lunes, 30 de agosto de 2010

"Una capacidad infinita para estar triste"


La noticia proviene de La Jornada, de México, y lleva la firma del escritor y periodista argentino José Steinsleger. Fue publicada el 17 de marzo de este año y en ella se lee una suerte de presentación del grupo Tlaxcala, fundado para difundir "opiniones políticas que se enfrentan a pensamiento único, al neoliberalismo, y al imperialismo lingüístico del inglés".

La página correspondiente puede consultarse en http://www.tlaxcala.es/manifiesto.asp?section=2&lg=es

Tlaxcala: traductores para la liberación

El oficio de traductor es uno de los más ingratos y menos reconocidos del mundillo literario. Se requiere de cierta mística y de rigor profesional para que el otro autor, a través del lenguaje, trascienda eso que George Steiner llama limitaciones dadas en nuestra condición fisiológica y material” (Después de Babel: aspectos del lenguaje y la traducción, FCE, 1981).

Apunté “otro autor”, porque estoy persuadido de que un traductor lo es. Toma y daca: aun cuando con displicencia un autor crea que el traductor es un simple técnico de su obra, le consta que, sin traducción, la irradiación creativa se restringe. Por eso los autores consienten en asumir el riesgo de que una traducción trastoque el sentido de sus palabras, pues hay traductores que no dominan su lengua, ni la ajena.

Y junto con el traductor, el que coteja lo traducido. Tarea aún más tediosa a la que Gabriel García Márquez (GGM) le puso color. Cuenta que su traductor al portugués explicó a pie de página que la palabra astromelia era una flor imaginaria de su invención. “Lo peor –apunta GGM– es que después leí no sé dónde que las astromelias existen en el Caribe, y su nombre es portugués.”

Traducir es una tarea oscura y anónima, que sitúa al “otro autor” en una dimensión perturbadora. El escritor y sicoanalista francés J.B. Pontalis dice que el traductor debe estar dotado de una capacidad infinita para estar triste: no tiene derecho a generar sus propias palabras, no tiene el poder de restituir las palabras del otro. Cosa que a Jorge Luis Borges le tenía sin cuidado al reconocer que sus traducciones oscilaban “entre la interpretación personal y el rigor resignado”.

Acerca de la traducción literaria se ha escrito mucho y dispar. ¿Y de la traducción periodística? En este punto, los riesgos son mayores. El traductor debe comprender, aprehender y vaciar la sustancia, y combinar lentitud con rapidez y el conocimiento más o menos certero del contexto político, cultural, económico y social de lo que traduce… ¡y de la jerga, que cambia de un día para el otro!

Tarea a la que el grupo Tlaxcala sacudió del sopor y el tedio. Tlaxcala: red de traductores por la diversidad lingüística, que nació en diciembre de 2005 de un pequeño grupo de ciberactivistas que se conocían a través de Internet, y descubrieron que tenían intereses comunes. En la actualidad, Tlaxcala agrupa más de un centenar de traductores.

¿Por qué “Tlaxcala” si la red surgió de España? Manuel Talens y Fausto Giudice (subcoordinadores), explican: “México y el cataclismo de la Conquista por parte de Hernán Cortés fueron en gran medida el argumento catalizador. El propósito (difícil pero no imposible) consiste en servir de eco entre las diferentes lenguas sin establecer jerarquía alguna”.

Lo “normal” –añaden– es que a los periodistas y autores de los países hegemónicos los traduzcan por imperativo categórico kantiano. Y ni siquiera se les había ocurrido que ya iba siendo hora de que ellos empezaran a traducir a los demás. Entre otras razones porque los demás también tenemos una opinión sobre el mundo y ellos, que en el caso del mercado informativo de la lengua inglesa se desenvuelve de un modo paupérrimo.

“Es importante –dicen Talens y Giudice– que los alemanes, por ejemplo, sepan qué opinan los palestinos (y viceversa), o que en Italia tengan acceso a lo que pueda escribir en su pueblito sobre la revolución bolivariana un militante de Bolivia. Para eso servimos.”

Recordé entonces el comentario del profesor y escritor Ángel Batistessa, mi profesor de literatura en la escuela secundaria: “Traducir es un acto de servicio. El traductor trabaja para todos aunque muy pocos le agradezcan su labor…y están los semicultos: a éstos les gusta darse por entendidos y están con las garras enhiestas para abalanzarse sobre los más mínimos errores”.

Los traductores de Tlaxcala publicaron su “Manifiesto” en fecha no escogida al azar: 21 de febrero, día que en el siglo pasado fue una jornada anticolonialista y antimperialista mundial: asesinato de Augusto César Sandino (Managua, 1934); fusilamiento por los nazis de Missak Manouchian, superviviente del genocidio armenio (París, 1944), asesinato del líder estadunidense Malcolm X (1965).

En 2000, la agenda de la UNESCO marcó el 21 de febrero como Día Internacional de la Lengua, fecha que también recuerda la brutal represión de miles de intelectuales y estudiantes de Dacca (que en 1952 era capital de Pakistán oriental, y hoy lo es de Bangladesh), cuando protestaban contra la imposición del urdu a los bengalíes como única lengua nacional de Pakistán.

Tlaxcala se propone trasvasar horizontalmente entre culturas las opiniones políticas que se enfrentan a pensamiento único, al neoliberalismo, y al imperialismo lingüístico del inglés. Los traductores de Tlaxcala piensan que el inglés constituye hoy un arma tan peligrosa para las demás lenguas como lo fue el español en su momento para las lenguas originarias de América latina.

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