Quinzaine Littéraire, que te informaba de los lanzamientos, tipo boletín. Acá llegaba una semana después, mirabas lo que te interesaba y escribías carta a la editorial para pedirle que te reservara exclusividad para poder leer el libro y ver si te interesaba. Te daban el okay, te lo mandaban por correo, y luego de leerlo decidías. Negociabas la plata. Aunque también publicábamos mucho charlando con amigos y colegas en bares y restaurantes. Un recién llegado de París comentaba: hay tal tipo que la rompe, Sartre está trabajando sobre Flaubert, y así. El teléfono era una tortura, más allá de la diferencia horaria.

–¿Cuánto vale el olfato en la labor del editor?
–Mucho. Mirá, yo detecto en un momento que SigloXXI tenía siempre problemas de diciembre a marzo. Como era una editorial que manejaba mucho texto universitario, y no eran libros para leer en la playa, yo salvaba los números con los cheques que llegaban de países que les habíamos vendido libros durante el año, sobre todo Venezuela. Con eso pagaba los servicios, los sueldos. Pero no vendíamos nada. Entonces, un verano decido publicar A mí no me grite, y luego Yo que usted, de Quino. Empezamos a vender mucho también en esa época del año. Y sí, siempre me resultó fácil tener cierto olfato. El golpe cívico-militar de 1976 en Argentina lo encuentra vendiendo libros en Caracas; allí se cruza de casualidad con León Rozitchner –exiliado ya en Venezuela–, quien le comenta lo ocurrido. Ambos se estiran hasta la zona de Sabana Grande, donde todos los días a las siete de la tarde un argentino vende ejemplares de La Opinión que llegan con los vuelos de Aerolíneas Argentinas. Ahora sí, con el diario en mano, derrapan en un café para leer en profundidad. Comprenden de inmediato que se trataba de un golpe distinto. “Arribé a Buenos Aires el 27 de marzo. No había familiares con pancartas, con abrazos, como era habitual por entonces. La bienvenida quedó en manos de efectivos de la Aeronáutica, que nos subieron a un bus que finalmente nos dejó en Plaza Once. Ya estaba en marcha la II Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que se desarrollaba en el Centro de Exposiciones, al lado de la Facultad de Derecho. Al día siguiente fui a la editorial para preparar un informe del viaje a Venezuela. Allí estábamos con un amigo y colega, Jorge “Negro” Tula, esperando que nos pasara a buscar su mujer para ir a la feria. De pronto tiran la puerta, gritos, armas largas, cuerpo a tierra; efectivos de la Marina que nos llevan detenidos y nos dejan en lo que había sido la antigua Coordinación Federal, en la calle Moreno, a pocas cuadras del Departamento Central de Policía. Aislado siempre desde ese momento. Un par de veces me llevaron encapuchado para interrogarme. Patadas, trompadas, amenazas, pero sin picana. Una noche tocan la puerta de la celda: el policía bueno. “Hola, Alberto, ¿sabés que somos vecinos? Sacate la capucha. ¿Fumás, no? Tomá. ¿Por qué estás aca? ¿Estás casado? Sé que vivís al lado del almacén de la esquina de mi casa. Nos vimos la cara”. Sin respuesta de hábeas corpus, Díaz pasa incomunicado un mes y medio. Cuando finalmente lo sueltan, sin alianza, sin reloj y sin dinero, camina hasta su casa al encuentro de su hijo Carlos, de dos años, y de María Ester, embarazada de Laura. “Mi hija nace el 3 de julio; en la primera salida, un sábado, vamos a la plaza con los niños. En la vereda de enfrente veo a este policía bueno, junto a otro, que me hace señas, indicándome que cruce a su encuentro: ¿Sos pelotudo, vos? ¿No entendiste el mensaje? Que-te-fueras. Te salvaste de casualidad. Tenés una semana. Si para entonces seguís acá, sos boleta”. La familia Díaz inicia así el trip del exiliado. Lo dijimos: Colombia, México, etcétera. “Me molestó mucho la cobardía del sector editorial. En plena feria se allana y se clausura una editorial internacional importante y las autoridades ni siquiera leen una línea. Al otro que jodieron mucho fue a Centro Editor de América Latina (dirigido por Boris Spivacow; soportó la quema de miles de libros y fascículos, además de amenazas). Desaparecieron muchos correctores, escritores, traductores. Los únicos editores que caímos no desaparecidos, sino presos, fuimos Daniel Divinsky y yo. Divinsky, por publicar un libro infantil, todavía lo recuerdo. Había cinco deditos verdes que eran los malos y cinco rojos que eran los buenos. Por eso va en cana Daniel. El catálogo. En su dilatada carrera, Díaz editó y publicó, entre otros, a Juan Gelman, María Elena Walsh, Ricardo Piglia, Andrés Rivera, Eduardo Galeano, Antonio Di Benedetto, Jorge Luis Borges, Tulio Halperín Donghi, Mario Benedetti y Juan José Saer, quien le dedicó Las nubes.

–¿Trenzaste amistad con alguno de ellos?
–Con varios, aunque con Saer tuve una relación muy profunda, sin dudas. Mi vínculo con él arranca cuando publico Glosa por Alianza en el 85. Una relación hermosa que duró veinte años. El muere el 10 de junio de 2005; hablé ese mismo día, sobre La grande, que ya estaba casi terminada. El 11 me llamó el hijo para decirme que había muerto, y viajé a París para despedirme en su entierro. Era un tipo increíble, con mucho humor, un bon vivant que no gastaba un mango en pilchas, pero podía invertir lo que no tenía por un buen vino u ofrecer una comida increíble a sus amigos, porque además era un gran cocinero y anfitrión. Un tipo con una cultura vasta y profunda, pero que no hacía alarde de eso.

–¿Cómo era trabajar con él?
–El componía los libros como los poetas, en la cabeza. Pero tomaba notas. Cuando en su cabeza tenía el inicio, el final, y toda la estructura, empezaba a escribir en sus cuadernos enumerados. Esos cuadernos los pasaba a máquina e iba haciendo las correcciones, que eran casi nulas. Cuando se sentaba a escribir la novela, la terminaba en tres meses, pero capaz la estuvo elaborando diez años. Tenía siempre en la cabeza varias novelas. Algunas veces me pedía libros, casi nunca literarios. De pájaros, por ejemplo; solo para conocer el canto del jilguero, para incorporar solo dos líneas en una novela. O un libro de vinos. Decía que el argumento no importaba, pero que las descripciones debían tener fuerza material. El me mandaba el texto, yo lo leía, corregía lo que consideraba y se lo devolvía. La corrección era difícil porque tenía un uso de las comas muy particular, entonces yo debía revisar que no se las corrigieran. Porque si lo agarraba algún corrector con las normas de estilo… Si vos leés en voz alta un texto de Saer, tiene una musicalidad muy particular. El era asmático, un trastorno que te impone cierto ritmo, te ahogás si hacés una frase larga. Por eso el uso de las comas, la cadencia se la imponía su respiración. Es una hipótesis mía. Cuando él hablaba, lo hacía así, con esas pausas.

–Como editor, ¿qué le aportaste a su obra?
–Creo que he hecho algo bueno por su obra, y él ha hecho mucho por mí. Desde 1985 fui su (casi) único editor en castellano hasta su muerte. Hasta ese momento, Juani llevaba publicados en 25 años de trabajo once libros, en diez editoriales distintas de seis ciudades diferentes. Glosa en este sentido termina con esa modalidad errabunda e inicia una etapa de profesionalización creciente en la circulación de sus libros. En total le publico 23 libros en distintas modalidades de edición. Un día le digo que en Seix Barral quieren publicar dos novelas en España. Me dice no, meteles cinco novelas, y pediles 50 mil dólares. Si solo publican dos, el primero no se vende, el segundo ya ni lo mueven. No me leerá nadie, me haré mala fama. Si metemos cinco y les sacamos mucha plata se van a mover para que me lean. A él le interesaba arreglar el anticipo, lo demás no le importaba. De hecho, tuvo agente porque yo lo obligué.

–¿Schavelzon?
–No, una agente alemana que ya murió. Guillermo Schavelzon lo agarra después de muerto. Porque quería vender los Papeles de trabajo. Si bien Juani no lo quería, yo le digo a Laurance que arregle con Schavelzon, porque si bien le cobraría una comisión alta, lo colocaría bien.

–¿Quién es Saer en la literatura argentina?
–Si bien tuve una relación de mucha amistad con él, siendo objetivo, para mí después de Borges es el mejor escrior argentino, tiene un cuidado en la prosa único. En términos de Piglia, es el polo negativo de Borges, pero también es borgeano en el sentido de que tiene un dominio del lenguaje exquisito. El no quería ser escritor latinoamericano, quería ser escritor argentino, pero no por nacionalista, él era cosmopolita. Es un autor que quise y quiero mucho. He publicado autores muy famosos, pero él es el que más me gusta.

jueves, 20 de septiembre de 2018

"Las academias podrían crear algo para patrocinar una palabra que está en peligro de desaparecer"


En el diario mexicano La Jornada, del pasado 1 de septiembre, la periodista Ericka Montaño Garfias entrevistó al escritor peruano Fernando Iwasaki, con motivo de la presentación de su libro Las palabras primas, ganador del Premio Málaga de Ensayo.

Las academias de la lengua española
se convierten “en curiosidades culturales”

 En momentos en que las academias de la lengua se han convertido en curiosidades culturales, queda en los escritores, periodistas, medios de comunicación y profesores la tarea de cuidar al español que hablan alrededor de 570 millones de personas pero que, pese a ello, no ha logrado erigirse en una lengua que domine las ligas mayores del conocimiento, la filosofía, las finanzas o la diplomacia.

Esas son algunas de las reflexiones que el escritor Fernando Iwasaki (Lima, 1961) hace en entrevista con La Jornada, con motivo de su libro Las palabras primas (Páginas de Espuma), con el que obtuvo el noveno Premio Málaga de Ensayo, el cual fue presentado en la Fundación Elena Poniatowska Amor.

Esa obra la escribió desde la melancolía por las palabras que se fueron y el idioma que hablaban su abuelo y su padre –japonés, en una variante muy particular.

“Toda la importancia que los hispanohablantes tenemos en el arte, la música, la poesía, el cine o la gastronomía no se refleja en la filosofía, la ciencia, la diplomacia de alto nivel o la economía (…) para que un académico mexicano, por ejemplo, sea reconocido en todo el mundo por sus conocimientos sobre Sor Juana, tiene que publicar en inglés”.

Rescatar vocablos
El futuro del español, considera Iwasaki, tiene que verse desde tres aspectos: “La parte relacionada con el proceso de escritura o lectura del español y que se vincula con los aparatos que ponemos sobre la mesa (teléfonos inteligentes y tabletas); eso condiciona muchísimo el desarrollo de una lengua, desde mi punto de vista.

“En segundo lugar está el tema de los hablantes y nuestra relación con nosotros mismos, la cual creo es la más saludable porque los latinoamericanos somos menos intransigentes que los españoles a la hora de asimilar mutuamente nuestras palabras. Y el tercer aspecto, el que más me preocupa, es el futuro del español en el dominio de las ligas mayores del conocimiento. En Europa sería impensable que el español sea alguna vez lengua oficial de la Unión Europea, porque sólo lo hablan en España y a veces ni siquiera. Por eso el futuro de nuestra lengua está en América Latina”

–¿A quién le correspondería proteger el idioma: a los jóvenes, las academias, los periodistas y los escritores?
–La academia es una especie de notaría, un lugar donde se almacenan previo registro las palabras que se sabe que las personas utilizan, no tienen otra función. Las academias son casi una curiosidad cultural. Hay algunas, como la Mexicana, que son muy influyentes, pero son notarías. Lo verdaderamente jugoso se hace fuera.

“Creo qué son los medios de comunicación, los que escribimos en prensa, los que publicamos libros, los que impartimos clases, los que tenemos que expresarnos bien. Los jóvenes están para transgredir las normas, entonces que un chiquito diga: ‘yo no voy a poner las tildes’, bueno, pues que no las ponga, pero un día las pondrá porque no es lo mismo: ‘la pérdida de tu madre’ que ‘la perdida de tu madre’.”

–¿Y qué hacemos con todas esas palabras que ya se perdieron?
–Se me ocurren algunas cosas: así como pagamos por Netflix, Spotify o iTunes, por no hablar de las plataformas para ver futbol, las academias podrían crear algo para patrocinar una palabra que está en peligro de desaparecer. Si eso supone que a lo mejor yo les deje 25 dólares al año para que ese vocablo exista es que ya estoy haciendo algo importante.

“No lo hará todo el mundo, pero los que trabajamos con las palabras y las amamos a lo mejor nos lo pensamos, y pueden ser palabras de tu país o del Siglo de Oro. Me encanta la palabra rosicler que es la luz de la mañana, pero cuando la escribes en el teléfono te la cambia por reciclar; eso es algo penoso.”

–¿Qué palabra patrocinaría?
–Es una palabra que utilizo mucho, aunque no se usa tanto, coruscante. La uso porque me dijo una vez el director de la Real Academia Española que cuando escribimos en la prensa –y esto es bueno que lo sepan todos los profesionales de la comunicación–, los algoritmos cazan las palabras y van indicando a las academias esta palabra se está usando; entonces podemos hacer eso con especies de animales, nombres del los aperos de labranza, porque estos instrumentos de México serán los mismos que los de Perú, pero se llaman diferente, y como nadie quiere ser un campesino hoy, se van a perder los nombres.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Un breve informe sobre editoriales desde Medellín


Con la firma de Giselle Tatiana Rojas Pérez, la siguiente nota, que da cuenta de la actividad editorial independiente en Medellín, se publicó en El Mundo.com, de Colombia, el pasado 7 de septiembre.

El desafío de ser
pequeña editorial en Medellín

Mientras haya lectores para libros habrá editoriales para publicarlos, eso cree Iván Hernández, director de Frailejón Editores. Pero si se camina en el rumbo de ser una editorial independiente en Medellín, el trayecto puede hacerse cada vez más angosto, y ahí se debe defender “la bandera” la “tipología y naturaleza” que cada una de estas casas de libros tenga, añadió.

Las publicaciones de las editoriales independientes son libros en los que se privilegian sobre todo las palabras, “se busca que estén bien hechos, que el lector sienta un gran placer al leerlos”, añadió Hernández.

Hilo de Plata, La Carreta, Sílaba, Tragaluz y el mismo Frailejón son editoriales que han sobrevivido en el mercado de libros local por la sola convicción de hacer que el libro nunca muera. Ellas han contribuido a que nuevos autores, autores ya reconocidos y otros más olvidados puedan difundir su obra. 

El carácter de estas editoriales
Son casas para publicaciones que se la “luchan” en un mercado aislado de las grandes cadenas internacionales, y eso es para Janeth Posada, directora de Hilo de Plata Editores la “chispa” diferenciadora en el universo dedicado a los libros, su “mirada opuesta al mercado”.

Aseguró Lucía Donadío, directora de Sílaba Editores, que este tipo de editoriales existe porque todavía se venden libros, aún hay muchos lectores, muchos escritores. “Nosotros sobrevivimos básicamente de la venta de libros, también prestamos algunos servicios editoriales, pero es con la venta de publicaciones que se financia nuestra existencia”, precisó.

Aunque el mundo de la tecnología también ha golpeado a las casas editoriales, como en otros ámbitos de la cultura, incluyendo el mercado de la música, las firmas dedicadas al libro “poseen un flujo constante de venta, el libro parece ser un elemento de la cultura que se ha resistido a su desaparición, será porque aún hay muchas historias por contar como libros por leer de nuestro territorio”, relató Posada.

Para estas editoriales está claro que el mundo digital es una carta con la que tienen que jugarse una parte de su existencia, ya muchas han sacado algunos de sus productos en digital, “y puede crecer, y seguramente seguirá creciendo muchísimo, pero creo que siempre habrá unos nichos de lectores, un mercado para las editoriales”, consideró Iván Hernández.

Esa es una tranquilidad, es el ánimo por no desistir que “consuela” a este gremio, es un secreto a voces, manifestó además la directora de Hilo de Plata Editores, “no sólo hay editoriales que aún hacen libros sino que todavía hay lectores que compran libros impresos”, reafirmó ella.

Las publicaciones de estas editoriales tienen unas características diferenciadoras. Por ejemplo, los libros de Tragaluz son “muy diseñados”, dijo Pilar Gutiérrez, directora de esa firma, en sus publicaciones cada una de las páginas contiene una serie de detalles en los que sobresale el diseño.

Algo similar es lo que hace Frailejón Editores, en cuyas publicaciones se resalta el hecho de que son ecológicas, “creemos en el libro bonito, hecho con cuidado, con buen gusto, con materiales naturales como un regalo a la vida de la humanidad; es decir, queremos hacer ediciones muy especiales para que quien acceda a ellas se sienta muy privilegiado”, detalló el director.

Las opciones del gremio

Algunas editoriales independientes tienen la ventaja de que como son empresas pequeñas, pueden hacer tirajes de impresión pequeños, esto ha constituido su forma “misional”, pues “en la medida en que los libros se van vendiendo, se permite que haya flujo para hacer otros títulos”, declaró Janeth Posada.

La impresión bajo demanda, como también se le conoce a este recurso de las editoriales independientestiene la ventaja de que la suma a invertir es mínima y no se arriesgan grandes cantidades de dinero.

En la baraja de opciones para mantenerse en pie de las editoriales pequeñas de Medellín también está el recurso de participar en las convocatorias del Estado. Algunas de ellas son las promovidas por Fundalectura, cuya entidad ha procesado físicamente 6 millones de títulos independientes para la dotación de más de 1.600 bibliotecas públicas del país. También están las del Ministerio de Cultura, las de la Alcaldía de Medellín (Beca de creación literaria) o la de la Gobernación de Antioquia.

Lucía Donadío especificó que esta es una opción para muy pocos títulos, pues no existe la suficiente cantidad de convocatorias que solventen el total de libros que cada editorial saca el año, que en promedio está en doce títulos, uno por cada mes.

“Hemos participado en convocatorias del Estado, algunas nos las hemos ganado, otras no. También hemos hecho muchos libros en co-edición con la Alcaldía de Medellín, por ejemplo de la colección Letras vivas. Hay cierto apoyo del Estado, no tanto como quisiéramos, pero sí lo hay”, fueron las palabras de la directora de Sílaba Editores.

Otra de las opciones de este gremio son las ferias de libros y ahí Fiesta del libro, el evento del libro internacional de Medellín, ocupa un “lugar privilegiado”. 

Para Iván Hernández en la cultura y en la memoria colectiva, el libro juega un papel muy importante, y es por eso que las ferias del libro que se hacen en las ciudades del país tienen doble beneficio para las editoriales, pues cumplen su carácter de promover la lectura de libros en el territorio y abren la oportunidad a las pequeñas editoriales de competir igual a igual con las más grandes del mercado y, a su vez, promover a sus autores.

“Son espacios muy buenos para dar a conocer los libros, para vender”, justificó Lucía Donadío.

Tanto el director de Frailejón Editores como la de Sílaba Editores coincidieron en afirmar que la Fiesta del libro de Medellín es más que una celebración de la cultura y del libro, “en esta feria normalmente nos va muy bien. Fiesta del libro para nosotros es la mejor feria que hay, es la venta esperada del año”, adujo Donadío.

Otro apartado de la baraja de opciones son los diferentes servicios editoriales que prestan estos fondos. Se trata de publicaciones que no necesariamente llevan el sello de la editorial, pero que llevan todo el proceso que en la editorial se maneje; además de apoyos en diseño, diagramación, corrección de textos, orientación estilística, ilustración, en fin, todo lo relacionado con la asesoría editorial.