martes, 23 de septiembre de 2025

Un recuerdo para Tatiana Gnedich

"Confinada, vigilada y condenada, Tatiana Gnedich transformó el cautiverio en hazaña literaria: traducir el Don Juan, legado que la consagró como traductora." Tal es la bajada de la nota publicada por Christopher Domínguez Michael, el pasado  14 de septiembre, en El Unviersal, de México.

La traductora de Lord Byron, presa

Son innumerables las obras de arte realizadas bajo el totalitarismo del siglo XX, pruebas de resistencia donde el amor a la belleza y el dominio de la víctima sobre su libertad artística e intelectual, acabaron por perdurar, imponiéndose a sus verdugos. Dos ejemplos se me vienen a la cabeza: la composición del inusual cuarteto del francés Olivier Messiaen (1908–1992), quien cayó preso de las tropas alemanas en 1940. Entre los prisioneros en el campo donde fue recluido, había un chelista, un violinista y un clarinetista, y con Messiaen al piano, el cuarteto fue compuesto por él mismo para los instrumentos allí disponibles y estrenado en el mismo campo, el 15 de enero de 1941, en uno de los momentos más emocionantes en la historia de la música occidental. El Quatuort pour la fin du temps, compuesto por un prisionero católico, es una extraña obra maestra, tanto por lo que se escucha, como por el peso de las condiciones en las que fue compuesto, acaso sólo equiparables, en una situación distinta, a las sinfonías de guerra de Dmitri Shostakóvich.

Recuerdo también las conferencias sobre Marcel Proust dadas, desde otro campo de prisioneros, pero en la URSS, por Józef Czapski (1896–1993), uno de los pocos oficiales polacos sobrevivientes de la matanza de Katyn en 1940. Dice el propio Czapski, quien redactaba exactamente mientras Messiaen componía su cuarteto confinado en la Baja Silesia: “Este ensayo sobre Proust fue dictado el invierno de 1940–1941 en un frío refectorio de un convento que nos servía de comedor de prisioneros en Grazowietz, en la URSS. La falta de precisión de estas páginas se explica por el solo hecho de que yo no poseía ningún libro referido a mi tema. […] Yo pensaba entonces emocionado en Proust, que se habría sorprendido mucho al saber que unos prisioneros polacos, tras toda una jornada pasada en la nieve y el frío, escucharan con intenso interés la historia de la duquesa de Guermantes, la muerte de Bergotte y todo aquello de lo que yo podía acordarme de esos mundos de preciosos descubiertos psicológicos y de belleza literaria” (Proust contra la decadencia, 2012).

Un tercer ejemplo. Tatiana Gnedich (1907–1976), también sobrevivió a los rigores totalitarios y a la Segunda Guerra Mundial, muriendo en Tsárskoye Seló –la ciudad de Pushkin– cerca de San Petersburgo, tras la prisión y el Gulag, según cuenta Efim Grigoriévich Etkind (1918–1999) en La traductrice, el relato de la vida y penurias de la traductora del Don Juan, de Lord Byron, al ruso.

Etkind, discípulo y colega de Gnedich, merece unas palabras. Filólogo y teórico de la traducción, traductor él mismo de poesía europea al ruso, fue corresponsal de Andréi Sarajov, defensor público de Solzhenitsyn, dio su testimonio a favor de Joseph Brodsky en 1964 y participó en la edición en samizdat –publicación artesanal clandestina– de las obras del propio Brodsky, Premio Nobel en 1987. Expulsado de la URSS en 1974 se refugió en Francia donde fue uno de los coautores de la monumental Histoire de la littérature russe (1988), donde cada una de las páginas críticas escritas por Etkind son una joya de erudición y empatía.

Gnedich era la bisnieta de Nikolai Gnedich (1784–1833), el primer traductor al ruso –en hexámetros dactílicos– de la Ilíada, considerada una obra maestra de la lengua que pocos se han atrevido a tocar. Apasionada de la literatura inglesa, con un francés fluido, Tatiana nunca salió de su país a pesar de haber sido arrestada en 1945, acusada de estar “en inteligencia con el enemigo”, porque la traductora de Lord Byron se denunció a sí misma. Se arrepintió de solicitar su ingreso al Partido Comunista de la Unión Soviética por considerarse moralmente inconsecuente. Sorprendidos, quienes la estaban afiliando, le preguntaron por qué y ella confesó haber hecho algunas traducciones para la embajada inglesa con el ánimo de obtener una beca para estudiar en Londres. Pronto se dio cuenta que esa sola ilusión calificaba como traición a la patria. Los comisarios encuestadores estuvieron de acuerdo y fue condenada a diez años, pero apareció un Barba Azul –arquetipo de quien secuestra mujeres– quien pudo retrasar dos años su viaje al Gulag.

Resulta que su carcelero en la prisión de Chpalernaia era hombre letrado y conocía bien a Lord Byron y a su Don Juan. Permitió que Gnedich culminara su trabajo. Ella afirmaba saberse de memoria el poema. Incrédulo, el carcelero le dio unas hojas de papel y le pidió que escribiese el canto IX, el dedicado a Catarina II. Al día siguiente, la prisionera se lo leyó y el carcelero empezó a reírse de nervios. Le dijo que se merecía el Premio Stalin –Etkind anota que ese era el parámetro mayor para aquel buen hombre– y le consiguió la mejor de las celdas, con algunos diccionarios y las versiones de Lord Byron que pudo conseguirle.

Terminada la traducción del Don Juan en dos años, Gnedich fue convocada por su guardián y acusada formalmente de haber echado a perder la única máquina de la cárcel, motivo suficiente para que reanudase su viaje al Gulag. Antes, el carcelero le pidió tres copias de su traducción. La primera la guardó en la caja fuerte de la cárcel y la tercera se la dio a Gnedich, para que le sirviese de “salvoconducto”. La segunda, muy probablemente, se la quedó este Barba Azul byroniano, demasiado cultivado como para sobrevivir a la siguiente purga. Ella nunca se separó de su traducción que llegó a apestar tanto como las barracas del Gulag, según Etkind. Gnedich fue rehabilitada en 1956 y murió como una de las grandes traductoras rusas.

Libre, en Occidente desde los años setenta, Etkind decidió contar la historia de Gnedich en un breve relato, La traductrice, en la versión francesa de 2018, traducida del ruso por Sophie Benech. Cuenta el filólogo que cuando por fin se puso en escena, en 1976, el Don Juan traducido por ella, a la hora de los aplausos para el rol protagónico (Voropaïev), el director de la obra, Nikolay Akimov, llamó a subir al escenario a una dama con aspecto monjil, “encorvada, infinitamente cansada que apartaba la mirada del público, al parecer avergonzada mientras los asistentes se ponían de pie, el parterre incluido y redoblaban sus aplausos. Pero la sala enmudeció de pronto al ver vacilar a la mujer de negro y desplomarse en los brazos de Akimov, quien acabó por cargarla”. Gnedich había sufrido un infarto.

Etkind se preguntó si el público que pedía que subiese a la escena “el autor” en aquel año de 1976, sabedor de que Lord Byron había muerto en 1824, no quería aplaudir a la indomable traductora a la que se le fue la vida traduciendo el Don Juan, quien junto a Akimov, todavía lo adaptó para la escena, pues lo requiere ese enorme poema dramático.

Cuando le preguntaban a Tatiana Gnedich como había sobrevivido tantos años a solas con su Don Juan, dijo que sólo recordaba los versos que Pushkin le dedicó a su lejano ancestro: “Largo tiempo a solas con Homero has estado/ Largo tiempo hemos esperado a que regreses/ De misteriosas cimas al fin has descendido/ con tus Tablas de la Ley grabadas en piedra”.

lunes, 22 de septiembre de 2025

"Vender por Mercado Libre no es negocio"


El pasado 17 de septiembre, Daniel Gigena publicó en el diario La Nación, de Buenos Aires, una nota en la que se habla del aumento de ventas de libros vía Mercado Libre. En su bajada se lee: "La tendencia progresiva en alza, el efecto Eternauta y las quejas de los libreros, que protestan por las comisiones que impone la empresa".

Aumentó más de un 40% la venta de libros en Mercado Libre: el impacto puertas adentro de la industria editorial

En una temporada difícil para el sector editorial, la empresa Mercado Libre (Meli) informó un aumento en las ventas de libros de un 41% respecto de 2024, un año que será recordado como uno de los peores de la década para el mercado editorial. “Se destacó en el mes de marzo, con la vuelta al colegio. Y hubo un boom de ventas de El Eternauta, con el lanzamiento de la serie de Netflix”, confirmaron desde la empresa a La Nación. Sin embargo, la comercialización de libros representa aproximadamente el 1% de la facturación total de Meli.

Año a año, librerías y editoriales aumentan sus ventas a través de Meli, pero el margen de ganancia disminuye. “Mercado Libre se transformó en una referencia ineludible a la hora de comprar: se venden más celulares, más sillas, más mesas y también más libros -dice el editor Juan Manuel Pampín, presidente de la Cámara Argentina del Libro (CAL)-. Nosotros seguimos defendiendo el canal tradicional de venta, que son las librerías, y logramos que Mercado Libre respete la ley 25.542 de defensa de la actividad librera que establece que todos los libros, en cualquier lugar del país, deben venderse al mismo precio”.

Para los libreros, las condiciones impuestas por la empresa son “leoninas”: además de una comisión que va del 13,5 al 18% sobre el precio de venta al público, la empresa obliga a las librerías a pagar el costo del envío (si el comprador no retira el ejemplar de la librería), un cargo que ronda el 5 %. Sumados ambos, el porcentaje con el que se queda ML es del 23% del precio de venta. Esto disminuye el margen de ganancia de los libreros, que se ubica entre el 35 y el 45%.

En el caso concreto de la venta por Meli de un ejemplar de la novela Los llanos (Anagrama), de Federico Falco, que cuesta $ 33.400, una librería debió abonar una comisión de $ 4509 y gastos de envío (gratis para el comprador) de $ 5736, además de $ 200 de impuestos. De la transacción, el librero obtuvo $ 22.954.

Una causa del aumento de ventas de Mercado Libre es que las librerías pequeñas o de las provincias no tienen todos los libros de todas las editoriales que quisieran, lo que lleva al cliente a buscarlo en la plataforma -dice Axel De Lisa, gerente comercial de la cadena Estación Libro-. Además de las comisiones, los libreros tenemos el problema de los costos de los medios de pago, que mayormente son electrónicos, y el IVA que todavía pagan las librerías. Y si adherimos a un tipo de promoción que implica algún reintegro o cuota con los bancos, el panorama es terrible. Encima ahora ML sacó un abono para el cliente, con descuentos en envíos, que traslada el costo de la logística a las librerías”.

Ecequiel Leder Kremer, de librería Hernández, confirma la mayor participación de Meli en las ventas de libros. “Pero esto no ha expandido el mercado; Mercado Libre ha ido adueñándose de una parte cada vez mayor -señala-. En 2022, era un 36%; en 2023, un 38%; en 2024, un 44% y ahora más del 50%. Pero la venta no creció; solo se recuperó un 14% de la caída de 2024 que fue un año muy malo”.

Aquello que en la pandemia se consideraba un “socio estratégico” del sector editorial hoy se ha vuelto un competidor con poder para fijar las reglas de juego.

Vender por Mercado Libre no es negocio, pero al mismo tiempo no te podés bajar de ahí -concluye-. La empresa hizo un gran aporte a nivel logístico y llega a localidades donde no hay librerías, y le ha dado al comprador cierto poder. Estamos ante una empresa que a veces tiene acciones de carácter depredatorio, muy bien organizada y con mucha tecnología, y en la que algunas editoriales venden con condiciones que las librerías no podemos empatar”.

En este contexto, Christian Rainone, presidente de la Fundación El Libro, contó a La Nación que recientemente mantuvieron una reunión en la que Mercado Libre presentó esta evolución de las ventas en el orden del 40%. “Nos sorprendió porque es bastante mayor de la que hay en librerías, en los canales tradicionales”. En el encuentro se trató el mencionado tema del precio único del libro y la problemática de las copias ilegales, para combatirla. “Sabemos que Meli tiene un acuerdo con CADRA en este sentido”, explica.

“Tenemos que trabajar juntos en estos temas y desde la Fundación El Libro me gustaría generar un espacio de diálogo donde también podamos incluir capacitación para que se respeten las leyes y las normas de nuestro sector, y así se pueda vender tranquilamente por Mercado Libre y aprovechar el carácter federal que tiene, que nos permite llegar a lugares en donde aún no está presente el canal tradicional, es decir, las librerías -sostiene Rainone-. Ellos tienen algoritmos que están dispuestos a compartir y trabajar juntos para ordenar el mercado. Es una realidad que hoy tiene el sector y que tiene que ser admitida, tenemos que aprovechar lo positivo: el federalismo y que con su plataforma el libro llega a lugares que tal vez sin Mercado Libre no llegaría”.

El caso de Buscalibre
La librería online Buscalibre comunicó un aumento del 30% en la venta de libros, en comparación con 2024; los títulos más vendidos fueron de ficción, infantiles y juveniles, novelas gráficas y cómics y vinculados con salud y desarrollo personal. Las regiones más compradoras fueron la provincia de Buenos Aires, la ciudad de Buenos Aires y las provincias de Córdoba, Santa Fe, Mendoza y Río Negro (en ese orden).

Desde la librería online atribuyeron el crecimiento a la apertura de importaciones de libros impulsada por el Gobierno. “Al operar en varios países, tenemos un catálogo de libros del exterior muy grande, y la desregulación hizo que podamos hacer mucha fuerza con esos libros; eso nos trajo un crecimiento en volumen tanto en los libros de afuera y además en los libros nacionales porque ese crecimiento se trasladó a todo tipo de libros”, dice a La Nación Tomás Meabe, country manager de Buscalibre Argentina.

viernes, 19 de septiembre de 2025

Una nueva versión argentina de la poesía de Dylan Thomas que se suma a las tres ya existentes

"Poeta de lo oral y lo visual, de las sensaciones y atmósferas más diversas pero también de símbolos y metáforas siempre sorprendentes, complejo pero no inaccesible, Dylan Thomas es una de las grande figuras de escritor que rebalsó lo estrictamente literario para entrar en el panteón de las celebridades. En este contexto es bienvenida la propuesta de volver a transitar sus textos. Poesía completa 1934- 1952 reúne noventa poemas en flamante traducción de Patricia Ogan Rivadavia y Esteban Moore para esta edición de El cuenco de plata. Un festival de la lengua y la palabra, más allá del mito, más allá de la leyenda." Tal es la larguísima bajada de Demian Paredes que precede el artículo ad hoc, publicado en Radar Libros, del diario Página 12, el pasado 14 de septiembre.

La Poesía completa de Dylan Thomas en flamante traducción argentina

En su serie de comentarios a “La tarea del traductor” de Walter Benjamin, el filósofo Antoine Berman señaló que, si el destino de una obra literaria es la de ser traducida, el destino de la traducción será el de la “sustitución” o el reemplazo por otra. Y esto por la compleja razón de los cambios y “expansiones” -y también, consideremos, pueden darse contracciones, empobrecimientos, estancamientos- del idioma. Pasan las décadas, y la lengua viva de una sociedad se modifica, abandona y olvida palabras, recupera otras, inventa, “cruza” y combina idiomas, lanza expresiones, las instituciones hacen lo suyo, etc. Por ello, para que una obra literaria perviva -para que se mantenga en circulación, para que continúe siendo leída-, además de “desbordar” el lenguaje en su idioma original y su contexto histórico, debe contar, también, con la noble y ética tarea de la traducción. Es decir, su renovación, una “re-traducción”, cada cierto número de años.

Dylan Thomas, por su parte, es un autor bien conocido por el público de habla castellana. Están las colecciones de cuentos El visitante y otras historias y Retrato del artista cachorro, publicadas por los sellos españoles Bruguera y Seix Barral, como también obras publicadas en Buenos Aires: la novela Con distinta piel, por Jacobo Muchnik Editor, el mitologizante Yo conocí a Dylan Thomas, de John Malcolm Brinnin, por Fabril Editora, y un gran volumen de develadoras Cartas, publicado por De la Flor, con traducción de Pirí Lugones (toda una personalidad editorial, como Muchnik, de importante trayectoria en la historia y la cultura argentinas). Otros trabajos menores e inconclusos, como El doctor y los demonios -un guion cinematográfico- y Bajo el bosque lácteo -una “obra a voces”- se tradujeron y continúan traduciendo. Y también, porque es lo esencial de Dylan Thomas, se tradujo y se traduce su poesía. En tal sentido, El cuenco de plata ha publicado Poesía completa 1934-1952 de Dylan Thomas, con flamante traducción de Patricia Ogan Rivadavia y Esteban Moore. A diferencia de un trabajo anterior, publicado a comienzos de la década de 1970 por la poeta Elizabeth Azcona Cranwell, esta nueva traducción, realizada en tiempo y contexto presente, cuenta además con la ventaja del medio siglo transcurrido, en el cual se conocieron nuevos datos e informaciones sobre Thomas -por ejemplo, en libros y documentales-, al mismo tiempo que combina una labor a cuatro manos, con la sensibilidad y el background de cada integrante de la dupla: Ogan Rivadavia como profesora y traductora, y Moore como poeta, ensayista y traductor.

Se habla aquí, por supuesto, de un artista que rebasó, en el corto e intenso tiempo que vivió (1914-1953), los límites de su oficio, para brindarse en lecturas, por radio y en presentaciones en vivo, influenciando y motivando a toda clase de artistas con el correr de las décadas, como Philip Larkin -quien ajustó su propia poética tras leer a Thomas-, Bob Dylan -quien tomó el nombre del poeta como apellido para componer su “nombre artístico”-, John Lennon -quien leía al poeta para inspirarse y luego lanzarse a escribir canciones para los Beatles, según recordara Paul McCartney-, y los poetas Beat Jack Kerouac y Allen Ginsberg. Es un artista altamente valorado por poetas como Paul Muldoon, Marianne Moore y Kenneth Rexroth, y vale recordar que Igor Stravinsky -con quien quedó una colaboración trunca, por la muerte de Thomas- compuso la obra musical In Memoriam Dylan Thomas (1954). Y, muchísimo más acá en el tiempo, en 2024, se lanzó el álbum musical Lamentations, del hiperprolífico compositor y saxofonista de vanguardia John Zorn. Con la interpretación de tres grandes guitarras del mundo, Bill Frisell, Gyan Riley y Julian Lage, la obra se compone de cuatro piezas tituladas como poemas de Thomas, quien además aparece dibujado/esbozado en la portada, completa e inmaculadamente blanca: “With Blinding Sight”, “Clown in the Moon”, “Do Not Go Gentle Into That Good Night” y “Close of Day”. Como escribieron Ogan Rivadavia y Moore en su prólogo, “es una influencia que atraviesa lenguas y fronteras”.

La leyenda del santo bebedor
Otra conexión con el poeta que puede traerse a cuento: lo que escribiera el chileno Roberto Bolaño al comienzo de su “declaración autobiográfica” ante el otorgamiento del premio Rómulo Gallegos, en 1999, por su novela Los detectives salvajes: “Nací en 1953, el año en que murieron Stalin y Dylan Thomas. En 1973 estuve ocho días detenido por los militares golpistas de mi país y en el gimnasio en donde tenían a los presos políticos encontré una revista inglesa con un reportaje fotográfico de la casa de Dylan Thomas en Gales. Yo creía que Dylan Thomas había muerto pobre y la casa me pareció magnífica, casi como una casa encantada en medio del bosque. No había ningún reportaje sobre Stalin. Pero esa noche soñé con Stalin y Dylan Thomas: ambos estaban en un bar de Ciudad de México, sentados a una mesa pequeña y redonda, una mesa para echar un pulso, pero ellos no echaban un pulso sino que competían para ver quién de los dos aguantaba más bebiendo. El poeta galés bebía whisky y el dictador soviético vodka. A medida que el sueño transcurría, sin embargo, el único que parecía cada vez más mareado, cada vez más al borde de la náusea, era yo”.

El siempre hilarante Bolaño se hace eco, como al parecer continúa haciéndose en artículos y libros actualmente, año 2025, de Thomas como “poeta maldito”, dionisíaco, “del exceso”, o más sencillamente un alcohólico. De ahí la leyenda de los 18 whiskys bebidos antes de enfermar y padecer delirium tremens, caer en coma y fallecer a los pocos días, a los 39 años, durante una gira en los Estados Unidos. Entre otras desmentidas, se encuentra el documental Dylan Thomas, de la tumba a la cuna (2003), de la BBC, en donde se buscan -y no se encuentran- pruebas ni testigos de los supuestos continuos excesos, apostando por la hipótesis más plausible, la de una combinación de nefastos azares: el poeta padecía una diabetes mal diagnosticada y tratada, a lo que se sumaron un cansancio atroz esos últimos años recorriendo durante varios meses Estados Unidos, en exigentes giras, con performances agotadoras, más una neumonía, y, posiblemente, una mala praxis con diagnósticos equivocados y sobredosis de morfina; todo ello habría sido lo que terminó con su vida tan tempranamente. Por supuesto, el mismo Thomas utilizó con risa en sus prosas los temas del bar, el alcohol y la borrachera y de las suyas, reales, habla, también, en algunas cartas. Todo esto hace a un perfil de un personaje que puede muy bien combinar con su arte, donde se puede encontrar cierto carácter mayestático en sus largos versos, vital y “oscuro” al mismo tiempo, en cuanto a densas metáforas, lo que hace su poesía atrayente; abre una dimensión de enigma, entre otras tantas que posee.

Poeta de lo oral, de agudos ojos y oídos, Thomas siempre fue, como confesó en un texto que se conoce como “Manifiesto poético”, un “enamorado” de la palabra, y de cada letra habida y existente. De ahí que lo único verdaderamente importante sea leer, releer y valorizar su poesía: piezas con sorprendentes símbolos, imágenes y metáforas, donde el primer verso generalmente funciona como título: entre otros “Un proceso en el clima de mi corazón”, “Si me hiciera cosquillas el roce del amor”, “Me hice colega del sueño”, “La semilla en punto cero”, “El dolor, ladrón del tiempo”, “Acaso porque el ave del placer silba”, “En mi oficio u hosco arte” y “No entres mansamente en esa noche bondadosa”, por mencionar sólo un puñado.

Una poética del símbolo
De vivencias singulares -su padre, al enseñarle a leer, lo hacía con Shakespeare, pese a las dudas y reparos de otros familiares-, Dylan Thomas manifestó desde siempre su deseo por la poesía. En una carta de 1933 a Pamela Hansford Johnson, escribió: “He puesto mi fe en la poesía”. Ese mismo año, en otra carta a la misma corresponsal, le explicó: “Se dice que es loco escribir poesía y cuerdo almorzar a la una; pero es al revés: el Arte es alabanza y es cuerdo alabar, porque al alabar alabamos lo divino que nos da cordura; el reloj es símbolo de la limitación del tiempo y el tiempo es ilimitado; por lo tanto es equivocado obedecer el reloj y correcto comer no cuando las manos del reloj sino los dedos del hambre, nos lo dictan. Resuelvo en primer lugar hacer poesía, en segundo, escribirla”.

Tan escritor como lector, Thomas era muy consciente del trabajo poético. En una carta de 1934 a Glyn Jones, luego de un párrafo donde da sus pareceres sobre T.S. Eliot, Gertrude Stein, Arthur Rimbaud, Robert Graves y e. e. cummings, dice de su poesía: “Mi propia oscuridad está bastante fuera de moda, por estar basada en un simbolismo preconcebido derivado (me temo que esto suene muy vago y pretencioso) de la significación cósmica de la anatomía humana”. Le escribe a Charles Fisher, en 1935: “Me pediste que te explicara mi teoría sobre la poesía. Realmente, no tengo. Me gustan las cosas que son difíciles de escribir y difíciles de comprender; me gusta ‘redimir los contrarios’ con imágenes secretas; me gusta contradecir mis imágenes diciendo dos cosas a la vez en una palabra, cuatro en dos, y una en seis”. Y en 1938, a Henry Treece: “buen número de mis imágenes vienen del cine, y del fonógrafo y del periódico, ya que uso el slang contemporáneo, los clichés y los juegos de palabras”.

Dylan Thomas en varias otras cartas se separó del surrealismo -al que no leyó, y con el que no comulgaba en nada-, habla casi constantemente de sus apuros financieros -siendo padre y sostén de familia-, y suele tener cierto cálculo o “contabilidad” sobre la relación de escritura de prosas versus la de poemas, tal como le escribió a Bert Trick, en una carta de 1939: “Ahora estoy tratando de terminar para diciembre un libro de cuentos, temporariamente llamado Retrato del artista cachorro, que forman una autobiografía provincial. Eventualmente pueden llegar a ser divertidos, pero escribirlos significa escribir un número menor de poemas”. Las prosas le permiten obtener dinero para vivir, mientras que con la poesía a duras penas consigue lugar, y, con suerte, una magra paga. Thomas tiene, sin embargo, el deseo permanente de sólo utilizar su tiempo vital para escribir poesía.

En su prólogo a Poesía completa, Patricia Ogan Rivadavia y Esteban Moore hacen un retrato o semblanza del poeta, partiendo de aclarar algo básico: “es un poeta galés que escribe en inglés”. Y hacen esta filiación: es “un autor que pertenece a ese reducido grupo de escritores, entre los que se cuentan el irlandés James Joyce, el escocés Hugh MacDiarmid y el norteamericano Hart Crane, que se proponen una renovación de la retórica y la prosodia de la lengua inglesa, en la que Thomas probó ser un ‘verdadero maestro’”, en palabras, estas últimas, tomadas de Al Alvarez.

Thomas “no hablaba galés, no obstante, lo escuchaba a diario” en padres, vecinos y otros familiares, explican Ogan Rivadavia y Moore, lo que fomentó el fino oído con el que luego escribiría. Además de esto, “respecto de la cultura galesa, también conocía el Maginobion, conjunto de leyendas medievales del mundo céltico galés”. Destacando, finalmente, los modos y elementos de su particular combinatoria: “el juego que nos propone Thomas: abstracciones, ironía, humor, imágenes oscuras, metafísicas, que en su contradicción buscan iluminar, y sus complejas y extrañas alusiones bíblicas”. Lo que hay, entonces, es un “universo que trasciende lo real y asocia lo natural a lo sobrenatural”.

Algunos años antes de morir, Dylan Thomas aseguró en una carta: “Quiero construir poemas lo bastante sólidos y grandes como para que la gente pueda caminar y sentarse, comer y beber y hacer el amor en ellos”. Es esta una intensa y ambiciosa invitación, hecha por el propio poeta, para conocer y adentrarse en su espacio literario: alrededor de noventa poemas, reunidos ahora en este nuevo volumen.

jueves, 18 de septiembre de 2025

Derechos de autor e IA: un antecedente promisorio

"En un fallo histórico, la compañía estadounidense desembolsará un promedio de tres mil dólares por cada uno de los 500.000 libros utilizados sin permiso." Tal es la bajada del artículo publicado por Daniel Gigena, en el diario La Nación, de Buenos Aires, el pasado 13 de septiembre.

En Estados Unidos, la empresa de IA Anthropic deberá pagar 1500 millones de dólares por infringir derechos de autor

En lo que ya califica como un acuerdo histórico, la empresa de inteligencia artificial (IA) Anthropic deberá pagar 1500 millones de dólares para resolver una demanda colectiva presentada por escritores en Estados Unidos por haber entrenado a su chatbot Claude con libros, sin permiso de los autores.

La compañía desembolsará tres mil dólares por cada uno de los aproximadamente 500.000 libros pirateados, lo que establece un precedente en los litigios entre las empresas de IA y escritores, artistas, traductores, fotógrafos y otros profesionales que las acusan de violar los derechos de autor. Perder el caso le hubiera costado aún más a la empresa fundada en 2021 por los hermanos Dario y Daniela Amodei (exmiembros de OpenAI).

“Este acuerdo envía un mensaje contundente a la industria de la IA: existen graves consecuencias cuando piratean las obras de los autores para entrenar su IA”, sostuvo Mary Rasenberger, directora ejecutiva del Gremio de Autores de Estados Unidos, en un comunicado.

“Hasta donde sabemos, es la mayor recuperación de derechos de autor jamás realizada”, afirmó Justin Nelson, abogado de los autores. “Es la primera de este tipo en la era de la IA”.

La demanda había sido iniciada en 2024 por los periodistas y escritores Andrea Bartz, Charles Graeber y Kirk Wallace Johnson, que acusaron a Anthropic de copiar ilegalmente sus libros para entrenar a Claude, el chatbot de IA de la compañía que compite con ChatGPT. Varios escritores se sumaron a la demanda al descubrir que sus libros habían sido descargados ilegalmente desde Book3 (como en el caso de Bartz) y Library Genesis con el objetivo de “educar” a Claude.

“Es curioso que Amazon, una de las empresas inversoras de Anthropic, les termine pagando a los autores por utilizar sus contenidos -dice el especialista en estrategias digitales Daniel Benchimol a La Nación-. A priori, podemos anticipar una cascada de demandas en otras partes del mundo, de distintas industrias y hacia muchas otras empresas, a pesar de que Donald Trump dijo hace poco que era absurdo que una editorial reclamara algún tipo de pago por derecho de autor. Pero las leyes, evidentemente, son fuertes en este sentido y terminan haciendo pagar a las empresas tecnológicas. La razón por la que tienen que pagar es que accedieron en forma ilegal a los contenidos, como se probó en la causa judicial que enfrenta Meta. Pero el mero entrenamiento de los modelos de lenguaje no violaría la ley”.

En junio, Anthropic había obtenido una victoria parcial cuando el juez federal de San Francisco, William Alsup, dictaminó que el entrenamiento de los modelos de IA de la compañía con libros (comprados o pirateados) había transformado las obras de tal manera que constituía un “uso legítimo”, según su interpretación de la ley de derechos de autor.

Sin embargo, el juez dictaminó que la práctica de Anthropic de descargar ilegalmente al menos siete millones de libros para crear una biblioteca digital infringía la ley. Los demandantes, con la colaboración de Anthropic, entregarán una lista actualizada de las obras copiadas sin permiso y la entregarán al tribunal antes del 10 de octubre.

El acuerdo cubre aproximadamente medio millón de títulos, lo que se traduce en unos tres mil dólares por obra, cuatro veces la indemnización mínima legal por daños y perjuicios según la ley de derechos de autor de Estados Unidos. Por otro lado, Anthropic deberá destruir los archivos pirateados originales y cualquier copia derivada de ellos, si bien conservará los derechos sobre los libros que compró y escaneó legalmente.

miércoles, 17 de septiembre de 2025

"Oggi io sono un po’ triste"

El pasado 12 de septiembre, en su columna semanal del diario Perfil, Daniel Link reflexionó sobre quiénes ostentan la propiedad del lenguaje. Sus conclusiones, a continuación.


Los dueños del lenguaje

Una pregunta decisiva, que las humanidades (hoy bajo ataque inexplicable) han formulado varias veces con respuestas bien distintas es a quién le pertenecen las lenguas.

En mis horas muertas hago un curso online de italiano, a través de una plataforma célebre para el aprendizaje de idiomas (es, realmente, extraordinaria). Comete errores, sobre todo con el par de verbos ser/estar. Da como traducción correcta de Oggi io sono un po’ triste, “Hoy yo soy un poco triste”. Es cierto que el ser puede pensarse como discontinuidad (hoy ya no soy lo que fui ayer), pero aquí pareciera que se alude a un estado pasajero.

Por supuesto, lo que está bien o lo que está mal depende de a quién consideremos autoridad para decidirlo, a quién consideremos dueño de las normas lingüística y, por lo tanto, del lenguaje.

Cualquiera podría pensar que, respecto de la lengua italiana, esa es una pregunta fácil de contestar: ¡los italianos! Pero ese colectivo reúne a varios conjuntos que no usan la lengua de la misma manera: los sicilianos, los romanos, los napolitanos, los milaneses. Podríamos decir, entonces, que la autoridad sobre una lengua la ejercen quienes la usan.

Es el argumento que se esgrime siempre en contra de la pretendida autoridad de la Real Academia Española, para la cual los legítimos dueños del castellano son quienes lo amasaron durante siglos a partir de los restos del latín. La propiedad del castellano es más compleja que la del italiano precisamente por las repúblicas hispanoparlantes, que reivindicaron su independencia lingüística al mismo tiempo que la política.

Tan así fue que a los académicos reales no les quedó más remedio que aceptar (muy entrado el siglo XX) que el castellano es una lengua pluricéntrica, porque tiene más de una variedad estándar.

La autoridad, pues, pasó a manos de los hablantes nativos (el español es la segunda lengua del mundo por número de hablantes nativos, 477 millones, solo por detrás del chino mandarín).

El problema de esa masividad se complejiza con la industrialización de la lengua, es decir, cuando la lengua pasa a ser materia prima de empresas internacionales de comunicación, que elaboran su propio estándar (por ejemplo: las empresas multimedia que distribuyen contenidos para la televisión). Allí, la propiedad de la lengua no se decide ni por el nacimiento ni por el uso, sino por el rendimiento (los subtítulos se elaboran en dos versiones: español peninsular y español latino, sin que se sepan bien los fundamentos de esas decisiones).

Transformada de medio de comunicación o de expresión (que no son la misma cosa) en mercancía, los dueños de la lengua pasan a ser quienes someten a ella a la mayor explotación, y la más exitosa.

Vuelvo a mi curso de italiano, en la plataforma más importante del mundo (hay más norteamericanos estudiando idiomas a través de ella que en todas las escuelas estadounidenses). Es una máquina, que funciona con algoritmos diseñados alguna vez por lingüistas y pedagogos expertos y que ahora funciona de manera más o menos automática, asistida por inteligencias artificiales. Cada error que cometo me quita una “vida” en el proceso de aprendizaje (ese vaciamiento vital pretende que pague una cuota mensual de dólares para seguir aprendiendo, sin terror a la muerte).

Hay un botón que permite “reportar” errores, pero esa función, lejos de transformarnos en una autoridad, nos transforma en trabajadores gratuitos (esclavos) de y para la máquina. Es lo mismo que sucede cuando Google Maps nos pide que reportemos, confirmemos o desechemos alguna circunstancia en un trayecto que estamos realizando.

Lo que se nos aparece es una nueva forma de apropiación: ya no son ni los hablantes nativos, ni los usuarios, ni las compañías multimediáticas quienes toman decisiones sobre las lenguas (y sus equivalencias) sino directamente el sujeto abstracto y maquínico que habita en los algoritmos.

martes, 16 de septiembre de 2025

Otra forma de cancelación cultural

Una de las obras de Feggo
La presente nota, publicada el pasado 12 de septiembre, en las páginas culturales del diario mexicano La Jornada, con firmas de Jim Cason y David Brooks, corresponsales del medio en Washington y Nueva York, da cuenta de la "limpieza" que está llevando a cabo el gobierno de Donald Trump, para que la historia de los Estados Unidos sea exclusivamente blanca y anglosajona. 

Avanza la purga cultural de Trump; busca borrar a las minorías de la historia de EU

Washington y Nueva York., El presidente estadunidense, Donald Trump, ha lanzado una revolución cultural que busca rescribir la historia oficial de su país, borrando narrativas sobre las vidas y luchas de pueblos indígenas, afroestadunidenses, latinos, inmigrantes y gays al censurar literatura y exhibiciones museográficas, así como promover a artistas conservadores “patrióticos”, cuyas cualidades principales parecen ser una lealtad absoluta al mandatario.

Exhibiciones que celebran la experiencia inmigrante y la vida de la comunidad latina ya se han removido de recintos nacionales; obras de teatro y música encabezada por artistas de la comunidad LGBT han sido canceladas en sitios públicos como el Centro Kennedy, en Washington, mientras la Casa Blanca sigue elaborando directrices para más cambios de este tipo. Directores de museos nacionales ya renunciaron o fueron despedidos.

A finales de agosto, el actual director de los museos del Instituto Smithsoniano (complejo de 19 recintos y centros de investigación públicos más importante del país) se reunió con Trump después de que la Casa Blanca emitió una larga lista de obras de arte que ordenaba retirar de exhibiciones públicas. Todo esto “se siente un poco como censura”, comentó en entrevista con el Washington Post Spencer Crow, ex director del Museo Nacional de Historia Estadunidense.

La purga de arte y cultura ya está avanzada. En una visita al Museo Nacional de Historia Estadunidense, La Jornada confirmó que toda la galería nombrada Historia Latina, auspiciada por la familia Molina, la cual el museo describió como “la primera galería dedicada a la experiencia y contribuciones latinas a Estados Unidos”, cerró tres meses antes de lo programado. “Está clausurada por renovaciones”, comentó un empleado del recinto a La Jornada sin más explicación. Varias de las obras de esta exhibición estaban incluidas en una lista publicada por la Casa Blanca de piezas que no eran “consistentes” con la visión del presidente Trump sobre la cultura nacional.

“¿Así se sentían los artistas de la Alemania de Hitler?”

Entre las obras en esa galería se encontraba El 4 de julio desde el sur de la frontera, dibujo del artista y caricaturista mexicano Felipe Galindo Feggo. Según la lista de la Casa Blanca, esta obra se vincula con un artículo publicado en el sitio de la ultraconservadora Federalist Society, quejándose de que “se muestra a migrantes observando los fuegos artificiales del Día de la Independencia a través de una apertura en el muro fronterizo entre Estados Unidos y Mexico”. Esta obra, junto con otra que afirma que “Estados Unidos se robó un tercio del territorio de México en 1848 con el Tratado de Guadalupe Hidalgo”, aparentemente ofendieron al presidente y a su equipo.

“¿Así se sentían los artistas de la Alemania de Hitler cuando sus obras eran etiquetadas como ‘arte degenerado’?’, preguntó Feggo en un comentario enviado a La Jornada.

“El arte es poderoso. Los artistas no deben ser acosados, censurados ni silenciados. La libertad de expresión es un pilar fundamental de la democracia, y cualquier intento de suprimirla debe ser resistido con firmeza”, concluyó.

En el centro de otra galería se exhibe una estatua de unos tres metros de altura parecida a la de la Libertad, pero en esta versión la figura tiene piel morena, un jitomate en una mano y porta una canasta de la misma verdura en la otra. Su pedestal dice: “Yo también soy estadunidense”.

La figura de papel maché, creada por la artista Kat Rodriguez, se hizo famosa porque fue cargada por jornaleros agrarios durante una marcha de 377 kilómetros por la justicia en Florida organizada por trabajadores mexicanos, haitianos y guatemaltecos de la Coalición de Trabajadores de Immokalee en demanda de mejores condiciones de trabajo y protección de los derechos laborales. La obra fue donada al Smithsoniano.

Pero la Casa Blanca decidió que esta información e imágenes no son parte de la historia oficial.

Un representante del museo rehusó confirmar a La Jornada si la estatua y otras obras serán retiradas. Pero un recorrido por una exhibición llamada De muchas voces, cuentos, vidas, nos volvemos Estados Unidos, deja dudas sobre si será tolerada mucho más por este gobierno.

A unos pasos de la estatua, hay otras exhibiciones en torno a cómo la frontera compartida con México, el éxito de los inmigrantes profesionistas, la lucha por la justicia de los afroestadunidenses y la de los derechos de la cominidad LGBT forman parte del mosaico llamado “Estados Unidos”.

Para Donald Trump y sus aliados, esta historia requiere ser blanqueada. “El Smithsonian está fuera de control; todo lo abordado es sobre qué tan horrible es nuestro país, qué tan mala era la esclavitud”, escribió el mandatario en sus redes sociales en agosto. Un comentarista preguntó: “¿cuál fue la parte buena de la esclavitud?”

“Restaurar la verdad”

Las acciones más recientes de la Casa Blanca dan seguimiento a una orden ejecutiva emitida en marzo con la intención proclamada de “Restaurar verdad y sanidad a la historia estadunidense”.

Trump explicó en esa orden que “es la política de mi gobierno recordar a los estadunidenses nuestro legado extraordinario, el progreso consistente en volvernos una unión más perfecta y el historial sin igual de promover la libertad, la prosperidad y el florecer humano”.

En sus instrucciones para implementar esa orden, la Casa Blanca declaró que el propósito de esta evaluación es “asegurar el alineamiento con la directriz del presidente de celebrar el excepcionalismo estadunidense”, entre otras cosas.

Los primeros pasos en este esfuerzo incluyeron el despido del bibliotecario del Congreso y el archivista nacional, el remplazo de toda la junta directiva del Centro Kennedy y decretos que instruyen al Servicio de Parques y otros monumentos nacionales a evaluar su literatura y programas con el fin de excluir contenido “negativo” sobre Estados Unidos y retirar todo lo crítico para el 17 de septiembre.

El presidente también logró recortar el financiamiento tanto de la televisión como la radio públicas, así como del Fondo Nacional de las Artes y el de Humanidades. Además, nombró un equipo para “evaluar” las artes, incluyendo la música y otras expresiones culturales asociadas con instituciones federales.

Esta “revolución cultural” ha sido acompañada por esfuerzos de censura ya impulsados anteriormente alrededor de Estados Unidos. Se registraron más de 10 mil intentos separados para prohibir libros en este país en 2024, según el PEN American Center.

Todas estas medidas han sido condenadas por bibliotecarios, historiadores, artistas y otros trabajadores culturales.

“Contar la historia de Estados Unidos tiene que abarcar la historia plena y compleja de su pasado y presente, incluyendo una evaluación honesta de males e injusticias, y un reconocimiento del proyecto sin la finalidad de crear una unión más perfecta”, declaró Hadas Harris, del organismo mundial de escritores.

“El esfuerzo de este gobierno de rescribir la historia es una traición a nuestras tradiciones democráticas y un esfuerzo muy preocupante de sacar la verdad de las instituciones que cuentan nuestra historia nacional, que abarca desde el Smithsoniano hasta nuestros parques nacionales.”


lunes, 15 de septiembre de 2025

Ojalá no sirvan latte...


Hay ciertas ideas de "modernidad" que se vinculan directamente a la ignorancia de quienes las tienen. Por eso, no sin melancolía, vale la pena recordar que las bibliotecas son lugares donde se acumulan libros para su consulta. Otros usos novedosos resultan menos pertinentes. Por eso, vale la pena prestarle atención a la bajada de la siguiente nota: "El coworking es una tendencia en alza y la Ciudad de Buenos Aires responde a esto con la inauguración de nuevos espacios para ir a trabajar." Quien esto firma es Andrea Glikman del diario Ámbito, el pasado 9 de septiembre.

Las bibliotecas porteñas se reinventan: 17 espacios públicos se transforman en coworkings

En sintonía con las nuevas dinámicas laborales que trajo la pandemia, 17 bibliotecas públicas de la Ciudad de Buenos Aires fueron reconvertidas en espacios de coworking.

La iniciativa, impulsada por la Red de Bibliotecas Públicas de la Ciudad, responde a una necesidad concreta: miles de trabajadores independientes, emprendedores y empleados en modalidad remota o híbrida buscan diariamente espacios funcionales, accesibles y cercanos a sus hogares para desarrollar sus tareas. En ese contexto, las bibliotecas, muchas veces relegadas en su uso más tradicional, encontraron una oportunidad de renovarse y volver a ser protagonistas.

El coworking, una tendencia laboral en alza, se caracteriza por el uso de espacios compartidos donde profesionales de distintas áreas conviven en un mismo entorno, promoviendo la productividad, el intercambio de ideas y el surgimiento de nuevas redes de colaboración. Pero más allá del aspecto laboral, estos lugares también se convirtieron en puntos de contención social para quienes, tras años de aislamiento, buscan reconectar.

Por eso, el cambio no fue sólo simbólico: las bibliotecas fueron acondicionadas con mejoras en la infraestructura, incluyendo nuevos sistemas de climatización, mobiliario más cómodo y moderno, y una mejora sustancial en la conectividad, con redes de wi-fi gratuitas.

Bibliotecas del siglo XXI
Esta renovación no implica el abandono de la misión original de las bibliotecas. Por el contrario, se refuerza. La Red de Bibliotecas, dependiente de la Dirección General de Promoción del Libro, las Bibliotecas y la Cultura del Gobierno porteño, continúa promoviendo el acceso libre y gratuito a la lectura, el conocimiento y la cultura, pero ahora lo hace desde una perspectiva más amplia e inclusiva, adaptada a los tiempos que corren.

Con diversas sedes distribuidas en distintos barrios porteños, la Red garantiza que cada vez más vecinos puedan acceder a estos espacios sin necesidad de desplazarse grandes distancias. Así, las bibliotecas se consolidan no sólo como centros culturales, sino también como una alternativa segura, equipada y amigable para trabajar cerca de casa.
El listado de las 17 bibliotecas que ahora funcionan como espacio de coworking

La transformación de las bibliotecas en espacios de coworking no es un fenómeno aislado, sino parte de una tendencia global donde los espacios tradicionales se resignifican para atender las nuevas demandas sociales.

A continuación, las 17 bibliotecas públicas de la Ciudad de Buenos Aires donde se puede ir a trabajar.

Baldomero Fernández: Chacarita - Comuna 15 / Concepción Arenal 4206.

Miguel Cané: Boedo - Comuna 5 / Carlos Calvo 4319.

Evaristo Carriego: Palermo - Comuna 14/ Honduras 3784.

Casa de la Lectura y la Escritura: Villa Crespo (Comuna 15) - Lavalleja 924.

Martín del Barco Centenera: Monserrat (Comuna 1) - Venezuela 1538.

Estanislao Del Campo: Parque Chacabuco - Comuna 7 / De las Artes 1261.

Antonio Devoto: Villa Devoto - Comuna 11/ Bahía Blanca 4025.

Manuel Gálvez: San Nicolás - Comuna 1 / Av. Córdoba 1558.

Joaquín V. González: La Boca - Comuna 4 / Suárez 408.

Guido y Spano: Palermo - Comuna 14 / Güemes 4601.

Ricardo Güiraldes: Recoleta - Comuna 2 / Talcahuano 1261.

José Hernández: Liniers - Comuna 9 / Boquerón 6753.

Leopoldo Lugones: Belgrano - Comuna 13/ La Pampa 2215.

Benito Lynch: Mataderos - Comuna 9 / Pje. Yrupé 6714.

José Mármol: Belgrano - Comuna 13 / Juramento 2937.

Parque de la Estación: Balvanera -Comuna 3 / Pres. Tte. Gral. Juan Domingo Perón

Javier Villafañe: Flores- Bo.Presidente Illia - Comuna 7 / Janer, Ana María y Crespo (altura 1800).

viernes, 12 de septiembre de 2025

La autobiogafía del escritor, traductor y editor español Enrique Murillo ayuda a poner un poco de orden en el mundo editorial de su país


Enrique Murillo
(foto) es escritor, traductor y editor. A él le cupo una gran responsabilidad en la visibilidad de editoriales como Anagrama, lo que le permite decir en la entrevista que sigue que Jorge Herralde siempre fue
"bastante poco considerado con sus colaboradores". El texto que sigue fue publicado el pasado 8 de septiembre, en elDiario.es, de España, con firma de Jordi Sabaté.

“España es un país en el que casi nadie lee, pero se lanzan muchas novedades para tapar las devoluciones”

Muchas son las personas que han leído a Enrique Murillo (Barcelona, 1944) y no son conscientes de ello. Y no porque su propia producción literaria –compuesta por los títulos El secreto del arte, La muerte pegada a las uñas, El centro del mundo y Qué nos pasa– haya alcanzado gran difusión entre los lectores, sino porque, sin saberlo, cuando encaraban la edición española de obras como La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe; Dinero, de Martin Amis, o bien El loro de Flaubert, de Julian Barnes –así como muchos otros textos principalmente publicados por Anagrama– estaban leyendo una traducción de Murillo.

Pero a esta actividad, que fue su sustento durante su juventud, pronto se unió la función de lector editorial, un papel fundamental para la captación de obras extranjeras que pudieran funcionar en nuestro mercado, y donde Murillo demostró ser un auténtico maestro. Comenzó escribiendo informes para Seix Barral y posteriormente para Anagrama, editorial donde se ganó la confianza del editor Jorge Herralde, que tuvo durante años una fe ciega en el criterio de Murillo a la hora de seleccionar obras para su publicación.

De ahí se trasladó a Madrid y al mundo del periodismo para dirigir la revista El Europeo. Saltó luego a El País –donde desarrolló el proyecto de Babelia– y a la edición española de Vogue, de la que fue director. En total, tres años en la capital que se saldaron con un nuevo salto a Barcelona, donde dirigiría Plaza & Janés, Planeta y Alfaguara en un periodo de 15 años tras el que se decidió finalmente a fundar su propia editorial, Libros del Lince, más enfocada al activismo social que a la literatura.

Ahora, tras esta larga y apasionante vida profesional que le ha situado con frecuencia en el centro del mundo literario en sus diversas facetas, pero siempre en un papel discreto y alejado de los focos, Murillo publica Personaje secundario (Trama, 2025), sus jugosas memorias donde, con una prosa vigorosa y un modo de narrar trepidante, cuenta su versión de todos estos años y da su opinión sobre los actores del mundo editorial en su lugar.

Con la honestidad radical que le caracteriza, y remitido a los datos y su experiencia, no deja títere con cabeza, especialmente, pero no solo, en lo que refiere a su relación con Jorge Herralde, fundador de Anagrama, de quien fue lector y principal asesor literario durante diez años, el periodo que va de 1977 a 1987. De él afirma que abría las plicas de los sobres donde se escondían los nombres de los finalistas al Premio Herralde de novela. Por otro lado, Personaje secundario también es un homenaje a su compañera de vida, la pintora Fe Blasco, que falleció hace 11 meses tras 50 años de convivencia con Murillo.

Usted llegó al mundo editorial un poco por casualidad.
–Un poco, no: totalmente. Yo venía del grado de Periodismo en Navarra, que no se consideraba ni una carrera. Di el salto a Londres porque quería estudiar inglés y porque me ofrecieron primero un trabajo en la BBC y luego la corresponsalía de Europa Press en Inglaterra. Eran los sesenta y entonces esta agencia, fundada por gente del Opus, era lo más progre que había en España. Como me gustaba leer de una forma obsesiva, aprendí inglés a base de leer literatura inglesa, que llegué a conocer bien. En un momento determinado tengo que volver a Barcelona por cuestiones familiares, y estos conocimientos me sirven para entrar primero en Barral y luego ya en Anagrama, donde estuve diez años.

Tiene una faceta como poeta y narrador en la que sus obras tuvieron buena acogida de crítica. ¿Lamenta a veces no haber fomentado más este lado creativo suyo?
–Ocurre que soy una persona tremendamente perezosa a la hora de escribir, cosa que me ha hecho sufrir mucho siempre porque yo cuando escribo lo hago con sinceridad total, a muerte, que es como creo que merece la pena hacerlo. En cambio, en el campo de la edición me he sentido siempre más cómodo, supongo que porque trabajo con un material que emocionalmente no es mío. Luego la vida me ha ido llevando desde cuestiones meramente literarias o periodísticas a otras ligadas a la gestión empresarial. Ahora que estoy jubilado, he escrito Personaje secundario y ya estoy metido en una novela que ya veremos cuándo termino...

Hablemos de su paso por Anagrama, usted y Jorge Herralde hicieron un equipo muy potente, pero la cosa no terminó bien.
–Entré como lector editorial, el único que yo recuerde que hubiera, y me convertí en algo así como el asesor editorial de Herralde que, por otro lado, era la única persona en nómina de la editorial a excepción de su secretaria, a la que además había dado una acción de la empresa para así poderla inscribir como sociedad... En los diez años que estuve, apenas hablamos de literatura y te diría que de pocas cosas en general. Herralde era un tipo muy peculiar, seco. Pero nos complementamos bien y tenía un gran sentido de la edición en todas sus facetas. Lo que hizo con Anagrama a lo largo de los años fue extraordinario, y yo creo que en parte contribuí a ello, hasta el punto de que le considero el mejor publisher de Europa, entendiendo con ello al editor en su sentido integral. Dicho esto, su gestión fue siempre personalista y bastante poco considerada con sus colaboradores.

¿Por qué se fue de Anagrama?
–Yo, en diez años en los que llegué a ser considerado la mano derecha de Herralde por todo el sector, nunca tuve un contrato y cobraba menos de dos millones al año haciendo todo tipo de papeles, como lector, traductor, escritor de solapas, etc. durante los siete días de la semana. Y lo mismo le pasó a Susana Lijtmaer, que me sustituyó. Tenía 43 años y no cotizaba; además, tenía encima de la mesa la oferta de El Europeo, que me prometía contrato y mucho más dinero. Pero incluso así, le dije a Herralde que prefería quedarme con él siempre que me hiciera un contrato. Pues bien: se enfadó y dijo que no me contrataría.

¿Por qué cree que lo hizo?
–Yo creo que para no tener que darme de alta en la Seguridad Social [risas]. Aunque también quizás porque en su modo tan personalista de hacer las cosas no soportaba la idea de tener alguien más al mando que no fuera él. Una cosa es tener un colaborador externo y otra a alguien de quien no puedes prescindir a las primeras de cambio. Y eso que estamos hablando de una persona que era millonaria de cuna...

Cabe citar que un informe suyo salvó a Anagrama de la quiebra...
–Herralde tenía dudas sobre si publicar La conjura de los necios, que era un libro largo y complicado de traducir, del que le habían hablado bien, pero que no había encontrado editor en Estados Unidos. Entonces no sobraba precisamente el dinero en la editorial. Leí el manuscrito y escribí un informe donde decía que el libro sería un éxito rotundo porque el protagonista encarnaba todo aquello que los españoles en el fondo anhelamos: anarquía, ociosidad, suciedad, gula, etc... Herralde me creyó y publicó el libro, con un éxito increíble en aquellos tiempos que hoy todavía se sostiene. Aquello no es que salvara a Anagrama, es que la hizo una empresa boyante, hasta el punto de que la edición española ha sido más exitosa incluso que la estadounidense. El éxito que ha tenido La conjura de los necios en Iberoamérica no se ha repetido en ningún lugar del mundo. Y, modestamente, creo que mi informe tuvo que ver mucho en ello.

En sus años en Vogue trabó amistad con José Luis de Vilallonga, que más tarde sería importante en su éxito en Plaza & Janés.
–Vilallonga era un personaje peculiar: aristócrata y amigo íntimo del rey, era progresista, cosmopolita y sensible a las artes, hasta el punto de tener un papel en la película Desayuno con diamantes de Blake Edwards. Era además escritor y tenía gracia en sus columnas, donde atizaba a todas las socialités de la época. En Vogue nos llevamos bien y después, cuando salto a Plaza & Janés y me encomiendan encontrar un título que pueda salvar a la editorial del hundimiento financiero, ya que tenía unas pérdidas de 2.000 millones de pesetas anuales, Vilallonga me ofrece el libro El Rey, que era una larga conversación con Juan Carlos I. Con la obra quería sacar pecho y hacerse todavía más popular de lo que era en el país en aquel momento. Yo vi en El Rey un filón y aposté por él, aunque los derechos del libro, que ya había sido publicado en Francia, costaban 45 millones, una barbaridad en los años noventa. Busqué socios, entre otros a Juan Cruz, que estaba en Alfaguara, pero no tuve suerte, y entonces se me ocurrió la idea de La Vanguardia. Conseguí el teléfono del conde de Godó y le ofrecí la publicación de un adelanto por 10 millones. El conde terminó por aceptar y el libro fue un pelotazo al que siguieron otros con sendos libros sobre don Juan de Borbón y la reina Sofía. En aquellos tiempos los españoles todavía andaban enamorados de la familia real, apenas se conocía lo que escondía Juan Carlos... Aun así, mi jefe de entonces, al que llamo en el libro Ojos Verdes, quiso sabotear la publicación haciendo muchas ediciones cortas en lugar de una potente, porque estaba convencido de que el libro fracasaría. Nos hizo perder de este modo mucho dinero.

Habla en el libro de este personaje como epítome de lo que funciona mal en el mundo editorial. ¿Es el sector un gigante con pies de barro?
–Sin duda. Si tú comparas la cantidad de novedades que se lanzan con los índices de lectura reales, te das cuenta de que el sector camina hacia el colapso a pasos agigantados. ¡Si España es un país en el que casi nadie lee! ¿Cómo puedes explicar que tenga uno de los mayores índices de novedades de Europa? Pues, entre otras razones, porque aquí se lanzan novedades para maquillar los números y tapar las devoluciones que se producen cada mes, que son muchísimas. Así mantienes una ratio de libros en circulación potente y parece que vas como un tren, pero en realidad lo que haces es atormentar al librero, al que se le dispara la cota de devoluciones.

¿No es hacerse trampas al solitario?
–Claro que lo es, pero es que todo se hace a corto plazo, seguramente pensando en bonus y otros incentivos.

¿Al directivo o directiva de turno le importa poco la viabilidad de la editorial?
–Poco o nada, pero es que este sector ha estado siempre lleno de secretismo y arbitrariedades. Solo piensa en la cantidad de gente, fundamental para que se produzca un libro, que está en absoluta precariedad, desde correctores a redactores de solapas y contras, pasando por supuesto por los traductores, que al fin y al cabo son los autores de las ediciones extranjeras de los libros. Piensa que un traductor hoy día, a no ser que haga como un tal Enrique Murillo, que trabajaba 16 horas hasta en fin de semana, gana por debajo del salario mínimo interprofesional. Y tras la crisis de 2008, a esta gente, que durante un tiempo pudo gozar de un sueldillo, se la externalizó, de modo que se está utilizando esta hiperprecarización casi esclavista de los trabajos para tapar las vergüenzas financieras del sector.

Para terminar, cuenta en el libro la anécdota de un editor que repasando balances le pide al empleado que rebaje la cifra de ejemplares vendidos por un autor “porque ya vive muy bien en Londres”. ¿Siguen estas prácticas y este oscurantismo en el sector?
–No sé si siguen actualmente hasta ese nivel, pero sí que sé que no era raro hacerlo antes, porque solo el editor conocía las cifras y no tenía por qué comunicarlas. Hoy la ley les obliga, pero hay formas de 'distraer los datos', aunque no tengo constancia de que se haga. Yo en mi época en Plaza & Janés encontré un registro manual de liquidaciones de royalties sobre ventas, con dos cifras por cada libro, eso ya te dice que ahí se hizo sistemáticamente esa ignominia. Desde Bertelsmann, que acababa de comprar Plaza & Janés, me contestaron: “Esto no lo hace Bertelsmann en ningún país del mundo. Y en España tampoco lo hará a partir de ahora”. Incluso se indemnizó a los autores. Recuerdo que Carmen Balcells, la gran agente literaria que conocía muy bien a los editores, me dijo: “Enrique, si un editor me paga royalties, me enfado conmigo misma porque eso significa que pedí poco anticipo por el libro de mi autor”. Esa visión partía de la convicción de que el editor te engañaba sistemáticamente con las cifras rebajando tus ventas por lo que, o te cobrabas en el anticipo todo lo que ibas a vender, o bien terminabas cobrando menos de lo que tocaba, porque los royalties siempre eran engañosos. Leí hace tiempo una entrevista a Herralde en la que daba la razón a Balcells y reconocía implícitamente que el sector, en el pasado, había obrado mal en ese sentido.