Miguel Wald acaba de inaugurarse como blogger y, desde el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, aprovechamos para darle la bienvenida reproduciendo la primera entrada que colgó el pasado 26 de mayo. Asimismo invitamos a todo el mundo a ver Algún día vua tener un blo –tal el nombre de su blog– acá.
De barros y palabras
Es difícil decidir sobre qué escribir la primera entrada del blog, pero se me ocurre que quizá no sea inapropiado empezar hablando de arcilla, quiero decir, de la arcilla con la que trabajamos nosotros, los que traducimos, la arcilla del idioma, y para qué la usamos. Y, en principio, quisiera señalar que la arcilla, aunque lo parezca, no siempre es la misma cosa, porque a veces sirve para hacer porcelanas cuya perfección pasa, quizá, por lo visual, y otras sirve para hacer vasijas cuya perfección pasa, en cambio, por su funcionalidad. Una copa de arcilla con una rajadura imperceptible por la que el líquido se filtre es una copa de arcilla que no sirve como copa. En cambio, una copa de arcilla destinada a ser adorno de un aparador con una rajadura imperceptible similar a la de la copa anterior no solo sirve a su propósito (ser un adorno), sino que incluso puede servirlo de manera perfecta (dado que la rajadura es imperceptible). Es decir, el mismo barro, al servir para propósitos distintos y enmarcarse en contextos y situaciones distintas, no es el mismo barro.
Con los idiomas pasa lo mismo. En cada situación, en cada contexto, en cada relación, las variables que entran en juego, los aspectos que participan en la construcción de la totalidad, son diferentes, otros, y el traductor tiene que estar siempre pendiente de esa singularidad, mucho más allá de cualquier generalización teórica, de cualquier suposición de verdad a priori, de cualquier idea de perfección ajena a la situación misma. Porque además, y este es un punto que me parece poco explorado, poco pensado, pero que es clave, el traductor nunca está fuera de la situación comunicativa que está traduciendo: el traductor no es alguien que toma un texto, o una porción de una cultura, digamos, y la traslada a otra cultura. El traductor es, él mismo, parte de esa situación comunicativa, y no un demiurgo exterior. O, para decirlo con la metáfora usual de la traducción como puente intercultural, el traductor no es simplemente el constructor del puente, sino que es, él mismo, parte del puente, parte del punto de anclaje de partida y parte del punto de anclaje de llegada.
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