El 12 de julio pasado, Andrés Ehrenhaus publicó la siguiente columna en El Trujamán. Si bien debe leerse fundamentalmente a la luz de la crisis que está sufriendo España, desde estas costas también tiene sentido. La reproducimos por eso y por el alto grado de neologismos.
Obligaciones y compromisos
Bueno, vayamos cerrando la espita. Es hora, creo, de que pasemos del rezongo lento y trillado sobre los males a los que nos somete la industria, personificada en un editor de más papada que barriga, traje de lana fría, vaso de cubata con pepino en la mano y casa con piscina y jacuzzi, a las obligaciones y compromisos que asume el vil mortal cuando se mete alegremente a traductor —no muy distintas, por cierto y en el fondo, de las que asume el vil mortal cuando se mete igual de alegremente a arquitecto, lampista o matarife—. Por ponerlo en letras de sopa: el ejercicio de nuestra profesión incide inevitablemente en dos áreas: una personal, íntima, de desarrollo de la experiencia y reflexión interna (todos pensamos en lo que estamos haciendo, incluso aquellos de nosotros que creemos o sostenemos que no), y otra social o cultural si se quiere, de participación en la experiencia colectiva y reflexión externa (todos hacemos algo sobre lo que se piensa, incluso aunque creamos o sostengamos que lo nuestro es impensable).
Que ambas áreas cohabitan en íntima relación dialéctica es casi un pleonasmo, así que no abundaré en ello. Más me interesan en todo caso los aspectos éticos de esta cohabitación y, sobre todo, su carácter insoslayable. La traducción es como la política. Digo más: traducir es una manera de hacer política. La máxima según la cual quien no se involucra activamente en política está asumiendo una posición política igual de activa puede extrapolarse perfectamente a la traducción: entender la traducción como actividad apolítica es, en sí misma, una postura política activa. Ojo al gol: no estoy hablando aquí de activismo gremial o sindical, ni de asociacionismo militante o justicierismo solitario, sino de conciencia y compromiso cultural. Hablo de traducir así o asá. Hablo de obligaciones y de actitudes éticas. Hablo de la lengua, de la cultura, de los libros, de cómo y de para qué.
Más allá de que nos paguen lo que merecemos o de que nos reconozcan con fanfarria y confeti el martirologio, pensemos sin remilgos vergonzantes ni mascarillas fóbicas, puesto que seguimos traduciendo, en nuestro papel en la producción de cultura del mundo actual, en nuestra incidencia en la creación, gestión y tensión de la lengua, en nuestro compromiso con lo que hay y lo que es. No perdamos ni un segundo más en desgarrarnos el chándal y lamentarnos por todos los males morales que nos infligen los Otros (algunos de los cuales, como los correctores por ejemplo, son nuestros legítimos compañeros de camino) sin antes pasar a la asunción activa de nuestras obligaciones y compromisos culturales. No creamos más que por no pensar en ello, por no comernos el coco, por traducir con nuestra parte crítica de cerebro en tilt permanente, estamos esquivando el bulto; casi podría decirse que todo lo contrario: apenas lo estamos apartando unos metros más allá para encontrárnoslo, sísifamente, allí donde nos lleve el viento.
Estamos viviendo un momento crítico de la producción cultural en lengua española. Visto desde España, probablemente produzca pánico, y no infundado. Visto desde las otras muchas perspectivas, geográficas o políticas, que componen el caleidoscopio de ese inmenso ámbito lingüístico, se ve incluso como un período de apertura y redistribución de las corrientes de influencia. Toda crisis implica un corrimiento de las relaciones de poder, de las reglas del juego y del papel de los jugadores; toda crisis política y económica encubre, a su vez, una crisis de ideas, impone una ineluctable revisión de ideas. Los traductores somos actores culturales de esa reordenación: no nos hagamos los longuis. Hablemos de ello. No eludamos, escudándonos ahora en la crisis como nos escudábamos antes, cuando las vacas estaban menos flacas, en la ignominia del Otro, nuestras obligaciones. Asumamos, como han de hacerlo el arquitecto, el lampista o el matarife, nuestro compromiso particular. Traducir bien no existe: existe traducir aquí y ahora.
Siempre Ehrenhaus poniendo los puntos sobre las íes. ¡Muy bien!
ResponderEliminarSaludos.
Mariángel Mauri.