Aníbal Malvar publicó el 23 de junio pasado, en Público, de España, la siguiente nota
sobre Manuel de la Escalera, un
traductor nacido en México, detenido por los franquistas y condenado a muerte, que pasó 23 años traduciendo en las cárceles de Franco y que
murió a los 99 años, al cabo de una vida llena de alternativas.
El escritor que
tradujo Tarzán
en una cárcel
franquista
Los que lo conocieron
lo recuerdan como un tipo tranquilo, apacible... “El mejor ser humano que he
conocido”, dice Ramón Akal, su más reciente editor. Será cierto si coincide
todo el mundo. Manuel de la Escalera (1895-1994) forjó su placidez existencial sobre
una biografía ciertamente tormentosa:
nacido en México casi por accidente, después criado en Santander, fue
presidiario, escritor, traductor, escultor y cineasta. Estudió de adolescente
Bellas Artes en México DF mientras Madero, Pancho Villa y Emiliano Zapata
hacían la revolución; trató a Picasso en los felices 20 parisinos; aprendió el
oficio del cine en los míticos estudios de la Paramount en Joinville-le-Pont,
donde rodó sus películas Carlos Gardel; durante la Guerra Civil española,
recorrió el frente cántabro proyectando películas para los milicianos y rodando
documentales bélicos como oficial a las órdenes del Estado Mayor republicano;
fue detenido por los franquistas en el 39 y
recorrió las cárceles de Alcalá de Henares, El Dueso, Burgos y algunas más como condenado a muerte; en
prisión, escribió clandestinamente un libro que relata la vida de los
sentenciados a pena capital, manuscrito que logró evadir de forma prodigiosa
para que un amigo lo mantuviera 17 años oculto en la caja fuerte de un banco;
tras serle conmutada la condena por cadena perpetua, salió de la cárcel en
1962, pero la publicación en México y bajo pseudónimo de sus memorias
carcelarias le obligó huir de la policía político-social y exiliarse al país
azteca en 1996... La monocorde biografía de cualquier hombre plácido y
tranquilo, ya se apuntó arriba. Murió a los 99 años en la cama de una
residencia de ancianos de Santander, traduciendo hasta el final para completar
su magra pensión y pagarse los cuidados.
Salió estos días a
las librerías la novela memorialista de Manuel de la Escalera Mamá Grande y su tiempo, en la que un viejo
revolucionario español caligrafía su infancia y adolescencia. “Esta
autobiografía no llegó a consumarse. Iniciada en la clandestinidad, los
trabajos del parto siguieron durante varios años en varias cárceles, hasta que llegó
un momento en el que el aborto se impuso”, escribe Escalera en el
colofón de este texto que acaba de publicar Akal. Esta Mamá Grande no había sido reeditada desde que en 1980 la
distribuyera una pequeña firma santanderina. Como toda la obra de Escalera,
amarillea en la marginalidad.
El editor Ramón Akal
está empeñado en desempeñársela al olvido. Escalera fue su amigo y traductor en
los años 70, al poco de regresar el ex condenado definitivamente a España.
Fruto de su colaboración es la primera obra de John Berger editada en España: Ascensión y caída de Picasso (Ed. Akal,
1973). “Hizo una traducción que para mí aun es la canónica. De hecho, ese mito
de que pasó dificultades al volver a España o en su vejez no es tan cierto,
creo yo, aunque durante los últimos años perdimos el contacto. Tenía un montón
de encargos de las mejores editoriales. Era uno de los traductores españoles
mejor considerados”, recuerda Akal. “Además, colaboraba habitualmente con
revistas y periódicos, Papeles de sor Armadáns, Triunfo, Informaciones...”,
añade.
Manuel de la Escalera
siempre vivió de su trabajo de traductor. Incluso, increíblemente, desde la
cárcel, desde las cárceles: Alcalá de Henares, Burgos, El Dueso. “En la cárcel
de Alcalá de Henares, Manuel de la Escalera escribió un diario impresionante y
de una alta calidad literaria y humana”, aseguró hace años Marcos Ana tras leer
Muerte después de Reyes, que Akal
recuperó en 2015. Es quizá la obra cumbre de Escalera. Un libro escrito a
escondidas de sus carceleros, sacado de prisión clandestinamente y custodiado
durante casi dos décadas en la caja fuerte de un banco.
Siguiendo su periplo
carcelario, Escalera conoció y selló amistad en el Dueso con otro condenado a
muerte, un tal Antonio Buero Vallejo. El dramaturgo calificó así el libro
carcelario de su compañero de celda cuando lo leyó muchos años después: “De
cuantos libros he podido al fin leer de aquellas tremendas experiencias del
dolor hispano, el tuyo es, sin menoscabo de su punzante veracidad, la más
admirable conversión en bella y honda literatura, merecedora de perduración, de las terribles
vicisitudes padecidas por nuestro pueblo cuando quiso edificar una España
liberada de la agresión republicana”.
Y en la cárcel fue
también donde el editor Josep Janés (el abuelo de Plaza&Janés) le encargó
su primera traducción profesional: el Tarzán del
escritor norteamericano de pulp Edgar
Rice Burroughs, pater intelectual del
hombre de la selva. Más tarde, el editor le iría asignando traducciones menos
cuadrúpedas: Katherine Mansfield, Saroyan, Sommerset Maugham, Joyce… Antes de
enviar sus manuscritos a la imprenta, estos eran supervisados por los
capellanes de las distintas penitenciarías. Aunque se sabe que algún que otro
libro tradujo y sacó de forma clandestina, sin pasar por la censura del
capellán.
Próximamente, Akal sacará a las librerías el volumen Cuentos de nubes, aparecido
en 1981 y que trae a un Escalera que vive la transición española, según escribe
Álvaro del Amo en la contracubierta, “con una sabiduría de santo plácido, de
elegante socarrón. Porque mirar al cielo tiene, nos advierte, sus peligros”.
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