También
Guillermo Piro, en su columna
semanal del diario Perfil escribió
sobre el mismo tema que Rafael
Spregelburd, ofreciendo su propio punto de vista a propósito de la
prohibición de Samuel Beckett de
utilizar mujeres en su obra Esperando a
Godot.
Beckett
retrógrado
Hace
años, Luis Melnik me convenció de que el marketing es imprescindible en todos
los órdenes de la vida. Para ello apeló a una historia que tal vez sea cierta:
dos muchachos deciden asaltar un restaurante situado en Vicente López, enfrente
de la General Paz. El restaurante está repleto de comensales, lo que garantiza
una abultada recaudación. Armados con pistolas, ingresan al grito de: “¡Esto es
un asalto!”. Pero la mitad de los comensales se pone de pie y acribilla con sus
propias armas a los asaltantes. Estos no habrían tenido ese final si antes de
entrar hubieran leído el cartel en la puerta que decía: “Cena a beneficio.
Policía Bonaerense”. El marketing es
imprescindible en todos los órdenes de la vida.
El
Complejo Teatral de Buenos Aires recibió una intimación de la agencia que tiene
los derechos de la obra Esperando a Godot,
de Samuel Beckett, para que el teatro desista de poner en escena una versión en
la que participarían dos mujeres – Analía Couceyro e Ivana Zacharski–, dado que
una de las cláusulas impuestas por el autor, fallecido en 1989, expresa que la
obra solo puede ser representada por hombres. Con dirección de Pompeyo
Audivert, la obra iba a estrenarse el 21 de septiembre. Lo cierto es que si
alguien es culpable, ese alguien no es Beckett.
Y
también es cierto que la noticia no debía haberlos tomado tan por sorpresa.
Incluso quienes no somos exégetas de Beckett, los que no hemos leído todos sus
libros y no corremos ansiosos a la librería cada vez que aparece una nueva y
pésima traducción española de sus obras, sabíamos que cuando se lo consultó
acerca de esa disposición expresa de no colaboracionismo de mujeres en Esperando a Godot, Beckett respondió:
“Las mujeres no tienen próstata”, aludiendo, naturalmente, al mal que sufre
Vladimir, uno de los personajes, pero en realidad diciendo a su modo, que
siempre fue un poco improbable: “Porque se me cantan las pelotas” –expresión
que oxigenó buena parte del arte de la Antigüedad hasta nuestros días. Incluso
quienes no somos exégetas de Beckett sabíamos que en repetidas ocasiones se
bajaron de cartel versiones de la obra por contar en su elenco con actrices en
vez de actores: en el 91 en Avignon, en 2003 en Frankfurt, en 2004 en
Wilhelmshaven, en 2005 en Pontedera. Con seguridad hay más casos, pero esos
bastan para sentar precedente.
Cuenta
Milita Molina, traductora junto a Elina Montes de Recordando a Beckett, un libro de entrevistas a Beckett que incluye
algunos testimonios de quienes lo conocieron, que durante una puesta del propio
Beckett una actriz le había preguntado si se le permitía bostezar dos veces en
vez de tres, a lo que Beckett respondió con un terminante “no”. Cuando el año
pasado Ana Cinkö y Raúl Zolezzi presentaron la versión teatral de Compañía, uno de los últimos textos del
autor irlandés, tuvieron muchos dolores de cabeza a raíz de los requerimientos
de los herederos, reacios a tolerar hasta la más mínima sustitución de una
línea o el inofensivo cambio de nombre de un personaje.
Tildar
a Beckett de retrógrado me parece exagerado. ¿Caprichoso? Seguramente. Tan
caprichoso como asignarle a una mujer el papel de un hombre. O como que Días felices, del mismo autor, solo
puede ser representada por mujeres. Ante los pretendidos cambios de género, los
herederos de Beckett dicen: “Reemplazar hombres por mujeres en un espectáculo
es como sustituir violines por trompetas”. Contundente. Hablamos de un autor
que no autorizó a Ingmar Bergman a hacer una puesta de la misma obra.
En
un momento de Esperando a Godot,
Estragón se descalza para quitar algo en el zapato que le molesta, y Vladimir
dice: “He aquí al hombre íntegro arremetiendo contra su calzado cuando el
culpable es el pie”. Es una buena y oportuna sentencia.
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