El 7 de julio de este año, en el Blog de Traducciones (http://blog-de-traducciones.spanishtranslation.us/), entre otros muchos textos interesantes, Laura C. publicó la siguiente entrada.
Por qué soy traductora
Suena a una pregunta para hacerse en el ámbito de una terapia, o lo que uno grita con desesperación y auto-arrancamiento de pelos al darse cuenta de que se acaba el plazo para entregar un trabajo larguísimo al que ¡no llego!… a lo que seguiría algo así como “¡por qué no me dediqué a vendedora o panadera!” pero no. Mi idea hoy es compartir mis motivaciones para decidirme a trabajar de esto, a pesar de todo.
Y empiezo por el “a pesar de todo”… No nos entienden. Salvo los colegas, nadie, ni familiares ni amigos, ni mucho menos los clientes, ni aunque sean profesionales (es decir, gente que sabe lo que es estudiar durante años, matarse preparando exámenes y demás), pueden creer que se deban estudiar cinco años en cualquier universidad, y dar una veintena o treintena de exámenes finales para poder ejercer legalmente, y no entienden bien qué hacemos. La definición de “una especie de secretaria con diccionario” que escuché una vez vuelve a darme dolor de estómago. “Pero lo hacés en un ratito… le ponés los sellitos y ya está…” “Yo ya lo adelanté algo: sólo faltan esas fórmulas que tienen ustedes…” (juro que esta última frase me la dijo un casi cliente (porque nunca lo fue), profesional, un 30 de diciembre, que pretendía que le tradujera unas 6 carillas de un trabajo al que ya le había metido mano, y lo pretendía para el día siguiente (31 de diciembre, por si no se entendió). Le di un precio que no era exagerado, pero era alto, para justificar la emergencia en esa fecha: “Uh, no… ¡mi mujer me mata!”.
Aunque nos resulte costoso, nunca tratamos de regatearle a un plomero el costo de su mano de obra. Nadie le cuestiona a un anestesista el honorario diferencial. A nadie se le ocurriría decir algo como “Mire, arquitecto, yo ya hice acá unos dibujitos, ¿ve? Usted sólo póngale las medidas, y esas cosas que ustedes saben… y ubíqueme la escalera, que eso no me salió.”
Yo empecé a estudiar inglés para entender las canciones, de los Beatles primero, de muchos más después. Y con los años decidí dedicarme a esto porque me parecía generosa y hasta solidaria, la tarea de ayudar a que otros entendieran. Ser “puente” entre dos personas, o dos grupos, para que pudieran comunicarse, o conocer la gran obra de alguien que no hablaba su mismo idioma, me parecía maravilloso. Mi papá me preguntaba qué decía el actor y no habían subtitulado, y yo me sentía una heroína en el modesto ámbito familiar. Mi primera versión de una carta para mandar al extranjero a pedir unos libros… ayudaron a que el verdadero autor los obtuviera, con mi ayuda. Luego vinieron trabajos “oficiales” (pagados) de verter al inglés o al español artículos, manuales, libros de texto, sitios web, entrevistas, historias, recetas… y también actuaciones en vivo (interpretación, digo) de conferencias, entrevistas y reuniones muy serias (¡hasta llegar a hablar frente a 10.000 personas que no habrían entendido al orador sin mi participación!)
Los réditos, en estos veinte años de profesión, han sido grandes. No tanto en lo económico -dejemos el tema para otro artículo-, pero sí en la satisfacción de haber permitido que muchos cruzaran a la otra orilla y entendieran las palabras ajenas… Soy traductora por la necesidad que siempre tuve de entender, y por creer que puedo ayudar a otros a entender. De eso se trata.
¡Excelente planteo, Laura C.! Para quienes reincidiríamos en esta profesión si llegáramos a reencarnar es fundamental dejar claro que nuestra apasionada tarea no es un acto delictivo ni un mal necesario.
ResponderEliminarDesde las iniciales a la profesión,compartimos también las ideas.
Laura C.
Traductora / Intérprete