"Confinada, vigilada y condenada, Tatiana Gnedich transformó el cautiverio en hazaña literaria: traducir el Don Juan, legado que la consagró como traductora." Tal es la bajada de la nota publicada por Christopher Domínguez Michael, el pasado 14 de septiembre, en El Unviersal, de México.
martes, 23 de septiembre de 2025
Un recuerdo para Tatiana Gnedich
lunes, 22 de septiembre de 2025
"Vender por Mercado Libre no es negocio"
viernes, 19 de septiembre de 2025
Una nueva versión argentina de la poesía de Dylan Thomas que se suma a las tres ya existentes
jueves, 18 de septiembre de 2025
Derechos de autor e IA: un antecedente promisorio
miércoles, 17 de septiembre de 2025
"Oggi io sono un po’ triste"
El pasado 12 de septiembre, en su columna semanal del diario Perfil, Daniel Link reflexionó sobre quiénes ostentan la propiedad del lenguaje. Sus conclusiones, a continuación.
Los dueños del lenguaje
Una pregunta decisiva, que las humanidades (hoy bajo ataque inexplicable) han formulado varias veces con respuestas bien distintas es a quién le pertenecen las lenguas.
En mis horas muertas hago un curso online de italiano, a través de una plataforma célebre para el aprendizaje de idiomas (es, realmente, extraordinaria). Comete errores, sobre todo con el par de verbos ser/estar. Da como traducción correcta de Oggi io sono un po’ triste, “Hoy yo soy un poco triste”. Es cierto que el ser puede pensarse como discontinuidad (hoy ya no soy lo que fui ayer), pero aquí pareciera que se alude a un estado pasajero.
Por supuesto, lo que está bien o lo que está mal depende de a quién consideremos autoridad para decidirlo, a quién consideremos dueño de las normas lingüística y, por lo tanto, del lenguaje.
Cualquiera podría pensar que, respecto de la lengua italiana, esa es una pregunta fácil de contestar: ¡los italianos! Pero ese colectivo reúne a varios conjuntos que no usan la lengua de la misma manera: los sicilianos, los romanos, los napolitanos, los milaneses. Podríamos decir, entonces, que la autoridad sobre una lengua la ejercen quienes la usan.
Es el argumento que se esgrime siempre en contra de la pretendida autoridad de la Real Academia Española, para la cual los legítimos dueños del castellano son quienes lo amasaron durante siglos a partir de los restos del latín. La propiedad del castellano es más compleja que la del italiano precisamente por las repúblicas hispanoparlantes, que reivindicaron su independencia lingüística al mismo tiempo que la política.
Tan así fue que a los académicos reales no les quedó más remedio que aceptar (muy entrado el siglo XX) que el castellano es una lengua pluricéntrica, porque tiene más de una variedad estándar.
La autoridad, pues, pasó a manos de los hablantes nativos (el español es la segunda lengua del mundo por número de hablantes nativos, 477 millones, solo por detrás del chino mandarín).
El problema de esa masividad se complejiza con la industrialización de la lengua, es decir, cuando la lengua pasa a ser materia prima de empresas internacionales de comunicación, que elaboran su propio estándar (por ejemplo: las empresas multimedia que distribuyen contenidos para la televisión). Allí, la propiedad de la lengua no se decide ni por el nacimiento ni por el uso, sino por el rendimiento (los subtítulos se elaboran en dos versiones: español peninsular y español latino, sin que se sepan bien los fundamentos de esas decisiones).
Transformada de medio de comunicación o de expresión (que no son la misma cosa) en mercancía, los dueños de la lengua pasan a ser quienes someten a ella a la mayor explotación, y la más exitosa.
Vuelvo a mi curso de italiano, en la plataforma más importante del mundo (hay más norteamericanos estudiando idiomas a través de ella que en todas las escuelas estadounidenses). Es una máquina, que funciona con algoritmos diseñados alguna vez por lingüistas y pedagogos expertos y que ahora funciona de manera más o menos automática, asistida por inteligencias artificiales. Cada error que cometo me quita una “vida” en el proceso de aprendizaje (ese vaciamiento vital pretende que pague una cuota mensual de dólares para seguir aprendiendo, sin terror a la muerte).
Hay un botón que permite “reportar” errores, pero esa función, lejos de transformarnos en una autoridad, nos transforma en trabajadores gratuitos (esclavos) de y para la máquina. Es lo mismo que sucede cuando Google Maps nos pide que reportemos, confirmemos o desechemos alguna circunstancia en un trayecto que estamos realizando.
Lo que se nos aparece es una nueva forma de apropiación: ya no son ni los hablantes nativos, ni los usuarios, ni las compañías multimediáticas quienes toman decisiones sobre las lenguas (y sus equivalencias) sino directamente el sujeto abstracto y maquínico que habita en los algoritmos.
martes, 16 de septiembre de 2025
Otra forma de cancelación cultural
La presente nota, publicada el pasado 12 de septiembre, en las páginas culturales del diario mexicano La Jornada, con firmas de Jim Cason y David Brooks, corresponsales del medio en Washington y Nueva York, da cuenta de la "limpieza" que está llevando a cabo el gobierno de Donald Trump, para que la historia de los Estados Unidos sea exclusivamente blanca y anglosajona. Una de las obras de Feggo
Washington y Nueva York., El presidente estadunidense, Donald Trump, ha lanzado una revolución cultural que busca rescribir la historia oficial de su país, borrando narrativas sobre las vidas y luchas de pueblos indígenas, afroestadunidenses, latinos, inmigrantes y gays al censurar literatura y exhibiciones museográficas, así como promover a artistas conservadores “patrióticos”, cuyas cualidades principales parecen ser una lealtad absoluta al mandatario.
Exhibiciones que celebran la experiencia inmigrante y la vida de la comunidad latina ya se han removido de recintos nacionales; obras de teatro y música encabezada por artistas de la comunidad LGBT han sido canceladas en sitios públicos como el Centro Kennedy, en Washington, mientras la Casa Blanca sigue elaborando directrices para más cambios de este tipo. Directores de museos nacionales ya renunciaron o fueron despedidos.
A finales de agosto, el actual director de los museos del Instituto Smithsoniano (complejo de 19 recintos y centros de investigación públicos más importante del país) se reunió con Trump después de que la Casa Blanca emitió una larga lista de obras de arte que ordenaba retirar de exhibiciones públicas. Todo esto “se siente un poco como censura”, comentó en entrevista con el Washington Post Spencer Crow, ex director del Museo Nacional de Historia Estadunidense.
La purga de arte y cultura ya está avanzada. En una visita al Museo Nacional de Historia Estadunidense, La Jornada confirmó que toda la galería nombrada Historia Latina, auspiciada por la familia Molina, la cual el museo describió como “la primera galería dedicada a la experiencia y contribuciones latinas a Estados Unidos”, cerró tres meses antes de lo programado. “Está clausurada por renovaciones”, comentó un empleado del recinto a La Jornada sin más explicación. Varias de las obras de esta exhibición estaban incluidas en una lista publicada por la Casa Blanca de piezas que no eran “consistentes” con la visión del presidente Trump sobre la cultura nacional.
“¿Así se sentían los artistas de la Alemania de Hitler?”
Entre las obras en esa galería se encontraba El 4 de julio desde el sur de la frontera, dibujo del artista y caricaturista mexicano Felipe Galindo Feggo. Según la lista de la Casa Blanca, esta obra se vincula con un artículo publicado en el sitio de la ultraconservadora Federalist Society, quejándose de que “se muestra a migrantes observando los fuegos artificiales del Día de la Independencia a través de una apertura en el muro fronterizo entre Estados Unidos y Mexico”. Esta obra, junto con otra que afirma que “Estados Unidos se robó un tercio del territorio de México en 1848 con el Tratado de Guadalupe Hidalgo”, aparentemente ofendieron al presidente y a su equipo.
“¿Así se sentían los artistas de la Alemania de Hitler cuando sus obras eran etiquetadas como ‘arte degenerado’?’, preguntó Feggo en un comentario enviado a La Jornada.
“El arte es poderoso. Los artistas no deben ser acosados, censurados ni silenciados. La libertad de expresión es un pilar fundamental de la democracia, y cualquier intento de suprimirla debe ser resistido con firmeza”, concluyó.
En el centro de otra galería se exhibe una estatua de unos tres metros de altura parecida a la de la Libertad, pero en esta versión la figura tiene piel morena, un jitomate en una mano y porta una canasta de la misma verdura en la otra. Su pedestal dice: “Yo también soy estadunidense”.
La figura de papel maché, creada por la artista Kat Rodriguez, se hizo famosa porque fue cargada por jornaleros agrarios durante una marcha de 377 kilómetros por la justicia en Florida organizada por trabajadores mexicanos, haitianos y guatemaltecos de la Coalición de Trabajadores de Immokalee en demanda de mejores condiciones de trabajo y protección de los derechos laborales. La obra fue donada al Smithsoniano.
Pero la Casa Blanca decidió que esta información e imágenes no son parte de la historia oficial.
Un representante del museo rehusó confirmar a La Jornada si la estatua y otras obras serán retiradas. Pero un recorrido por una exhibición llamada De muchas voces, cuentos, vidas, nos volvemos Estados Unidos, deja dudas sobre si será tolerada mucho más por este gobierno.
A unos pasos de la estatua, hay otras exhibiciones en torno a cómo la frontera compartida con México, el éxito de los inmigrantes profesionistas, la lucha por la justicia de los afroestadunidenses y la de los derechos de la cominidad LGBT forman parte del mosaico llamado “Estados Unidos”.
Para Donald Trump y sus aliados, esta historia requiere ser blanqueada. “El Smithsonian está fuera de control; todo lo abordado es sobre qué tan horrible es nuestro país, qué tan mala era la esclavitud”, escribió el mandatario en sus redes sociales en agosto. Un comentarista preguntó: “¿cuál fue la parte buena de la esclavitud?”
“Restaurar la verdad”
Las acciones más recientes de la Casa Blanca dan seguimiento a una orden ejecutiva emitida en marzo con la intención proclamada de “Restaurar verdad y sanidad a la historia estadunidense”.
Trump explicó en esa orden que “es la política de mi gobierno recordar a los estadunidenses nuestro legado extraordinario, el progreso consistente en volvernos una unión más perfecta y el historial sin igual de promover la libertad, la prosperidad y el florecer humano”.
En sus instrucciones para implementar esa orden, la Casa Blanca declaró que el propósito de esta evaluación es “asegurar el alineamiento con la directriz del presidente de celebrar el excepcionalismo estadunidense”, entre otras cosas.
Los primeros pasos en este esfuerzo incluyeron el despido del bibliotecario del Congreso y el archivista nacional, el remplazo de toda la junta directiva del Centro Kennedy y decretos que instruyen al Servicio de Parques y otros monumentos nacionales a evaluar su literatura y programas con el fin de excluir contenido “negativo” sobre Estados Unidos y retirar todo lo crítico para el 17 de septiembre.
El presidente también logró recortar el financiamiento tanto de la televisión como la radio públicas, así como del Fondo Nacional de las Artes y el de Humanidades. Además, nombró un equipo para “evaluar” las artes, incluyendo la música y otras expresiones culturales asociadas con instituciones federales.
Esta “revolución cultural” ha sido acompañada por esfuerzos de censura ya impulsados anteriormente alrededor de Estados Unidos. Se registraron más de 10 mil intentos separados para prohibir libros en este país en 2024, según el PEN American Center.
Todas estas medidas han sido condenadas por bibliotecarios, historiadores, artistas y otros trabajadores culturales.
“Contar la historia de Estados Unidos tiene que abarcar la historia plena y compleja de su pasado y presente, incluyendo una evaluación honesta de males e injusticias, y un reconocimiento del proyecto sin la finalidad de crear una unión más perfecta”, declaró Hadas Harris, del organismo mundial de escritores.
“El esfuerzo de este gobierno de rescribir la historia es una traición a nuestras tradiciones democráticas y un esfuerzo muy preocupante de sacar la verdad de las instituciones que cuentan nuestra historia nacional, que abarca desde el Smithsoniano hasta nuestros parques nacionales.”
lunes, 15 de septiembre de 2025
Ojalá no sirvan latte...
Hay ciertas ideas de "modernidad" que se vinculan directamente a la ignorancia de quienes las tienen. Por eso, no sin melancolía, vale la pena recordar que las bibliotecas son lugares donde se acumulan libros para su consulta. Otros usos novedosos resultan menos pertinentes. Por eso, vale la pena prestarle atención a la bajada de la siguiente nota: "El coworking es una tendencia en alza y la Ciudad de Buenos Aires responde a esto con la inauguración de nuevos espacios para ir a trabajar." Quien esto firma es Andrea Glikman del diario Ámbito, el pasado 9 de septiembre.
viernes, 12 de septiembre de 2025
La autobiogafía del escritor, traductor y editor español Enrique Murillo ayuda a poner un poco de orden en el mundo editorial de su país
Enrique Murillo (foto) es escritor, traductor y editor. A él le cupo una gran responsabilidad en la visibilidad de editoriales como Anagrama, lo que le permite decir en la entrevista que sigue que Jorge Herralde siempre fue "bastante poco considerado con sus colaboradores". El texto que sigue fue publicado el pasado 8 de septiembre, en elDiario.es, de España, con firma de Jordi Sabaté.