El escritor mexicano Hermann Bellinghausen firma en La Jornada Semanal, de Mèxico, la siguiente reseña a las traducciones completas del inglés de su compatriota Juan Tovar, recientemente aparecidas por los sellos El Puente-Unam, de México. La nota fue publicada el pasado 17 de noviembre Literalidades de Juan Tovar: Traducir poesía inglesa de alto riesgo
Literalidades. Traducciones de poesía, de Juan Tovar (1941-2019), su consistencia y consecuencia con los autores que trabaja ‒Gerald Manley, Hopkins, Malcolm Lowry, Ted Hughes y W. B. Yeats‒ habrán de despertar el entusiasmo del lector de poesía, tal y como aquí se plantea y espera. Para ello, el traductor ha elegido como método “la sobriedad del equilibrio, la penetración perceptiva y desapasionada que busca traicionar lo menos posible unos versos muy demandantes”.
Cuando lo colateral, lo marginal en la obra de un autor relevante se vuelve en sí mismo otro centro, un aporte literario sin relación evidente con su quehacer en géneros o especialidades por los cuales se le conoce y caracteriza. La publicación de Literalidades. Traducciones de poesía, de Juan Tovar (El Puente-UNAM, México) representa un regalo para cualquier lector de poesía. Reúne las diversas colecciones de autores modernos en lengua inglesa que publicó en vida, todas recibidas con aprecio crítico y la gratitud de los lectores profanos. Por lo tanto, la reunión en un solo volumen de las antologías tovarianas de Gerald Manley Hopkins, Malcolm Lowry, Ted Hughes y, principalmente, W.B. Yeats, significa un acontecimiento y una confirmación.
Narrador, dramaturgo y traductor
Juan Tovar (1941, Puebla-2019, Tepoztlán) es el narrador brillante y claro que avanzó hacia el teatro de manera natural hasta volverse uno de los dramaturgos mexicanos más prolíficos y bien representados en las pasadas décadas. Escribió unas treinta y cinco obras dramáticas, originales y adaptaciones, escenificadas en escuelas tanto como montadas por Ludwik Margules (varias), José Caballero, Luis de Tavira o Beatriz Novaro. Este espectro teatral y sus novelas componen la obra de la que quiso ser autor. Una suerte de novela, Criaturas de un día, fue reescrita y publicada cuatro veces (1984-2009).
Pero desde su juventud, como sucede en ocasiones con los narradores, estableció una relación amorosa con la poesía, digamos que desinteresada, como lo es para los verdaderos lectores de poesía, sin más pretensión que el amor al arte y la lengua. De ahí extrajo Tovar el impulso para realizar estas reescrituras “literales” de formidables e irresistibles poemas escritos por británicos entre el fin del siglo XIX y el largo siglo XX, que forman el meollo de Literalidades.
En su presentación, la poeta Elsa Cross se pregunta “cuándo hizo Juan estas traducciones” si tal ejercicio no formaba parte de su trabajo, ni siquiera como traductor (ciertas traducciones suyas “de oficio”, como Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castaneda, están mejor escritas que el original). Para Cross, el esfuerzo “brotó acaso del puro deseo y entusiasmo”.
Ahora, ¿por qué un título tan poco atractivo como Literalidades? Lo explica la prologuista, quien conoció a Juan Tovar de vida y obra:
“Quiere decir fidelidad a los poemas, y va mucho más allá de la fidelidad sólo a la letra, pues capta también integralmente el espíritu” de los autores. Impactan a Cross las penetrantes lecturas de Tovar. Es desde el mundo interior de los poetas que los ve y traduce, “y es lo que parece tener prioridad sobre cualquier otra cosa, dando con la cadencia, el tono, el ritmo justos, dentro de lo difícil que es traducir poesía del inglés al español”. La tarea principal se vuelve “mostrar esos mundos diversos, hacerlos presentes en toda su intensidad, su delicadeza o su filo”.
Además de los cuatro poetas centrales, Literalidades incluye versiones aparecidas en revistas y suplementos desde 1970 de Shakespeare, Shelley, Graves, Dylan Thomas, Southwell, Holt. También de los estadunidenses Pound, cummings y Williams, y por ahí se le cuela Ungaretti. No se consideran las letras de rock que publicaba en versión bilingüe con José Agustín a fines de los años sesenta y principios de los setenta, especialmente de Bob Dylan. El volumen incluye los textos originales, lo que transparenta los poemas escritos en castellano por Tovar. Tal práctica viene de sus versiones de rock, que proporcionaban las letras de las canciones que los chavos coreaban de oído.
De Hughes a Hopkins et al.
La aparición de Símbolos en 1977, una amplia e impresionante antología del irlandés W. B. Yeats, en Ediciones Era, causó sorpresa en el ámbito hispánico. Tovar mostraba comprensión profunda de un poeta complejo y contradictorio. Logró un verdadero retrato de Yeats en sus propios versos, bajo la pauta de un excelente ensayo como prólogo; transmitió los fervores de aquel irlandés brillante, inquieto, en ocasiones exaltado, casi siempre sabio, incluso cuando lo arrebatan misticismos y atavismos célticos o cristianos.
En 1981, Tovar hizo para la UNAM un cuadernillo, entonces no bilingüe, con poderosos poemas de Ted Hughes (Material de Lectura 170, Poesía Moderna). Allí nos acercaba al laureado pero controversial nuevo poeta nacional del Reino Unido, vinculado para siempre con la obra y la muerte de su primera esposa, la notable Silvia Plath. Ello orienta al traductor hacia las lúcidas consideraciones de A. Alvarez en su gran ensayo sobre los poetas suicidas, El dios salvaje.
Después de esta serie, nadie esperaba el tour de force que significó El terrible cristal (El Tucán de Virginia, 1989), audaz exploración en el apenas traducible Gerald Manley Hopkins, aquel jesuita en vida inédito que transformó la poesía victoriana, alimentó la vanguardia y planteó un rompecabezas a la crítica. El irrepetible Hopkins se atrevió a una radicalidad lingüística comprable a la de nuestro César Vallejo.
Nuevamente, Tovar acomete la escritura de su autor como un recorrido por la existencia interior del poeta, desde la juventud hasta su escritura última, religiosa pero en una osada escala verbal. Hopkins se corresponde, en su unicidad, con Emily Dickinson. Dos poetas secretos en total libertad ante el lenguaje. Al centro de El terrible cristal aparece desde luego “El naufragio del Deustschland”, célebre y viajadísima elegía por encargo en honor a cinco monjas franciscanas que se ahogaron en el mar. Libre y literal, Tovar se atreve a palabras castellanas que los poetas temerían usar. Las necesita para un autor tal, escribe Tovar, que “dice en su manejo del idioma, tantas cosas más allá de las palabras que cualquier traducción será aproximada y parcial, cuando no flagrante traición”.
En un pie de página admite haber compulsado las versiones de “El naufragio del Deutschand” realizadas por Salvador Elizondo (traductor de quimeras) y Edison Simons. “Debo decir que más bien me han servido de escarmiento, pues en alto grado representan respectivamente, la Escila de la libre invención y la Caribdis de la literalidad insensible”. Define así su propio método, elige la sobriedad del equilibrio, la penetración perceptiva y desapasionada que busca traicionar lo menos posible unos versos muy demandantes.
La última trans-sustanciación (término propuesto por David Huerta) de Tovar fue México y otros infiernos, una muestra de la poesía de Malcolm Lowry, quien para su propia desesperación era más bien narrador, aunque dueño de una prosa a la altura de la poesía, bajo el estigma inmortal de Bajo el volcán, novela escrita/vivida a las faldas del mismo Popocatépetl en territorio morelense donde Tovar fraguó su última antología para la colección La Sombra del Viajero (Instituto Morelense de Cultura, 2011).
Nos invita a diversas estaciones del calvario al fondo de la desesperación y el tormento de Lowry en su descenso a los círculos del Infierno, “crucificado entre dos continentes”. No olvida la “noche espantosa” que vivió en un calabozo de Oaxaca donde tiritaba “el niño alcohólico”. Tovar incluye “Para Bajo el volcán”, poema de una furia que se agudizará tras la publicación de la novela, cuando Lowry vive el éxito como “un horrible desastre”. No lo soporta: “La fama, como un borracho, consume la casa del alma”. Padece días terribles en Nueva York y Canadá, pero el infierno favorito de Lowry es México, donde la amenaza y la tragedia además lo excitan. Adelanta varias veces su muerte en Cuautla, Cuernavaca, Oaxaca, y sobre esa huella camina Juan Tovar a paso firme en sus propios zapatos.
Colegas: otros autores/traductores
En esta compilación de autores arriesgados, Lowry resulta el más demandante, pues su poesía batalla tanto que desafía al canto y la razón. Tovar opta de nueva cuenta por el punto medio entre invención y literalidad: “He tratado de seguir en buen castellano la corriente de conciencia del poeta, el hilo de su embriaguez, la sintaxis de su espíritu tortuoso y entrañable, que a fuerza de obsesión se adentra en mares ignotos y algo, al cabo, saca en claro”.
Toda literatura, antigua o moderna, se debe en parte a sus traducciones. El Siglo de Oro español produjo algunas de sus mejores páginas en los hurtos de Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz y Francisco de Quevedo. La poesía mexicana conoció a lo largo del siglo pasado hazañas y labores muy esmeradas. Desde Jardines de Francia de Enrique González Martínez y los asedios eruditos de Alfonso Reyes hasta las misceláneas Aproximaciones de José Emilio Pacheco, pasando por las traslaciones de los Contemporáneos, Octavio Paz, Jaime García Terrés, Gabriel Zaid, Isabel Fraire, Tomás Segovia, Guillermo Fernández, Elisa Ramírez Castañeda, o bien los clásicos de Rubén Bonifaz Nuño y su peculiar literalidad. Tenemos la constancia admirable de Francisco Cervantes, lusitano honorario. Resulta central la antología de traducciones reunida por Marco Antonio Montes de Oca en El surco y la brasa (1974).
Los siguieron José Luis Rivas (Perse, Schehadé, Walcott, Eliot), Pura López Colomé (Heaney, Brecht, Enzensberger), Francisco Torres Córdova (Elytis y los modernos griegos), el Auden de Luis Miguel Aguilar y José Joaquín Blanco, los beatniks de José Vicente Anaya, el Yehuda Amijái de Claudia Kerik, las caligrafías chinas de Adolfo Castañón, el reciente Wallace Stevens de Hernán Bravo Varela. Y, en fin, la inagotable asignatura nacional que ha representado T. S. Eliot: nuestras varias “Tierras baldías”, los obsesivos asedios de Pacheco a los Cuatro cuartetos, o bien la consideración crítica desde acá de Pedro Serrano.
Un justo sitio en esta corriente alterna de la poesía mexicana lo ocupa el “no poeta” Juan Tovar. Con silencioso heroísmo y rigurosa fidelidad, Literalidades constituye, ante todo, una hermosa experiencia poética. Es así como habrá de leerse.
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