miércoles, 30 de marzo de 2011

Una curiosa columna de Alberto Manguel

Publicada en la edición del diario español El País, del pasado 26 de marzo, la siguiente columna del argentino Alberto Manguel da cuenta de lo que él cree que ocurre con la literatura española fuera de España. Sin embargo, parece quedarse a medias tintas porque en lugar de ofrecer estadísticas veraces se limita apenas a un cúmulo de impresiones (en última instancia, tan poco fiables como las impresiones que pueda tener cualquiera), que incluyen la reacción de las amigas de su propia hermana cuando éstas se enteran de que el autor conoce a Rosa Montero. Dicho de otro modo, una excusa para quedar bien con los españoles y seguir facturando.

La literatura española en el mundo

"Con la excepción de algunos poetas de la primera mitad del siglo veinte, la buena literatura española dejó de escribirse a finales del Siglo de Oro", nos informó un profesor de literatura cuando teníamos trece o catorce años. Salvo ciertos lectores empedernidos, esta opinión prevaleció en Argentina durante toda mi adolescencia. Borges había decretado que ninguna novela española, después del Quijote, valía el esfuerzo de ser leída (cuando alguien le dijo que Galdós era, en su opinión, mejor novelista que Eça de Queiroz, Borges le contestó "mi sincero pésame"). A pesar de tal desolado juicio, los lectores de mi generación descubrimos que la literatura española sí existía. Aprendimos de memoria a Lorca, Cernuda, Aleixandre, Blas de Otero y Miguel Hernández; leímos (sin respetarlos lo suficiente) a Ortega y Gasset y Américo Castro; devoramos a los novelistas (que nos parecían extraordinariamente osados), de Goytisolo a Juan Benet, de Carmen Laforet a Mercé Rodoreda. Es cierto, sin embargo, que la literatura española influyó poco en los escritores de mi época, volcados sobre todo a la poesía y filosofía francesa, y a la novela americana e italiana. Y luego vino el llamado Boom de la literatura latinoamericana, con el cual toda la literatura de la Península, a los ojos del lector de lengua castellana, dejó de existir. En parte como consecuencia de la mentada globalización, en parte por el nuevo aire que empezó a respirarse después de la muerte de Franco, en el nuevo milenio buen número de autores españoles empezaron a cobrar popularidad del otro lado del Atlántico. Hoy Javier Marías, Javier Cercas, Manuel Rivas, Antonio Muñoz Molina, Bernardo Atxaga son habituales best sellers; cuando le dije a mi hermana que conocía a Rosa Montero, se apareció con una pila de veinte novelas para hacerle firmar, diciéndome que para todas sus amigas, era una "diva absoluta". En el mundo anglosajón, la situación es distinta. Si bien ciertos autores (Cercas, por ejemplo) son bien reseñados y bastante bien vendidos, y unos pocos otros pertenecen a esa nacionalidad sin fronteras que otorga el estatus de best seller (como el ubicuo Carlos Ruiz Zafón), la mayor parte de los editores anglosajones no parecen interesarse por la literatura de España. Es cierto que, desde siempre, el lector inglés no ha sentido mayor afinidad con los escritores de la península Ibérica. Ya Robinson Crusoe, rescatando algunos libros del naufragio, deja atrás los volúmenes "escritos por plumas papistas". Sólo Don Quijote entra en el canon universal del lector inglés: ni Calderón ni Quevedo ni Góngora son admitidos. De la poesía española de este último siglo, no se conoce nada, salvo a Lorca. La revista inglesa Granta incluyó a algunos españoles en su lista de "los mejores narradores jóvenes en español", pero ninguno se ha convertido en estrella del firmamento literario británico. Algún crítico curioso en The Times Literary Supplement ha citado alguna vez a Ortega, pero de los otros pensadores españoles no se sabe nada. Cuando mencioné a Fernando Savater y a María Zambrano en una nota para The Washington Post, el editor (premio Pulitzer de crítica literaria) me preguntó quiénes eran. En Alemania (donde sí conocen a Calderón, que es parte del repertorio nacional) hay un esfuerzo por publicar y hacer conocer a los autores españoles. En los países escandinavos, sólo un puñado de autores de novelas más o menos policiales son leídos (Vázquez Montalbán, Pérez-Reverte). En Italia, si bien parece haber un mayor interés que en el Norte por la literatura española, ésta (me confiesa una editora de Roma) no se vende. Pequeñas editoriales italianas sacan traducciones de poetas y ensayistas, y las grandes publican a los novelistas de mayor fama, pero esto no quiere decir que ni unos ni otros sean leídos: en Italia parece haber más editores que lectores. Por razones históricas, económicas, a veces literarias y otras menos definibles, una cierta literatura alcanza a veces a interesar, en su conjunto, a lectores de otras lenguas. En algunos casos, adquiere en el extranjero una identidad uniforme: desde España, hablamos de literatura japonesa, por ejemplo, o mexicana, y sabemos a qué nos referimos. El caso de la literatura española no es tan simple. Javier Cercas o Almudena Grandes son leídos en Corea y en Finlandia, pero no de la misma manera. Quizás la literatura española se ha convertido, en estas últimas décadas, en algo tan complejo y diverso, que ha perdido su carácter nacional y se ha convertido en una multiplicidad universal de admirables voces singulares.

10 comentarios:

  1. Maria iruzurmendi30 de marzo de 2011, 8:33

    Cuando salió este texto (¿hace algunos años?) los lectores rioplatenses que vivimos en la Madre patria tuvimos la sensación de que Alberto Manguel, en su juventud, había sido secuestrado por alguna secta satánica que le impidió relacionarse con los otros adolescentes y lectores felices que vivían entonces en la Argentina. No recuerdo que Borges nos impidiera leer nada ni siquiera metafóricamente hablando porque más bien ocurrió lo contrario. Así que nos preguntamos ¿la secta satánica le impidió ir a los colegios argentinos donde García Lorca, Juan Ramón Jiménez y hasta Miguel Hernández eran lecturas obligatorias? ¿Tampoco lo dejaron ir a los conciertos de Joan Manuel Serrat o escuchar los discos de Paco Ibáñez que cantaban a Blas de Otero, a Antonio Machado, a Rafael Alberti, a León Felipe, a José Agustín Goytisolo y a Miguel Hernández y que eran venerados y oídos con un entusiasmo que rayaba el delirio? ¿La secta no le permitía entrar en las librerías donde había montañas de libros de esos poetas españoles editados en la Argentina, por Losada, y que también se vendían a montones? Y ya que estamos en las montañas de libros editados, ¿fueron esos mismos sátrapas los que le impidieron leer toda la literatura española cuando toda la literatura española se editaba en la Argentina?
    Y, por último, ¿extrajo de la misteriosa cofrafía que le dio forma como lector la idea de que así se forma a un lector? ¿No son singularmente ineficaces los argumentos que utiliza que van desde usar el nombre de Borges, el lector compulsivo por excelencia, a los consejos que dice haber recibido y que nunca jamás modifican un ápice la voluntad compulsiva de leer de los verdaderos lectores compulsivos, los lectores lectores, los lectores de la literatura?
    Ahora bien, no debemos confundir la captatio benevolentia de su artículo (lo anterior) con el argumento central y que consiste en una pregunta plañidera: ¿por qué no se lee la literatura española en el mundo?
    La interrogación nos deja tan desarmados como otra que salió hace pocas semanas también en El País ¿Por qué los cruasanes españoles son tan malos? ( y que puede leerse aquí http://blogs.elpais.com/el-comidista/2011/02/por-que-los-cruasanes-espanoles-son-tan-malos.html)
    Sin entrar en mayores detalles, no me imagino un artículo titulado ¿Por qué no lee la literatura francesa? ¿Por qué no lee la literatura italiana? O ¿por qué no se lee la literatura uruguaya? Afirmo con rotundidad que, antes de que semejantes preguntas llegaran a plantearse, escritores, críticos y lectores hubieran agotado hasta tal punto todas las variables del tema que jamás nadie cerraría el apasionante debate con una formulación que clausurara todo pensamiento. Tal es el caso.
    Y respecto de las medias lunas sólo puedo decir una cosa: las mejores medias lunas del mundo se comen en Montevideo.
    Maria Iruzurmendi

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  2. Estimada María:
    Tal como lo dice el texto que precede a la columna, Manguel publicó esto hace apenas cuatro días. No se trata entonces de una pieza de "hace algunos años", sino que es lo que piensa hoy. Por otra parte, me parece excesivo considerar que las mejores medialunas se comen en Montevideo. ¿Qué? ¿Nunca probó las de Kentucky, en Mar del Plata?
    Cordialmente

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  3. otra vez detecto un lamentable error en la entradilla: donde dice "una excusa para quedar bien con los españoles y seguir facturando" no debería decir "y seguir fracturando"?
    por lo demás, debo decir que uno de los factores que inciden en el escaso interés que suscita la literatura española en el medio editorial anglosajón es que está escrita en español. a fe mía que si en españa se escribiera en inglés, otro galgo cantaría.
    quedo de uds.
    etc.

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  4. Fondebrider, como siempre, tiene razón. Este artículo se publicó hace tres días. Y me dije: ¡Oh Dios mío, un vórtice interdimensional se abrió sobre mi cabeza! ¡Sueño con cosas que no existen! ¿Demasiados cruasanes? No. Albert Manguel ya había escritos frases muy parecidas antes. ¡Y también las publicó! “Fue Jorge Luis Borges quien inició, al menos en el Río de la Plata, el desprecio de las letras españolas modernas”, etcétera. 2009.
    Maria

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  5. Estimada María:
    Espero que ya ande mejor del vórtice. Por las dudas, alterne las medialunas con las bolas de fraile.

    Estimado Nariz:
    Considerando que los anglosajones traducen tan poco y que el castellano no goza del mismo prestigio que el francés y el alemán, ¿cómo explicaría usted el gran número de autores latinoamericanos que está siendo traducido tanto en los Estados Unidos como en Gran Bretaña?

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  6. buena pregunta, fonderbrider.
    yo diría sin dudarlo ni un instante que porque los autores latinoamericanos -en general- no escriben en español sino que escriben el español: lo hacen, no lo usan. y como esa lengua que hacen es siempre nueva, no hay que saber hablarla para entenderla.
    la pruenba palpable de ello está en esto que acabo de escribir yo: acaso hay alguien que hable mi lengua que lo entienda?

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  7. Estimado Nariz:
    Después de todo este tiempo, sería bueno que aprendiera cómo se escribe mi apellido correctamente.
    A su hipótesis yo agregaría otra: acaso las editoriales latinoamericanas son tan poderosas y los agentes que representan a esos escritores tan perversos que unas y otros han logrado confundir a los editores de lengua inglesa (y también a los de lengua francesa, alemana, italiana y etc.) de que la literatura de las distintas provincias latinoamericanas de la lengua es tal vez un tantito así más interesante que, por ejemplo, la de la generación Nozilla. No sé, digo.

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  8. sucede que soy tedesco, perdone, usted, y me tira más el von der; pero si prefiere que le diga fonde, le digo fonde y a otra cosa marinés.
    en cuanto a lo de esto: en modo alguno son poderosas las editoriales del perímetro ni perversos los correspondientes agentes. lo que ocurre, en todo caso, es que el grueso (bueno, el 100%) de los editores que farfullan lenguas exóticas como el inglés, el alemán, el francés, el italiano o el feroés (porque, sinceramente, convengamos en que, puestos a hablar una lengua distinta que la nuestra, hay opciones mucho más interesantes y provechosas que ésas, como ser el chino o el farsi, sin ir más lejos) viven desde hace algunas décadas inmersos en una confusión mesmérica provocada por los efluvios gaseosos que emiten los únicos libros de nuestro acervo que han atesorado sin la consabida mascarilla (detalle que a ningún telúrico se nos escapa) y que son los de ese censor que castigara sin leer los modernos españoles a manguel. desde entonces, sólo anhelan recuperar esa sensación narcoléptica y de ahí que abran uno tras otro, con genuino frenesí de posesos, las obras de nuestros hermanos continentales, creyendo que en ellas encontrarán ni que sea unas pocas moléculas del gas primigenio.
    es eso, amigo fonde. todo lo demás son paparruchas.

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  9. disiento: las mejores medialunas son las de La Mariposa (Piedras y Belgrano, Ciudad Autónoma de Buenos Aires)

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  10. Gabriela:
    No conozco esa parte de la ciudad. Mi límite es la Avenida Rivadavia, así que nunca se podrá probar tu hipótesis.

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