sábado, 20 de febrero de 2010

Un marco apropiado para el debate

Con el buen tino de costumbre, Juan Gabriel López Guix consigue reorientar el debate, en esta breve intervención, suscitada por las últimas entradas a propósito de a qué castellano se traduce y cuáles son las responsabilidades del traductor.

El problema transatlántico

En relación con el interesante problema de lengua utilizada en las traducciones, el debate sobre el español de aquí y de allá tiene el grave peligro de que es muy fácil que el aspecto geográfico enmascare el aspecto realmente importante, el literario. Con el consiguiente efecto indeseado de que el debate degenere en una guerra de banderas y personalismos. En la entrada "Decisiones y responsabilidades" (17 de febrero del 2010) del blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, Jorge Fondebrider cita una traducción plagada de decisiones de traducción que, según afirma, resultan en un tono general "que parece excluir a cualquier lector que no sea peninsular". Creo que se trata de una apreciación demasiado general y que, en cierto modo, puede llevar el debate a un terreno no deseado. Quizá habría que matizarla, puesto que no es improbable que haya también lectores peninsulares que se encuentren incómodos con opciones como las citadas y a quienes les resulte difícil seguir sosteniendo en tales circunstancias la burbuja de la ficción. Por ello, creo que nos encontramos ante un problema estilístico, no lingüístico. De otro modo, tendríamos que postular la existencia de lectores peninsulares "no peninsulares".

En cuanto a la parte de las responsabilidades, es cierto que en el mundo editorial peninsular muchos editores, revisores y traductores parecen embebidos de una actitud patrimonialista con respecto a la lengua. En las jornadas tituladas "La utopía del castellano neutro" organizadas por el Club de Traductores Literarios y el Centro Cultural de España en Buenos Aires que se celebraron en esa ciudad a principios de noviembre del 2009, Gerardo Gambolini expuso el caso extremo de una traducción suya encargada por la editorial Turner en las que sus opciones, lingüísticamente comprensibles de modo "transatlántico" y acertadas en términos estilísticos, fueron cambiadas en el proceso de revisión realizado en Madrid por otras, localistas en lo lingüístico y, lo que es peor, incorrectas en lo estilístico. Y ello en una traducción que debía venderse sólo en Argentina.

En realidad, el problema no es tanto la utilización de palabras diatópicamente marcadas, sino que el que éstas carezcan de justificación estilística y saboteen la propia coherencia de la obra. Los traductores no somos Pierre Menards capaces de borrar por completo cualquier rastro de nuestros orígenes (por más que el "lector empírico", entregado al fervor de la ficción, pida exactamente eso). Cierta sensibilidad literaria puede ayudar a atenuar las distancias, pero, sobre todo, a armar una ficción literaria autosostenible y susceptible de posibilitar la suspensión voluntaria de la incredulidad.

Desde una posición extrapeninsular, los comentarios sobre las traducciones "españolas" tienen a incurrir en la generalización abusiva de considerar la lengua empleada como un conjunto homogéneo, olvidando que existen diferencias entre el centro y en la periferia peninsular, que el castellano meridional presenta unos usos mucho más cercanos a los americanos y que el colectivo traductor "español" tiene una buen representación de traductores argentinos.

25 comentarios:

  1. muy interesante y muy atinada me parece la llamada de juan gabriel a situar el debate en el terreno que le corresponde, y que no es exclusivamente geográfico ni literario del todo -a pesar de que creo con él que a nosotros, como traductores, debería guiarnos en esencia ese criterio- sino en gran medida político. cómo se traduce para el mercado editorial tiene que ver con qué poder genera la traducción y qué intereses lo mueven.
    es decir que cómo se traduce no necesariamente coincide ni debe coincidir con cómo traducimos, a pesar de que a menudo nuestros criterios se vean desplazados por los de, por ejemplo, la banalidad del análsis de márketing. o la volatilidad de las consignas culturales de cariz electoralista (cosa que pasa en españa en las así llamadas lenguas autonómicas minoritarias).
    cuando un traductor propone un título o se las ingenia para reproducir determinado registro, lo hace en general ateniéndose a razones de fidelidad literaria; puede equivocarse o no, e incluso ser hiper localista o, al revés, pasarse de ecuménico, pero jamás intentará (esperemos) suplantar al autor en sus decisiones.
    sin embargo, no sólo no somos pierres menards, como dice juan gabriel, sino que tenemos nuestras ideas acerca de la cultura, la lengua, la literatura y la traducción, y es inevitable (¿e incluso deseable?) que se reflejen en nuestro trabajo diario.
    creo, aunque esto habría que discutirlo más a fondo, que en el caso de los castellanos peninsular y americano (tomados ambos como un cuerpo homogéneo), la tensión no es léxica, asunto baladí y de fácil solución, sino dinámica: uno está históricamente preocupado por fijar todo lo que anda suelto por ahí y articularlo en un sistema normativo sujeto a una agenda establecida de actualizaciones y el otro es un ente a veces desbocado, flexible, vertiginoso, permeable y de difícil doma aunque de agradable monta, que a menudo encuentra remanso en las traducciones, que son las que a la postre van fijando el lenguaje.

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  2. Estupenda reflexión de López Guix. De buenas y de malas traducciones está repleto el Atlántico, con aportaciones desde ambas orillas.
    Sin embargo, creo que Fondebrider tiene algo de razón cuando habla de lo "peninsular", que no es una característica de la lengua de España, sino la imposición editorial de una lengua imaginaria que no responde más que a los usos (y a los prejuicios) de las grandes corporaciones.
    Insisto en que hay mucho más de economía de escala en este problema que de lengua y literatura.

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  3. Estoy plenamente de acuerdo con el sesgo que Juan Gabriel le impuso al debate. Pero yo agregaría que el problema estilístico –si a él nos remitimos– lleva unido un dato temporal. Dicho de otro modo, no son lo misma la prosa de Azorín o la de Ortega y Gasset que la de Borges o Alfonso Reyes, aun cuando hayan compartido un lapso significativo de cronología. Desde una perspectiva hispanoamericana, y fundamentalmente gracias a Borges y Reyes, resulta impensable que alguien pueda escribir como los autores españoles mencionados. Y, de hecho, en alguna entrada de este mismo blog, ha habido traductores españoles que elogiaron sinceramente las características de esas prosa, de este lado del Atlántico percibida como pomposa y poco funcional. Entonces, aun cuando uno quiera mantenerse en una perspectiva estilística pura, lo geográfico, nos guste o no, vuelve a irrumpir con fuerza en el juicio estilístico.

    Sí creo, como bien dice Juan Gabriel, que es muy peligroso uniformar la traducción que se hace en un país, considerando que lo que allí se habla y lee es monolíticamente igual de norte a sur y de este a oeste. Y bien también por señalar que en lo que se publica en España hay también traductores de otras nacionalidades, algunos de los cuales alcanzaron tanta visibilidad como sus pares españoles. Juan José del Solar, Mirko Lauer, Andrés Ehrenhaus o Marcelo Cohen, sin ir más lejos.

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  4. Personalmente, creo que la cuestión reside en la excesiva localización (con la consecuente "descolocalización"), o sea, lo que a veces llamamos "naturalización"; en sacar abusivamente un texto de su lugar y ambientarlo claramente en otro.
    Y eso vale lo mismo para cualquier punto de aquende o de allende.
    Por ejemplo: si un traductor español y que traduce en España se obstina en llamar a la bayeta “aljofifa”, porque es andaluz, será una localización abusiva. El fallo estará no tanto en que la palabra aljofifa se entienda o no en Madrid o en Buenos Aires, porque todo lector puede solventar los escollos de vocabulario cuando lo desee sin que le vaya en ello ni el honor ni la integridad física o intelectual, sino en que esa opción del traductor está anclando una acción que transcurría, por ejemplo, en París, en Almería, sin ir más lejos. Mientras que si usa “bayeta”, la acción sigue transcurriendo en París, sin ningún problema.
    [Aunque como en traducción todo depende, si traducimos una novela francesa pero que transcurra en la Granada del siglo XV y antes de la toma de Granada (fue lo que me sucedió al traducir “León el Africano” de Amin Maalouf), no estará de más, entre dos palabras de igual rango, uso y significado, escoger la etimología árabe-andaluza en vez de la etimología latina.]
    Una vez admitido que no se debe naturalizar la traducción, sino que debe seguir siendo evidente dónde y cuándo nació el texto y transcurre la acción (en realidad es la misma cuestión que la de no caer en anacronismos al elegir las palabras), no creo que se le deba ni pueda pedir al traductor que escriba pensando en dónde se va a leer ese libro. Es más, me parece una exigencia aberrante que no podrá por menos de ir en menoscabo de la calidad y creatividad del traductor-escritor y de la bondad de la traducción. O sea, que estimo que la exigencia de neutralidad y su límite lo marcan el libro y el autor traducidos y no el eventual lector. Todo escritor –y el traductor lo es- debe escribir en su lengua espontánea. Y no me parece que al lector se le vayan a caer los anillos por admitir tal cosa y leer con la misma naturalidad una novela traducida en uno u otro de los castellanos del ancho mundo (siempre y cuando se cumpla con la inexcusable y ya expuesta no-naturalización.)
    No veo por qué un lector argentino puede leer con placer y tranquilidad de ánimo a Pérez Galdós y yo a Cortázar, sin ningún tipo de ofuscamiento, y, en cambio, sí tiene que darse ese ofuscamiento al leer una traducción hecha acá o allá.
    Mi infancia y mi juventud se nutrieron de traducciones hechas en Argentina –por aquello de la censura franquista- y jamás me causó extrañeza ni molestia encontrarme con giros o palabras que no entendía la primera vez que aparecían (sólo la primera vez).
    Así que no me cabe en la cabeza que una traducción mía pueda causarlas en Buenos Aires, o en Santiago de Chile o en Caracas...
    Ni que tenga que ponerme freno alguno cuando me vuelan los dedos por el teclado y la mente por la historia que estoy recreando.


    -María Teresa Gallego Urrutia-

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  5. Jamás se me había ocurrido ofender al león español! Lo digo por lo esrito por mí, en relación con esto, en otras entradas.
    No me parece que la cuestión sea geográfica, o estilística, o comercial, no. Tal como dice aquí María Teresa Gallego Urrutia, la cuestión que deberíamos tener vedada es trasladar una acción y un paisaje, digamos, parisino, a las calles de Madrid o de Buenos Aires. No se me caerían los anillos que no tengo por buscar en el diccionario de la RAE, ahora tan bien pensante, qué significa lejía, pero, insisto, no se trata de eso: deberíamos ser Pierre Menard, entiendo a Gabriel, si quisiéramos que temperatura, clima vocabulario, etc, de Faulkner siguiera siendo Faulkner: esto es, no deberíamos traducir. Pero hete (hete!) aquí que queremos leer en castellano a Faulkner, esto es, queremos entender a Faulkner. Entonces debemos munirnos (munirnos!) de ciertas consideraciones. Una de ellas es: el lenguaje familiar no es traducible, rara vez encuentra su homólogo en castellano; y en cuanto al lenguaje literario, mal deberíamos pasarlo a lenguaje familiar. La cuestión que discutimos en cuanto a lo peninsular, no es la lejía, es el chaval. Lo que discutimos es el nivel de lengua, no el castellano central o periférico. Y que haya una tendencia peninsular a no reparar en exceso en el nivel de lengua, es lo que discutimos.
    Si este fenómeno ocurre por un impulso imperial o por la centralización de la industria editorial en los países de habla hispana, es harina de otro costal. Y el can en agosto vuelve al amo el rostro.

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  6. Corrijo, aclaro, gloso: lenguaje familiar, dicho aqui como lenguaje coloquial; y todas sus variantes: callejero, slang, etc

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  7. Varias observaciones:

    1) En el ejemplo, de la "bayeta" y la "aljofifa" de Maite, las cosas están claras. Excesiva localización, si no se justifica por las razones que haya que justificarla, molesta. Pero, ¿qué pasa si al final de una frase muy simple, de algo que transcurre, digamos en Praga, los personajes, que son checos, terminan diciendo "¿te enteras?". No se podría hablar en este caso de localización exótica, pero la marca española allí sería muy fuerte. En Latinoamérica –y perdón, Juan Gabriel, por la licencia geográfica–, leemos cientos de textos así traducidos.

    2)Concuerdo con Andrés sobre la naturaleza política de algunas decisiones. Si a mí me ocurre, como suele pasar en la Argentina y también en México, que la editorial en cuestión me pide que busque una lengua deslocalizada porque el texto va a ser leído en otras partes por lectores que no manejan el mismo vocabulario, hay ahí una decisión de política editorial, seguramente debida a razones comerciales. Dudo que a los traductores españoles las editoriales españoles les pidan lo mismo. Pero como se supone que un traductor es alguien más culto, sensible y sensato que, pongamos, el gerente de ventas de la editorial en cuestión, la responsabilidad de imaginar otros lectores queda de su parte. Dicho de otro modo, a Rulfo, por motivos lógicos, se le perdonará el léxico y las elecciones sintáticas en sus cuentos. A Maite, a Julieta, a Andrés, a Juan Gabriel, a Jorge y a mí, probablemente no. Por eso estamos discutiendo.

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  8. La lengua coloquial será la lengua coloquial del traductor. ¿Cómo podría ser de otra manera? ¿Puede el traductor dominar en sus variados y cambiantes matices y utilizar con fluidez la lengua coloquial que no oye y habla a diario? Tanto más cuanto que la lengua coloquial varía y se queda obsoleta muy deprisa.
    Lo que no tiene que hacer en ningún caso es caer en el casticismo. En el caso del traductor español, por ejemplo, recurrir a palabras cuyo origen caló sea palmario.

    Mezclamos el debate digamos teórico, en el que opinamos como lingüistas o como estilistas, con la realidad que nos imponen las editoriales. Que opinan como empresas.
    Yo creo que deberíamos separar los dos temas.

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  9. Pero, justamente, Maite, ¿es posible separarlo? La realidad, creo, indica que no. Y no nos queda otro remedio que hacer con eso. Si estamos intentando pensar juntos es para darnos mutuamente una mano.

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  10. habría que estar seguros, Jorge, de que las casas editoriales centrales no les ponen normas a los traductores; puede que el espejismo de que la lengua peninsular corriente, o coloquial, es el castellano puro, invada a la vez a los traductores y a los editores; digo yo... porque si no, ¿qué les importaría a los editores vedar el uso del "caló palmario" a los peninsulares? un lector de España no repararía en su falta. en cuanto a lo aportado por María Teresa: sostengo que no es lícito, por no hablar de posible, trasladar el "caló" digamos italiano al caló porteño o madrileño. el resultado es un personaje de Roma diciendo: ¿te enteras?, para seguir con el ejemplo de Fondebrider. esto es como traducir Via Apia por Paseo de la Castellana o Avenida del Libertador. la solución parece sosa, pero es a mi juicio la única posible: la lengua familiar de origen debe perder unos grados de lengua familiar en la lengua de llegada, no es posible otra cosa. lo que estamos traduciendo es extranjero, y debe permanecer extranjero en la versión, creo yo

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  11. a eso voy, a que las decisiones del traductor también son políticas. y no hablo sólo de política editorial (o política de ventas), sino de visión política de la literatura, de la cultura, de la lengua y, por consiguiente, de la traducción.
    la traducción no está hoy en día en un punto cero. la evolución histórica de las distintas (y no siempre sucesivas) políticas de la traducción tiene mucho que ver con que, por ejemplo, estemos enfrascados en este debate. el debate de hace un siglo se centraba en otros aspectos, mucho más morales, por decirlo así.
    sin embargo, y dada la característica esencial de la traducción, que consiste en poner un texto en una lengua (y un momento y un lugar) que no es la suya, y generar la ficción de estar leyendo a "faulkner" en español, nunca nos libraremos del todo de la mancha humana, es decir, del vértigo, casi siempre inconsciente, de meter la cuchara. no creo que esa situación se de sólo cuando lo que nos ocupa es el traslado del lenguaje familiar, de los localismos, de la parte íntima de la lengua sino que la elección (política) es constante.
    por ejemplo: ¿debe saber el lector que no está leyendo a su autor preferido sino a uno de sus esforzados sosías o vivir en la ilusión de que el cuerpo de la literatura universal está escrito en una lengua única que, oh casualidad, es la suya?
    porque justamente en el lenguaje íntimo, familiar, coloquial, en la jerga, es donde esa ilusión se rompe más fácilmente, ahí es también donde más nos duele. pero, insisto, las decisiones van mucho más allá.
    ¿debemos estandarizar la lengua de la traducción para abundar en la ilusión de que formamos parte de una tradición más o menos homogénea?
    ¿en qué punto podemos decidir que los matices son sacrificables en aras de una comprensión más lisa del texto?
    ¿no es la naturalidad de la que hablamos, y a la que en general aspiramos, una forma de intervención más, fruto de una idea política de la traducción?
    y, más a fondo, ¿hacia dónde nos gustaría que evolucionara la lengua? ¿no es la traducción, por vicaria de la literatura que parezca, una herramienta de creación de lenguaje?
    quizás precisamente por ser un traductor argentino que trabaja hace décadas en españa, mi relación con el español es todo menos estable. cada "vosotros" implica para mí una (microscópica, tal vez) toma de decisión; más aún si se piensa que, como muchos de mis colegas connacionales, ni siquiera vivo en una zona castellano parlante, donde la parla coloquial está totalmente permeada de catalanismos. me cuesta creer ciegamente en la ficción de la lengua española, localismos (el mío propio entre ellos) incluidos.
    quizás por eso me preocupan últimamente otras fidelidades, menos explícitas, más subliminales, más ligadas a cuestiones de ritmo, de sonoridad, de cadencia, de referencias sensoriales, de materia, de carne.
    si un personaje checo dice "oye tío" y yo no me tropiezo en ese bucle, será porque el traductor ha sabido poner sus materiales, su materia prima, al servicio de la estructura esencial de la obra.

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  12. Separarlo en la realidad, Jorge, supongo que puede entrar de momento en el reino de la utopía. O de aquello por lo que deberiamos luchar todos juntos.
    Pero separarlo en esta charla, ¿por qué no?
    A ver... yo es que veo dos partes. Creo que todo traductor debe traducir a lo que estoy llamando su lengua espontánea. Porque es la que conoce bien, es aquella cuyos recursos domina y con la que podrá, digamos, intepretar felizmente en clave de fa lo que estaba en clave de sol, por poner un símil tomado de otro tipo de interpretación. Por supuesto dentro de los límites ya dichos de no desenraizar ni "extrañar" la obra original. En ningún aspecto: no sólo con casticismos y naturalizaciones, o sea en el espacio, sino tampoco en el tiempo (anacronismos en la elección de las palabras o utilización de un ritmo, de una música de la lengua que no corresponda a la época. Cada siglo tiene su caída musical en literatura, que suelen compartir todos los escritores contemporáneos más allá de sus peculiaridades y diferencias personales).
    Y ese derecho a usar el propio castellano, a escribir y crear y traducir en él, llegaría incluso a decir que entra dentro de los derechos humanos.


    Y luego viene la otra parte, que para mí -que antes o después, y más bien antes que después, vengo a dar siempre en la rebeldía contra las imposiciones empresariales, que suelen ser siempre fruto de motivos... eso, empresariales-, debería ser incentivo para unirnos todos, a través de nuestras respectivas asociaciones, y plantar cara ante ciertos abusos patronales.
    No es de recibo que una editorial española que encarga una traducción a un traductor no español pretenda privarlo de esa espontaneidad en el uso de la lengua a la que me he referido ya varias veces e imponerle unos códigos que no son los suyos. Si encarga una traducción a un traductor argentino o chileno, etc. tendrá que respetarlo. (Y viceversa, claro. Hace años, traduje un libro que antes de publicarse prohibió la censura en España. La editorial lo publicó en su filial mexicana. Y reescribieron la traducción. Lo cual me pareció indignante. Tan indignante como si al traductor mexicano le reescriten una traducción suya en Barcelona o en Madrid, o le imponen que la retoque él. A mí ni me consultaron, por cierto.)

    Por lo demás no sé si está justificado ese chato temor de las empresas editoriales españolas a que el lector rechace un traducción hecha en otro castellano. La televisión en España emite muchas series de allende el Atlántico y que yo sepa a nadie le molesta ni la lengua de los diálogos ni el acento de los actores.
    Por no hablar de las películas de Disney que todos los niños vimos siempre en España en doblajes que nos parecían de lo más natural. Es más, les daba a las películasuna dimensión mágica eso de que estuvieran en un castellano que no era el de todos los días, el del colegio y el del metro en hora punta.

    Así que habría que empezar por discutirles a las editoriales esa teoría de que hay que imponer al traductor un castellano "homogéneo" que tampoco existe, por cierto, en España, porque un traductor de Barcelona empleará giros o palabras que no serán las mismas que las de un traductor de Burgos. Y mientras no "naturalicen" nada hay que reprocharles, faltaría más.
    Ese castellano "homogéneo" o "neutro" que exigen las editoriales es falso, es artificial. Deberíamos unirnos para no tolerar esa imposición.
    Y, por descontado, entre nosotros no deberíamos pedírnoslo nunca unos a otros.

    Y ahora lo dejo, que en Madrid son las once muy pasadas de la noche y todavía no me he hecho del todo los "deberes" de hoy.

    Pero antes, y al hilo de las naturalizaciones, os recomendaría, si no lo conocéis, el libro de Claude Bleton "Les nègres du traduteur", que vertimos en su día al castellano, en un experimento a ocho manos, Andi (Ehrenhaus), Miguel (Sáenz), Jesús (Zuilaika) y yo con el título de "Los negros del traductor".
    Es un esperpento inteligente y divertido.

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  13. Precisamente, Andi, en lo referido a lo que dices cuando hablas de la traducción creadora de lenguaje, al pie del comentario que decicó a la traducción ayer en su blog Alejandro Gándara, Luis Magrinyà apostilló:
    "Los traductores son creadores de lengua [...] e influyen decisivamente en cómo hablamos y esribimos. La ignorancia académica, creo que de tipo ideológico, de este hecho lleva a barbaridades como que, en sus textos y corpus (Diccionarios, gramáticas, bases de datos), que yo sepa, la Real Academia Española jamás incluya entre sus ejemplos y fuentes obras traducidas, como si el español de las traducciones no fuera un agente importante en la transmisión lingüística..o estuviera «contaminado» por algún virus extranjero ofensivo [...]. .Lo que decía es sólo un dato más. La valoración de la traducción es un trabajo que debería emprenderse primeramente desde arriba... sobre todo desde esas instituciones que la masa de hablantes respeta supersticiosamente. Si las instancias más sublimes empezaran a loar la labor de los traductores y a hacer académicos, por ejemplo, a varios de ellos, que saben y crean mucha más lengua que muchos de los que están allí sentados, creo que veríamos cambiar un poco las cosas."

    aydiosss, qué hago yo aquí todavía, con la traducción de turno esperándome.
    "Me voy, me voy, si me hablan ya no estoy", cantaba el Conejo Blanco de la Alicia de Disney, con palabras del mexicano Edmundo de Santos.

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  14. cuánto concuerdo con luis (que es editor, por cierto) en su planteamiento y argumentación, maite, y qué poco con sus conclusiones: el día en que alguno de nosotros (de vosotros será, en todo caso, porque yo soy arrrgemmtino!) se siente en la academia habremos ganado una batalla e incluso parte de una guerra pero habremos perdido lo más valioso: la soldadesca, y la vida en lestas trincheras.

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  15. Tengo la sensación de que aquí aparecieron muchas cosas interesantes que valdría la pena ordenar. Resumo, entonces, como puedo:

    a) Hay una dimensión política de la traducción que tiene que ver con 1) las decisiones del traductor en relación con la propia modalidad de la lengua y 2) con las decisiones editoriales, que no siempre se apoyan en hechos meramente económicos, sino también lisa y llanamente políticos (cfr. la muy buena ponencia de Marietta Gargatagli en este mismo blog, cuando el simposio del castellano neutro y el negocio que se esconde detrás de los intereses por instalar métodos de aprendizaje del castellano con el único sesgo del "español de España").

    b) Hay una aparente imposibilidad de traducir el lenguaje de la intimidad (formas coloquiales, argot, etc.) a un castellano único, por lo que corresponde que cada cual trabaje con el material que tiene más a mano, sin por ello ofender a nadie.
    (Apostilla: acá, irremediablemente, se choca con lo que quieren las editoriales, por lo que la ilusión no funciona.)

    c) Hay una posibilidad de deslocalización de formas muy particularmente locales, apelando a la buena voluntad del traductor, el diccionario, etc.

    ch) Hay una necesidad manifiesta de equiparar, cuando esto sea posible, la lengua a la que se traduce con la lengua a la que se escribe, siempre y cuando esto no cause violencia en los textos, para lograr que tanto los entendidos como el público sean conscientes de la jerarquía a la que puede aspirar una traducción.

    d) Hay que tratar de que todas estas cuestiones se debatan sin la menor sospecha de nacionalismo (Borges se refería a esa lacra como "la manía de los primates"), viendo la circunstancia geográfica como un accidente antes que como una razón última de cortocircuitos entre pares.

    f) Hay que remitir lo más que se pueda a las cuestiones estilísticas.

    Espero no haberme olvidado de nada (aunque sospecho que si sí, seré corregido). Así que, expuestos todos estos puntos de vista, podemos seguir discutiendo sin dejar afuera a quienes se acercan sólo ahora al debate.

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  16. Un poco, en verdad, cansan las quejas de Cenicienta de los traductores, y que el capitalismo siempre tenga la culpa...

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  17. Llego después del resumen de Jorge, pero es que no quiero dejar de reincidir en mi habitual vicio de coincidir con Andrés y con Maite, tal vez añadiendo un matiz: dice Maite que nunca le molestó leer textos traducidos en América, y a mí me pasa igual, pero sobre todo, nunca molesta a nadie en la península leer textos escritos en América, y creo que pasa igual en América con los peninsulares. Lo que quiero decir es que a esto subyace otra cosa más honda, y es la desconfianza subrepticia que hacia la traducción existe. No cuestionamos el mejicano de Fuentes, pero sí el de los traductores mejicanos, luego no cuestionamos el mejicano sino al traductor, es casi lo mismo que pasa con el problema de la caducidad de las traducciones y la pervivencia de los originales.
    Coincido con Andrés en que toda decisión es política, y también la de traducir de un modo u otro, es decir, la de traducir libremente en tu variante y sentirte libre de hacerlo así o tratar de buscar una variante. Yo creo que hay que resistir a la presión uniformadora, hay que escribir en español, es decir, en el de cada uno. Pretender otra cosa es pretender a partes iguales la ininteligiblidad y el colonialismo.

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  18. Eso, Carlos. Si es que el fondo del asunto no es este castellano o el otro, es la desconfianza hacia el traductor. Y la falta de respeto hacia él.

    Por eso estoy de acuerdo con Luis Magrinyà. Aunque me tienta mucho lo que dice Andi, me tienta todo lo que sea la trinchera y la soldadesca, como dice él, y el guerrillero en la sierra, "y el barco sobre la mar y el caballo en la montaña". Es lo que me pide el cuerpo.
    Pero Luis lo que viene a decir es que a los editores que no son como él estaría bien poder darles en la cresta (cosa que también me tienta). No creo que crea gran cosa en la Academia, pero sí en que una forma más de enderezar unas cuantas cosas sería poder enarbolar "ese repeto supersticioso" al que alude irónicamente.

    Y, dentro de este mismo espíritu, creo que Jorge se ha comido un punto en el resumen de ayer.
    El punto de la rebeldía. De oponernos a las imposiciones de ciertas editoriales. Y, por supuesto, no permitirles que usen al lector de coartada para sus imposiciones.

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  19. pero jorge (aulicino), el capitalismo no tiene la "culpa" de nada, del mismo modo que la industria del calzado no tiene la culpa de que nos salgan callos. pero hay una historia del zapato (y no hablo de choros -instante inevitable de nostalgia-) que, por un lado, se ocupa de describir el desarrollo de la prenda en las distintas culturas y relacionarlo con los vaivenes sociales correspondientes y, por el otro, de ponerlo en contraste con la evolución de las malformaciones metatarsianas y las durezas plantares.
    sería ingenuo suponer que la traducción de la biblia por lutero no tuvo nada que ver con los aspectos económicos de la reforma, y que la versión de emerson no iba dirigida precisamente a legitimar por vía divina directa la posibilidad de acumular capital mediante el comercio y la usura.
    no somos cenicientas que nos quejamos de lo injusta que es la vida, que nos tiene fregando platos y limpìando chimeneas cuando en realidad somos princesas, sino que somos traductores que tratamos de entender qué tensiones nos llevan a tomar tal o cual decisión a cada instante de nuestra labor diaria, y el mercado es sin duda una de ellas.
    suele decirse que el adolescente moderno deja de serlo cuando paga su primer alquiler (y no vuelve corriendo a casa horrorizado antes de pagar el segundo); pues bien, yo diría que el traductor literario deja atrás la adolescencia profesional cuando se enfrenta a sus primeros contratos y entiende que una parte importante del asunto consiste en discutir las condiciones contractuales y defender sus derechos ante la industria. no es lo mismo defender un título cuando a uno le va el sueldo en ello que cuando sólo implica una decisión cultural.
    con lo cual no digo en absoluto que no deba defenderse con el mismo ahinco. digo que no es lo mismo.

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  20. querido andy: la queja de la Cenicienta es en efecto narcisista. No soy traductor profesional y no debo discutir contratos. Si una analogía vale, hace más de 40 años soy periodista, y, cuando he discutido mis condiciones contractuales, no se me ocurrió, ni a ninguno de mis colegas, que éstas incluyeran de qué modo debía enfocar la información, o si podría o no usar el lenguaje coloquial o intercalar en mis crónicas una cita en latín. Creo que la discusión del metatarso no tiene en efecto nada que ver con los contratos laborales de la industria del calzado. Las consideraciones sobre la moda no forman parte de esos contratos, ni ninguna otra consideración cultural, excepto, tal vez, la licitud de la tarea, que se da por descontada. En todo caso, siempre se firma de buena fe. Ahora bien: yo no dije que la culpa de todo no la tenga el capitalismo. Es más: pienso que la culpa de todo la tiene el capitalismo. Y esta constatación es lo que cansa. Va de suyo que esa culpa es la culpa última. Entonces, quedan algunas instancias previas que pueden discutirse, antes de toparnos una vez más con el rostro descarnado del capital. En parte tales instancias se han discutido aquí. Fondebrider ha tratado de ponerlas en orden. Al hacerlo, acota que la ficción de que la traducción es lo que el autor ha escrito no puede sostenerse por la "imposición de las editoriales". Entiendo que esas imposiciones rigen en la producción a cierta escala, no creo que se hagan explícitas o se perciban cuando se trata de otro tipo de obras. Pound, Nietzsche, Freud o Bataille son autores, entre muchos otros, cuyas traducciones estarían sujetas casi exclusivamente a las decisiones de los traductores. En cuanto a lo que haría, si fuese profesional, y si tal o cual criterio de un editor para sus traducciones me violentase: discutiría hasta donde fuera posible. Ese es el único campo que vosotros tenéis como profesionales. Si la violencia fuese intolerable o inaceptable, entonces no firmaría la traducción, supuesto que hacerla me resultara de todos modos económicamente necesario. Ahora bien. Ese terreno de discusión mínima con el torvo rostro del capitalismo no me parece menor. Es un auténtico campo de batalla cultural, en el que celebro aspires, Andy, a mantener abiertas las trincheras. Y estoy de acuerdo con vos en que sería más pérdida que ganancia que un traductor integrase la Academia, sin perjuicio de que seguramente escritores que son traductores la integran. Y mejor conquista es que un traductor dirija el departamento de traducciones de una editorial, incluso el equipo gerencial.

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  21. iba a preguntar qué es una bayeta
    pero mejor voy al DRAE

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  22. eso sé qué es! mi abuela tenía vestidos de poplín!

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  23. Los traductores, particularmente los españoles, dicen que el español neutro no existe. Pero en la televisión y cine hispanoamericanos sí existe. Cuando en España las traducciones dicen "coño" aquí dicen "diablos". Cuando dicen "tío" acá es "sujeto". No me extrañaría que las multinacionales de la industria audiovisual tengan un diccionario de español neutro.

    No he visto "Romeo + Julieta" (película de 1996, con textos originales de Shakespeare) pero ahí tenemos un caso de traducción de un texto literario al malhadado español neutro.

    Por cierto, estamos hablando de un "español neutro latinoamericano" con seseo, "s" dorsal y no apical, sin diferencia formal/familiar en la segunda persona plural, y uso del pretérito perfecto simple en muchos casos en los que en España se preferiría el tiempo compuesto.

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