miércoles, 21 de febrero de 2024

Un escándalo bien francés (II)

(viene de ayer)

Lo que sigue es la segunda parte del artículo de María José Furió, publicado esta vez el 12 de febrero pasado, en la revista Vasos comunicantes, sobre el escándalo suscitado por la nueva traducción francesa de Mein Kampf, de Adolf Hitler, a cargo del traductor Olivier Mannoni.


Deconstruyendo Mein Kampf: Traduire Hitler, de Olivier Mannoni (II)

La vacuidad del mal
Mannoni dedica un espacio señalado a describir la dificultad de traducir la jerga nazi. La fidelidad en este caso no significa la literalidad porque a veces es obligado interpretar la falta de estilo literario de los textos, su inanidad incluso, en relación con la magnitud de los crímenes que organizaron y cometieron. Sorprende que se escandalice de la baja estofa de los principales responsables de la carnicería; quizá la explicación sea que durante cierto tiempo se tomó como modelo de líder nazi a Ernst Jünger, quien, antes de distanciarse del nazismo, dejó el testimonio de una mirada cruel servida con buena prosa y numerosas referencias cultas. Mannoni no edulcora su juicio sobre los líderes cuya obra, en diferentes géneros, ha tenido la oportunidad de traducir:

"La traducción de las fuentes, por lo que respecta a los agentes criminales del nazismo, supone siempre un recorrido malsano entre monumentos de banalidad, de locura, de violencia, de secreto. Esas fuentes apestan a las ciénagas negras del odio, del rencor. Traen a escena a unos hombres que nunca admitieron que sus carencias, de inteligencia, de brío o de competencias, fueron el obstáculo que impidió cumplir sus sueños, cosa que compensaron como pudieron organizando el exterminio de su prójimo. Goebbels, el escritor fracasado, se toma por Nerón y contempla el mundo, pergamino bajo su pluma, como si él fuese su maquiavélico señor. Himmler, ese castrador de pollos sin relevancia, ese pequeñoburgués ruin cuyos diálogos con su mujer habrían encontrado su sitio en un estudio de Simenon sobre la mediocridad, organiza con esmero el mayor crimen de la historia humana. Rosenberg, el antiguo indigente muniqués, el intrigante que se las da de estratega, permanece durante toda la guerra a la sombra de Hitler y de Ribbentrop, y termina organizando el pillaje de las obras de arte en Europa. La realidad del nazismo, la que encontramos en los textos de sus agentes, era también eso: la de unos individuos sin talento, sin grandeza, sin otro motor que el odio que alimentaba su ambición". (p. 16)

Sobre la obra de Hitler afirma que Mein Kampf no es, a fin de cuentas, más que un «Intento de puesta en escena wagneriana de un vagabundo que magnifica todo lo que ha hecho e intenta posar como gran pensador, intelectual y hombre del pueblo providencial». Su libro «expresa también la monstruosa frustración de un insignificante político fracasado que decidió reescribir su biografía civil y militar». En cuanto al estilo, está redactado en un «lenguaje delirante, describe una realidad ficticia, apuntalada con muchos silogismos y otros atajos que alimentaron una locura colectiva». Mein Kampf, como libro fuente, supone el mismo reto que los libros fundamentales del periodo: «Enfáticos, grandilocuentes, enrevesados, a veces crípticos, siempre embrollados y escritos con ese silbido típico de los textos nazis, esas mímicas autoritarias que se pretenden viriles y esos taconazos como punto final. Descubrir el sentido era todo un reto, trasponerlo en francés un desafío insuperable». Cuando empezaba a plantearse qué conviene hacer con este tipo de libros —dilema que puede plantearse así: aunque la tentación es dejarlos morir de su muerte natural, el olvido, ¿no es lo más sensato ofrecer una edición científica para especialistas?—, le llegó el encargo de traducir el tercer tomo de los diarios de Goebbels, también en edición crítica y anotada. Recordando su trabajo sobre esta otra versión de la lengua del III Reich, Mannoni equiparara la lengua del nazismo con la de Trump, y el impacto que causó la logorrea del norteamericano en medios acostumbrados a la coherencia discursiva, intérpretes de rueda de prensa incluidos. El traductor francés subraya que, si bien el antisemitismo es anterior a la Shoah, el exterminio no surge como ejecución de un plan trazado antes de la expansión nazi sino como una de las manifestaciones del poder absoluto que lograron. Precisamente sobre este asunto se manifestaba el historiador Ingrao para responder vehemente a Melenchon, después de que este enviara con mucha fanfarria una carta a su editor, también Fayard, exigiéndole que renunciara a publicar Mein Kampf y declarando que se negaba a codearse con el agente provocador de la mayor carnicería del siglo XX.

Los cincuenta últimos años de encarnizado trabajo de los historiadores, ilustrados por el advenimiento de la escuela funcionalista opuesta a esta escuela intencionalista que usted representa aquí de manera involuntaria, han demostrado que el Tercer Reich no fue la realización de un programa recogido por escrito en el aburrido libro del futuro dictador, sino que el genocidio constituyó la culminación de políticas incoherentes, obsesivas, llevadas a la incandescencia homicida por una mezcla de consideraciones ideológicas, logísticas, económicas y guerreras. Ni las fábricas de muerte ni los grupos móviles de asesinatos están prefigurados en Mein Kampf y es simplemente falso que se puede acceder a la realidad del nazismo y del Genocidio únicamente a través de la lectura del lamentable panfleto del preso austriaco. (p.26)

Y, como argumento definitivo en justificación de la edición crítica, sentencia: hay que mostrar a plena luz que «Hitler fue el revelador de una inmensa crisis política no solamente alemana, sino también europea». Mannoni es igualmente firme sobre la controversia: «La Shoah no está anunciada en ninguna parte en Mein Kampf, sin duda simplemente porque en 1924 no era siquiera un proyecto». Es «Un extenso panfleto que prepara el horror futuro».

Traducir un texto de mala calidad: por qué, cómo…
La experiencia de Olivier Mannoni en la traducción de Mein Kampf es ejemplar del traductor que debe lidiar con un texto de mala calidad. Es un tema que los profesionales han tratado con relativa frecuencia porque es una desgracia común del oficio. Un mal texto es incoherente, con un léxico pobre o inadecuado, una sintaxis primaria o mal articulada, una estructura inexistente o incompleta, es decir una lengua que sirve mal a las ideas, al argumento, a la recepción del texto. Cuando somos principiantes, reaccionamos al reto con estupor y un grado de ingenuidad variable que nos inclina por tal o cual estrategia, corroborada o corregida luego por el editor. En realidad, no hay una sola estrategia válida ni una única decisión correcta. Es sabido que hay traducciones que han mejorado un mal texto original y al revés. Con textos de no ficción, habitualmente se recomienda mejorar el estilo sin desvirtuar el contenido y es conveniente que a los principiantes se les abrevien las dudas: mejóralo pensando en el lector e informa con antelación al editor si no ha sido él quien te ha dado esta clave de supervivencia (personal y para tus neuronas). En otros casos, restituir un estilo que parece malo pero buscado por su autor —pensemos en esos escritores que huyen de «escribir bien»— es similar a traducir textos de vanguardia, donde lo fundamental no es operar sobre el léxico y la sintaxis sino sobre la semántica. Son textos cuyo sentido está más allá del significado. Esta es la experiencia que Mannoni traslada al lector de Traducir a Hitler.

«Traducir a Hitler es armarse contra sus epígonos contemporáneos»
Conocer el alemán del III Reich tras su prolongada frecuentación del periodo nazi le ayudó a conocer en qué consistía la manipulación del idioma, de tal envergadura que, acabada la guerra, un grupo de escritores, el luego célebre Grupo 47, llamó a unir fuerzas para refundar la lengua alemana, el alemán de la alta cultura. Mannoni da numerosos ejemplos de esa «malversación», que a continuación relaciona con la progresiva contaminación del lenguaje corriente, en francés y en otras lenguas europeas, de ideas y conceptos racistas y excluyentes que tienen su origen en el nazismo. Brilla en la demostración de las similares intenciones detrás de los discursos excesivos de Hitler y de Trump, una logorrea vehemente que incita a la violencia, primero verbal, luego física, que busca soldados para alcanzar el poder. La verbosidad no es, sin embargo, la regla entre los líderes del exterminio. Lo que vale para Hitler no vale para Rosenberg: «Esta prosa que pretende dar el pego como pensamiento tiene al menos el mérito de permitirnos comprender con qué habilidad el nazismo sabía propalar una abstracción hueca, la imagen adulterada, una ristra de frases inacabables para desplegar sus visiones ideológicas» (p. 36). A los ideólogos vacuos los acompañan también los escritores anodinos como Himmler, acerca del cual sentencia:

Estas líneas [de su diario], de una bobería sin límite, salieron de la pluma de Heinrich Himmler, Reichsführer, es decir del jefe supremo de la SS, jefe de policía, principal artífice de la política conocida como “solución final” y de la instauración de los campos de exterminio.

Que el estilo de Himmler carezca de vuelo retórico no significa que traducirlo sea pan comido porque, a pesar de su estupidez, fue el responsable de transformar la lengua alemana en un lenguaje codificado. Como paso previo a los juicios de Núremberg, vista la dificultad de comprender cabalmente los eufemismos criminales acuñados por los nazis, hubo que retraducir el alemán del III Reich a un «alemán corriente» antes de transponerlo al código jurídico; hubo que devolver el alemán a la realidad. «El idioma nazi no se contentó con infestar, retorcer y malversar la lengua alemana en provecho propio: también la convirtió en una herramienta de duplicidad cuidadosamente elaborada». Mientras los objetivos militares se comunicaron siempre de manera inequívoca, todo lo relativo a la supresión de libertades y medidas que condujeron al exterminio de opositores y judíos se envolvió en la opacidad, utilizando a su favor la polisemia de las palabras elegidas para enmascarar sus objetivos. Una polisemia que requería de un profesional bregado en la jerga nazi: «Los nazis supieron manipular los recursos del lenguaje para disimular primero sus intenciones y luego sus crímenes».

Hay un aspecto tan interesante como escalofriante: la conciencia que los jerarcas nazis tenían de la gravedad de sus actos y de las consecuencias que les depararían cuando vieron la derrota inevitable ante el avance aliado. Impresiona en el mismo sentido cómo tratan de ocultarse a sí mismos lo irreversible del crimen cometido y del castigo que les aguarda. Entre los eufemismos más determinantes está «evacuación» en lugar de «deportación» y «exterminio». El eufemismo tiene por compañera la omisión: no se habla de aquello que se hace, no se discuten las órdenes pero tampoco se menciona su contenido. Himmler es el maestro del eufemismo, del neologismo que enmascara el crimen imprescriptible. Mannoni lo sintetiza en una frase: «La descripción del monstruo está atrapada en la ganga de un lenguaje falaz».

Mein Kampf: Traduire Hitler es, en conclusión, un ensayo muy interesante por la reflexión en torno a los retos y decisiones que conlleva la retraducción de libros históricos, clásicos y los llamados libros fuente, así como por el análisis de las peligrosas consecuencias para la convivencia democrática que se derivan de la circulación de los discursos del odio sin el cortafuegos de una bien elaborada estrategia historiográfica y filológica. La expresión vehemente y plástica de las emociones disparadas por el contacto con la abyección de los textos de los jerarcas del nazismo, incluso en un profesional tan bregado como Olivier Mannoni, hacen la lectura amena además de informativa, rasgos de los que los lectores hispanos podrían disfrutar en una futura traducción del todo recomendable.

BIBLIOGRAFÍA

Olivier Mannoni, Traduire Hitler, editorial Héloïse d’Ormesson, Col. «Controverses», 126 páginas

Adolf Hitler, une biographie – L’ascension: 1889-1939, de Volker Ullrich, 2 vols., Gallimard, París, 2017.

Ernst Klee, La médecine nazi et ses victimes, Actes Sud, Arles, 1999.

Victor Klemperer, LTI, la langue du IIIe Reich, trad. Élisabeth Guillot, Albin Michel, París, 1996, rep. Pocket, 2013, p. 49. (Hay traducción en español: LTI. La lengua del Tercer Reich: Apuntes de un filólogo, Editorial Minúscula, Barcelona, 2001, trad. Adam Kovacsis.)

Entrevista con los responsables de la edición crítica: Marie-Bénédicte Vincent, Florent Brayard y Olivier Baisez, por Nathalie Peeters, Mémoire d’Auschwitz ASBL

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