El 7 de febrero de 2016, el diario El País, de Madrid –una de las tantas piezas de las que está compuesto el Grupo Prisa, multimedia español de comunicación, de radio, televisión, prensa escrita y editoriales, presente en 22 países de Europa e Hispanoamérica– anunciaba con bombos y platillos la creación de Librotea. El recomendador de libros, “que permite a los lectores compartir sus recomendaciones literarias, así como conocer las de escritores, críticos literarios, ensayistas, blogueros y otros agentes culturales del mundo del cine, la música o las artes plásticas”.
Considerando la historia del grupo, y recordando la forma
francamente repugnante en que el prestigioso crítico Ignacio Echeverría fue echado hace unos años del suplemento
Babelia, por criticar una obra publicada por la editorial Alfaguara, por
entonces propiedad de Prisa, no debe extrañar la recurrente manipulación de la
que suelen ser objeto los temas que se tratan en las páginas de El País y sus
suplementos, la sombra de duda que dejan muchos de sus artículos y la continua
invención de reputaciones que no existen, a los efectos de hacer negocios. Tampoco
debe asombrar la forma en que de manera explícita o por omisión algunos de sus
periodistas desacreditan a aquéllos que vayan a cruzarse en los designios del
medio.
El 30 de septiembre pasado, con la excusa de celebrar el Día
Internacional de la Traducción, Librotea publicó una lista que se anunció como elaborada
por los miembros de la Sección Autónoma de Traductores de Libros de la
Asociación Colegial de Escritores de España (ACETRADUCTORES, ACETT). Allí se
ofrecía un listado de “traducciones canónicas”, que puede consultarse siguiendo
éste vínculo:
Una rápida lectura permite comprobar que se buscó privilegiar
a ciertas editoriales en desmedro de otras. Luego, que la elección de
traductores canonizados y de otros en vías de serlo, matizada por otros poco
canónicos, deja abiertas las puertas para quedar bien con dios y con el diablo
al mismo tiempo. Pero lo más curioso –y “curioso” debe leerse como un eufemismo–
es que, con la única excepción de Celia
Filipetto, argentina radicada en España desde hace varias décadas, no hay
en las obras elegidas ninguna otra traducida por latinoamericanos. Sin embargo,
lo interesante es que en ningún lado se habla de “traducciones canónicas
españolas”, sino de “traducciones canónicas” a secas.
Según se aclara en la nota, quien ha elaborado el listado
luego de la consulta correspondiente es Carlos
Fortea, actual presidente de ACEtt, institución a la que puede pertenecer
cualquier traductor, con independencia de su nacionalidad o país de residencia,
siempre y cuando cumpla con los siguientes requisitos:
De acuerdo con varios miembros de ACEtt, que pidieron no se
revelaran sus nombres, a pesar de recibir dinero
público y de tener unos 500 socios, sólo una treintena participan de los foros,
listas y premios que involucran a la asociación. Lo cual, por tanto, permite
sospechar que las decisiones las toma un grupo muy reducido. Acaso por ello, no
es un secreto que cada año aumenta el número de traductores que se dan de baja
por discrepancias con el núcleo duro de ACEtt. Tal vez en esa lógica deba
incluirse entonces la lista de Fortea que, salvo se presente el debido listado
de traductores que participaron en la selección, parece elaborada por unos
pocos.
Las sospechas podrían incluso ir más allá. Por
caso, ¿qué justifica como “canónica” la curiosa traducción de Madame Bovary (ella la rebautiza La señora Bovary) de María Teresa Gallego –ex presidente de
ACEtt, durante el período previo a la presidencia de Fortea, de quien es amiga–
y no, por ejemplo, las excelentes versiones de Juan Bravo Castillo o Mauro
Armiño? ¿Cuál ha sido el criterio de selección?
Pero por fuera de estas cuestiones, la reacción
que ha producido la existencia de esa lista en un gran número de traductores,
escritores y editores españoles y latinoamericanos merece no pocos
comentarios. De eso van a tratar las siguientes entradas a este blog, que incluyen
respuestas a la actitud de Fortea y sus consultados, listas propias de grandes
traducciones no consideradas por ACEtt y una invitación general a discutir sobre estos temas.
Comprendemos, asimismo, que la actitud de ACEtt
traductores debería alertar a nuestros amigos de la AATI, en la Argentina, y
del Círculo de Traductores, en México, sobre el sentido y la oportunidad de
establecer relaciones y convenios con esa curiosa institución española, que a
la hora de la verdad, se limita a elegir “españa”.
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