La lexicógrafa Olimpia Andrés está a cargo de una obra singular que, seguramente, hará las delicias de los españoles (no de los hablantes de castellano del resto del mundo) y por eso es motivo de la siguiente entrevista, publicada por el periodista Luis Alemany, en El Mundo, de Madrid, el pasado 4 de junio. En su bajada se lee: "El Diccionario del Español Actual, una obra insólita hecha para describir el uso real de la lengua, llega a internet como un homenaje al ingenio de sus hablantes".
Olimpia Andrés, la mujer que "fotografía" el idioma español cada día desde 1970
Unas líneas de "Funes el memorioso", de Jorge Luis Borges: «Ireneo [Funes] empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran».
La lingüista Olimpia Andrés ha debido de desarrollar con los años una inteligencia borgiana que le permite hoy identificar los usos de las frases y las palabras con las que se encuentra en los periódicos y en los libros, reconocerlos como nuevos o, al menos, como anormales y, en ese caso, cotejarlos con otros textos que guarda en su memoria. Si, por ejemplo, Andrés lee Los vencejos de Aramburu y se encuentra que aparece la palabra «usufructo» pero no con el significado de un contrato mecantil sino como una relación amorosa ni comprometedora ni efímera, su cabeza se pone en marcha para recordar dónde más ha podido leer ese uso metafórico.
¿Por qué es importante esa asociación? Porque cada vez que Andrés da con dos textos (literarios, científicos o periodísticos) de autores diferentes que emplean un uso no convencional, éste entra en el Diccionario del Español Actual (DEA), la obra más sorprendente de todas las que describen el idioma español y ya accesible. El DEA ha estrenado su edición en internet gracias a la Fundación BBVA.
El Diccionario del Español Actual nació como proyecto en 1970 con el propósito de dar una foto fija del uso del idioma español en el periodo que fue de 1955 a 1975. Si los españoles de 1970 llamaban «arriba Eapaña» a los moños altos, alguien debía recogerlo así.
«En 1970 yo iba a solicitar una plaza de lectora en Francia. Se lo comenté a Rafael Lapesa, que había sido mi gran profesor y me dijo que no perdiera el tiempo, que me fuese con él a trabajar en el Diccionario Histórico de la Lengua. Entré como becaria el 4 de octubre y alí conocí a Manuel Seco, que me habló del DEA, que en parte es lo contrario del Diccionario Histórico. Me tentó varias veces y al final acepté. Y aún hoy le dedico todo mi tiempo, hasta que se me seca el cerebro después de seis horas seguidas de trabajo».
El DEA es ese diccionario en el que el verbo secar tiene una acepción como «Anular la eficacia del juego». Tuvo una primera edición en 1999 y dos ampliaciones hasta 2011, además de una derivada llamada Diccionario de Fraseología. Manuel Seco apareció siempre como director de la obra; Olimpia Andrés y su compañero Gabino Ramos fueron los coautores. Andrés también se acuerda del trabajo ingente de Carlos Domínguez y María Teresa de Unamuno. Después, Seco se murió, Ramós llegó a una edad en la que su prioridad debe de ser su salud, y Olimpia Andrés se quedó sola con la tarea de mantener vivo el Diccionario, y de digitalizar su método sin renunciar a la inteligencia analógica como guía de trabajo. Un diccionario no es un robot, explica.
Y todo, en un pisito de Ciudad Lineal, en Madrid, cuya biblioteca es significativa: hay diccionarios jurídicos en catalán, estudios sobre la brujería en Canarias, celtiberias de Carandell, novelas de Ferlosio, de Laforet, de Matilde Asensi, un libro de Lorenzo Caprile sobre bodas... Al ver la colección, se entiende que el oficio de lexicógrafo está basado en un trabajo muy metódico hasta el límite pero que su conocimiento se derrama por la realidad con alegría. «Lo que no soy es una coleccionista de rarezas, de sellos inencontrables. El lenguaje que aparece en el DEA está vivo», explica.
Una metáfora más para acabar: «Hay artículos del DEA que son como una catedral por su complejidad».
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