“La crisis editorial incide todavía más en un trabajo tan decisivo como mal remunerado. ABC recaba las opiniones de seis grandes profesionales de la traducción”, dice la bajada del artículo que firma Sergi Doria en el diario español, del 21 de julio pasado.
Traductores: mal pagados y poco reconocidos
Pongamos los mejores frutos del mar en manos del un mal cocinero que arrasa sabores y texturas. Confiemos el canon literario a traductores de aluvión, a tanto la línea y sentenciaremos aquello de traduttore–traditore. Nuestra mente rebosa de libros que creíamos haber leído pero que en su versión original no decían lo que nosotros creímos entender. Nunca como hoy las editoriales disponen de tan buenos profesionales de la traducción, aunque esa función decisiva y determinante para la comprensión lectora, siga siendo la cenicienta en un proceso editorial que improvisa novedades y acorta plazos con el consiguiente deterioro de la calidad.
En este aspecto, la relación con los autores acostumbra a ser cordial: “Siempre consulto las dudas y los escritores que traduzco colaboran de buena gana” apunta Peter Schwaar, traductor al alemán de Ruiz Zafón y Mendoza. Somacarrera también considera satisfactoria su relación con Atwood y Highway: “Se han prestado generosamente a resolver dudas y a proporcionarme información sobre aspectos del libro que no es fácil descubrir mediante la investigación”. De Stercke, que acaba de ver publicada en Acantilado su traducción de Cuando los dioses duermen de Edwin Mortier, subraya que a los autores “casi siempre les agrada colaborar y prestarse a resolver cualquier dudas. A veces, hasta se ofrecen a mejorar las condiciones del traductor ante la editorial española”.
Anonimato
Aunque parezca mentira, un trabajo tan profesional y decisivo para la comprensión de una obra literaria, permanece en muchos casos en el anonimato. De Sterck sigue pidiendo que los editores “mencionen por sistema el nombre del traductor en la cubierta y que no abandonen el libro a su suerte cuando sale al mercado. Sin el traductor, la obra no existiría”. Con un centenar de títulos al francés y el italiano en su haber, Teresa Clavel afirma que la clave es que el mundo editorial “reconozca de verdad que el traductor es un autor. Si lo hace, todo lo demás sería más fácil”.
–¿Cómo afecta la crisis a la traducción?
–Olivia de Miguel: “Es cierto que muchas editoriales, como otras industrias, pasan momentos difíciles, pero no es menos cierto que sin la traducción no hay libro, ni transmisión de la cultura. Las tarifas no suben desde hace muchos años, desde antes de que empezara la crisis, e incluso bajan.”
–Teresa Clavel: “Las editoriales han congelado tarifas o las han bajado. Han reducido el número de títulos y muchos traductores se han quedado sin trabajo”.
–Lluís M. Todó: “Editores, fundaciones y administraciones han bajado las tarifas unilateralmente amparándose en la crisis”.
–Goedele De Sterck: “Las tarifas tienden a bajar, lo cual obliga a trabajar más deprisa para obtener unos ingresos medianamente aceptables. La crisis afecta a la revisión de las traducciones y su promoción, en muchos casos inexistente”.
–Pilar Somacarrera: “Se han interrumpido colecciones literarias o de ciertos géneros literarios más o menos minoritarios (poesía, teatro), que pese a su calidad, se considera que no tienen ‘éxito comercial’ y se ha despedido a editores literarios que se encargaban de dichas colecciones.
–Peter Schwaar: “Las editoriales no quieren correr ningún riesgo, es decir, se publican títulos de los que puedan estar seguros de que se venderán bien. Lo primordial ya no es el valor literario de una novela sino su vendibilidad (hay excepciones, claro, pero pocas)”
–¿Editores, periodistas y lectores tienen conciencia del valor de la traducción?
–Olivia de Miguel: “La mayoría no. La ficción de estar leyendo un original sin intermediarios es muy poderosa y está alimentada por editores y periodistas culturales cuando obvian la figura del traductor de las portadas de sus libros y en sus reseñas. No pretendemos una crítica filológica, pero ¿cómo es posible alabar la precisión léxica, la fina ironía, la compleja sintaxis de una obra sin reparar en que ahí está la lengua del traductor? Ni Henry James, ni Dickens, ni Balzac, ni Rilke, escribieron en español. Si el lector puede conocerlos es a través de la lengua de sus traductores que puede ser hábil, creativa, rica de registros o torpe y tópica”.
–Teresa Clavel: “Salvo excepciones, no. Si tuvieran esa conciencia, los editores mimarían más a los traductores que consideran buenos; los periodistas los mencionarían cuando hacen referencia a un libro traducido, en sus reseñas o críticas; y los lectores, se fijarían en quién es el autor de la traducción y lo tendrían en cuenta, para bien o para mal, cuando compren otros libros traducidos, cosa que desde luego no pasa”.
–Lluís M. Todó: “Se supone que los editores, por su oficio, deberían tener tal conciencia y usarla; en la realidad, pocos guían su gestión en función de esta conciencia, suelen inclinarse más por criterios económicos. A los periodistas les queda mucho por aprender: por ejemplo, citar siempre el nombre del traductor cuando mencionan un libro traducido. En cuanto a los lectores, la gran mayoría siguen pensando que una buena traducción es una traducción que no se percibe como tal, una traducción transparente, por así decir. Dudo mucho que entre los criterios que guían la elección de un libro cuente la excelencia de la traducción o el prestigio del traductor”.
–Peter Schwaar: “Editores y periodistas tienen más conciencia que los lectores que muchas veces no se dan cuenta de que hay un traductor o traductora de por medio. Generalmente, los periodistas no saben muy bien en qué consiste realmente la tarea de traducir y por eso la valoran poco o basándose en aspectos superficiales que les llaman la atención”.
–Pilar Somacarrera: “Aunque va apreciando más la difícil y poco reconocida labor del traductor, en la crítica periodística nos encontramos con una escala que va desde no hacer absolutamente ningún comentario sobre la traducción y su estilo pasando por comentarios anecdóticos o irrelevantes, hasta atacar con saña al traductor injustamente”.
–Goedele De Sterck: “Depende de cada caso. Mientras unas editoriales venden libros como si fueran zapatos o teléfonos móviles, otras sienten pasión por la buena literatura y el trabajo bien hecho. En cuanto a los periodistas, no pueden abarcar todo lo que se publica. Se agradecen las alusiones al traductor, ya sea por el mero hecho de incluir su nombre en las fichas de las reseñas o a través de algún comentario, Por último hay que concienciar a los lectores: Fred Vargas, Herta Müller, Orhan Pamuk no escriben en español…”.
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