Allí, quien desee hacerlo, podrá encontrar impecables versiones, que van de Homero hasta los poetas griegos actuales, pasando por Constatino Cavafis, Odyseas Elytis, Miltos Sachtouris y muchos otros autores.
martes, 19 de mayo de 2020
Un blog dedicado a la literatura griega traducida
Letras de Grecia (http://pedrovicuna.blogspot.com/) es el blog dedicado a la traducción de poesía griega que lleva adelante el poeta y traductor chileno Pedro Ignacio Vicuña.
Allí, quien desee hacerlo, podrá encontrar impecables versiones, que van de Homero hasta los poetas griegos actuales, pasando por Constatino Cavafis, Odyseas Elytis, Miltos Sachtouris y muchos otros autores.
Allí, quien desee hacerlo, podrá encontrar impecables versiones, que van de Homero hasta los poetas griegos actuales, pasando por Constatino Cavafis, Odyseas Elytis, Miltos Sachtouris y muchos otros autores.
lunes, 18 de mayo de 2020
Empezamos la semana con una mala noticia.
Situación del Seminario
El Seminario Permanente de Estudios de Traducción
(SPET) lamenta tener que comunicar que ha interrumpido sus actividades y que
peligra su continuidad.
La interrupción se debe a una medida solicitada al
Rectorado por el Consejo Directivo del IES en Lenguas Vivas “Juan R. Fernández”
y es consecuencia directa de la decisión tomada por el ministerio de Educación
del GCBA de rechazar el alta de las horas institucionales con las que se
financia, entre otros, el trabajo del Seminario, aunque la Dirección de
Escuelas Normales y Superiores (DENS) ya había firmado la autorización a
mediados de abril.
En la misma situación se encuentran tanto lxs
compañerxs que trabajan en otros proyectos institucionales –Programa de
Investigación, revista Lenguas V;vas, Escuela de Otoño de Traducción
Literaria (EOTL), Centro de Estudios Francófonos (CEF), Fondo Documental y Coro
del Lenguas Vivas– como lxs docentes que se hicieron cargo este cuatrimestre de
suplencias e interinatos, cuyas altas también han sido rechazadas. Ante la
falta de respuesta del GCBA a los reclamos de la institución, el Consejo
Directivo solicitó la inmediata interrupción de las actividades de todxs lxs
docentes involucradxs, que en algunos casos estamos trabajando desde mediados
de marzo sin cobrar nuestros haberes. Nos solidarizamos con nuestrxs colegas y
con todxs lxs alumnxs que han sido afectadxs en su derecho a estudiar por los
recortes decididos desde el GCBA.
Desde el SPET deseamos aclarar que esta decisión
del GCBA implica exclusivamente la pérdida de salarios y de ninguna manera
supone el ahorro de otras erogaciones. Todos los proyectos y las horas de
planta estaban previstos en el presupuesto y los gastos adicionales que
originan los proyectos son absorbidos por la infraestructura de la institución
o solventados por la Asociación Cooperadora. En un momento en el que desde el
Estado nacional se hace todo tipo de esfuerzos económicos para evitar la
pérdida de fuentes de trabajo, desde la Ciudad de Buenos Aires se implementan
medidas que van en sentido contrario.
En un contexto institucional en el que todavía no
se ha dirimido por completo el conflicto entre los terciarios y el GCBA por la
creación de la UniCABA, no podemos dejar de expresar nuestra profunda
preocupación por estas medidas que no solo entorpecen el cursado de materias
que han quedado vacantes por licencias, renuncias y jubilaciones, sino que
además despojan al Lenguas Vivas “Juan R. Fernández” de uno de los pocos
espacios en los que la institución puede seguir ejerciendo su autonomía
académica: el de los proyectos institucionales.
El SPET tenía confirmadas sus sesiones de mayo y
junio por videoconferencia y estaba organizando la sesión de julio, además de
otras tareas habituales, como la difusión de información y la digitalización y
organización de material bibliográfico para el área de Traductología de los
traductorados y grupos de investigación.
Griselda
Mársico
Uwe
Schoor
Etiquetas:
Año del coronavirus,
SPET,
Traductología,
Traductores argentinos
viernes, 15 de mayo de 2020
Cuestiones de derechos de autor (10)
![]() |
Andrés Ehrenhaus |
La
discusión inicial sobre los derechos del autor sobre su trabajo y la liberación
de contenidos en las redes produjo numerosas reacciones a favor y en contra.
Para cerrar momentáneamente la serie comenzada hace ya dos semanas, hoy es el
turno del narrador y traductor Andrés
Ehrenhaus, quien posee una amplia experiencia en la materia. En España, como
vicepresidente de ACEtt, trabajó durante su gestión en la defensa de los
derechos de los traductores. Luego, fue uno de sus principales impulsores y
fogoneros durante el fallido intento de crear una ley que defendiese los
derechos de los traductores en la Argentina. En consecuencia, sus reflexiones
desde Barcelona merecen ser consideradas. Pueden leerse a continuación.
En cierto modo
entiendo, pero no comparto en absoluto, el estupor ante la repentina falta de
libertad, tanto individual como social, que suele manifestarse estos días. No
hablo del estupor de la derecha chillona e histérica, esa derecha que cada vez
responde menos a su mandos naturales y más a su pérdida de función simbólica. Hablo
del estupor de quienes no ejercen ninguna clase de poder ni tienen la menor
gana de hacerlo. Hablo de quienes se sorprenden honestamente de que ya no
seamos libres. Y me pregunto: ¿en serio hemos perdido libertad durante este
encierro o acaso el encierro nos hizo caer brutalmente en la cuenta de que no éramos
libres desde hace rato? No puedo dejar de sentir que hay cierto infantilismo en
la súbita percepción de que de pronto no podemos salir a defender nuestros
derechos como antes. ¿Como antes de qué? Será antes de Cristo, porque hace
mucho que no salíamos a defender nada. Al menos nada real.
En Catalunya,
donde vivo, venimos de un pasado reciente de manifestacionismo paroxístico, una
hiperinflación del ejercicio de gritarle al viento las convicciones del alma o
las entrañas. Llevamos años de grandes concentraciones masivas de entrañismo. Durante
esos años, que siguen vigentes, la prensa casi solo hablaba de “eso”. Ahora
casi sólo habla de “esto”. Voy a ser castizo: me cago en la diferencia. Antes o
durante esa borrachera de libertad de expresión del deseo (pero no de libertad
del deseo ni, mucho menos, del goce) que, además, resultaba menos catártica que
placébica, el poder real se dedicó a recortar paciente y sistemáticamente todas
las concesiones arrancadas a pecho y los privilegios sociales cedidos a
regañadientes en épocas de debilidad histórica relativa, despojando a tirios y
troyanos de derechos laborales e individuales, de herramientas de lucha, de
mecanismos de subsistencia, de memoria crítica, de razones políticas y, por
último, de razón.
La libertad la
empezamos a perder al principio del camino, quizás mientras estábamos
cumpliendo con los requisitos para poder conectarnos al culo autófago del mago
de Oz, que se traga todos nuestros datos a cambio de “mantenernos en red”. Durante
un congreso universitario de traducción, hace bastantes años ya, sostuve una
pelea dialéctica tensa y sangrante con un alumno en torno al tema de la
propiedad intelectual y los derechos autorales; él me (“nos”) recriminaba desde
la tribuna que no estuviéramos claramente comprometidos con la nueva “ola de
libertad virtual” que configurará el mañana, que no entendiéramos que la “cultura”
es de “todos”, que nos aferráramos a la vieja tradición precapitalista de la
posesión de las cosas, incluso de aquellas que se producen “con la mente”. Y yo
le dije ok, si yo comparto contigo mis contenidos, es decir, el fruto de mi
trabajo, eso que genera un valor que el sistema se traga y con suerte me
regurgita una pizquita para permitir que siga generando valor, etc., es decir,
lo que me da mínimamente de comer, ¿tú compartirías conmigo tu heladera, tu
laptop, tu conexión a internet? Él me contestó: no, porque todo eso lo he
pagado y es mío, pero la cultura que tú produces ya no es tuya, es de todos. Es
como el viejo chiste de Moris, pensé. O sea que esto es lo que viene, lo que ya
está aquí: la necedad disfrazada de libre circulación del producto de nuestro
trabajo.
Ni siquiera
cuando nos regalan las computadoras, la conexión telefónica, el software, el
chip, la vacuna, la mascarilla, la medicación o la comida envasada nos están
regalando nada que no hayamos pagado, estemos pagando o vayamos a pagar, porque
lo que nos extraen mientras le expresamos nuestros deseos al algoritmo
devorador es mucho más de lo que nos tiran como alpiste y nuestra renuncia a la
libertad de lucha es mucho más significante que cualquier indignación
mediatizada. Nada de lo que estamos descubriendo hoy con la pandemia y el bicho
era algo que ignoráramos antes, avestruces: se muere mucha más gente, niños en
concreto, de malaria en la mayor parte del mundo año tras año que la que mata
esta peste; el hambre mata millones (¡hasta Mopi Caparrós lo dice en un
libro!), la línea de pobreza es cada vez más aberrante; hay enfermedades
endémicas que no solo no se erradican sino que se arrinconan donde más
conviene; el mundo se calienta, los polos se derriten; la polución ambiental es
letal; generamos más basura (y no hablemos de la radiactiva) de la que podemos
gestionar o imaginar siquiera; estamos llenando la atmósfera de detritos
tecnológicos que orbitan como camalotes en el gran río que fluye; hay gobiernos
muy poderosos en manos de orangutanes lobotomizados; la violencia del hombre
contra la mujer es tan pandémica que casi se ha naturalizado; estamos tan
atravesados por la desazón y la entrega al determinismo que antes que salir a
pelearla preferimos ver una serie en Netflix donde unos desesperados sufren la
privación de su libertad de mil modos diferentes y con actuaciones de un nivel
excepcional (la fotografía es excelente); en fin, hace mucho tiempo que, en
términos de política real, hablamos por hablar.
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Andrés Ehrenhaus,
Derechos de autor
jueves, 14 de mayo de 2020
Cuestiones sobre derechos de autor (9)
Además
de ser uno de los más importantes traductores argentinos de poesía italiana (entre sus logros están Cavalcanti, Dante Alighieri, Montale, Pasolini, Pavese
y una larguísima lista de autores, que pueden consultarse en su blog Otra
iglesia es imposible), Jorge Aulicino (foto)
es uno de los más destacados poetas argentinos de la actualidad. Ganador del
Premio Nacional de Poesía 2015, es autor de Vuelo
bajo (1974); Poeta antiguo (1980); La caída de los cuerpos (1983); Paisaje
con autor (1988); Hombres en un restaurante (1994); Almas en
movimiento (1995); La línea del coyote (1999);
La poesía era un bello país. Antología 1974-1999 (2000); Las Vegas (2000); La luz checoslovaca y La nada (2003); Hostias (2004); Máquina de faro (2006);
Cierta dureza en la sintaxis (2008); Estación Finlandia. Poesía reunida 1974-2011 (2012); Libro del engaño y del desengaño (2011); El camino
imperial. Escolios (2012); El Cairo (2015); Corredores en el parque (2016); Mar de
Chukotka (2018) y
El río y otros poemas (2019) y Un
poeta griego huye de Londres (2019).
Consultado por el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires.sobre la polémica generada en torno de los derechos de autor, escribió el
siguiente texto.
Poesía y
derechos de autor
Ahora
que tanto se comparte en las redes sociales y todo el mundo parece
dispuesto a compartir en un contexto de sociabilización o conciencia
social expandido, los derechos de autor están en crisis. Los reivindican
muchos, y muchísimos los ignoran.
No
voy a entrar en la discusión de los motivos personales. Sobre todo, los de los
narradores. Están en su derecho. Hay un reconocimiento legal del derecho de
copia o reproducción: usted me quiere publicar, me paga. No lo discuto.
Mi
experiencia como autor de poesía es la siguiente:
Más
o menos a los 20 años elegí un oficio que me dio de comer, no importa cuál para
esta argumentación, pero fue el periodismo. Aproveché, más bien, una
oportunidad que se presentó en la puerta de mi casa. Mi padre, al que escuchaba
más que lo que entonces estaba dispuesto a reconocer, me había hecho consciente
de que tenía que aprender algún oficio, porque de la poesía no iba a vivir.
Desde entonces, ese fue el credo para mí. La poesía fue el impulso fantasma, el
oficio secreto, la segunda ocupación, donde los límites, reglas, modos, formas
y estructuras, derivados de una práctica de autores llamados maestros, las
elegía y disponía yo, en total libertad, por inspiración, juego o
experimentación. Entendí que era improcedente tasar el resultado de esa vigilia
e intentar que entrase en el mercado de bienes. Se despertó, con eso, un
orgullo, no lo niego, pero más allá de esa altivez había una simple moral: no
podía exigir un pago por mi mundo, por la parte del ser que no es fuerza de
trabajo y por lo tanto no se vende. Improbable y cierto, sombrío y luminoso,
eso que hacía era lo que legítimamente podía llamar un yo. De manera que allí
no valía el dinero, no había concepto de precio ni de derecho. Me bastó siempre
que mencionasen mi nombre al pie de cualquier poema que hubiese escrito y que
alguien reprodujera.
Quisiera
aclarar con esto que no tengo una posición contra el pago y recepción de
derechos de autor. La literatura se vende en el mercado y, en parte o en el
centro, esa literatura es poesía. Entonces hay derecho a pedir que la plusvalía
se reparta y tenga el autor su porción. Pero así como trato de no pagar los
libros y leerlos en línea o conseguirlos de cualquier otra forma, aun cuando
lleguen fragantes de olor industrial, de olor a imprenta, tampoco reclamo mi
pago.
Me
dijeron una vez: si de tus libros se vendieran miles de ejemplares, ¿no
reclamarías que te paguen los derechos de autor? Dije: no sé. Es totalmente
fantástica la idea de miles de libros de poesía firmados por mí y vendidos en
las librerías o como e-books. No puedo realmente imaginar que no reclamaría
derechos de autor ni que los reclamaría.
Pero
vamos al punto: nadie, excepto un reducidísimo núcleo de autores, la mayoría de
ellos muertos -y gran parte muertos hace siglos-, los poetas no venden miles de
ejemplares de sus libros. Esto es porque la poesía no se vende, según el
consabido sonsonete difundido por editores y libreros. Yo tiendo a pensar que
no se vende por las mismas razones por las que a mí no me interesa discutir los
derechos con ningún editor ni con colegas que reclaman derechos. Esa parte de
los seres humanos se trasmite por códigos imprecisos y es tan difícil venderla
cuanto abarcarla en una reseña. Mi fastidio o resistencia al hacer reseñas
proviene de lo mismo. Puedo decir quién fue o es, históricamente, un autor;
mencionar sus gustos, incluso; la afinidad con otros; situarlo según las tendencias
estéticas convencionalmente aceptadas y las cuestiones o temas que roza, pero
no puedo abarcar completamente la poesía de un libro, incluidos los libros en
prosa. Esa es la parte maldita, irreductible; el don, el potlatch
que menciona Georges Bataille. Aunque ese excedente está en todo trabajo intelectual
y manual, la poesía nace sin valor de cambio, como mero valor de uso. Y toda la
sociedad la puso en tal sitio. Los libros de poesía no se venden: los poetas
-sus principales lectores- esperan que se los regalen. La poesía se lee en las
"redes sociales" en forma de fragmentos que son en realidad dosis
convenientes (no voy a desarrollar aquí qué dosis de poesía conviene consumir
por día). Esto que el lector siente que se trasmite de un alma a otra no
podría tener precio, no lo pagaría aquel que luego citará el poema en sus
oraciones, en un momento crucial o agónico, en unas líneas dirigidas a un amor,
en una confesión, en la intimidad donde todo el universo parece latir.
Nunca
rechacé el pago de actividades conectadas a la poesía, como conferencias,
participación en mesas redondas, prólogos y contratapas, reseñas y
traducciones. Puedo sentir e interpretar de una particular manera un autor y
traducirlo, pero esa voz filtrará y asimilará lo que haya de mi propia voz en
ella. De manera que veo allí un trabajo social y económicamente mensurable. En
lo otro, no. Pura mística, quizá. Reconozco que a veces pienso que es una estupidez,
ni siquiera un sacrificio. Pero me siento libre de ese modo.
miércoles, 13 de mayo de 2020
Cuestiones sobre derechos de autor (8)
La escritora y traductora española María José Furió nos ha acostumbrado a una lucidez sin mella, que raramente se encuentra en los colegas, como puede comprobarse leyendo la siguiente entrada que escribió especialmente para este blog.
La cultura gratuita no es gratis
He leído
con interés los artículos que ha publicado el blog en los últimos días en torno
al debate suscitado por la propuesta de ofrecer descargas gratuitas de obras de
autores aún vivos como “respuesta extraordinaria a un hecho extraordinario (y
blablabla).
En
España no ha habido debate, que yo sepa. Durante unos días hubo cierto revuelo
cuando la editorial Anagrama anunció que permitía descargar gratuitamente unos
títulos concretos de autores de la casa, para aliviar el confinamiento de los
lectores. Enseguida otras editoriales, incluidas las de las dos grandes
corporaciones, aparecieron con sus respectivos “regalos”. Protestaron las
librerías, obligadas por la cuarentena a cerrar sus puertas y a fiarlo todo –o
casi todo– a la venta en línea.
Algunas
editoriales alegaron que liberaban títulos ya imposibles de encontrar en librerías
–tampoco, se supone, en plataformas, salvo, quizá de segunda mano–: ensayos
sobre cine, televisión, cultura pop y sus personajes; las grandes editoriales
ofrecían sobre todo bestsellers que
los lectores podían almacenar ahora en sus dispositivos. En el primer caso sí
cabe considerarlo un acceso a una obra minoritaria –si quedan cinéfilos y
estudiantes de audiovisual a estas alturas–; en el segundo caso, algunos de los
autores han ingresado royalties en
cantidad suficiente hasta para darse el capricho de celebrar “los quince” de la
mascota. Se presta más al debate la oferta de Anagrama y de editoriales de
perfil y envergadura similar.
Aquí
se produce lo que llamo “el discurso virtuoso”: se exhibe un acto de virtud –
ofrezco acceso gratuito a unos títulos publicados hace pocos años, de autores
conocidos, y así pongo la cultura a disposición de toda la población– que
persigue un fin comercial. Cuatro si no los cinco de los escritores elegidos,
latinoamericanos y españoles, publican libro nuevo este mismo trimestre. En el
caso de los dos españoles, Sanz y Torné, la novedad forma parte de una serie y
el que se ofrece en descarga gratuita –durante unas pocas semanas– no tuvo el éxito
comercial esperado (según señalaron en su momento páginas de cultura). Como
estrategia comercial no puede ser más básica –y, seguramente, inobjetable–: se
da impulso a un producto parado a la vez que se conecta el nombre del autor,
que circula en las páginas de cultura que anuncian la iniciativa editorial, con
ese título nuevo del que se ha hablado recientemente en la misma sección
del diario y otras plataformas. El autor
parece, además, dadivoso y altruista.
El quid de la cuestión en este asunto no es
qué se regala sino si de verdad es gratuito y quién gana y quién pierde.
Ni siquiera por sectores el daño y el
beneficio es el mismo: no pierde lo mismo una librería de Barcelona conectada con
las instituciones culturales que una de Colombia. Un lector en Perú que durante
unos días puede descargarse cinco títulos de cinco escritores que la editorial
tiene como su primera línea de batalla accede así a una representación de la
literatura “normativa” actual. Al margen del placer que le procure leerlos,
accederá –en el caso sobre todo de los españoles– a unos discursos que se
presentan como modernos sin serlo, que son el destilado de un pensamiento ya de
consenso sobre temas que años atrás fueron controvertidos: la corrupción de las
élites políticas o el abuso sexual y la violación. Para llegar a ese consenso
otros escritores se rompieron la cara hace años y perdieron, entre otros
asuntos más relevantes, colaboraciones pagadas; entre ellos yo misma al
criticar por activa y por pasiva el tratamiento que los escritores jóvenes y “modernos”,
muchos de ellos profesores universitarios, daban a la prostitución, la violación
y el abuso en sus novelas o el nepotismo y clasismo que rigen en la “selección
natural” de literatos relevantes.
¿Y qué
puñetas me importa la modernidad si
delante tengo este apocalipsis de la pandemia, de mi futuro laboral, de mis
relaciones y proyectos?, preguntará más de uno. Bueno, la modernidad es lo que más debería importarnos cuando va a tocar no sólo
reinventar diversos aspectos de nuestras vidas y relaciones sino también
plantar cara a las tentaciones de control que propondrán todos los poderes.
Porque la modernidad no son las florituras y audacias estilísticas para dar
brillo a ideas trilladas o que reflejan el consenso “progresista” del momento,
sino la acción eficaz que mejor responda a los conflictos más agudos, que
llevan escondiéndose bajo alfombras de corrección política, como el derroche en
la escuela pública gratuita y la proletarización de profesionales muy
cualificados: los freelances de la
cultura.
En
otra aportación a este debate se distinguía entre la literatura cultivada sin ánimo
de lucro y que circula se diría que sin mediación económica, por y para unos
pocos insobornables, y la “industria cultural”. Como si todos los “creyentes”
en este ideal fuesen/fuésemos Beckett, santos, místicos y mártires de la
literatura dispuestos a asumir los estigmas de todas las penurias. No he sabido
encontrar en España esa literatura al margen porque el campo literario está muy
institucionalizado, atrapado entre dos fuegos, el de la industria y la
academia, y no existe una bohemia, una vanguardia. Lo que existe es la pura
pobreza más o menos vergonzante. Los “movimientos” vanguardistas que se dieron
diez años atrás eran coquetas insinuaciones para atraer a la industria y a la
academia. Eso implica, por volver al tema de los derechos cedidos o perdidos,
que el dinero en circulación, el que permite vivir de la literatura –en todos
sus aspectos, incluido el de la traducción, reseñas, conferencias, clases
universitarias–, lo hace entre pocos nombres. Luego quedan cantidades míseras –la
teoría del goteo– que llueven sobre un número amplio de literatos –diversos en
géneros cultivados, entidad, compromiso, dedicación, reconocimiento--, que
conforma el “mantillo” de todo campo cultural.
En
muchos casos, aquí y en las quimbambas, las colaboraciones gratuitas ocupan una
gran cantidad de tiempo del escritor o crítico vocacional. No supondría mayor
problema que el de organizar los diferentes tiempos si no se añadiese la cuestión
del “saqueo y pillaje” de los frutos de estas colaboraciones gratuitas, que
tampoco dan derechos de autor ni opción a subvenciones o becas, hasta donde yo
conozco. Todo el que lleva un blog más solvente que menos habrá descubierto sus
ideas y aportaciones recogidas en columnas de autores en publicaciones de gran
circulación. Esos escritores aupados como nombres de referencia necesitan
llenar columnas, reseñas, hacer declaraciones, y además escribir sus novelas
por lo que no vacilan en asumir y presentar como propias ideas y reflexiones
hechas por otros escritores o periodistas, y no los citarán a menos que la “fuente”
de la brillante idea, o hasta del chiste, arroje más brillo sobre el propio
nombre. Los vocacionales trabajan también, como si de una estúpida carrera
ciclista se tratara, para el “líder”, y cualquier escapada del pelotón se
castiga con el ostracismo y la asfixia económica. A falta de debates de calado,
lo que prolifera en España, según veo las páginas de cultura, es el lamento por
el desdén “institucional” o la publicidad de novedades.
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Derechos de autor,
María José Furió
martes, 12 de mayo de 2020
Cuestiones sobre derechos de autor (7)
Tal vez, la única posibilidad de reflexionar sobre los derechos de autor sea a través de una serie más bien caótica de reflexiones como las que siguen. Al menos, así lo ve Marietta Gargatagli, autora de la siguientes apostillas, cada una de las cuales merecería una nueva entrada.
Conclusiones
Enumeración
caótica
1. El reparto
del PVP (precio de venta al público) de un libro, es así: el autor o autora
recibe el 8 %, el traductor o traductora el 1% o el 2%, la editorial el 30%, la
distribución y librerías el 60 %. Si el tiraje, la tirada, supera los 6.000
ejemplares o los 10.000, el autor o autora puede recibir el 10 o el 15 %, y algo
más también el traductor o traductora. O, si el tiraje es corto, puede recibir
menos. O nada.
2. Trato de
dialogar con estas cifras y pienso: ¿por qué llaman “derechos de autor” a ese 8
% del libro que hubiera podido tragarse de un mordisco un perro un poco jeringa
y letrado que tuve y que ya no es de este mundo? Los “derechos de autor” deberían
llamarse “mordisco de perro” o “bolas de
fraile” o cualquiera de las expresiones con las que los panaderos anarquistas
alegraron la hora del té o de la ilex paraguayensis sobre la que una vez
escribí un libro del que, como de ninguno, no cobré nunca más que el anticipo. Y
mínimo. El anticipo son los derechos de autor que quien escribe o traduce
profesionalmente conoce. Con suerte.
3. Le pregunto a
un amigo en Barcelona que tiene más de cincuenta libros traducidos. ¿Recibes
liquidaciones por la venta de los libros? No, nunca. ¿Ni siquiera por las
traducciones de fulano y de mengano, autores bastante populares en una época?
No, no, nada. Por un libro propio si cobré derechos, ya no, tuvo su momento,
dice, ahora tampoco.
4. Suplementos y
páginas literarias de Chile, Uruguay, Argentina y España reseñan, como novedad,
ediciones catalanas de William Saroyan de libros publicados hace setenta años
por Juan Goyanarte. Leonor Acevedo de Borges, nacida en 1876, incluso tuvo un
homenaje de la comunidad armenia por traducirlo. La novedad de verdad es que
las traducciones son nuevas.
5. Decía Borges:
“Yo dirigía con toda libertad el Suplemento Literario [Revista Multicolor de
los Sábados. Crítica, desde 1933]. Y ahí publicamos excelentes cuentos de
Kipling, de Chesterton, de Jack London, de Bret Harte; algún cuento de Lugones,
también. No había derechos de autor, entonces. Los autores cobraban en fama,
nada más, no en dinero. Podía hacerse una excelente revista con recortes. Yo
estaba en la misma sala en que estaban los dibujantes, y me hice amigo de todos
ellos. Y además me gustaba mucho trabajar con los obreros, en el taller, con
los linotipistas. Y aprendí a leer los linotipos, como un espejo. Y aprendí a
armar una página, también. Yo podía armar una página, entonces. Ahora no sé si
podría hacerlo.”
6. Decía
Sarmiento: “Esta reproducción de los libros de una nación en otra, si bien
despoja a un autor de su derecho, trae ventajas inmensas a la civilización del
mundo, que hace desde luego propiedad suya cada progreso de la inteligencia
humana que se instruye, por decirlo así, de la colección de todos los
pensamientos, de todas las observaciones que han ligado a todos los hombres en
todos los siglos pasados. Cada escritor tiene un poco de plagiario, se ha
dicho, y conrazón, y son muy pocos los pensamientos nuevos que no sean hijos
legítimos de pensamientos anteriores.”
7. Ninguno de los
grandes escritores argentinos es editado ahora por editoriales argentinas. Podría
ocurrir que los herederos de escritores muertos mueran también y que los derechohabientes
del futuro sean estudios de abogados designados por los herederos del presente.
Parece que ya pasa.
8. Decía Gonzalo
Losada en 1934: “la producción literaria de estas Repúblicas es prácticamente
nula, y las demás artes se desenvuelven en un medio no ya incompresivo(sic)
sino hostil”.
9. En 1956,
Edhasa solicitó a la censura de España poder editar Ficciones, obra que
presentó como traducción al castellano de J. López, de la que Borges era autor,
autor traducido. El expediente contiene unas galeras de Ficciones, reproducción
de la edición de Emecé, también de 1956, volumen cinco de las Obras
completas de Borges. La solicitud se autorizó dos meses más tarde.
10. Simetría
histórica argentina: la Ley de propiedad científica, literaria y artística
[7092/1910] fue promovida por Carlos y Manuel Carlés, fundadores de La Liga
Patriótica Argentina; la Ley de Propiedad intelectual [11.723/1933] fue
aprobada en el escenario de autoritarismo y corrupción que inauguró para los
tiempos venideros el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 contra
Hipólito Yrigoyen; la Ley de Adhesión a la Convención de Berna para la
Protección de las Obras Literarias y Artísticas [17251/1967] fue aprobaba de
facto por el general Juan Carlos Onganía.
11. “Shakespeare,
el más grande, el más genial, el más inmortal, el más insuperado y el más
insuperable autor dramático, no podría afirmar que es propietario de sus obras.
Así como muchos creen, y hasta ahora todavía los hay, que el fue un plagiario.
¿Shakespeare plagiario? ¡Y qué decir de los modernos autores! ¿Alguien puede
decir que es propietario? Estoy seguro que al más original, al más grande, con
lente microscópico de una crítica sagaz e implacable, se le puede encontrar, en
cierta medida, que es un plagiario, y que a veces pronuncia o escribe frases
que cree son de él, cuando en realidad son propiedad de otros y que en su
subconciencia aparecen como propias.” [Debates de la Ley de Propiedad
Intelectual de 1933.]
12. “Entre los
países que resguardan a los editores de su nacionalidad, citaré a Gran Bretaña,
Estados Unidos y también a Canadá marchando este último país de acuerdo con la
legislación inglesa. Inglaterra ha establecido que las obras de países
extranjeros, para ser aceptadas, deben ser publicadas simultáneamente en el
país extranjero y en Gran Bretaña. Estados Unidos, para defender y proteger a
sus editores del aprovechamiento de las ediciones de países extranjeros, ha
establecido el procedimiento inglés, disponiendo además que la obra debe
editarse e imprimirse en talleres de la Unión. Si nosotros aceptáramos sólo el
principio norteamericano, que es el que propongo, habríamos realizado una obra
de defensa y protección a la industria editorial.”[Debates de la Ley de
Propiedad Intelectual de 1933.]
13. En latín, plagium
era esclavizar a un liberto o robar un esclavo y en muchos países de América
latina todavía significa “secuestro”. El plagio literario tiene relación íntima
con la figura de autor, cuyos derechos legales se concibieron en el siglo
XVIII, como los conceptos de “plagio” y “originalidad” que incorporó el
Romanticismo. La Argentina ya era un país independiente cuando la palabra plagio
apareció por primera vez (1817) en un diccionario de la Real Academia Española.
14. Si La
peste de Albert Camus se convirtiera en un best-seller, como en
Italia o Francia, no había problema en importar la edición de Sur de 1948
editada en el extranjero.
15. Es rara la
idea de que el castellano sea una lengua única. Que sea compresible no quiere
decir que sea la misma. Muchos países de América Latina están perdiendo la
oportunidad de editar sus propios libros, sus propias traducciones, de leerse y
hablarse como quieran.
16. Los países
deberían disponer de ediciones académicas de sus clásicos. Y a precios
accesibles. Debería existir esta necesaria excepción.
17. Todos los
autores y traductores tienen que cobrar por su trabajo. La publicación de su
obra no significa la desaparición del autor. Y no son los lectores los que los
convierten en nada.
Etiquetas:
Derechos de autor,
Marietta Gargatagli
lunes, 11 de mayo de 2020
Cuestiones sobre derechos de autor (6)
Tercera entrega de las investigaciones de Marietta Gargatagli ligadas a los derechos de autor. En esta oportunidad, se trata del destino de las traducciones de La Peste, de Albert Camus en España y las muchas trampas llevadas a cabo por los editores penínsulares para burlar los derechos de autor de la editorial argentina Sur.
El caso Camus: La peste
(III)
Debo y agradezco la información
sobre las cartas
de La peste a Magdalena Cámpora.
Victoria Ocampo y Albert Camus
Victoria Ocampo y Camus se conocieron en 1946,
Camus estuvo en Buenos Aires en 1949 y se escribieron a lo largo de años: Victoria
Ocampo y Albert Camus: Correspondencia (1946-1959), traducción y notas de
Elisa Mayorga y Juan Negri, Sudamericana/Penguin Random House Grupo Editorial, 2019.
La presentación de estas cartas y la exhibición del manuscrito de La peste,
que no había salido nunca de Francia, fueron un homenaje al autor [Albert Camus:
un extranjero en Buenos Aires, 2019] y, al mismo tiempo, un reconocimiento
al país que tradujo y publicó toda su obra.
En el espacio de Sur, la revista publicó Calígula (1946) [No consta el
traductor o la traductora]; un anticipo de La Peste (“Desterrados en la
peste” (1947), LylyCardahi de Ibañez, traductora; “El artista es el testigo de
la libertad” (1949), Julio Cortázar, traductor; “Lluvias de Nueva York” (1949),
Victoria Ocampo, traductora; “La rebelión antigua” (1951), Carlos Heredia,
traductor; “Un hombre de letras: el marqués de Sade” (1951) [No consta el
traductor o la traductora); “El minotauro o el alto de Orán” (1952), Aurora
Bernárdez, traductora; “La mujer adúltera” (1957), José Bianco, traductor,
“Revés y derecho (1958), Graziella Peyrou, traductora. La editorial Sur publicó
La peste (1948), traducción de Rosa Chacel; Bodas (1953),
traducción de Jorge Zalamea; El verano (1954), traducción de Alberto
Bixio; Requiem para una reclusa (1960, adaptación de Albert Camus de la
obra de William Faulkner), traducción de Victoria Ocampo. Se publicaron también
reseñas de sus obras y notas de diversos autores sobre la ruptura Sartre-Camus.
La peste
La editorial Sur reeditó La peste en 1949,
1951, 1955, 1961, 1975, 1978. Ninguna de estas ediciones se vendió en España. En
los archivos de la censura (Alcalá de Henares, Archivo General de la
Administración (AGA) no hay ningún expediente relativo a esta novela y la
editorial Sur. Ni siquiera formó parte, como revelaba el artículo “Un nuevo
coloniaje”, en Sur en 1949, de uno de los: “centenares de paquetes de impreso [que] hacen largas
colas mientras dura el cacheo doctrinario a cargo de una legión de aplicados
inquisidores. (…) Por eso la pila de volúmenes
aguanta sucesivas e indefinidas antesalas donde la postergación kafkiana se
cumple a reglamento. Tal carrera de obstáculos implica una irritante
desigualdad de tratamiento, puesto que el libro salido de las prensas españolas
entra y circula en estas repúblicas sin restricciones.» (…) El resultado es
que, al cabo de un decenio, la industria de las artes gráficas se encuentra en
la bancarrota [mientras] los editores peninsulares de allende y de aquende
festejan a estas horas la recuperación con creces del mercado latinoamericano.
No sólo reconstruyeron su industria del libro, maltrecha durante la guerra,
sino que consolidaron su expansionismo transatlántico y desalojaron a buena
parte de las editoriales del Nuevo Mundo en nuestros propios dominios.” (Sur,
1949: 72-73)
El fragmento menciona a la censura como un
obstáculo para la difusión de los libros latinoamericanos. Muchos indicios
sugieren ahora que la censura fue, en realidad, un instrumento de una guerra
comercial iniciada mucho antes. Consultados los expedientes del AGA/Censura (revisé
los de Jorge Luis Borges y otros autores, entre ellos Albert Camus), se observa
tan enorme cúmulo de arbitrariedades que es sencillo llegar a la conclusión que
la selección no dependía de los autores: dependía de los editores. El
franquismo fue un sistema integralmente corrupto (lo que la censura de prensa
se encargó de disimular) y existía la práctica habitual de beneficiar a los
propios: las editoriales que despegaron fueron fundadas por falangistas (o
afines) y, algo después, prosperaron también las que proponían una trama
empresarial y financiera que podía convenir a los intereses del régimen.
La peste en Taurus (1957)
A lo largo de 1957, la editorial Taurus inició una
serie de gestiones para conseguir el consentimiento de Sur y publicar La
peste en España. Quizás hubo contactos formales, sin embargo, lo más
elocuente es un papel informal[i],
con membrete de Libros Hispano Argentina, la librería en Santander de Francisco
Pérez González, el socio fundador de Taurus y en “la que, gracias (…) a formar
parte de una familia de derechas de toda la vida, afecta al régimen y, sobre
todo, por tener una hermana ejerciendo de jefa en la Falange santanderina”[ii]
se vendían “libros españoles editados fuera”, quizás en la Argentina donde Pancho
Pérez González había nacido y vivido hasta los seis años.
La editorial Taurus, fundada en 1957 por Pérez
González, Rafael Gutiérrez Giradot y Miguel Sánchez, de Editora Nacional, la
editorial oficial del régimen, el régimen mismo, tuvo sede en Madrid y contó
con un progresivo apoyo económico de la banca española de donde procedían los
principales accionistas. Colaboraba también el escritor rumano Vintila Horia,
virulento anticomunista (también vivió en la Argentina), muy buen negociante, buen
novelista, primer agente literario de España y con quien empezaría a trabajar
Carmen Balcells.
En el papel con membrete Libros Hispano Argentina,
alguien, quizás el propio Horia le explicaba a alguien llamado Sidelnik (un
probable intermediario que no pude localizar) que Camus estaba prohibido en
España, “pero, por circunstancias muy especiales, hemos conseguido la
autorización para publicar La peste. Esta autorización está condicionada
a base de que sea (sic) Taurus Ediciones, quien (sic) lo edite ya
que a otra editorial no se lo permiten.”
No era verdad que Camus estuviera prohibido en
España —el régimen no reconocía que existiera censura ni, salvo en
extravagantes Índices episcopales, se prohibían a los autores; se prohibían los
libros, libro a libro— y la edición original de La peste de Gallimard se
había vendido sin mayores problemas. Lo que sí sería verdad, rotundísima verdad,
fue que la edición de La peste a base de Taurus fue aprobada en pocos
días. Se trataba de 3000 ejemplares, de los que Sur recibiría 15.000 pesos, 5
pesos por ejemplar. Negocio interesante porque, 70 pesos por ejemplar, eran
210.000 pesos, unas catorce veces más.
A modo de postdata, la nota sin firma terminaba: “si
hacen cálculo estos señores podrán ver que es negocio, máxime teniendo en
cuenta que de la edición argentina no conseguirán nunca conseguir este
beneficio ni aún cuando autorizaran sus ediciones, cosa imposible.”
En 1958, una carta a la editorial Gallimard
comunicaba que “en ningún modo hemos cedido los derechos de edición de La
peste en español (…) Se trata de una extensión de la edición de Sur para
los lectores españoles”. Y terminaba “en cuanto a los derechos sobre los
ejemplares vendidos en España, editorial Taurus se ha comprometido a
liquidárselos directamente a Librairie Gallimard.”
La peste en Aguilar
Dos años más tarde, en 1960, la editorial Sur
reclamó a la editorial Aguilar de España (con filiales en Argentina—Buenos
Aires, Córdoba y Rosario—, México, Colombia, Chile y Venezuela) por un volumen
de las obras completas de Albert Camus que ya habían editado. Incluía La
Peste, Un verano y Bodas “cuyos derechos exclusivos para el
mundo de habla castellana nos pertenecen”. En la carta se recordaba que, al
ponerse en contacto con Antonio Sempere (delegado o gerente de Aguilar en
Buenos Aires) les leyó “la ley española que los protege (…) pero sólo en España”.
Movidos por la buena voluntad, en una carta
posterior, del 8 de agosto de 1960, se refiere que
ambas partes acordaron el pago de 75.000 pesos en
concepto de autorización de los derechos de La Peste, Un verano y
Bodas, cuyos derechos exclusivos para el mundo de habla castellana
(reconoce Aguilar) que pertenecen a Sur.
Como lectores contemporáneos, las conclusiones de
las reclamaciones y acuerdos revelan dos cosas: una, los derechos de autor en
la Argentina se confunden con los derechos de edición y pueden transferirse por acuerdos privados. Dos,
no salvaguardaban ni salvaguardan a los autores, menos todavía a los
traductores.
Epílogo
La diseminación de la traducción de La peste
de Camus de Sur fue asombrosa.
1956 Ediciones Azteca. Vendida en
España. Traductora: Rosa Chacel
1957 Taurus. Traductora: Rosa Chacel
1958 Ediciones Cid. Barcelona.
Traductora: Rosa Chacel
1960 Aguilar. Derechos solo para
España.Otro traductor[iii]
1960 Ediciones Cid. Barcelona.
Traductora: Rosa Chacel
1961 Aguilar. Derechos solo para
España. Otro traductor
1971 Aguilar. Derechos solo para
España.Otro traductor
1973 Sudamericana. Buenos Aires.
Traductora: Rosa Chacel
1973 Aguilar. Derechos solo para
España. Otro traductor
1974 Sudamericana. Buenos Aires.
Traductora: Rosa Chacel
1977 Edhasa. Barcelona. Traductora:
Rosa Chacel
1979 Aguilar. Derechos sólo para
España. Otro traductor
1981 Edhasa. Barcelona. Traductora:
Rosa Chacel
1981 Printer Internacional de Panamá,
S.A. Traductora: Rosa Chacel
1982 Club Círculo de Lectores. España.
Traductora: Rosa Chacel
1983 Edhasa: Barcelona. Traductora:
Rosa Chacel
1983 Orbis. Barcelona. Traductora:
Rosa Chacel
1983 Seix Barral. Barcelona. No consta
traductor
1984 Seix Barral. Barcelona. No consta
traductor
1985 Orbis. Barcelona. Traductora:
Rosa Chacel
1990 Edhasa. Barcelona. Traductora:
Rosa Chacel
1991 Edhasa. Barcelona. Traductora:
Rosa Chacel
1991 Club Círculo de lectores. España.
Traductora: Rosa Chacel
1992 Taurus. Madrid.. Traductora: Rosa
Chacel
1994 RBA. Barcelona. Traductora: Rosa
Chacel
1995 RBA. Barcelona. Traductora: Rosa
Chacel
1995 Sudamericana. Buenos Aires. Traductora:
Rosa Chacel
1995 Altaya. España. Traductora: Rosa
Chacel
1996 Alianza: Madrid. Traductora: Rosa
Chacel
1999 Diario El Mundo. Madrid.
Traductora: Rosa Chacel
1999 Sudamericana. Penguin Random House.
Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
2001 Sudamericana. Penguin Random House.
Barcelona.Traductora: Rosa Chacel
2002 Edhasa. Barcelona. Traductora:
Rosa Chacel
2002 Bibliotex. Barcelona. Traductora:
Rosa Chacel
2003 Bibliotex. Barcelona. Traductora:
Rosa Chacel
2003 Planeta DeAgostini. Barcelona.
Traductora: Rosa Chacel
2003 Ediciones Sol 90. Barcelona. Traductora:
Rosa Chacel
2003 Diario La Vanguardia.
Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
2004 Editorial Sol 90. Barcelona. Traductora:
Rosa Chacel
2004 Quinteto. (Anagrama, Edhasa, Salamandra,
Tusquets,
Península). Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
2005 Edhasa. Barcelona.Traductora:
Rosa Chacel
2010 Diario Público. Madrid.Traductora:
Rosa Chacel
2010 Edhasa. Barcelona. Traductora:
Rosa Chacel
2019 Alianza. Barcelona. Traductora:
Rosa Chacel
[i]Los
documentos que se mencionan pertenecen al Centro de documentación Unesco. Villa
Ocampo.
[ii]Gregorio
Morán: El cura y los mandarines. Historia no oficial del bosque de los
letrados. Cultura y política en España. 1962-1996. Akal, Barcelona, 2014,
págs. 95 y 96.
[iii] Todas las ediciones
de La peste de Aguilar llevan la firma de Federico
Carlos Sainz de Robles y Correa, asesor literario de la editorial Aguilar. No
figura como traductor de otro autor ni en Aguilar ni en ninguna otra editorial
de España.
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