miércoles, 13 de mayo de 2020

Cuestiones sobre derechos de autor (8)


La escritora y traductora española María José Furió nos ha acostumbrado a una lucidez sin mella, que raramente se encuentra en los colegas, como puede comprobarse leyendo la siguiente entrada que escribió especialmente para este blog.

La cultura gratuita no es gratis

He leído con interés los artículos que ha publicado el blog en los últimos días en torno al debate suscitado por la propuesta de ofrecer descargas gratuitas de obras de autores aún vivos como “respuesta extraordinaria a un hecho extraordinario (y blablabla).

En España no ha habido debate, que yo sepa. Durante unos días hubo cierto revuelo cuando la editorial Anagrama anunció que permitía descargar gratuitamente unos títulos concretos de autores de la casa, para aliviar el confinamiento de los lectores. Enseguida otras editoriales, incluidas las de las dos grandes corporaciones, aparecieron con sus respectivos “regalos”. Protestaron las librerías, obligadas por la cuarentena a cerrar sus puertas y a fiarlo todo –o casi todo– a la venta en línea.

Algunas editoriales alegaron que liberaban títulos ya imposibles de encontrar en librerías –tampoco, se supone, en plataformas, salvo, quizá de segunda mano–: ensayos sobre cine, televisión, cultura pop y sus personajes; las grandes editoriales ofrecían sobre todo bestsellers que los lectores podían almacenar ahora en sus dispositivos. En el primer caso sí cabe considerarlo un acceso a una obra minoritaria –si quedan cinéfilos y estudiantes de audiovisual a estas alturas–; en el segundo caso, algunos de los autores han ingresado royalties en cantidad suficiente hasta para darse el capricho de celebrar “los quince” de la mascota. Se presta más al debate la oferta de Anagrama y de editoriales de perfil y envergadura similar.
        
Aquí se produce lo que llamo “el discurso virtuoso”: se exhibe un acto de virtud – ofrezco acceso gratuito a unos títulos publicados hace pocos años, de autores conocidos, y así pongo la cultura a disposición de toda la población– que persigue un fin comercial. Cuatro si no los cinco de los escritores elegidos, latinoamericanos y españoles, publican libro nuevo este mismo trimestre. En el caso de los dos españoles, Sanz y Torné, la novedad forma parte de una serie y el que se ofrece en descarga gratuita –durante unas pocas semanas– no tuvo el éxito comercial esperado (según señalaron en su momento páginas de cultura). Como estrategia comercial no puede ser más básica –y, seguramente, inobjetable–: se da impulso a un producto parado a la vez que se conecta el nombre del autor, que circula en las páginas de cultura que anuncian la iniciativa editorial, con ese título nuevo del que se ha hablado recientemente en la misma sección del  diario y otras plataformas. El autor parece, además, dadivoso y altruista.

El quid de la cuestión en este asunto no es qué se regala sino si de verdad es gratuito y quién gana y quién pierde. Ni  siquiera por sectores el daño y el beneficio es el mismo: no pierde lo mismo una librería de Barcelona conectada con las instituciones culturales que una de Colombia. Un lector en Perú que durante unos días puede descargarse cinco títulos de cinco escritores que la editorial tiene como su primera línea de batalla accede así a una representación de la literatura “normativa” actual. Al margen del placer que le procure leerlos, accederá –en el caso sobre todo de los españoles– a unos discursos que se presentan como modernos sin serlo, que son el destilado de un pensamiento ya de consenso sobre temas que años atrás fueron controvertidos: la corrupción de las élites políticas o el abuso sexual y la violación. Para llegar a ese consenso otros escritores se rompieron la cara hace años y perdieron, entre otros asuntos más relevantes, colaboraciones pagadas; entre ellos yo misma al criticar por activa y por pasiva el tratamiento que los escritores jóvenes y “modernos”, muchos de ellos profesores universitarios, daban a la prostitución, la violación y el abuso en sus novelas o el nepotismo y clasismo que rigen en la “selección natural” de literatos relevantes.

¿Y qué puñetas me importa la modernidad si delante tengo este apocalipsis de la pandemia, de mi futuro laboral, de mis relaciones y proyectos?, preguntará más de uno. Bueno, la modernidad es lo que más debería importarnos cuando va a tocar no sólo reinventar diversos aspectos de nuestras vidas y relaciones sino también plantar cara a las tentaciones de control que propondrán todos los poderes. Porque la modernidad no son las florituras y audacias estilísticas para dar brillo a ideas trilladas o que reflejan el consenso “progresista” del momento, sino la acción eficaz que mejor responda a los conflictos más agudos, que llevan escondiéndose bajo alfombras de corrección política, como el derroche en la escuela pública gratuita y la proletarización de profesionales muy cualificados: los freelances de la cultura.

En otra aportación a este debate se distinguía entre la literatura cultivada sin ánimo de lucro y que circula se diría que sin mediación económica, por y para unos pocos insobornables, y la “industria cultural”. Como si todos los “creyentes” en este ideal fuesen/fuésemos Beckett, santos, místicos y mártires de la literatura dispuestos a asumir los estigmas de todas las penurias. No he sabido encontrar en España esa literatura al margen porque el campo literario está muy institucionalizado, atrapado entre dos fuegos, el de la industria y la academia, y no existe una bohemia, una vanguardia. Lo que existe es la pura pobreza más o menos vergonzante. Los “movimientos” vanguardistas que se dieron diez años atrás eran coquetas insinuaciones para atraer a la industria y a la academia. Eso implica, por volver al tema de los derechos cedidos o perdidos, que el dinero en circulación, el que permite vivir de la literatura –en todos sus aspectos, incluido el de la traducción, reseñas, conferencias, clases universitarias–, lo hace entre pocos nombres. Luego quedan cantidades míseras –la teoría del goteo– que llueven sobre un número amplio de literatos –diversos en géneros cultivados, entidad, compromiso, dedicación, reconocimiento--, que conforma el “mantillo” de todo campo cultural.

En muchos casos, aquí y en las quimbambas, las colaboraciones gratuitas ocupan una gran cantidad de tiempo del escritor o crítico vocacional. No supondría mayor problema que el de organizar los diferentes tiempos si no se añadiese la cuestión del “saqueo y pillaje” de los frutos de estas colaboraciones gratuitas, que tampoco dan derechos de autor ni opción a subvenciones o becas, hasta donde yo conozco. Todo el que lleva un blog más solvente que menos habrá descubierto sus ideas y aportaciones recogidas en columnas de autores en publicaciones de gran circulación. Esos escritores aupados como nombres de referencia necesitan llenar columnas, reseñas, hacer declaraciones, y además escribir sus novelas por lo que no vacilan en asumir y presentar como propias ideas y reflexiones hechas por otros escritores o periodistas, y no los citarán a menos que la “fuente” de la brillante idea, o hasta del chiste, arroje más brillo sobre el propio nombre. Los vocacionales trabajan también, como si de una estúpida carrera ciclista se tratara, para el “líder”, y cualquier escapada del pelotón se castiga con el ostracismo y la asfixia económica. A falta de debates de calado, lo que prolifera en España, según veo las páginas de cultura, es el lamento por el desdén “institucional” o la publicidad de novedades.

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