miércoles, 5 de julio de 2017

Acerca de los límites del lenguaje

Guillermo Piro, en su columna del diario Perfil, del 25 de junio pasado, comenta un libro debido a la británica Ella Frances Sanders (foto), “escritora  e ilustradora que, felizmente, no puede elegir entre las palabras y las imágenes” (según se define en su sitio web: http://ellafrancessanders.com/), autora de Lost in Translation: An Illustrated Compendium of Untranslatable Words (cuya traducción recientemente acaba de ser distribuida en la Argentina) y de The Illustrated Book of Sayings: Curious Expressions from Around the World.

Decir casi lo mismo es tan complicado

La expresión anglófona lost in translation indica los matices del significado necesariamente perdidos en el paso de una lengua a otra. Una traductora, escritora e ilustradora llamada Ella Frances Sanders tuvo la simple idea de catalogar algunas –las más enigmáticas, las más misteriosas y las más impredecibles– de aquellas expresiones, sin importar de qué lengua proceden y con la única condición de que sean lo suficientemente extrañas. El libro se llama así, Lost in Translation, originalmente fue publicado en 2014 pero recién acaba aparecer en la Argentina bajo el sello El Zorro Rojo. El libro afronta a su modo, que siempre es un poco improbable, cincuenta palabras intraducibles. La explicación de cada término se corresponde con la ilustración, y entre las dos se consigue comunicar lo intraducible. Esta simple tarea abre un importante interrogante acerca de los límites del lenguaje y el poder de las imágenes a la hora de superarlos. Ciertas palabras –no importa si son adjetivos, sustantivos o verbos–, al no tener un término correspondiente unívoco en otra lengua, hacen que la traducción se convierta en algo equivalente a trepar una montaña embarrada. Y la razón es, en la mayoría de los casos, que lo que la palabra designa no tiene equivalente. Por ejemplo, ¿cómo explicar el significado del sustantivo sueco tretar y evitar la fosilización de la conversación sin llevar al interlocutor a la exasperación? Y sin embargo Sanders lo explica con simpatía, brevedad y resignación: es la tercera taza de café. A un concepto puede incluso adjudicarse un juicio de valor distinto; al parecer, para los holandeses, comportarse como un avestruz, que entierra la cabeza en la arena (mito urbano de improbable comprobación, pero bueno, entendemos de qué estamos hablando) es una actitud reprobable (a mí, en cambio, me parece una reacción admirable y digna de imitar) y por lo tanto merece un nombre que la defina: struisvogelpolitiek, “política del avestruz”. Muchas veces durante el proceso de traducción se pierde el sentido. Los japoneses, a diferencia de los occidentales, tienen en tan alta estima el hecho de tener la mente en blanco que le dieron un nombre a eso: boketto. Decir “tocino de la pena” no tiene el menor sentido, hasta que se nos explica que la palabra alemana kummerspeck alude a esas emociones que nos tragamos en grandes cantidades, como explica Sanders: “Desafortunadamente, estamos diseñados para encontrar consuelo en lo comestible y funciona, al menos hasta que un mes después pasamos por delante de una superficie reflectante”. La superficie reflectante es el espejo.

martes, 4 de julio de 2017

Dos puntos de vista sobre el libro en la Argentina

Foto: Patricio Pidal / AFV

Lo que sigue es una entrevista de Daniel Gigena con Patricia Piccolini –directora de la carrera de Edición de la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.– y Alejandro Dujovne –Doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet, además de ser uno de los coordinadores del Núcleo de Estudios sobre Historia y Sociología del Libro y la Edición–, que se publicó en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 27 de junio pasado.

Claroscuros en la industria editorial

Los dos investigan el mundo editorial local, además de evaluar, desde dos frentes complementarios, las implicancias sociales de un sector asociado al desarrollo de la cultura argentina como pocos. Desde 2015, Piccolini dirige la carrera de Edición, la que más inscriptos tiene en los últimos años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. La carrera reúne, según cuenta, a un grupo heterogéneo de adolescentes recién salidos de la escuela secundaria con graduados de otras carreras y adultos que quieren iniciar un trabajo vinculado con el mundo de los libros. Doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet, Dujovne es uno de los coordinadores del Núcleo de Estudios sobre Historia y Sociología del Libro y la Edición. En 2014 publicó Una historia del libro judío. La cultura judía argentina a través de sus editores, libreros, traductores, imprentas y bibliotecas (Siglo XXI), su primer libro. Ambos conversaron con La Nación sobre el universo editorial argentino, un sector activo aun en tiempos de recesión. Al respecto, ofrecieron estrategias para pensar la crisis y posibles vías de salida con el apoyo del Estado, las universidades y los editores de sellos independientes.

LN: -¿Cómo observan el panorama de la industria editorial actualmente en la Argentina?
PP: -Hay que tener dos perspectivas: una de corto plazo, la de la foto, y otra de largo plazo, más amplia. Los números del informe que hizo la Cámara Argentina de Publicaciones muestran en el último año una retracción del 15 al 20% en la producción de libros y en la venta, acompañando una retracción general del consumo. En cuanto al largo plazo, me parece interesante la enorme vitalidad de la actividad editorial argentina, medida en la cantidad de editoriales nuevas y apuestas diferentes que hay todos los años. Y también lo tengo que medir desde donde estoy, que es la carrera de Edición, haciendo hincapié en la cantidad de alumnos nuevos que hay todos los años. Me parece que es un presente con dificultades pero con signos alentadores.

AD: -Desde el punto de vista del mercado global, en efecto, hay una coyuntura mala, pero creo que excede un poco la retracción del consumo, porque hay políticas de gobierno que han afectado particularmente la producción de libros. Hay que pensarlo por segmentos. En lo que podemos llamar, en términos muy genéricos, "editoriales independientes", hay una enorme heterogeneidad y la realidad es muy distinta. Hay editoriales que han tenido un gran nivel de profesionalización en los últimos años y manejan muy bien todos los aspectos de la producción y la comercialización; en esos casos, los editores viven de la editorial. Hay otras que, en términos de distribución, de catálogos o de cantidad de ejemplares publicados, todavía están en un proceso de desarrollo.

LN: -¿Las políticas estatales son una de las causas de la retracción del mercado del libro?
AD: -Creo que hay dos medidas particulares que el Gobierno ha tomado y ha dejado de tomar. Una es la apertura de importaciones, que para mí es un problema: podría haberse hecho de una forma más ponderada, pero fue irrestricta. En efecto, hubo una invasión de saldos españoles, libros a muy bajo precio, que sacan lugar a las editoriales locales. El otro punto, que afecta directamente a las pequeñas y medianas editoriales, es la baja de compras por parte del Ministerio de Educación. Conabip sigue haciéndolo muy bien, pero el Ministerio no compra.

PP: -Hay que diferenciar tipos de importaciones. A la importación de libros es muy difícil oponerse porque ofrece variedad. Después habrá que ver si lo que llega son saldos que no son tan buenos o cosas interesantes. Yo celebro que podamos tener aquí libros importados. Además, porque no se puede pretender exportar si se tiene una política de cierre. La otra cosa tiene que ver con las importaciones industriales, es decir, libros importados pero de editoriales nacionales, que por razones de costo o por cuestiones de calidad se hacen afuera. Lo que me parece más preocupante, y es lo que necesita más tiempo, es la posibilidad de tener nuevos mercados para el libro argentino, mercados que en algún momento tuvimos. Nosotros exportamos muy poco y sobre todo a los dos mercados más importantes: México y España. Me parece que hay que hacer un trabajo, que lleva tiempo, para abrir esos mercados.

AD: -Creo que se pasa de una cosa a la otra directamente, sin hacer un trabajo con el mercado. No hay mucha información para hacer un análisis. Existe actualmente pero es limitada, y eso te condiciona indefectiblemente sobre la decisión política que puedas tomar. A un mes de la llegada del nuevo gobierno, en enero de 2016, se tomó la medida de abrir las importaciones. Eso demuestra que no hubo un análisis del mercado para entender cómo se tiene que establecer una medida. Lo que sí se logró fue el Exporta Simple, que es un modo que facilita la escala de exportación propia de las editoriales, sobre todo de las pequeñas y medianas. En la línea que planteaba Patricia, hay un trabajo más fuerte que hacer sobre el mercado. En términos de volumen de exportación, la Argentina ha bajado; en términos de calidad, sigue exportando bien.

LN: -¿No creen que también debería haber una preocupación por recuperar el mercado interno? En épocas recesivas hay una desproporción entre la producción de libros y las compras.
PP: -Parece que en la Feria del Libro este año funcionaron bien las ventas, según la gente de la CAP. Y fue muy importante el público juvenil, que se está generando con interés en géneros específicos que antes no existían para ese rango de edad, de 14 a 18 años, y con los fenómenos asociados como youtubers y booktubers. Me parece interesante, más allá de que mucha gente señala que literariamente esos libros no son tan valiosos, porque es una entrada a la lectura. Creo que es un fenómeno que habría que mirar con atención. Supongo que tiene que ver con políticas de incentivación de la lectura desde la escuela. Esas políticas pedagógicas, no necesariamente de gobiernos específicos, existen. Hay además una resignificación del rol de los bibliotecarios: antes eran custodios de los libros y ahora son mediadores de lectura. A la larga, todas estas cosas dan resultado.

AD: - Habitualmente estamos acostumbrados a poner como parámetro para entender los problemas de la edición argentina a la propia edición argentina. Pero hay problemas estructurales que tienen que ver con la concentración geográfica. Hay competencias de lectura muy diferenciadas en función de la región, no solamente socioeconómica sino espacial, y ahí se ve ausencia del Estado porque no hay políticas públicas de lectura ni siquiera a nivel nacional. No están en la agenda de nadie. Hay una ecuación bastante básica: la oferta genera demanda. A menor cantidad de librerías, menos lee la gente. Otro problema es que las librerías son el eslabón más débil de la cadena de comercialización y producción. Creo que por la situación económica estamos en mucho riesgo con las librerías. Hay una superpoblación en Buenos Aires, que no está mal, pero el problema es que no existe una política de expansión.

PP: -En la ciudad de Buenos tenemos 350 librerías, 400 en la provincia de Buenos Aires, mientras que el Noroeste tiene 85 y el Noreste, 75. Son cifras de la CAP.

LN: - ¿Qué queremos decir cuando hablamos de profesionalización?
PP: -Para hacer libros y para que éstos lleguen, se necesita cierto conocimiento del mercado y de las herramientas para manejarse en él: comercialización, cómo trabajar con las librerías, cómo controlar la producción y cantidad de ejemplares. También se necesita conocimiento para que los libros sean de buena calidad (selección de autores, diseño). Antes, en las editoriales uno podía ir aprendiendo todas estas cosas pero prácticamente en la actualidad eso ha desaparecido. Hoy, no todas las editoriales grandes son buenas escuelas de edición. La actividad editorial en la Argentina también es despareja y no está totalmente profesionalizada. La diversidad es la norma, pero para hacer buenos libros se necesita conocimiento, no solamente tener buen gusto literario.

AD: -Coincido y creo que ligado a eso la experiencia de la participación en ferias internacionales ha sido y es fundamental. Primero, por la presencia del libro argentino en otros mercados. Las ferias siguen siendo el gran lugar de organización y circulación de libros. Ahí las editoriales universitarias han estado y también han empezado a participar las "independientes". En cuanto a medidas políticas inteligentes, el Programa Sur de traducciones se continuó y parece que va a ser una política de Estado. Se van a dar por año ciento cincuenta títulos y el acumulado ya lleva más de mil.

LN: - ¿Fue tan revolucionaria la revolución digital en el mundo del libro?
AD: - Lo que hizo fue bajar la barrera de acceso al mercado. También creó la ilusión de que cualquiera puede editar. Un ejemplo: quiero armar una editorial en Jujuy; puedo hacerlo, pero tengo el problema de cómo voy a distribuir los libros o promocionarlos. Ése es uno de los grandes problemas en el mercado editorial: la distribución. Salvo las más grandes, que lo tienen resuelto, es la queja más recurrente. Si en Buenos Aires existe ese problema, si te alejás en términos logísticos y de escala deja de ser negocio para las principales distribuidoras. La ilusión de posibilidad se encuentra con obstáculos del mercado editorial que implican algo más que lo digital, implican política y estrategia.

PP: -Con respecto a otros países de habla hispana tenemos un menor consumo de libros digitales, en paralelo con una mayor conectividad: la cantidad de celular por habitante acá es mucho mayor que en España.

AD: - La revolución digital no fue el apocalipsis que se imaginó. Hay algo de la materialidad del libro que no fue afectada. Amazon está abriendo librerías. Es un gran enemigo, no para el lector, sino para el ecosistema del libro. Lo que pone en riesgo es el sistema de producción de valor del libro, ligado a las librerías. En la Argentina eso está un poco más protegido porque la ley del precio fijo sienta un piso muy importante para sostener un mercado del libro diverso e impide mayor concentración en el mercado de las librerías. Eso tiene repercusión sobre las editoriales porque, mientras más concentradas son las librerías, más precisan de best sellers.

LN: -¿Qué significa que una editorial debe "trabajar con los autores"?
PP: -Todavía tenemos una idea platónica de que un libro es una novela. El editor recibe originales de autor, descubre un autor en ese original y lo publica. O no lo considera y al final termina siendo un best seller, como pasó con Harry Potter. En realidad todo es más diverso. Primero porque hay distintos géneros, porque no todos los autores son escritores y porque cada vez más los libros se hacen a pedido. Vos conocés a un profesor e investigador que es interesante, le preguntás si tiene un libro en camino, le pedís que haga una propuesta y así se va trabajando. Eso también es trabajar con el autor: trabajar con el libro cuando todavía no es un libro. Los buenos editores universitarios en Estados Unidos o Inglaterra son los que van a los congresos, leen los libros, están al tanto de qué se publica, cuáles son los temas, quiénes son los referentes en determinado tema. Ese trabajo nosotros todavía lo tenemos muy en pañales. Es un cambio fundamental: el editor que no está a la espera, sino el editor que va a buscar en el sentido más legítimo.

LN: -¿Cómo imaginan el futuro del libro en la Argentina?
AD: - Creo que hoy puede ser mucho mejor de lo que es, en todo sentido, con una mejor articulación entre el sector privado y el Estado. El Estado requiere ser más inteligente de lo que es. No creo que hoy el Ministerio de Cultura esté pensando en políticas públicas para el libro, si bien hay gente capaz. Falta información. La que tenemos es demasiado global y genérica y eso es un déficit. Hay que entender la industria editorial como un mercado que produce riqueza, que tiene una incidencia en el desarrollo cultural del país y en el que el Estado tiene que estar presente.

PP: -Soy bastante optimista con respecto al futuro de la industria editorial más allá de las dificultades específicas. Tal vez porque estoy en contacto con gente que comienza con estas editoriales más chicas o con los desarrollos de las editoriales universitarias. Veo mucha potencialidad. Me gustaría una industria editorial más profesionalizada, que abarque géneros más diversos y que aproveche el potencial de investigadores y profesionales bien formados que tenemos en la Argentina para hacer libros interesantes y con una mayor integración entre el contenido del libro y su comercialización.

LN: -¿Afecta mucho la presencia de los grandes grupos en el mercado editorial argentino?
PP: -Esa presencia se da en todos los países en donde existe un desarrollo editorial significativo. Es un proceso, para decirlo en forma simple, hijo de la globalización y de las formas que adoptó la comercialización del libro en las últimas décadas. Luego, no tiene ningún sentido pensar en los grandes grupos como monstruos a los que hay que combatir. Los grandes grupos amplían el trabajo gráfico local, generan empleo genuino y privado, y, como siempre buscan los títulos y autores de tiradas masivas, dejan un espacio muy importante para el surgimiento y desarrollo de otros sellos editoriales. También habría que señalar que sin la existencia de grandes grupos no podrían prosperar las iniciativas que requieren grandes inversiones, como las de libros escolares. El costado negativo se da, sobre todo, en las posibilidades de exhibición. Los editores suelen señalar que el 50% de la superficie de exhibición de las librerías está en manos de los grandes grupos. Finalmente, no hay que olvidar que en la Argentina la actividad editorial tiene una gran vitalidad. Es un escenario muy rico y diverso.

AD: -Es bastante común escuchar que grandes y pequeñas editoriales pueden convivir y desarrollarse, pues apuntan a públicos diferentes que eventualmente se solapan. Desde mi punto de vista esto es sólo parcialmente cierto. Hay determinado margen en el que las pequeñas pueden crecer, y en este sentido no se pueden atribuir a la concentración editorial todas las limitaciones que encuentran para su desarrollo. Pero la contradicción existe y ejerce todo su peso en el plano de la visibilidad y la venta. La clase de títulos que venden los sellos más comerciales de los grupos concentrados son importantes para las librerías. Eso permite a los grandes grupos tener mayor poder de negociación de espacio en las vidrieras y mesas de las librerías, mayor poder para que las librerías reciban la totalidad de las novedades y reimpresiones mensuales, y mayor capacidad para negociar los descuentos otorgados. Las editoriales más pequeñas se ven desfavorecidas en todos estos niveles. La bibliodiversidad, esa idea tan repetida en el último tiempo, sólo se logra con más y mejores editoriales. Publicar muchos libros no garantiza la bibliodiversidad. Éstos, además, deben ser diferentes entre sí. Mucho de lo mismo, es decir, libros hechos a medida para el consumo masivo, no implica bibliodiversidad. Si ése es uno de los objetivos de una política pública, es preciso fortalecer el desarrollo de las editoriales pequeñas y medianas, que, por otra parte, bien encauzadas tienen un enorme potencial exportador.





lunes, 3 de julio de 2017

José Aníbal Campos propone un rompecabezas

El traductor cubano José Aníbal Campos propone en su última columna de El Trujamán (22 de junio pasado), un rompecabezas que no resuelve. Es perfectamente lícito imaginárselo en su casa de Viena (o en alguna de las múltiples casas de traductores que elige para terminar sus trabajos), atuzándose el bigote e imaginándonos presas del desconcierto.

De contextos

 Una querida colega tiene un modo muy particular de aludir a la necesidad de examinar en detalle cada caso cuando abordamos una traducción de tipo literario. Con su gracia habitual, a toda pregunta algo ambigua sobre significados, suele responder: «Dame, dame contexto».

De los ejercicios que aplico con frecuencia al trabajar con aspirantes a traductores hay uno que gira en torno a una frase leída una vez, mientras estaba de tránsito en algún lugar de Alemania. La frase (el eslogan de una agencia turística) ocupaba todo el flanco de un autocar turístico: Weil jeder ein Ziel hat…

Yo estaba a las puertas de una estación de trenes. No hacía un viaje de trabajo; me aprestaba a visitar a una amiga y, de paso, tomarme unos días libres. Pero como entre las perversiones de este oficio está el llevar al traductor consigo a todas partes, de inmediato me puse a sopesar variantes para aquella frase ambivalente (no tan ambigua, en efecto, en el contexto en que la leí, pero sí lo suficiente como para crear un buen ejercicio a partir de ella).

La frase, de apariencia sencilla, puede usarse en contextos tan variables, que –como se ha demostrado en esos seminarios– uno puede estar horas y horas dando vueltas a un número infinito de variantes. De ahí su valor como ejercicio para entrenar el juicio crítico y desconfiar de los diccionarios generalistas bilingües a la hora de optar por una de las distintas acepciones que puede tener una palabra.

La traducción que muchos alumnos me ofrecen, casi automáticamente, es: «Porque todo el mundo tiene un objetivo…». Fuera de contexto, no puede decirse que la solución sea incorrecta, pero si pensamos que se trata de una agencia de viajes, podría resultar algo problemática, así que estimulo a los alumnos a buscar otras variables.

«Porque todo el mundo tiene una meta…» (solución que se acerca más al contexto del viaje), o: «Porque todos tienen un destino…» (otra variante que acabamos descartando por ese retintín filosófico o trascendental que encaja menos con el caso concreto de un viaje de placer), si bien uno de los problemas que plantea la frase es que, en el contexto específico de una agencia de viajes «en Alemania», todos esos significados (objetivo, meta, destino) están implícitos en el eslogan publicitario.

En lo personal, la solución que más me ha gustado de todas me la dio una vez un alumno latinoamericano: «Porque todos quieren llegar a alguna parte…». Me gusta esta solución (aun cuando en español se me haga demasiado larga para un eslogan publicitario en el flanco de un autobús), porque añade un matiz de seguridad que incluso el original deja abierto, pero que viene muy bien al motivo del viaje. Lleva implícito, asimismo, un aspecto de largo arraigo en la mentalidad alemana: el Fernweh, el maravilloso Hinausweh de Matthias Claudius (la añoranza de viajar a sitios exóticos, lejanos).

Los debates se dilatan, y debo admitir que esas prolongadas sesiones cuentan entre las más enriquecedoras del trabajo. Imaginamos otros escenarios posibles: la misma frase a las puertas –digamos– de una Universidad, como eslogan de una campaña electoral, como lema en la entrada de una clínica de desintoxicación.

El tiempo se nos va en esos bizantinismos obligados en nuestra profesión. Y luego, cuando el seminario va llegando a su fin, quizás hasta con el perverso fin de contagiar a los alumnos con mi propio mal, les digo: «Y ahora imaginemos que encontramos esa misma frase en una novela en la que un personaje, el dueño de una funeraria, la ha elegido como consigna de su negocio».

Y ahí se los dejo.

viernes, 30 de junio de 2017

"Manuel de la Escalera siempre vivió de su trabajo de traductor. Incluso, increíblemente, desde la cárcel, desde las cárceles"

Aníbal Malvar publicó el 23 de junio pasado, en Público, de España, la siguiente nota sobre Manuel de la Escalera, un traductor nacido en México, detenido por los franquistas y condenado a muerte, que pasó 23 años traduciendo en las cárceles de Franco y que murió a los 99 años, al cabo de una vida llena de alternativas.

El escritor que tradujo Tarzán
en una cárcel franquista

Los que lo conocieron lo recuerdan como un tipo tranquilo, apacible... “El mejor ser humano que he conocido”, dice Ramón Akal, su más reciente editor. Será cierto si coincide todo el mundo. Manuel de la Escalera (1895-1994) forjó su placidez existencial sobre una biografía ciertamente tormentosa: nacido en México casi por accidente, después criado en Santander, fue presidiario, escritor, traductor, escultor y cineasta. Estudió de adolescente Bellas Artes en México DF mientras Madero, Pancho Villa y Emiliano Zapata hacían la revolución; trató a Picasso en los felices 20 parisinos; aprendió el oficio del cine en los míticos estudios de la Paramount en Joinville-le-Pont, donde rodó sus películas Carlos Gardel; durante la Guerra Civil española, recorrió el frente cántabro proyectando películas para los milicianos y rodando documentales bélicos como oficial a las órdenes del Estado Mayor republicano; fue detenido por los franquistas en el 39 y recorrió las cárceles de Alcalá de Henares, El Dueso, Burgos y algunas más como condenado a muerte; en prisión, escribió clandestinamente un libro que relata la vida de los sentenciados a pena capital, manuscrito que logró evadir de forma prodigiosa para que un amigo lo mantuviera 17 años oculto en la caja fuerte de un banco; tras serle conmutada la condena por cadena perpetua, salió de la cárcel en 1962, pero la publicación en México y bajo pseudónimo de sus memorias carcelarias le obligó huir de la policía político-social y exiliarse al país azteca en 1996... La monocorde biografía de cualquier hombre plácido y tranquilo, ya se apuntó arriba. Murió a los 99 años en la cama de una residencia de ancianos de Santander, traduciendo hasta el final para completar su magra pensión y pagarse los cuidados.

Salió estos días a las librerías la novela memorialista de Manuel de la Escalera Mamá Grande y su tiempo, en la que un viejo revolucionario español caligrafía su infancia y adolescencia. “Esta autobiografía no llegó a consumarse. Iniciada en la clandestinidad, los trabajos del parto siguieron durante varios años en varias cárceles, hasta que llegó un momento en el que el aborto se impuso”, escribe Escalera en el colofón de este texto que acaba de publicar Akal. Esta Mamá Grande no había sido reeditada desde que en 1980 la distribuyera una pequeña firma santanderina. Como toda la obra de Escalera, amarillea en la marginalidad.

El editor Ramón Akal está empeñado en desempeñársela al olvido. Escalera fue su amigo y traductor en los años 70, al poco de regresar el ex condenado definitivamente a España. Fruto de su colaboración es la primera obra de John Berger editada en España: Ascensión y caída de Picasso (Ed. Akal, 1973). “Hizo una traducción que para mí aun es la canónica. De hecho, ese mito de que pasó dificultades al volver a España o en su vejez no es tan cierto, creo yo, aunque durante los últimos años perdimos el contacto. Tenía un montón de encargos de las mejores editoriales. Era uno de los traductores españoles mejor considerados”, recuerda Akal. “Además, colaboraba habitualmente con revistas y periódicos, Papeles de sor ArmadánsTriunfoInformaciones...”, añade.

Manuel de la Escalera siempre vivió de su trabajo de traductor. Incluso, increíblemente, desde la cárcel, desde las cárceles: Alcalá de Henares, Burgos, El Dueso. “En la cárcel de Alcalá de Henares, Manuel de la Escalera escribió un diario impresionante y de una alta calidad literaria y humana”, aseguró hace años Marcos Ana tras leer Muerte después de Reyes, que Akal recuperó en 2015. Es quizá la obra cumbre de Escalera. Un libro escrito a escondidas de sus carceleros, sacado de prisión clandestinamente y custodiado durante casi dos décadas en la caja fuerte de un banco.

Siguiendo su periplo carcelario, Escalera conoció y selló amistad en el Dueso con otro condenado a muerte, un tal Antonio Buero Vallejo. El dramaturgo calificó así el libro carcelario de su compañero de celda cuando lo leyó muchos años después: “De cuantos libros he podido al fin leer de aquellas tremendas experiencias del dolor hispano, el tuyo es, sin menoscabo de su punzante veracidad, la más admirable conversión en bella y honda literatura, merecedora de perduración, de las terribles vicisitudes padecidas por nuestro pueblo cuando quiso edificar una España liberada de la agresión republicana”.

Y en la cárcel fue también donde el editor Josep Janés (el abuelo de Plaza&Janés) le encargó su primera traducción profesional: el Tarzán del escritor norteamericano de pulp Edgar Rice Burroughs, pater intelectual del hombre de la selva. Más tarde, el editor le iría asignando traducciones menos cuadrúpedas: Katherine Mansfield, Saroyan, Sommerset Maugham, Joyce… Antes de enviar sus manuscritos a la imprenta, estos eran supervisados por los capellanes de las distintas penitenciarías. Aunque se sabe que algún que otro libro tradujo y sacó de forma clandestina, sin pasar por la censura del capellán.

Próximamente, Akal sacará a las librerías el volumen Cuentos de nubes, aparecido en 1981 y que trae a un Escalera que vive la transición española, según escribe Álvaro del Amo en la contracubierta, “con una sabiduría de santo plácido, de elegante socarrón. Porque mirar al cielo tiene, nos advierte, sus peligros”.


jueves, 29 de junio de 2017

De cómo hace Tabarovsky para llegar a Sergio Sant'Anna

Chismoso y digresivo como de costumbre, Damián Tabarovsky publicó la siguiente columna en el diario Perfil, del 11 de junio pasado. Trata sobre la traducción de dos autores brasileños, aunque se centra en uno de ellos: Sergio Sant’Anna (foto). O no tanto. Aunque, vaya uno a saber, ¿no?

Un autor traducido

El otro día, M.C. me pidió, con cordialidad y delicadeza, que dejara de escribir sobre política en esta columna. Implícito, se le notaba un cierto “no entendés nada” o “te estás equivocando”, que probablemente sea cierto. Hecho curioso, ya que más de una vez le sugerí lo mismo a S.B. Curioso para mí, digo, encontrarme ahora en esa situación. No obstante, he tomado al pie de la letra el consejo de mi amiga, y les ahorraré a mis hipotéticos lectores, al menos por hoy, mis digresiones sobre tal candente actualidad. Dispuesto entonces a cambiar de tema (cambiar de tema es un arte como todo lo demás, y yo lo hago particularmente bien) recuerdo pues una anécdota que me contó un entonces joven editor, que recibía en la calle República Arabe Siria. A poco de entrar en la editorial, pensó en traducir a, según él –opinión con la que coincido–, los dos mejores escritores brasileños contemporáneos, ambos ya muertos, pero entonces aún inéditos en castellano: Sergio Sant’Anna y João Gilberto Noll.

Les escribió a los dos, pero con la mala suerte (mala suerte para él: buena para los escritores) de que ya habían sido contratados por otras editoriales argentinas (los contratos ya habían sido firmados pero los libros aún no habían sido publicados, por eso el joven editor pensó que esos autores estaban disponibles). Entonces el editor pegó un volantazo y decidió publicar la recién salida primera novela de un joven autor brasileño que le gustó mucho, Daniel Galera (la novela se llama Manos de caballo), antes de que la obra de Galera pasara luego a ser publicada en castellano por un megaholding transnacional.

Volviendo a la anécdota, Noll encontró editorial en Adriana Hidalgo, donde publicó cinco libros. Y Sergio Sant’Anna en Beatriz Viterbo, donde publicó dos. Noll tuvo entre nosotros una gran recepción crítica, se volvió un autor imprescindible para la mejor crítica literaria. A Sant’Anna también le fue bien, aunque tal vez algo menos, más allá de que sus libros fueron traducidos por César Aira, algo poco usual (no el hecho de que Aira tradujera –actividad a la que se dedicó por décadas– sino que lo hiciera del portugués, a un colega contemporáneo, y no por encargo profesional –por dinero– sino como intervención literaria). No obstante, Sant’Anna tiene de todas maneras sus fieles lectores. Y seguramente tendrá más si algún día se distribuye en Argentina El vuelo de madrugada, magnífico libro de relatos, publicado en Chile por la buena editorial Hueders, traducido por Ariel Magnus (en la reciente Feria del Libro vi que se lo metían en la mochila a un editor ya casi veterano, en alguna actividad seguramente ilícita de compraventa de la que prefiero no enterarme).

En El vuelo de madrugada, Sant’Anna logra hacer bien eso que en general hace daño a la literatura: ser virtuoso. El estilo de Sant’Anna lo es, pero en su caso, en sus cambios de registro de cuento a cuento, o incluso en los cambios de ritmo interno de cada párrafo, en ese eclecticismo que caracteriza su obra, sale victorioso. Sant’Anna puede pasar de una narración acerca de la vacilación sexual, escrita en un tono casi clásico (como en Un error de cálculo), a la metaficción (como en el par Un cuento abstracto/Un cuento oscuro), de un estilo a otro bien distante, y siempre ser fiel a sí mismo: único.

miércoles, 28 de junio de 2017

Un espléndido Seferis publicado en Chile

Y hablando de editoriales chilenas, corresponde destacar la labor que está llevando adelante Tajamar Editores. A los volúmenes clásicos que ha ido integrando a su catálogo –una nueva edición de los Ensayos literarios, de Ezra Pound, traducidos por Tal Pinto y Julia J. de Latino; otra, de El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, en traducción de Óscar Luis Molina, etc.–, suma ahora un fundamental Seferis íntegro, que reúne la totalidad de la obra del poeta griego Giorgos Seferis (1900-1971), Premio Nóbel de Literatura en 1963.


La traducción del volumen estuvo a cargo de Miguel Castillo Didier, a quien también se debe el magnífico volumen que Tajamar Editores publicó años atrás dedicado a la obra completa de Constantino Kavafis.

martes, 27 de junio de 2017

La omisión de los traductores le resta seriedad a la editorial de la Universidad Diego Portales

Una parte del prestigio de la Universidad Diego Portales tiene que ver con su editorial. Pese a las muchas críticas que recibe esa editorial chilena por apostar siempre sobre seguro, por rozar el snobismo en la elección de los títulos contemporáneos, por los precios de los libros, etc., el tiempo va revelando un catálogo muchas veces interesante (cfr. http://ediciones.udp.cl/catalogo.pdf), al que vale la pena consultar. 

Con todo, al hacerlo, uno descubre que el nombre de los traductores brilla por su ausencia. Así, por caso, nos enteramos de la existencia entre las novedades de Biografías selectas, de Thomas de Quincey, o de Vidas de Spinoza, de Jean Colerus, Jean Maximilien Lucas y Pierre Bayle, pero nada sabemos de quiénes tradujeron esos libros que no existen en castellano porque así lo haya decidido ningún espíritu santo, sino porque hubo un traductor que pasó muchas horas de su vida, detrás de un escritorio, traduciéndolos. Omitir su nombre en un catálogo no es un detalle menor: habla de la mentalidad de quien edita y le resta seriedad al emprendimiento.