martes, 24 de julio de 2012

Un periodista recomienda una traducción


El 19 de julio pasado, Público.es publicó la siguiente columna del periodista Luis Matías López donde se comenta la versión de Anna Karénina de Víctor Gallego Ballesteros, publicada en España por el sello editorial Alba.

 

 

  

Anna Karénina resucita en castellano


1.- La hora de los traductores del ruso.
Los traductores son los grandes olvidados, excepto para crucificarles por sus errores, pero hoy les toca ser reivindicados, al hilo de la entrega de los premios La Literatura Rusa en España, concedidos por el Centro Yeltsin de Moscú y organizados por la Fundación Alexander Pushkin, que dirige Alexander Chernosvitov.

En los últimos años, el número de versiones al castellano de obras rusas se ha multiplicado, más de 40 de ellas han optado a la tercera edición del premio, y hay varias editoriales en las que manda el catálogo ruso. Las más destacadas son Alba, que dirige el Luis Magrinyà (un excelente novelista, imprescindible su Habitación doble, Anagrama), y Nevsky Pospects, un empeño casi romántico de James y Marion Womack, ambos por cierto excelentes traductores del ruso.

El primero de estos sellos ha publicado la monumental Anna Karénina (más de 1.000 páginas) que, vertida al castellano por Víctor Gallego Ballesteros, se ha hecho con el premio Yeltsin, en tanto que una de las menciones especiales ha recaído en la traducción de María García Barris de Una noche con Claire, primera obra de un escritor de la época soviética, fallecido en 1971, Gaito Gazdánov, desconocido en España, algo que los Womack quieren remediar. El resto de menciones han sido para las traducciones de Jorge Ferrer (El Libro negro, de Vasili Grossman e Ilyá Ehrenburg, Galaxia Gutenberg), Helena Vidal (Armania en prosa y verso, de Ósip Mandelstam, Acantilado),  y Jorge y Saura y Bibicharifa Jakimsiánova (La Gaviota y Tío Vania, de Antón Chéjov, Alba).

2.- “Una fábula sobre la búsqueda de la felicidad”
La versión al castellano de Anna Karénina es, según señala Víctor Gallego, la “experiencia más enriquecedora” de su vida, la culminación de un sueño y de una carrera que incluye la traducción de obras de otros clásicos rusos, como Chéjov, Pushkin y Turguénev. Cumplida la misión, tras tantas y tantas horas con Anna, Vronski, Kitty y Levin, afirma que le ha quedado “una especie de vacío”. Como hace unas semanas, yo aseguraba en una columna que la primera frase de la novela tiene tantas variantes como traductores, ahí va la de Víctor Gallego: “Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo”. Y le cedo la palabra para extraer de su presentación algunas ideas claves sobre la que multitud de críticos y lectores han considerado “la novela por antonomasia”.

-Si la novela es de por sí un ámbito de libertad, en Tolstói se convierte en un espacio casi infinito.

-No es la historia de un adulterio, de un destino truncado por la vida y las condiciones sociales, sino una fábula sobre la búsqueda de la felicidad.

-El matrimonio de Ana fracasa por la falta de amor y su relación con Vronski, porque tiene el amor como único centro.
-Expone un cuadro sombrío de las relaciones de pareja, sujetas a un desgaste que corroe los rasgos del ser amado.

-Refleja una obsesión por la muerte. Sólo uno de los 249 capítulos tiene título, precisamente La Muerte.

-La explicación de un suicidio: “¿Por qué no apagar la vela cuando ya no hay nada que ver, cuando a uno le repugna todo lo que ve?”

-Se impone la objetividad. Imposible buscar culpables e inocentes, víctimas y verdugos, buenos y malos. Lo dijo Tolstói: “Un relato impresiona mucho más cuando no se sabe de qué parte está el autor”.

-Es la obra maestra de un escritor deslumbrante que llegó a abjurar de su arte.

- Cada personaje, incluso los secundarios, es caracterizado con un gesto, un rasgo físico, un detalle de su atuendo o una combinación de elementos diversos.

-Hay párrafos perfectos, rebosantes de información, con detalles milimétricos y penetración obsesiva para que no se escape ningún aspecto revelador.

No se me ocurre ninguna recomendación mejor para rendir homenaje al trabajo raramente reconocido de los traductores, y para llenar los ratos de ocio del verano, que leer (o releer) esta versión remozada de Anna Karénina.

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