viernes, 23 de febrero de 2024

"Para el lector vernáculo siempre será mucho mejor la peor de las traducciones a su lengua"

Una vez publicada la columna de ayer, Andrés Ehrenhaus, cuya cabeza polemista vive en eterna efervescencia barroca y discute con su cabeza de traductor, envió una nueva columna, más larga que la anterior, donde amplia y acaso aclara sus puntos de vista.  

La cabeza del traductor (3 bis)

1

Qué gran cosa es la polémica abierta, sosegada y generosa sobre un tema concreto y cercano, ésa en la que los polemistas descansamos en un saber modesto pero real, un saber leninista, si se me permite, fruto del constante cachascán entre teoría y práctica. Leo los textos de Jorge F. y Jorge A. y sé que todo lo que dicen es cierto y a la vez refutable, y lo sé porque además de conocerlos personalmente conozco su obra, su obra como autores-traductores, su obra práctica y su obra teórica, y eso me ahorra dos incomodidades: no tengo que leerlos con la sospecha de que me están embaucando y tercero (porque segundo ya para siempre será Francia), tampoco me obligan a una lectura ideológica, de esas que sólo admiten creer o no creer, cancelar o no cancelar. Dicho esto, creo que no hace falta mucha suspicacia para comprobar que nuestras cabezas traductoras son muy distintas y que, por ende, nuestras visiones y enfoques al respecto de los qués y los cómos de la traducción también lo son. De hecho, tan distintos somos que casi lo único que compartimos es una vivay cariñosa curiosidad por la cosa traducción, o sea, más una pregunta que una serie cualesquiera de respuestas.

2

A la apuesta de Jorge F. por partirle en dos la cabeza al traductor y ver qué tiene adentro yo añadiría sin dudarlo la necesidad de investigar el cuerpo entero o, por decirlo en términos retóricos, de tomar cabeza por sinécdoque de cuerpo y hacerle por tanto un chequeo completo, tanto sincrónico como diacrónico. Al traducir sudamos como perros, nos adormecemos, nos aceleramos, tenemos frío o sed, y esa realidad física discurre en paralelo a la del texto traducido, que nos obliga a buscar símiles creíbles en nuestra hemeroteca sensorial: no sólo qué se piensa en tal o cual situación sino sobre todo qué se siente, qué siente el cuerpo, cómo se permeó o impermeabilizó nuestro cuerpo –no disociado de nuestra metonímica cabeza– en tal o cual circunstancia. El cuerpo sin la cabeza traduciría como una gallina decapitada; la cabeza sin el cuerpo, como una IA. He ahí el lugar donde habita (por ahora y espero que durante mucho tiempo) nuestra gran ventaja: los traductores tenemos cuerpo, nuestras traducciones se encarnan, nos atraviesan la carne viva y arrastran restos de vida como camalotes en el ancho río, mientras que las inteligencias artificiales no pueden sino reemplazar esa descarnada carencia con puros artificios. El cuerpo de la IA es una tierra baldía. Luchemos por no ceder los nuestros, que es el repositorio de una experiencia única, traductores, y no lo separemos nunca de nuestras cabezas.

coda al 2

Donde digo diego, o sea, digo, el traductor, digo la traductora o traductore o como se quiera. Cada vez somos más mujeres las que ejercemos esta profesión y con toda seguridad los debates más frecuentes o acalorados rondan en torno a la cuestión de género y, por consiguiente, del cuerpo de quienes traducimos. No es casualidad que cada uno aborde esta cuestión como le siente mejor al cuerpo y que abordemos o despachemos el asunto acorde a nuestra propia percepción corporal. Nuestros cuerpos están en el tiempo, esa es la clave, nos pican los mosquitos, nos revuelven las revoluciones, nos afectan las pérdidas y nos atraviesan las modas, como concluye Jorge A. que concluye Jorge F. Al traducir no estamos nadando en el éter de la neutralidad, y el mundo no cesa de sacarnos de esa ensoñación y devolvernos a la incomodidad de los cuerpos, algo que ningún artificio, por inteligente que sea, experimentará jamás. Volviendo ahora a la cuestión del número, y dándole la vuelta a la pregunta: ¿qué habrá cambiado en el modo de traducir desde que cada vez somos más las mujeres que traducimos?

3

De la réplica de Jorge A. me quedo con una brillante observación que él convierte en paradoja o más bien en aporía: “...la conclusión es que la época dicta en gran parte el criterio de traducción. En ese sentido, hemos ido de la libre expresión del traductor –aunque estuviera enmascarado en letra pequeña en la página de los créditos y a veces ni siquiera fuese mencionado en la edición de sus traducciones– hacia la traducción que aspira a la mayor literalidad posible (digo esto yo, no Fondebrider, quede claro). Lo cual podría significar: de lo personal a la impersonalidad. Tarea, ya lo sé, imposible”. O sea, a la vez que luchamos denodadamente por salir del cono de sombra y reclamamos con ahínco nuestra parte (tanto moral como patrimonial, y totalmente merecida) de autoría, vamos derecho viejo a la invisibilidad física, no simbólica, es decir, la de la letra hecha carne, puesto que aspiramos a un ideal (imposible, nos recuerda Jorge A.) de literalidad, de fidelidad literal, de incorporeidad o, cuando menos, de disimulo fáctico, como si fuéramos doppelgängers anónimos que aspiramos, sin embargo, a tener un lugar en los créditos. Así, el traductor tendería a convertirse, según la moda actual, en un stuntman, un doble de riesgo, capaz de hacer acrobacias inverosímiles sin romper al mismo tiempo la ilusión de que quien las realiza es el actor protagónico, donde la acrobacia inverosímil consistiría en saltar al vacío entre una lengua y otra y no partirse la crisma y convertir la película en un video berreta de caídas desternillantes. 

La pregunta, entonces, es: ¿queremos o no queremos ser autores visibles de una obra nueva derivada de otra previa y ajena? Si peleamos por aparecer en portada, ¿no deberíamos aceptar que hemos puesto el cuerpo, en este caso las sucias garras, en una obra que, antes de nuestra escabechina, descansaba plácidamente en el vergel de su cultura de origen? Dice Jorge A., con toda razón, que tender a la impersonalidad es imposible; completo yo que no hay modo de hurtarle el cuerpo a una traducción y que toda traducción lleva indicios de nuestra osadía, incluso cuando creamos haber borrado con lavandina nuestras huellas dactilares (no escribiendo “capullo, follón, flipar o cutre”, por ejemplo, cuando y donde no corresponde o nuestro editor no nos lo demande). A modo de muestra, un botón, o toda una mercería, por caso: incluso si Jorge F. deseara fervientemente pasar desapercibido en sus traducciones y ser un neutro amanuense al uso, sigiloso y desapercibido, su manera de poner el cuerpo en ellas lo delataría indefectiblemente, pues no conozco a ningún otro traductor que sea capaz de triplicar o más el volumen del texto original o el traducido, tanto da, con un cuerpo de notas tan descomunal y exhaustivo. Si Jorge F. no firmara sus traducciones, sus notas lo delatarían vilmente. Ya que estamos en el terreno de las imágenes delictivas, Jorge F. sería como esos asesinos en serie que no pueden estarse sin dejar pistas, en clave o no, de sus crímenes, en una suerte de juego de ingenio entre él y sus eventuales captores, i.e., lectores.

4

Un último toque a la cuestión de la mejoración del original en las traducciones.  No hace falta ser devoto de Foster para entender que en toda traducción se opera una pérdida: lo que en el original, en el idioma original, eran “virtudes” o “activos”, en la traducción posiblemente aparezcan como “defectos” o “debes”, sobre todo en áreas tan sensibles como la sonoridad, el ritmo, el color, las vibraciones o resonancias (¡otra vez el cuerpo!). A la vez, a lo que Foster no alude en su célebre eslógan es a la ganancia que implica cualquier traducción: lo que antes sólo podía leerse en una única lengua ahora puede leerse casi igualen todas las otras. La traducción quizás no te lleve al mismo puerto pero sin duda te acerca mucho. ¿Qué pasa entonces cuando esa traducción no sólo te lleva a puerto sino que encima te hace pasar la aduana e incluso comprar algo en el free-shop? No creo que Baudelaire o Cortázar participaran de la misma moda; entre uno y otro la práctica profesional de la traducción ya había cambiado mucho.

No sabría decir si Baudelaire mejora a Poe o más bien lo lleva a su puerto. Y podría apostar que lo que movió a Cortázar a “mejorar” a Poe no fue tanto una cuestión estética, ni siquiera ética, sino de economía moderna:  respetar el ritmo perifrástico y a menudo exasperante de Poe le habría llevado muchos meses más de los que disponía y, a diferencia de Baudelaire, Cortázar vivía de esas traducciones, así que disfrazó con genio e ingenio sus tijeretazos como decisiones literarias y cortó a Poe por lo sano. ¿Lo mejoró? En cierto modo, si Baudelaire bodelerizó a Poe, Cortázar lo modernizó, lo metió en el mercado editorial, lo puso en valor de venta. Pero ambos, tal como ahora nosotros, entendían que estaban al servicio de Poe. Y me pregunto si las apropiaciones de los clásicos, o las de los renacentistas, o las de los barrocos, o las belles infidèles de los neoclásicos franceses o las chinoiseries de los románticos no operaban bajo la misma divisa corsaria y creían estar sirviendo, por encima de todo, a las fuentes originales. Hoy en día la idea de apropiarse o mejorar el original es anatema, pero para el lector vernáculo siempre será mucho mejor la peor de las traducciones a su lengua (incluso aquellas en las que Tom Cruise es condenado a vivir en Vallecas) que el más maravilloso de los originales en incomprensible lengua. Y si no les gusta, vayan a cantarle a Babel.

6 comentarios:

  1. Andrés no solamente pelea consigo mismo sino con el sentido de todo lo que lee. No sé por qué relaciona "impersonalidad" con "incorporeidad" , ¿La personalidad radica en las uñas o en la mente? ¿No puede ser corpóreo el distanciamiento, la borradura de los tics y ornamentos que pudiéramos considerar "personales" o demasiado locales? La interpretación en lugar de la traducción, digo, es un decir.

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  2. y por qué no, jorge A.? ojo que ud. mismo dice que relaciono los conceptos, no que los igualo o los tomo por sinónimos. en mi ecuación, a la que no lo obligo, faltaba más, detrás de la persona hay un cuerpo y, por tanto, detrás de la impersonalidad puede haber una no corporeidad. pero ello no obsta para que también acepte como cuerpo (cercenado) del traductor el distanciamiento, la borradura de tics, los ornamentos personales o locales. un cuerpo y sus circunstancias, por así decirlo, con todo el respeto y sin ánimo de chanza.

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  3. pido disculpas por aparecer como anónimo, no era mi intención: a más de incorpóreo, carente de nombre! reparo por este medio tal omisión: no soy otro que el tal andrés al que alude jorge A., a quien aprovecho para saludar calurosamente.

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  4. Andrés, contás con la protección de datos. Encriptado de extremo a extremo. Ahora, supongo que el cuerpo no lo has perdido a pesar de frecuentar tanto la internet y las "redes sociales". Y la verdad, insisto, tu discurso sobre el cuerpo es impertinente, en sentido literal. En este caso "no aplica". Sólo escribí contra la excesiva marca local en la traducción y la traducción "interpretativa". No creo que me alusión a la impersonalidad mereciera una reflexión foucaultiana, tan de onda. Mi saludo es tanto o más caluroso que el tuyo porque en el extremo sur hemos tenido un racha de altas temperaturas, incluso nocturnas. Reprimí y "cercené" mi cuerpo para que el calor no se transmitiera a las traducciones que estoy haciendo de poetas del círculo polar ártico.

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  5. querido jorge A., no sé a qué llamarás "tanto" (mucho, poco, un montonazo, nada?), pero tampoco es asunto mío. sí lo es, en cambio, mi discurso. o sea, mi discurso sobre el cuerpo. entiendo que preferirías que no utilizara ninguna parte del tuyo para "apuntalarlo"; no hay problema, retiro la alusión, que era más bien retórica, y chau pimpinela. no aludiré más a tu "cuerpo de traductor" cuando me de por aludir al mío. que se arregle solito. eso sí, no desearía ser el remoto corresponsable de que hayas tenido que cercenarte el cuerpo para no fundir a los árticos. bastaba con ir por la sombra. abrazo.

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  6. Muy gracioso. Como siempre. Cuando la discusión es insostenible siempre está a mano el ingenio. Vaya tranquilo, su cuerpo es luz para nosotros.

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