Jorge Aulicino
Nacido en 1949 en Buenos Aires, es poeta, periodista y traductor. Publicó, desde 1974 hasta la fecha, los libros de poesía Vuelo bajo, Poeta antiguo, La caída de los cuerpos, Paisaje con autor, Magnificat, Hombres en un restaurante, Almas en movimiento, La línea del coyote, Las Vegas, La luz checoslovaca, La nada, Hostias, Máquina de faro, Cierta dureza en la sintaxis, Libro del engaño y del desengaño y El camino imperial. En 2000 Libros de Tierra Firme publicó La poesía era un bello país, una antología de su obra hasta ese año, y en 2012 Bajo la luna publicó su poesía reunida bajo el titulo de Estación Finlandia. Ha traducido un gran número de poetas italianos de todas las épocas. También en 2012, la editorial Gog y Magog publicó su traducción de Infierno, de Dante Aligheri. Fue integrante del Consejo de Dirección de Diario de Poesía entre 1987 y 1992 y, hasta fines del año pasado, director de la revista decultura Ñ. Administra el blog de poesía en español y traducida Otra Iglesia es Imposible.
1)¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
En algún sentido, son lo mismo. Quien traduce interpreta. En en más de un punto el traductor no tiene equivalentes exactos en su lengua, a veces ni parecidos. También sucede, sobre todo en la traducción de poesía, que no dispone de una palabra con tantos significados y usos como la del original. O que el texto original usa una que no tiene casi equivalentes o cuyos equivalentes no lo son tanto, ya sea porque el uso les confiere un carácter distinto, o porque corresponden a otro nivel de lengua. Por ejemplo el elemental "ecco" italiano, que no parece tener otra traducción posible que "he aquí"; sucede que ese "he aquí" es, al menos para los argentinos, una expresión afectada, perteneciente a un lenguaje literario, por lo demás fuera de uso. Si uno traduce poesía italiana del siglo XIII, supongo que puede usar el "he aquí", pero ¿qué ocurre cuando traduce a un poeta contemporáneo? Por ser el otro idioma, aunque el traductor lo domine, siempre un idioma extraño, el resultado de una traducción es otro. El resultado de la traducción es otra cosa, y en ese sentido, es escritura nueva, lo cual la convierte en escritura creada y creativa. Pero la verdad es que la gran apuesta de una traducción de poesía es entender. Esto equivale a llegar a la literalidad, aproximarse a la objetivación de la idea del original en otro idioma, a la reescritura equivalente.
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
No lo veo como obligatorio, pero sucede que no puede ocultarse sino sobre la base de un acuerdo previo. Si uno tiene un mínimo de información previa –por ejemplo, de qué nacionalidad es el autor–, el resultado será que siempre esa información circulará por debajo. Vamos a la "lectura inocente" de la adolescencia: podíamos leer a Dumas y olvidarnos de que el original era en francés. Eso estaba bien. Pero en realidad no lo habíamos olvidado: cuando el traductor anotaba "juego de palabras intraducible" o ponía una clara marca local en el texto –por ejemplo: ¡voto a bríos!– recordábamos que había un traductor de por medio, y eso nos molestaba. No porque habíamos olvidado que leíamos una traducción, sino porque creíamos que estábamos leyendo en francés. Sí, la traducción debe hacernos creer que estamos leyendo en otro idioma, y esto se logra sin que en verdad olvidemos que se trata de una traducción. Forma parte de la ficción, de la tan mentada "suspensión provisoria de la incredulidad". De esto deduzco que para traducir un poema hay que crear la ilusión de que estamos leyendo un poema. O verdaderamente, crear otro poema. Pero con este recurso: debe parecer que lo dicho lo estamos leyendo en su idioma original. Ya sabemos que Shakespeare nunca escribió "ser o no ser", sino "to be or not to be", pero eso, ¿de qué nos sirve? Sabemos que Shakespeare escribió con rimas en inglés que no son traducibles: ¿de qué nos sirve? Esas rimas son tan lejanas e incompresibles para nosotros como el "to ber or no to be" (alguien tal vez pueda disfrutar del aspecto musical del original sin entender nada: recuerdo siempre que me ofrecían leerme El Cuervo, de Poe, para que me regocijara con su musicalidad aunque no lo entendiese; mi respuesta era: para música, tengo alguna mejor, como la que hicieron los músicos, no los poetas).
3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
En las respuestas a 1) y 2) está dicho que debe ser invisible. Tan invisible como un actor tras su máscara. El artificio no nos hace olvidar del actor, lo recordamos de inmediato cuando termina la obra, y –aun profanos en el arte teatral– juzgamos su actuación. ¿Cómo la juzgamos? Con la conciencia de que hay una letra original por detrás de su gestos, sus palabras, su voz, sus inflexiones y ademanes, y que el actor la está poniendo en escena. Es decir, cuando recuperamos la incredulidad, cuando vence el contrato de suspensión provisoria –y esto sucede siempre–, confrontamos. ¿Qué con qué? Lo visto con la idea del personaje que nos hicimos por nuestra cuenta, sobre la base de la propia actuación del actor; podemos juzgar las inconsecuencias de unos gestos respecto de otros; un énfasis que parece contradictorio con una atenuación; los cambios de escena a escena. Ahora, el actor –u otro en su nombre– podría decir que así, tal cual, es el texto, y que el actor no hizo más que reproducirlo. Entonces diríamos: el texto es inconsecuente, pero "tú lo has dicho". Tu presencia allí es innegable. Porque sólo disponemos, para creerte, de lo que decís vos mismo, incuso esto que ahora decís o que alguien dice en tu nombre: que el texto es así. En la práctica, y si se trata de autores clásicos, disponemos de otras versiones, hemos visto otras versiones, y comparamos. Lo que no hace más que afirmar nuestra idea acerca de que lo que vemos es interpretación. Idea, certeza, que al menos por un momento ponemos entre paréntesis al entrar al teatro (porque siempre concedemos un changüí al actor). Esto es lo interesante: sólo podemos opinar si podemos confrontar. Confrontar al menos con la idea de que hay allí un texto, por detrás. Si son autores de otros idiomas, en realidad hay dos textos por detrás: el original y el de quien hizo la versión a nuestro idioma. Con lo cual la cosa se hace complicada. Hay dos, y no una, suspensiones provisorias, en lo que se refiere al teatro.
Sergio Waisman
Estadounidense, hijo de padres argentinos, Waisman obtuvo su doctorado de la Universidad de California, Berkeley, en el 2000, y en la actualidad es profesor de literatura latinoamericana en la George Washington University en Washington, DC. En 2005 publicóBorges y la traducción: la irreverencia de la periferia y en 2010 la novela Irse. Ha traducido al inglés libros de Ricardo Piglia, Juana Manuela Gorriti, Leopoldo Lugones, Nataniel Aguirre y Mariano Azuela.
1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
En las llamadas escrituras originales el máximo halago suele ser precisamente la originalidad de ese texto; la traducción, en cambio, suele evaluarse en términos de la fidelidad de su reproducción. Ninguno de los dos criterios—la originalidad del original, la fidelidad de la traducción—es realmente muy útil, o mucho más que una tautología. La diferencia principal es que en la traducción el pretexto existe en un libro ya editado. No quiero decir que la escritura original es necesariamente una traducción de una experiencia o una realidad que se pueda pensar siempre como un pretexto, sino más bien que la originalidad también es una ficción y que siempre hay pretextos. La otra diferencia es que la traducción tiene dos autores en vez de uno y que esto suele perjudicar a la traducción en la estimación de sus lectores, injustamente en mi opinión. La traducción y la escritura casi siempre tienen más en común que lo que la crítica—¡o el mercado editorial!—suelen reconocer.
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Casi siempre la recomendación es ocultar el hecho de que un texto es una traducción. El problema es que si se oculta demasiado el hecho de que un texto es una traducción, se suele perder (o peor: borrar) lo que tiene de extranjero el original. La traducción tiene una meta casi imposible: funcionar bien en la lengua meta y recrear la diferencia que crea el texto en la lengua fuente.
3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
Ni la visibilidad ni la invisibilidad de la traducción son un mérito en sí mismas. La traducción es la escritura, en su propio idioma, de la lectura que el traductor hace de un texto en otro idioma. La traducción invisible es un estilo de traducción, un artificio que el traductor intenta establecer por alguna razón. Para que la traducción parezca invisible, el traductor debe tomar una serie de decisiones y realizar un esfuerzo en particular. El reto es saber decidir cuándo conviene usar este artificio, cómo, y con qué fin.
Son lo más, lo más de lo más! se los extrañaba... y mucho! fuente inagotable de inspiración, de motivación, de aprendizaje... gracias.
ResponderEliminar(ah, me refiero a ustedes, los responsables del blog, lo escribí anoche trasnochada, en medio de una traducción, y no sé si se entendió bien el concepto... de todos modos, gracias por estar de vuelta!)
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras, Magdalena. El concepto fue muy claro, pero no sé cómo te quedó la traducción. Un saludo muy cordial y que en Italia el frío sea moderado.
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