Publicado en Nexos, el pasado 2 de junio, este artículo de Carlos Rodríguez trata sobre la escritora alemana Anna Seghers (foto), su breve exilio mexicano y el rescate emprendido por la traductora Claudia Cabrera de la literatura generada por el exilio alemán en México.
Anna Seghers y la literatura del exilio alemán en México
Aunque no estaba planeado así, Anna Seghers llegó a México en 1941. Poco se podía prever en realidad porque siendo judía (aunque no practicante), comunista y escritora, huyó de la Alemania nazi. En una de sus novelas, Tránsito, publicada en 1944, Seghers ficcionaliza la espera angustiosa que vivió junto con miles de personas que en Marsella, punto neural de fuga, se quebraban los dedos, los nervios, por obtener los visados para huir de las garras de la persecución y la muerte.
El paso de la autora por México, que regresó a la República Alemana Democrática en 1947, es fantasmal. Poco se sabe a pesar de que Pablo Neruda, entonces cónsul de Chile en México, la recibió en la capital y de su relación con Diego Rivera (un libro de 2020 de Volker Weidermann, Brennendes Licht, aún no traducido al español, novela su periplo mexicano); de hecho se sabe poco del exilio alemán en México tanto en términos históricos como artísticos. Un proyecto literario de la traductora mexicana Claudia Cabrera rescata la literatura del exilio alemán en México, poco atendida en su tierra de origen.
Este esfuerzo editorial, cuyo primer movimiento es Tránsito, que ya se encuentra en librerías, tiene varias razones, algunas de ellas personales (for sentimental reasons, como cantaría Nat King Cole). En la tensa Marsella donde se encontraba Anna Seghers, que murió el 1º de junio de 1983, también estaban unos familiares de Cabrera, su tío abuelo y su esposa. Esta coincidencias, que le dieron un empujón definitivo al arte en México, no hubieran sido posibles sin la intervención de Gilberto Bosques, hombre de confianza de Lázaro Cárdenas y cónsul general de México en Francia. Al emitir cuarenta mil visas y practicar una política migratoria tan liberal, el diplomático poblano permitió, entre otras cosas, los fecundos exilios español y alemán en México. La traducción de Tránsito, que por primera vez se puede leer en el español de México, es un homenaje a Bosques.
Es notable cómo resuena ahora el conflicto migratorio personal y colectivo que planteó Seghers. También de qué forma la cultura de refugiados es motivo de orgullo y honores.
La enfermedad de marcharse (y del olvido)
En la pluma de Seghers, la evasión inevitable del conflicto de la Segunda Guerra, tiene un matiz sucinto, que ciñe lo visto y oído a una futura nostalgia, hipotética en caso de lograr la liberación. Se lee en Tránsito:
“Oí maldiciones en francés y despedidas en español, y al final todavía oí, a lo lejos pero más penetrante que todo lo demás, una cancioncita sencilla que había escuchado por última vez en mi patria, cuando nadie de nosotros sabía aún quién era Hitler, ni siquiera él mismo. Me dije que seguramente era sólo un sueño. Después me quedé dormido.”
Es la enfermedad de marcharse, como dice la autora alemana en su obra, la que tuvieron los exiliados, algunos de otras nacionalidades pero de lengua alemana.
De los exiliados en México, Cabrera destaca al fotógrafo y cineasta Walter Reuter, a la escritora Mariana Frenk, que tradujo al alemán a Rulfo, y a su segundo esposo, el crítico e historiador Paul Westheim, pionero en el estudio del arte mesoamericano. También a las actrices Steffie Spira y Brigitte Alexander y a las escritoras Alice Rühle-Gerstel y Lenka Reinerova, que llegaron por intermediación de Bosques.
“El exilio alemán no está tan anclado en la memoria de la gente en México, que fue una especie de pivote cultural, quizá por la barrera del idioma –reflexiona la traductora en entrevista–. Pocos saben quién fue Anna Seghers. Lenka Reinerova, que escribió ensayo autobiográfico, es absolutamente desconocida; pertenecía a la minoría germano parlante de Checoslovaquia, como Kafka, y tuvo muy mala suerte porque, ya con Stalin en el poder, la encarcelaron tres años y le prohibieron escribir prácticamente hasta la caída del Muro”. Cabrera recuerda que en 1994 Reinerova y el editor Walter Janka (que empleó a Seghers en la editorial El Libro Libre, que fundó en México) participaron en un simposio sobre el exilio alemán que organizó el Instituto Goethe. Eran las dos únicas figuras vivas de aquel momento.
“No es en balde el paso de la gente por ninguna parte, y es doloroso que quede silenciado por el olvido. Como soy traductora, lo que puedo hacer para aliviar la tristeza e irritación que me produce el desconocimiento de este exilio es traducir obras de esa época”, confiesa Cabrera. Su proyecto de traducción, coeditado por La Cifra y Elefanta, incluye las novelas Tránsito, La séptima cruz, que estará lista a finales de año y que coincidirá con el aniversario ochenta de su publicación, La excursión de las niñas muertas, y los relatos “Crisanta” y “El verdadero azul” (inédito en español), que Seghers escribió al volver a su país.
Hay una enorme riqueza en las circunstancias adversas del exilio. A Seghers le dio un abanico de temas y un tratamiento particular de los mismos. Aunque ella no hubiera deseado salir de Alemania, país al que siempre quiso volver por razones ideológicas y políticas para la construcción de un país antifascista, sin la huida –recuerda Cabrera– Tránsito probablemente no existiría.
Traducir es vivir
Una feliz coincidencia es que la película del alemán Christian Petzold En tránsito (2018) (que adapta a Seghers a partir de una mirada hitchcockiana à la Vértigo y sorpresivamente recoge la participación diplomática mexicana) también apoye el rescate de su obra del exilio.
Sin embargo, hay algo fundamental en las nuevas traducciones al español: que al estar íntimamente relacionadas con México, las novelas –la mayoría inconseguibles en sus traducciones publicadas en España– se lean aquí en mexicano. La labor de Cabrera, miembro fundador de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (AMETLI), ha sido atenta al estudiar el estilo de Seghers, parco y escueto, con muchas repeticiones, frases cortas, puntuales, con un dejo de ambigüedad, que crean un ritmo propio. “En mi experiencia, la práctica de la traducción es lo que me revela el estilo del autor. Para traducir hay que meterse a las costuras del texto, entender por qué esta coma, la razón de la extensión de esta frase, etc. Los traductores generamos derechos de autor, somos autores, pero debemos seguir el texto original; de este modo respeté la longitud de las frases, su construcción y las repeticiones”.
Además de la labor lectora puntillosa y personal, traducir siempre implica investigar. Gracias a su traducción de El hacha de Wandsbek, de Arnold Zweig, Cabrera ya contaba con elementos para adentrarse en la barbarie nazi que roza Tránsito y atañe directamente a La séptima cruz, novela sobre el poder del individuo contra un régimen político aplastante. Su próxima edición incluirá un anexo con la terminología nazi y militar que resultaba transparente para un lector de los años cuarenta, pero ahora no nos dice nada ni en alemán ni en español.
La traductora destaca la posibilidad de echar mano de todos los recursos posibles para hacer su trabajo. La amistad, por ejemplo. Para aclarar ciertos términos recurrió a la traductora Iliana Sánchez Roa, la autoridad en español del léxico nazi. No desestima otro tipo de traducción, la audiovisual. Cuando Hollywood compró los derechos de La séptima cruz, filme que dirigió Fred Zinnemann –otro germano parlante vinculado a México por la película Redes, de 1936, la suerte económica de Seghers cambió.
El proyecto de traducción de la literatura del exilio alemán en México abre nuevas vetas para traductores e investigadores. “Tanto hombres como mujeres han corrido con la misma suerte al ser olvidados. Aunque ahora me interesa traducir más mujeres, porque es cierto que ellas se olvidan más fácil”, apunta Cabrera, que planea continuar con la obra de Lenka Rainerova, otra figura olvidada en esta historia.
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