martes, 19 de mayo de 2020

Un blog dedicado a la literatura griega traducida

Letras de Grecia (http://pedrovicuna.blogspot.com/) es el blog dedicado a la traducción de poesía griega que lleva adelante el poeta y traductor chileno Pedro Ignacio Vicuña.

Allí, quien desee hacerlo, podrá encontrar impecables versiones, que van de Homero hasta los poetas griegos actuales, pasando por Constatino Cavafis, Odyseas Elytis, Miltos Sachtouris y muchos otros autores.   


lunes, 18 de mayo de 2020

Empezamos la semana con una mala noticia.


Situación del Seminario

El Seminario Permanente de Estudios de Traducción (SPET) lamenta tener que comunicar que ha interrumpido sus actividades y que peligra su continuidad.

La interrupción se debe a una medida solicitada al Rectorado por el Consejo Directivo del IES en Lenguas Vivas “Juan R. Fernández” y es consecuencia directa de la decisión tomada por el ministerio de Educación del GCBA de rechazar el alta de las horas institucionales con las que se financia, entre otros, el trabajo del Seminario, aunque la Dirección de Escuelas Normales y Superiores (DENS) ya había firmado la autorización a mediados de abril.

En la misma situación se encuentran tanto lxs compañerxs que trabajan en otros proyectos institucionales –Programa de Investigación, revista Lenguas V;vas, Escuela de Otoño de Traducción Literaria (EOTL), Centro de Estudios Francófonos (CEF), Fondo Documental y Coro del Lenguas Vivas– como lxs docentes que se hicieron cargo este cuatrimestre de suplencias e interinatos, cuyas altas también han sido rechazadas. Ante la falta de respuesta del GCBA a los reclamos de la institución, el Consejo Directivo solicitó la inmediata interrupción de las actividades de todxs lxs docentes involucradxs, que en algunos casos estamos trabajando desde mediados de marzo sin cobrar nuestros haberes. Nos solidarizamos con nuestrxs colegas y con todxs lxs alumnxs que han sido afectadxs en su derecho a estudiar por los recortes decididos desde el GCBA.

Desde el SPET deseamos aclarar que esta decisión del GCBA implica exclusivamente la pérdida de salarios y de ninguna manera supone el ahorro de otras erogaciones. Todos los proyectos y las horas de planta estaban previstos en el presupuesto y los gastos adicionales que originan los proyectos son absorbidos por la infraestructura de la institución o solventados por la Asociación Cooperadora. En un momento en el que desde el Estado nacional se hace todo tipo de esfuerzos económicos para evitar la pérdida de fuentes de trabajo, desde la Ciudad de Buenos Aires se implementan medidas que van en sentido contrario.

En un contexto institucional en el que todavía no se ha dirimido por completo el conflicto entre los terciarios y el GCBA por la creación de la UniCABA, no podemos dejar de expresar nuestra profunda preocupación por estas medidas que no solo entorpecen el cursado de materias que han quedado vacantes por licencias, renuncias y jubilaciones, sino que además despojan al Lenguas Vivas “Juan R. Fernández” de uno de los pocos espacios en los que la institución puede seguir ejerciendo su autonomía académica: el de los proyectos institucionales.

El SPET tenía confirmadas sus sesiones de mayo y junio por videoconferencia y estaba organizando la sesión de julio, además de otras tareas habituales, como la difusión de información y la digitalización y organización de material bibliográfico para el área de Traductología de los traductorados y grupos de investigación.

Griselda Mársico
Uwe Schoor

viernes, 15 de mayo de 2020

Cuestiones de derechos de autor (10)

Andrés Ehrenhaus
La discusión inicial sobre los derechos del autor sobre su trabajo y la liberación de contenidos en las redes produjo numerosas reacciones a favor y en contra. Para cerrar momentáneamente la serie comenzada hace ya dos semanas, hoy es el turno del narrador y traductor Andrés Ehrenhaus, quien posee una amplia experiencia en la materia. En España, como vicepresidente de ACEtt, trabajó durante su gestión en la defensa de los derechos de los traductores. Luego, fue uno de sus principales impulsores y fogoneros durante el fallido intento de crear una ley que defendiese los derechos de los traductores en la Argentina. En consecuencia, sus reflexiones desde Barcelona merecen ser consideradas. Pueden leerse a continuación.

Humo de mayo

En cierto modo entiendo, pero no comparto en absoluto, el estupor ante la repentina falta de libertad, tanto individual como social, que suele manifestarse estos días. No hablo del estupor de la derecha chillona e histérica, esa derecha que cada vez responde menos a su mandos naturales y más a su pérdida de función simbólica. Hablo del estupor de quienes no ejercen ninguna clase de poder ni tienen la menor gana de hacerlo. Hablo de quienes se sorprenden honestamente de que ya no seamos libres. Y me pregunto: ¿en serio hemos perdido libertad durante este encierro o acaso el encierro nos hizo caer brutalmente en la cuenta de que no éramos libres desde hace rato? No puedo dejar de sentir que hay cierto infantilismo en la súbita percepción de que de pronto no podemos salir a defender nuestros derechos como antes. ¿Como antes de qué? Será antes de Cristo, porque hace mucho que no salíamos a defender nada. Al menos nada real.

En Catalunya, donde vivo, venimos de un pasado reciente de manifestacionismo paroxístico, una hiperinflación del ejercicio de gritarle al viento las convicciones del alma o las entrañas. Llevamos años de grandes concentraciones masivas de entrañismo. Durante esos años, que siguen vigentes, la prensa casi solo hablaba de “eso”. Ahora casi sólo habla de “esto”. Voy a ser castizo: me cago en la diferencia. Antes o durante esa borrachera de libertad de expresión del deseo (pero no de libertad del deseo ni, mucho menos, del goce) que, además, resultaba menos catártica que placébica, el poder real se dedicó a recortar paciente y sistemáticamente todas las concesiones arrancadas a pecho y los privilegios sociales cedidos a regañadientes en épocas de debilidad histórica relativa, despojando a tirios y troyanos de derechos laborales e individuales, de herramientas de lucha, de mecanismos de subsistencia, de memoria crítica, de razones políticas y, por último, de razón.

La libertad la empezamos a perder al principio del camino, quizás mientras estábamos cumpliendo con los requisitos para poder conectarnos al culo autófago del mago de Oz, que se traga todos nuestros datos a cambio de “mantenernos en red”. Durante un congreso universitario de traducción, hace bastantes años ya, sostuve una pelea dialéctica tensa y sangrante con un alumno en torno al tema de la propiedad intelectual y los derechos autorales; él me (“nos”) recriminaba desde la tribuna que no estuviéramos claramente comprometidos con la nueva “ola de libertad virtual” que configurará el mañana, que no entendiéramos que la “cultura” es de “todos”, que nos aferráramos a la vieja tradición precapitalista de la posesión de las cosas, incluso de aquellas que se producen “con la mente”. Y yo le dije ok, si yo comparto contigo mis contenidos, es decir, el fruto de mi trabajo, eso que genera un valor que el sistema se traga y con suerte me regurgita una pizquita para permitir que siga generando valor, etc., es decir, lo que me da mínimamente de comer, ¿tú compartirías conmigo tu heladera, tu laptop, tu conexión a internet? Él me contestó: no, porque todo eso lo he pagado y es mío, pero la cultura que tú produces ya no es tuya, es de todos. Es como el viejo chiste de Moris, pensé. O sea que esto es lo que viene, lo que ya está aquí: la necedad disfrazada de libre circulación del producto de nuestro trabajo.

Ni siquiera cuando nos regalan las computadoras, la conexión telefónica, el software, el chip, la vacuna, la mascarilla, la medicación o la comida envasada nos están regalando nada que no hayamos pagado, estemos pagando o vayamos a pagar, porque lo que nos extraen mientras le expresamos nuestros deseos al algoritmo devorador es mucho más de lo que nos tiran como alpiste y nuestra renuncia a la libertad de lucha es mucho más significante que cualquier indignación mediatizada. Nada de lo que estamos descubriendo hoy con la pandemia y el bicho era algo que ignoráramos antes, avestruces: se muere mucha más gente, niños en concreto, de malaria en la mayor parte del mundo año tras año que la que mata esta peste; el hambre mata millones (¡hasta Mopi Caparrós lo dice en un libro!), la línea de pobreza es cada vez más aberrante; hay enfermedades endémicas que no solo no se erradican sino que se arrinconan donde más conviene; el mundo se calienta, los polos se derriten; la polución ambiental es letal; generamos más basura (y no hablemos de la radiactiva) de la que podemos gestionar o imaginar siquiera; estamos llenando la atmósfera de detritos tecnológicos que orbitan como camalotes en el gran río que fluye; hay gobiernos muy poderosos en manos de orangutanes lobotomizados; la violencia del hombre contra la mujer es tan pandémica que casi se ha naturalizado; estamos tan atravesados por la desazón y la entrega al determinismo que antes que salir a pelearla preferimos ver una serie en Netflix donde unos desesperados sufren la privación de su libertad de mil modos diferentes y con actuaciones de un nivel excepcional (la fotografía es excelente); en fin, hace mucho tiempo que, en términos de política real, hablamos por hablar.

Así que no comparto el estupor. No me sorprende que no seamos libres. No me sumo al pataleo. Necesito pensar.

jueves, 14 de mayo de 2020

Cuestiones sobre derechos de autor (9)


Además de ser uno de los más importantes traductores argentinos de poesía italiana (entre sus logros están Cavalcanti, Dante Alighieri, Montale, Pasolini, Pavese y una larguísima lista de autores, que pueden consultarse en su blog Otra iglesia es imposible), Jorge Aulicino (foto) es uno de los más destacados poetas argentinos de la actualidad. Ganador del Premio Nacional de Poesía 2015, es autor de Vuelo bajo (1974); Poeta antiguo (1980); La caída de los cuerpos (1983); Paisaje con autor (1988); Hombres en un restaurante (1994); Almas en movimiento (1995); La línea del coyote (1999); La poesía era un bello país. Antología 1974-1999 (2000); Las Vegas (2000); La luz checoslovaca y La nada (2003); Hostias (2004); Máquina de faro (2006); Cierta dureza en la sintaxis (2008); Estación Finlandia. Poesía reunida 1974-2011 (2012); Libro del engaño y del desengaño (2011); El camino imperial. Escolios (2012); El Cairo (2015); Corredores en el parque (2016); Mar de Chukotka (2018) y El río y otros poemas (2019) y Un poeta griego huye de Londres (2019).

Consultado por el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires.sobre la polémica generada en torno de los derechos de autor, escribió el siguiente texto.

Poesía y derechos de autor

Ahora que tanto se comparte en las redes sociales y todo el mundo parece dispuesto a compartir en un contexto de sociabilización o conciencia social expandido, los derechos de autor están en crisis. Los reivindican muchos, y muchísimos los ignoran.

No voy a entrar en la discusión de los motivos personales. Sobre todo, los de los narradores. Están en su derecho. Hay un reconocimiento legal del derecho de copia o reproducción: usted me quiere publicar, me paga. No lo discuto.

Mi experiencia como autor de poesía es la siguiente:

Más o menos a los 20 años elegí un oficio que me dio de comer, no importa cuál para esta argumentación, pero fue el periodismo. Aproveché, más bien, una oportunidad que se presentó en la puerta de mi casa. Mi padre, al que escuchaba más que lo que entonces estaba dispuesto a reconocer, me había hecho consciente de que tenía que aprender algún oficio, porque de la poesía no iba a vivir. Desde entonces, ese fue el credo para mí. La poesía fue el impulso fantasma, el oficio secreto, la segunda ocupación, donde los límites, reglas, modos, formas y estructuras, derivados de una práctica de autores llamados maestros, las elegía y disponía yo, en total libertad, por inspiración, juego o experimentación. Entendí que era improcedente tasar el resultado de esa vigilia e intentar que entrase en el mercado de bienes. Se despertó, con eso, un orgullo, no lo niego, pero más allá de esa altivez había una simple moral: no podía exigir un pago por mi mundo, por la parte del ser que no es fuerza de trabajo y por lo tanto no se vende. Improbable y cierto, sombrío y luminoso, eso que hacía era lo que legítimamente podía llamar un yo. De manera que allí no valía el dinero, no había concepto de precio ni de derecho. Me bastó siempre que mencionasen mi nombre al pie de cualquier poema que hubiese escrito y que alguien reprodujera.

Quisiera aclarar con esto que no tengo una posición contra el pago y recepción de derechos de autor. La literatura se vende en el mercado y, en parte o en el centro, esa literatura es poesía. Entonces hay derecho a pedir que la plusvalía se reparta y tenga el autor su porción. Pero así como trato de no pagar los libros y leerlos en línea o conseguirlos de cualquier otra forma, aun cuando lleguen fragantes de olor industrial, de olor a imprenta, tampoco reclamo mi pago.

Me dijeron una vez: si de tus libros se vendieran miles de ejemplares, ¿no reclamarías que te paguen los derechos de autor? Dije: no sé. Es totalmente fantástica la idea de miles de libros de poesía firmados por mí y vendidos en las librerías o como e-books. No puedo realmente imaginar que no reclamaría derechos de autor ni que los reclamaría.

Pero vamos al punto: nadie, excepto un reducidísimo núcleo de autores, la mayoría de ellos muertos -y gran parte muertos hace siglos-, los poetas no venden miles de ejemplares de sus libros. Esto es porque la poesía no se vende, según el consabido sonsonete difundido por editores y libreros. Yo tiendo a pensar que no se vende por las mismas razones por las que a mí no me interesa discutir los derechos con ningún editor ni con colegas que reclaman derechos. Esa parte de los seres humanos se trasmite por códigos imprecisos y es tan difícil venderla cuanto abarcarla en una reseña. Mi fastidio o resistencia al hacer reseñas proviene de lo mismo. Puedo decir quién fue o es, históricamente, un autor; mencionar sus gustos, incluso; la afinidad con otros; situarlo según las tendencias estéticas convencionalmente aceptadas y las cuestiones o temas que roza, pero no puedo abarcar completamente la poesía de un libro, incluidos los libros en prosa. Esa es la parte maldita, irreductible; el don, el potlatch que menciona Georges Bataille. Aunque ese excedente está en todo trabajo intelectual y manual, la poesía nace sin valor de cambio, como mero valor de uso. Y toda la sociedad la puso en tal sitio. Los libros de poesía no se venden: los poetas -sus principales lectores- esperan que se los regalen. La poesía se lee en las "redes sociales" en forma de fragmentos que son en realidad dosis convenientes (no voy a desarrollar aquí qué dosis de poesía conviene consumir por día). Esto que el lector siente que se trasmite de un alma a otra no podría tener precio, no lo pagaría aquel que luego citará el poema en sus oraciones, en un momento crucial o agónico, en unas líneas dirigidas a un amor, en una confesión, en la intimidad donde todo el universo parece latir.

Nunca rechacé el pago de actividades conectadas a la poesía, como conferencias, participación en mesas redondas, prólogos y contratapas, reseñas y traducciones. Puedo sentir e interpretar de una particular manera un autor y traducirlo, pero esa voz filtrará y asimilará lo que haya de mi propia voz en ella. De manera que veo allí un trabajo social y económicamente mensurable. En lo otro, no. Pura mística, quizá. Reconozco que a veces pienso que es una estupidez, ni siquiera un sacrificio. Pero me siento libre de ese modo.


miércoles, 13 de mayo de 2020

Cuestiones sobre derechos de autor (8)


La escritora y traductora española María José Furió nos ha acostumbrado a una lucidez sin mella, que raramente se encuentra en los colegas, como puede comprobarse leyendo la siguiente entrada que escribió especialmente para este blog.

La cultura gratuita no es gratis

He leído con interés los artículos que ha publicado el blog en los últimos días en torno al debate suscitado por la propuesta de ofrecer descargas gratuitas de obras de autores aún vivos como “respuesta extraordinaria a un hecho extraordinario (y blablabla).

En España no ha habido debate, que yo sepa. Durante unos días hubo cierto revuelo cuando la editorial Anagrama anunció que permitía descargar gratuitamente unos títulos concretos de autores de la casa, para aliviar el confinamiento de los lectores. Enseguida otras editoriales, incluidas las de las dos grandes corporaciones, aparecieron con sus respectivos “regalos”. Protestaron las librerías, obligadas por la cuarentena a cerrar sus puertas y a fiarlo todo –o casi todo– a la venta en línea.

Algunas editoriales alegaron que liberaban títulos ya imposibles de encontrar en librerías –tampoco, se supone, en plataformas, salvo, quizá de segunda mano–: ensayos sobre cine, televisión, cultura pop y sus personajes; las grandes editoriales ofrecían sobre todo bestsellers que los lectores podían almacenar ahora en sus dispositivos. En el primer caso sí cabe considerarlo un acceso a una obra minoritaria –si quedan cinéfilos y estudiantes de audiovisual a estas alturas–; en el segundo caso, algunos de los autores han ingresado royalties en cantidad suficiente hasta para darse el capricho de celebrar “los quince” de la mascota. Se presta más al debate la oferta de Anagrama y de editoriales de perfil y envergadura similar.
        
Aquí se produce lo que llamo “el discurso virtuoso”: se exhibe un acto de virtud – ofrezco acceso gratuito a unos títulos publicados hace pocos años, de autores conocidos, y así pongo la cultura a disposición de toda la población– que persigue un fin comercial. Cuatro si no los cinco de los escritores elegidos, latinoamericanos y españoles, publican libro nuevo este mismo trimestre. En el caso de los dos españoles, Sanz y Torné, la novedad forma parte de una serie y el que se ofrece en descarga gratuita –durante unas pocas semanas– no tuvo el éxito comercial esperado (según señalaron en su momento páginas de cultura). Como estrategia comercial no puede ser más básica –y, seguramente, inobjetable–: se da impulso a un producto parado a la vez que se conecta el nombre del autor, que circula en las páginas de cultura que anuncian la iniciativa editorial, con ese título nuevo del que se ha hablado recientemente en la misma sección del  diario y otras plataformas. El autor parece, además, dadivoso y altruista.

El quid de la cuestión en este asunto no es qué se regala sino si de verdad es gratuito y quién gana y quién pierde. Ni  siquiera por sectores el daño y el beneficio es el mismo: no pierde lo mismo una librería de Barcelona conectada con las instituciones culturales que una de Colombia. Un lector en Perú que durante unos días puede descargarse cinco títulos de cinco escritores que la editorial tiene como su primera línea de batalla accede así a una representación de la literatura “normativa” actual. Al margen del placer que le procure leerlos, accederá –en el caso sobre todo de los españoles– a unos discursos que se presentan como modernos sin serlo, que son el destilado de un pensamiento ya de consenso sobre temas que años atrás fueron controvertidos: la corrupción de las élites políticas o el abuso sexual y la violación. Para llegar a ese consenso otros escritores se rompieron la cara hace años y perdieron, entre otros asuntos más relevantes, colaboraciones pagadas; entre ellos yo misma al criticar por activa y por pasiva el tratamiento que los escritores jóvenes y “modernos”, muchos de ellos profesores universitarios, daban a la prostitución, la violación y el abuso en sus novelas o el nepotismo y clasismo que rigen en la “selección natural” de literatos relevantes.

¿Y qué puñetas me importa la modernidad si delante tengo este apocalipsis de la pandemia, de mi futuro laboral, de mis relaciones y proyectos?, preguntará más de uno. Bueno, la modernidad es lo que más debería importarnos cuando va a tocar no sólo reinventar diversos aspectos de nuestras vidas y relaciones sino también plantar cara a las tentaciones de control que propondrán todos los poderes. Porque la modernidad no son las florituras y audacias estilísticas para dar brillo a ideas trilladas o que reflejan el consenso “progresista” del momento, sino la acción eficaz que mejor responda a los conflictos más agudos, que llevan escondiéndose bajo alfombras de corrección política, como el derroche en la escuela pública gratuita y la proletarización de profesionales muy cualificados: los freelances de la cultura.

En otra aportación a este debate se distinguía entre la literatura cultivada sin ánimo de lucro y que circula se diría que sin mediación económica, por y para unos pocos insobornables, y la “industria cultural”. Como si todos los “creyentes” en este ideal fuesen/fuésemos Beckett, santos, místicos y mártires de la literatura dispuestos a asumir los estigmas de todas las penurias. No he sabido encontrar en España esa literatura al margen porque el campo literario está muy institucionalizado, atrapado entre dos fuegos, el de la industria y la academia, y no existe una bohemia, una vanguardia. Lo que existe es la pura pobreza más o menos vergonzante. Los “movimientos” vanguardistas que se dieron diez años atrás eran coquetas insinuaciones para atraer a la industria y a la academia. Eso implica, por volver al tema de los derechos cedidos o perdidos, que el dinero en circulación, el que permite vivir de la literatura –en todos sus aspectos, incluido el de la traducción, reseñas, conferencias, clases universitarias–, lo hace entre pocos nombres. Luego quedan cantidades míseras –la teoría del goteo– que llueven sobre un número amplio de literatos –diversos en géneros cultivados, entidad, compromiso, dedicación, reconocimiento--, que conforma el “mantillo” de todo campo cultural.

En muchos casos, aquí y en las quimbambas, las colaboraciones gratuitas ocupan una gran cantidad de tiempo del escritor o crítico vocacional. No supondría mayor problema que el de organizar los diferentes tiempos si no se añadiese la cuestión del “saqueo y pillaje” de los frutos de estas colaboraciones gratuitas, que tampoco dan derechos de autor ni opción a subvenciones o becas, hasta donde yo conozco. Todo el que lleva un blog más solvente que menos habrá descubierto sus ideas y aportaciones recogidas en columnas de autores en publicaciones de gran circulación. Esos escritores aupados como nombres de referencia necesitan llenar columnas, reseñas, hacer declaraciones, y además escribir sus novelas por lo que no vacilan en asumir y presentar como propias ideas y reflexiones hechas por otros escritores o periodistas, y no los citarán a menos que la “fuente” de la brillante idea, o hasta del chiste, arroje más brillo sobre el propio nombre. Los vocacionales trabajan también, como si de una estúpida carrera ciclista se tratara, para el “líder”, y cualquier escapada del pelotón se castiga con el ostracismo y la asfixia económica. A falta de debates de calado, lo que prolifera en España, según veo las páginas de cultura, es el lamento por el desdén “institucional” o la publicidad de novedades.

martes, 12 de mayo de 2020

Cuestiones sobre derechos de autor (7)


Tal vez, la única posibilidad de reflexionar sobre los derechos de autor sea a través de una serie más bien caótica de reflexiones como las que siguen. Al menos, así lo ve Marietta Gargatagli, autora de la siguientes apostillas, cada una de las cuales merecería una nueva entrada.

Conclusiones
Enumeración caótica

1. El reparto del PVP (precio de venta al público) de un libro, es así: el autor o autora recibe el 8 %, el traductor o traductora el 1% o el 2%, la editorial el 30%, la distribución y librerías el 60 %. Si el tiraje, la tirada, supera los 6.000 ejemplares o los 10.000, el autor o autora puede recibir el 10 o el 15 %, y algo más también el traductor o traductora. O, si el tiraje es corto, puede recibir menos. O nada.

2. Trato de dialogar con estas cifras y pienso: ¿por qué llaman “derechos de autor” a ese 8 % del libro que hubiera podido tragarse de un mordisco un perro un poco jeringa y letrado que tuve y que ya no es de este mundo? Los “derechos de autor” deberían llamarse “mordisco de perro” o “bolas de fraile” o cualquiera de las expresiones con las que los panaderos anarquistas alegraron la hora del té o de la ilex paraguayensis sobre la que una vez escribí un libro del que, como de ninguno, no cobré nunca más que el anticipo. Y mínimo. El anticipo son los derechos de autor que quien escribe o traduce profesionalmente conoce. Con suerte.

3. Le pregunto a un amigo en Barcelona que tiene más de cincuenta libros traducidos. ¿Recibes liquidaciones por la venta de los libros? No, nunca. ¿Ni siquiera por las traducciones de fulano y de mengano, autores bastante populares en una época? No, no, nada. Por un libro propio si cobré derechos, ya no, tuvo su momento, dice, ahora tampoco.

4. Suplementos y páginas literarias de Chile, Uruguay, Argentina y España reseñan, como novedad, ediciones catalanas de William Saroyan de libros publicados hace setenta años por Juan Goyanarte. Leonor Acevedo de Borges, nacida en 1876, incluso tuvo un homenaje de la comunidad armenia por traducirlo. La novedad de verdad es que las traducciones son nuevas.

5. Decía Borges: “Yo dirigía con toda libertad el Suplemento Literario [Revista Multicolor de los Sábados. Crítica, desde 1933]. Y ahí publicamos excelentes cuentos de Kipling, de Chesterton, de Jack London, de Bret Harte; algún cuento de Lugones, también. No había derechos de autor, entonces. Los autores cobraban en fama, nada más, no en dinero. Podía hacerse una excelente revista con recortes. Yo estaba en la misma sala en que estaban los dibujantes, y me hice amigo de todos ellos. Y además me gustaba mucho trabajar con los obreros, en el taller, con los linotipistas. Y aprendí a leer los linotipos, como un espejo. Y aprendí a armar una página, también. Yo podía armar una página, entonces. Ahora no sé si podría hacerlo.”

6. Decía Sarmiento: “Esta reproducción de los libros de una nación en otra, si bien despoja a un autor de su derecho, trae ventajas inmensas a la civilización del mundo, que hace desde luego propiedad suya cada progreso de la inteligencia humana que se instruye, por decirlo así, de la colección de todos los pensamientos, de todas las observaciones que han ligado a todos los hombres en todos los siglos pasados. Cada escritor tiene un poco de plagiario, se ha dicho, y conrazón, y son muy pocos los pensamientos nuevos que no sean hijos legítimos de pensamientos anteriores.”

7. Ninguno de los grandes escritores argentinos es editado ahora por editoriales argentinas. Podría ocurrir que los herederos de escritores muertos mueran también y que los derechohabientes del futuro sean estudios de abogados designados por los herederos del presente. Parece que ya pasa.

8. Decía Gonzalo Losada en 1934: “la producción literaria de estas Repúblicas es prácticamente nula, y las demás artes se desenvuelven en un medio no ya incompresivo(sic) sino hostil”.

9. En 1956, Edhasa solicitó a la censura de España poder editar Ficciones, obra que presentó como traducción al castellano de J. López, de la que Borges era autor, autor traducido. El expediente contiene unas galeras de Ficciones, reproducción de la edición de Emecé, también de 1956, volumen cinco de las Obras completas de Borges. La solicitud se autorizó dos meses más tarde.

10. Simetría histórica argentina: la Ley de propiedad científica, literaria y artística [7092/1910] fue promovida por Carlos y Manuel Carlés, fundadores de La Liga Patriótica Argentina; la Ley de Propiedad intelectual [11.723/1933] fue aprobada en el escenario de autoritarismo y corrupción que inauguró para los tiempos venideros el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 contra Hipólito Yrigoyen; la Ley de Adhesión a la Convención de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas [17251/1967] fue aprobaba de facto por el general Juan Carlos Onganía.

11. “Shakespeare, el más grande, el más genial, el más inmortal, el más insuperado y el más insuperable autor dramático, no podría afirmar que es propietario de sus obras. Así como muchos creen, y hasta ahora todavía los hay, que el fue un plagiario. ¿Shakespeare plagiario? ¡Y qué decir de los modernos autores! ¿Alguien puede decir que es propietario? Estoy seguro que al más original, al más grande, con lente microscópico de una crítica sagaz e implacable, se le puede encontrar, en cierta medida, que es un plagiario, y que a veces pronuncia o escribe frases que cree son de él, cuando en realidad son propiedad de otros y que en su subconciencia aparecen como propias.” [Debates de la Ley de Propiedad Intelectual de 1933.]

12. “Entre los países que resguardan a los editores de su nacionalidad, citaré a Gran Bretaña, Estados Unidos y también a Canadá marchando este último país de acuerdo con la legislación inglesa. Inglaterra ha establecido que las obras de países extranjeros, para ser aceptadas, deben ser publicadas simultáneamente en el país extranjero y en Gran Bretaña. Estados Unidos, para defender y proteger a sus editores del aprovechamiento de las ediciones de países extranjeros, ha establecido el procedimiento inglés, disponiendo además que la obra debe editarse e imprimirse en talleres de la Unión. Si nosotros aceptáramos sólo el principio norteamericano, que es el que propongo, habríamos realizado una obra de defensa y protección a la industria editorial.”[Debates de la Ley de Propiedad Intelectual de 1933.]

13. En latín, plagium era esclavizar a un liberto o robar un esclavo y en muchos países de América latina todavía significa “secuestro”. El plagio literario tiene relación íntima con la figura de autor, cuyos derechos legales se concibieron en el siglo XVIII, como los conceptos de “plagio” y “originalidad” que incorporó el Romanticismo. La Argentina ya era un país independiente cuando la palabra plagio apareció por primera vez (1817) en un diccionario de la Real Academia Española.

14. Si La peste de Albert Camus se convirtiera en un best-seller, como en Italia o Francia, no había problema en importar la edición de Sur de 1948 editada en el extranjero.

15. Es rara la idea de que el castellano sea una lengua única. Que sea compresible no quiere decir que sea la misma. Muchos países de América Latina están perdiendo la oportunidad de editar sus propios libros, sus propias traducciones, de leerse y hablarse como quieran.

16. Los países deberían disponer de ediciones académicas de sus clásicos. Y a precios accesibles. Debería existir esta necesaria excepción.

17. Todos los autores y traductores tienen que cobrar por su trabajo. La publicación de su obra no significa la desaparición del autor. Y no son los lectores los que los convierten en nada.

lunes, 11 de mayo de 2020

Cuestiones sobre derechos de autor (6)

Tercera entrega de las investigaciones de Marietta Gargatagli ligadas a los derechos de autor. En esta oportunidad, se trata del destino de las traducciones de La Peste, de Albert Camus en España y las muchas trampas llevadas a cabo por los editores penínsulares para burlar los derechos de autor de la editorial argentina Sur.  


El caso Camus: La peste (III)

Debo y agradezco la información sobre las cartas
de La peste a Magdalena Cámpora.


Victoria Ocampo y Albert Camus

Victoria Ocampo y Camus se conocieron en 1946, Camus estuvo en Buenos Aires en 1949 y se escribieron a lo largo de años: Victoria Ocampo y Albert Camus: Correspondencia (1946-1959), traducción y notas de Elisa Mayorga y Juan Negri, Sudamericana/Penguin Random House Grupo Editorial, 2019. La presentación de estas cartas y la exhibición del manuscrito de La peste, que no había salido nunca de Francia, fueron un homenaje al autor [Albert Camus: un extranjero en Buenos Aires, 2019] y, al mismo tiempo, un reconocimiento al país que tradujo y publicó toda su obra.

En el espacio de Sur, la revista publicó Calígula (1946) [No consta el traductor o la traductora]; un anticipo de La Peste (“Desterrados en la peste” (1947), LylyCardahi de Ibañez, traductora; “El artista es el testigo de la libertad” (1949), Julio Cortázar, traductor; “Lluvias de Nueva York” (1949), Victoria Ocampo, traductora; “La rebelión antigua” (1951), Carlos Heredia, traductor; “Un hombre de letras: el marqués de Sade” (1951) [No consta el traductor o la traductora); “El minotauro o el alto de Orán” (1952), Aurora Bernárdez, traductora; “La mujer adúltera” (1957), José Bianco, traductor, “Revés y derecho (1958), Graziella Peyrou, traductora. La editorial Sur publicó La peste (1948), traducción de Rosa Chacel; Bodas (1953), traducción de Jorge Zalamea; El verano (1954), traducción de Alberto Bixio; Requiem para una reclusa (1960, adaptación de Albert Camus de la obra de William Faulkner), traducción de Victoria Ocampo. Se publicaron también reseñas de sus obras y notas de diversos autores sobre la ruptura Sartre-Camus.

La peste

La editorial Sur reeditó La peste en 1949, 1951, 1955, 1961, 1975, 1978. Ninguna de estas ediciones se vendió en España. En los archivos de la censura (Alcalá de Henares, Archivo General de la Administración (AGA) no hay ningún expediente relativo a esta novela y la editorial Sur. Ni siquiera formó parte, como revelaba el artículo “Un nuevo coloniaje”, en Sur en 1949, de uno de los: “centenares de paquetes de impreso [que] hacen largas colas mientras dura el cacheo doctrinario a cargo de una legión de aplicados inquisidores. (…) Por eso la pila de volúmenes aguanta sucesivas e indefinidas antesalas donde la postergación kafkiana se cumple a reglamento. Tal carrera de obstáculos implica una irritante desigualdad de tratamiento, puesto que el libro salido de las prensas españolas entra y circula en estas repúblicas sin restricciones.» (…) El resultado es que, al cabo de un decenio, la industria de las artes gráficas se encuentra en la bancarrota [mientras] los editores peninsulares de allende y de aquende festejan a estas horas la recuperación con creces del mercado latinoamericano. No sólo reconstruyeron su industria del libro, maltrecha durante la guerra, sino que consolidaron su expansionismo transatlántico y desalojaron a buena parte de las editoriales del Nuevo Mundo en nuestros propios dominios.” (Sur, 1949: 72-73)

El fragmento menciona a la censura como un obstáculo para la difusión de los libros latinoamericanos. Muchos indicios sugieren ahora que la censura fue, en realidad, un instrumento de una guerra comercial iniciada mucho antes. Consultados los expedientes del AGA/Censura (revisé los de Jorge Luis Borges y otros autores, entre ellos Albert Camus), se observa tan enorme cúmulo de arbitrariedades que es sencillo llegar a la conclusión que la selección no dependía de los autores: dependía de los editores. El franquismo fue un sistema integralmente corrupto (lo que la censura de prensa se encargó de disimular) y existía la práctica habitual de beneficiar a los propios: las editoriales que despegaron fueron fundadas por falangistas (o afines) y, algo después, prosperaron también las que proponían una trama empresarial y financiera que podía convenir a los intereses del régimen.

La peste en Taurus (1957)

A lo largo de 1957, la editorial Taurus inició una serie de gestiones para conseguir el consentimiento de Sur y publicar La peste en España. Quizás hubo contactos formales, sin embargo, lo más elocuente es un papel informal[i], con membrete de Libros Hispano Argentina, la librería en Santander de Francisco Pérez González, el socio fundador de Taurus y en “la que, gracias (…) a formar parte de una familia de derechas de toda la vida, afecta al régimen y, sobre todo, por tener una hermana ejerciendo de jefa en la Falange santanderina”[ii] se vendían “libros españoles editados fuera”, quizás en la Argentina donde Pancho Pérez González había nacido y vivido hasta los seis años.
La editorial Taurus, fundada en 1957 por Pérez González, Rafael Gutiérrez Giradot y Miguel Sánchez, de Editora Nacional, la editorial oficial del régimen, el régimen mismo, tuvo sede en Madrid y contó con un progresivo apoyo económico de la banca española de donde procedían los principales accionistas. Colaboraba también el escritor rumano Vintila Horia, virulento anticomunista (también vivió en la Argentina), muy buen negociante, buen novelista, primer agente literario de España y con quien empezaría a trabajar Carmen Balcells.

En el papel con membrete Libros Hispano Argentina, alguien, quizás el propio Horia le explicaba a alguien llamado Sidelnik (un probable intermediario que no pude localizar) que Camus estaba prohibido en España, “pero, por circunstancias muy especiales, hemos conseguido la autorización para publicar La peste. Esta autorización está condicionada a base de que sea (sic) Taurus Ediciones, quien (sic) lo edite ya que a otra editorial no se lo permiten.”

No era verdad que Camus estuviera prohibido en España —el régimen no reconocía que existiera censura ni, salvo en extravagantes Índices episcopales, se prohibían a los autores; se prohibían los libros, libro a libro— y la edición original de La peste de Gallimard se había vendido sin mayores problemas. Lo que sí sería verdad, rotundísima verdad, fue que la edición de La peste a base de Taurus fue aprobada en pocos días. Se trataba de 3000 ejemplares, de los que Sur recibiría 15.000 pesos, 5 pesos por ejemplar. Negocio interesante porque, 70 pesos por ejemplar, eran 210.000 pesos, unas catorce veces más.
A modo de postdata, la nota sin firma terminaba: “si hacen cálculo estos señores podrán ver que es negocio, máxime teniendo en cuenta que de la edición argentina no conseguirán nunca conseguir este beneficio ni aún cuando autorizaran sus ediciones, cosa imposible.”

En 1958, una carta a la editorial Gallimard comunicaba que “en ningún modo hemos cedido los derechos de edición de La peste en español (…) Se trata de una extensión de la edición de Sur para los lectores españoles”. Y terminaba “en cuanto a los derechos sobre los ejemplares vendidos en España, editorial Taurus se ha comprometido a liquidárselos directamente a Librairie Gallimard.”

La peste en Aguilar

Dos años más tarde, en 1960, la editorial Sur reclamó a la editorial Aguilar de España (con filiales en Argentina—Buenos Aires, Córdoba y Rosario—, México, Colombia, Chile y Venezuela) por un volumen de las obras completas de Albert Camus que ya habían editado. Incluía La Peste, Un verano y Bodas “cuyos derechos exclusivos para el mundo de habla castellana nos pertenecen”. En la carta se recordaba que, al ponerse en contacto con Antonio Sempere (delegado o gerente de Aguilar en Buenos Aires) les leyó “la ley española que los protege (…) pero sólo en España”.
Movidos por la buena voluntad, en una carta posterior, del 8 de agosto de 1960, se refiere que
ambas partes acordaron el pago de 75.000 pesos en concepto de autorización de los derechos de La Peste, Un verano y Bodas, cuyos derechos exclusivos para el mundo de habla castellana (reconoce Aguilar) que pertenecen a Sur.

Como lectores contemporáneos, las conclusiones de las reclamaciones y acuerdos revelan dos cosas: una, los derechos de autor en la Argentina se confunden con los derechos de edición y  pueden transferirse por acuerdos privados. Dos, no salvaguardaban ni salvaguardan a los autores, menos todavía a los traductores.

Epílogo

La diseminación de la traducción de La peste de Camus de Sur fue asombrosa.

1956 Ediciones Azteca. Vendida en España. Traductora: Rosa Chacel
1957 Taurus. Traductora: Rosa Chacel
1958 Ediciones Cid. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
1960 Aguilar. Derechos solo para España.Otro traductor[iii]
1960 Ediciones Cid. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
1961 Aguilar. Derechos solo para España. Otro traductor
1971 Aguilar. Derechos solo para España.Otro traductor
1973 Sudamericana. Buenos Aires. Traductora: Rosa Chacel
1973 Aguilar. Derechos solo para España. Otro traductor
1974 Sudamericana. Buenos Aires. Traductora: Rosa Chacel
1977 Edhasa. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
1979 Aguilar. Derechos sólo para España. Otro traductor
1981 Edhasa. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
1981 Printer Internacional de Panamá, S.A. Traductora: Rosa Chacel
1982 Club Círculo de Lectores. España. Traductora: Rosa Chacel
1983 Edhasa: Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
1983 Orbis. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
1983 Seix Barral. Barcelona. No consta traductor
1984 Seix Barral. Barcelona. No consta traductor
1985 Orbis. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
1990 Edhasa. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
1991 Edhasa. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
1991 Club Círculo de lectores. España. Traductora: Rosa Chacel
1992 Taurus. Madrid.. Traductora: Rosa Chacel
1994 RBA. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
1995 RBA. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
1995 Sudamericana. Buenos Aires. Traductora: Rosa Chacel
1995 Altaya. España. Traductora: Rosa Chacel
1996 Alianza: Madrid. Traductora: Rosa Chacel
1999 Diario El Mundo. Madrid. Traductora: Rosa Chacel
1999 Sudamericana. Penguin Random House. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
2001 Sudamericana. Penguin Random House. Barcelona.Traductora: Rosa Chacel
2002 Edhasa. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
2002 Bibliotex. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
2003 Bibliotex. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
2003 Planeta DeAgostini. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
2003 Ediciones Sol 90. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
2003 Diario La Vanguardia. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
2004 Editorial Sol 90. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
2004 Quinteto. (Anagrama, Edhasa, Salamandra, Tusquets,
Península). Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
2005 Edhasa. Barcelona.Traductora: Rosa Chacel
2010 Diario Público. Madrid.Traductora: Rosa Chacel
2010 Edhasa. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel
2019 Alianza. Barcelona. Traductora: Rosa Chacel



[i]Los documentos que se mencionan pertenecen al Centro de documentación Unesco. Villa Ocampo.

[ii]Gregorio Morán: El cura y los mandarines. Historia no oficial del bosque de los letrados. Cultura y política en España. 1962-1996. Akal, Barcelona, 2014, págs. 95 y 96.

[iii] Todas las ediciones de La peste de Aguilar llevan la firma de Federico Carlos Sainz de Robles y Correa, asesor literario de la editorial Aguilar. No figura como traductor de otro autor ni en Aguilar ni en ninguna otra editorial de España.