Juan Villoro
Nacido en México D.F., en 1956, es narrador, autor de crónicas, periodista y hoy, incidentalmente, traductor. En 2000 recibió el Premio Xavier Villaurrutia por La casa pierde, consolidando una trayectoria que había comenzado en 1980, con la publicación del volumen de cuentos La noche navegable. Su trabajo periodístico y literario ha sido reconocido con premios internacionales como el Herralde de Novela, el Rey de España, el Ciudad de Barcelona, el Vázquez Montalbán de Periodismo Deportivo y el Antonin Artaud. De 1995 a 1998 dirigió La Jornada Semanal. Ha sido profesor de literatura en la UNAM , Yale y la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, entre otras universidades. Tradujo los Aforismos de Lichtenberg y Egmont de Goethe. Ha preparado diversas ediciones críticas de la obra de Jorge Ibargüengoitia. Entre sus obras más conocidas se encuentran la novela El testigo, la colección de cuentos Los culpables, el libro de crónicas de futbol Dios es redondo y la novela juvenil El libro salvaje. Es columnista del periódico Reforma y de El Periódico de Catalunya.
1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
El traductor carece de voz de mando; se adapta a otro, lo procura, lo entiende, lo descifra; busca reproducirlo sin someterse del todo a él. No es un siervo sino un intérprete. A diferencia del autor, carece de voz propia pero no de originalidad, que en su caso consiste en descubrir una solución propia y muchas veces inimitable para decir lo mismo.
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Las malas traducciones se notan demasiado. En ellas, la lengua de llegada se convierte en un obstáculo expresivo, en algo raro, forzado. El misterio es que en las mejores traducciones tienen un aura de lejanía, sugieren que las palabras tienen un origen remoto y sólo se producen en nuestra lengua por efecto de otra. El principal efecto de este trasvase es la sensación de que lo que leemos en la página sólo puede existir como solución a un enigma ajeno a ese idioma. En ese misterio se cifra la grandeza de la traducción.
3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
Nunca. Esa es su gloria y su condena. La elocuencia del traductor depende de la timidez.
Roberto Mascaró
Nacido en Montevideo en 1948, es poeta y traductor. A él se debe la traducción del sueco al castellano de gran parte de la obra del poeta y Premio Nobel sueco Tomas Tranströmer, así como poemas de Göran Sonevi, Jan Erik Vold, Hans Bergqvist, Ulf Eriksson, Tomas Ekström, etc. Su propia producción literaria abarca una docena de títulos.
1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Se diferencian en que el texto a traducir no se puede modificar ni corregir. De ahí que sea muy grato poder elegir lo que uno traduce, y así ha sido mi tarea de traductor. Esto hace que el texto sea más cercano, Traducir es una forma de leer en profundidad. Se parecen, en el sentido de que la traducción es una forma de escritura. Hay que elaborar un ESTILO que se aproxime al del original, no solamente traducir palabras.
Hablo de la traducción literaria, claro. Quien traduce literatura, si seguimos la sabia tradición anglosajona, es un escritor. De manera que no hay diferencia entre escritura y traducción, ambas son parte de la literatura.
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
El texto que surga tiene que ser fluido, tiene que ser una imitación del original, y por lo tanto debe "engañar" al lector, haciéndolo creer que fue escrito en la lengua de llegada.
3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
El traductor debe desaparecer para dejar a la vista un "escritor fictivo", una correspondencia o réplica del autor original.
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