martes, 26 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (20)

Continúa la encuesta para traductores del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires con dos traductoras argentinas: una del francés y del portugués y otra del alemán y el inglés.

Lucía Vogelfang
Nacida en Buenos Aires en 1980, es Licenciada en Letras por la Universidad
de Buenos Aires. Cursó estudios de postgrado en Cultura Brasileña (UdeSA-FUNCEB). Trabaja en proyectos culturales, editoriales y en educación. Fue invitada a participar de programas profesionales en París y en el sur de Francia para compartir experiencias con gestores culturales y traductores de otros países. A pesar de su juventud, ha publicado un gran número de traducciones de, entre otros, el Marquez de Sade, Charles Baudelaire, Guy de Maupassant, Guillaume Apollinaire, Alain Badiou, Pierre Bourdieu, J. Rancière, Jean Lewinski, etc

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
 Un fragmento de prosa poética que me tocó traducir hace algunos años me enfrentó a las diferencias y semejanzas entre traducción y escritura. Una editorial de poesía porteña me encargó la traducción al español de la obra completa de un poeta francés contemporáneo. La obra poética de Jean Lewinski, el proyecto enciclopédico Les alices (Las alicias), se compone de cuatro tomos sobre el conocimiento humano y uno de sus fragmentos encarna ese punto exacto en el que la escritura y la traducción se parecen y, al mismo tiempo, se diferencian.

En la la la (que no es estrictamente un segundo tomo sino la continuación del primero, Les Alices +1), Lewinski reflexiona acerca de la tarea del traductor, propone desterrar lo literal de la traducción y dice que “la première qualité du traducteur a été désignée au figuré par l'expression française de coup d'œil - en français dans le texte.” Si traducir es, en cierto sentido, hacerle a la lengua que se traduce lo que la lengua original le hace a su propia lengua, ¿cómo lograrlo aquí? Un breve repaso de algunas de las posibles traducciones:

Una traducción literal arrojaría el siguiente resultado:

la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión francesa un golpe de vista – en francés en el texto

una segunda traducción posible sería:

la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión francesa coup d'œil - en francés en el texto

y una tercera, más arriesgada, diría que:

la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión castellana un golpe de vista – en castellano en el texto

La primera, la literal (“la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión francesa un golpe de vista – en francés en el texto”), se encuentra con la dificultad de que ya ha sido reducida al absurdo en “Pierre Menard, autor del Quijote” donde a cada palabra del original en español le corresponde su idéntica porque Menard, dice Borges, “no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran ¬palabra por palabra y línea por línea¬ con las de Miguel de Cervantes.” Esta traducción literal encuentra otra dificultad y es que el mismo Lewinski unos versos más arriba nos la ha prohibido: “le mot à mot à bannir de la traduction”. Y, además, la convención, ese “en francés en el texto” carece aquí de sentido porque la expresión ha sido traducida.

La segunda (“la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión francesa coup d'œil - en francés en el texto”) conserva la expresión francesa con la aclaración de que se respeta la lengua del original pero se pierde el chiste.

La tercera, más cercana a la traducción que proponía Cicerón “sentido por sentido” (“la primera cualidad del traductor ha sido designada en sentido figurado por la expresión castellana un golpe de vista – en castellano en el texto”), invierte las referencias a las lenguas y postula que en el texto fuente la expresión aparece en español, cosa que, por supuesto, no es cierta. La expresión francesa coup d'œil en su referencia al cuerpo a través del ojo redobla el efecto poético porque la frase es un golpe de ojo casi como si dijéramos un golpe al ojo o un golpe en el ojo. La expresión en español, más metafórica, “un golpe de vista” o “un vistazo” no traduce entonces esa violencia, el golpe del original.

Si el problema de la traducción literal es que enfrenta dos cuestiones cabales a la hora de pensar un texto poético como lo son el contenido y la forma, Lewinski nos obliga aquí a dejar de lado estas cuestiones para adentrarnos en otras más arduas y pensar no sólo en qué se parecen sino incluso cómo hacer que se parezcan (que ese es quizás el quid de la cuestión) escritura y traducción.

Estos versos funcionan como una puesta en abismo de la tarea de traducción, revelando lo que hay en ella de especularidad, de artificialidad pero revelando también en qué se parecen escritura y traducción y cuánto hay de traducción en la propia escritura.

Esa convención de la tarea de traducción en la que la traducción se revela como tal, evidencia sus operaciones -aquella que permite poner en nota al pie “en castellano en el original”- descubre que ese texto que estamos leyendo no es el que ha sido escrito originalmente sino un texto sobre el que se ha efectuado una operación. Esta convención en la propia escritura pone en evidencia que la escritura también es una operación, un artificio.

Y esta escritura, como la traducción, supone un texto otro, primero, anterior, en una lengua otra (pero, si hacemos una brevísima pesquisa filológica, descubriremos de inmediato que esto es sólo una superchería literaria). ¿Cómo podríamos entonces traducir estos versos sin perder esa referencia a un texto original inexistente si la traducción crearía automáticamente ese texto “otro”, el original, que Lewinski postula hipotéticamente?

Justamente en este punto se parecen y se diferencian: la traducción pretende ser un especie de doble de una escritura que es doble en sí misma. Pero los dobles no existen, porque un doble ya es otro.
  
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Creo que la respuesta a esta pregunta es casi una aporía. El hecho de que un texto es la traducción de un original debe ocultarse hasta el punto en que se note. Vuelvo al “en francés en el texto”, ese repliegue, ese volver sobre sí de la lengua, que inventa una traducción que, a su vez, inventa una primera lengua anterior a la lengua que narra. El texto poético simula referirse a algo distinto de sí y exhibe sus propias tecnologías, como lo hace la traducción.

La traducción, una buena traducción, por supuesto, no debería dejar traslucir el hecho de que se trata de una traducción. Porque sería una nueva escritura que produciría, no un espacio igual, sino, al contrario, un nuevo texto y un nuevo contexto en un espacio diferente.

Octavio Paz dice que el texto original nunca reaparece en la lengua de llegada y, sin embargo, siempre está porque la traducción lo menciona constantemente o lo transforma en un objeto verbal que, aunque distinto, lo reproduce. Por eso el punto de llegada no es el ocultamiento del original, ni su mostración, ni lo idéntico, ni lo distinto, sino un texto análogo, la semejanza entre cosas distintas. El texto traducido es la transformación de un texto-punto-de-mira en una especie de intertexto, y el reflejo entre ambos debiera ser permanente, continuo y recíproco.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
Creo, en términos de Umberto Eco en “El lector ideal”, que tanto lector como autor son funciones, operaciones previstas por el texto. En este sentido entiendo también la figura del traductor y su (in)visibilidad respecto del texto traducido. El traductor, es, como lo son autor y lector, una función del texto, un mecanismo que el texto prevé en sus propias operaciones y es allí donde debería visibilizarse su figura.
En este sentido, la “función” traductor/a puede visibilizarse en las notas. En este espacio, en la marginalia del texto, el traductor puede y debe ser más visible que la traducción. Pero esta presencia, las intervenciones  del traductor, debe ser atinada e informativa e interrumpir e invadir lo menos posible la traducción.

Otra cuestión que hace también a la visibilidad del traductor es el traductor de carne y hueso, su corporalidad y su nombre. En este sentido, en una perspectiva más editorial, creo que el traductor es fundamental para la circulación y recepción del texto y que su visibilidad debiera ser total. Me refiero a que, por ejemplo, su nombre debería figurar en la portada del libro e incluso que se podría hacer una breve mención a su trayectoria y a los demás textos que ha traducido en la contratapa, en la solapa o en una página introductoria.


Mariana Dimópulos
Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, nació en 1973. Narradora y traductora, a  los 25 años  viajó a Alemania, donde vivió entre 1999 y 2005. A la fecha, publicó Anís (Entropía) y Cada despedida (Adriana Hidalgo). Ha traducido obras de Walter Benjamin, Heinrich Meier, Gunnar Kruger, Ulrich Peltzer, entre otros autores.

1) ¿En qué se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Se parecen al menos en dos aspectos. Primero, en que en los dos casos se trata de una composición de un texto escrito, que por lo general pertenece a un género, tiene una función dentro de un contexto literario, o científico, o editorial, etc. Segundo, en que la traducción y la escrituran demandan del escritor y del traductor una dedicación a su propia lengua, a las dificultades y a los límites del lenguaje en general, a los desafíos de la expresión. Se diferencian sobre todo en su relación con la creación; la traducción, a lo sumo, es creativa, pero no crea. Saber que ningún autor crea ex nihilo no cambia nada en este punto: sigue habiendo una diferencia indiscutible entre escribir un texto y traducir un texto. El caso de la traducción de filosofía lo ilustra mejor que el de un cuento o una novela: que alguien pueda traducir bien, o hasta muy bien a Heidegger, que es un autor de filosofía enormemente complejo de traducir, no significa de ninguna manera que ese traductor hubiera podido crear ningún texto semejante. La traducción es una especie de frontera entre la lectura y la escritura.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
En el mejor de los casos, debe notarse. La traducción es una puerta abierta a que una lengua diga cosas que, por sí sola, quizá sería incapaz de decir. Y solo las puede decir en el espacio de la traducción, por la invitación que nos hace la otra lengua a pensar distinto el problema de la expresión y del lenguaje en relación con el mundo. Esto no quiere decir que debe ser literal o que debe ser burda, porque esto significa la mayoría de las veces que es simplemente una mala traducción. Pero creo que nunca habría que confundir "buena traducción" con "texto natural", "texto que corre", y todas las otras metáforas que en general se utilizan. Esta será a lo sumo una buena traducción para la gran industria editorial.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
No, y hasta es difícil saber si hay "buenos traductores" en general. Sobre todo hay buenas traducciones, o traductores que trabajan bien. Pero lo que está en el texto es la traducción, y sería un poco atrevido decir que se ve al traductor. Hace poco me pasó: abrí un libro de P. D. James traducido, lo empecé a leer y me dije: qué buena traducción. Como creía que debía ser una edición española o mexicana, no me había fijado quién lo había traducido. Después lo hice y comprobé que era de César Aira. Pero César Aira no estaba en ningún lado, solo su traducción era buena.

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