Belén Santana
1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
No sé a quién le oí decir una vez que los árbitros eran jugadores de fútbol frustrados y los traductores, escritores frustrados. Nada más lejos de la realidad (de los árbitros mejor no hablar). Creo que todo traductor es al menos un poco escritor, y no sólo porque así lo reconozcan las leyes de propiedad intelectual de la mayoría de los países. Una prueba más de ello son los numerosos y variados ejemplos de traductores que han acabado dedicándose a la escritura, en ocasiones compaginándola con la traducción. En el caso del español de este lado del charco, Marías y Mendoza serían los dos ejemplos más conocidos, pero hay otros. Es evidente que traducir no es condición sine qua non para ser escritor, pero volviendo al símil futbolístico, me parece un buen campo de entrenamiento. De hecho, sería interesante analizar si el perfil traductor incide de algún modo en la escritura, y en tal caso, cómo... difícil cuestión. También me gustaría señalar que, desde el punto de vista de la enseñanza, cada vez son más las voces que postulan la introducción de técnicas de escritura creativa en las clases de traducción. El recorrido inverso, de la escritura a la traducción, es menos frecuente como modo de vida y me suscita más dudas.
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Como solemos decir los traductores, la respuesta mágica es casi siempre "depende", acompañada del axioma: "Dame un contexto y haré milagros". Depende del texto, del autor, del traductor, de la política editorial, etc. Aun a riesgo de generalizar, creo junto con Berman, el propio Marías y tantos otros teóricos y prácticos que la traducción debe enriquecer la lengua de llegada, y por tanto no debe ocultarse bajo la apariencia de esa falsa fluidez que tantas editoriales y revisores buscan. Como en tantas otras cosas, es una cuestión de medida.
3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
Creo que no. A pesar de que el ego nos traiciona a menudo, considero que el buen traductor es humilde por definición. La cuestión de la visibilidad es un arma de doble filo que a veces resulta cansina. Me permito citar de memoria a mi colega y amiga Isabel García Adánez: la visibilidad del traductor es una cuestión de derechos, no de alfombras rojas. Lo importante es el libro.
Ada Solari
Ada Solari
Nació en Mar del Plata, en 1956. Es licenciada en ciencias sociales por la Pontificia Universidad Católica de San Pablo. Vivió en Brasil desde 1977 hasta 1984. Desde su regreso a Buenos Aires, se ha dedicado al trabajo editorial y a la traducción del portugués al español en el campo de las ciencias sociales. Entre otros autores, tradujo a Renato Ortiz, Sergio Miceli, José Murilo de Carvalho, Nicolau Sevcenko, etc. Actualmente trabaja como editora en la editorial Katz y como traductora free lance.
1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Sin duda traducir es escribir, y por tanto son autores tanto el escritor de una obra original como el traductor. Pero si ambas actividades requieren un trabajo creativo, hay en la traducción una dimensión clave, que es el trabajo interpretativo y de investigación necesario para lograr el objetivo definido por Edith Grossman: que los lectores de una traducción perciban el texto, emocional y artísticamente, de un modo que se corresponda con la experiencia estética que tuvieron los lectores de la obra original.
Para hablar un poco de mi propia experiencia, existen por cierto diferencias entre la traducción literar ia y la traducción de ensayos de ciencias sociales, que es mi especialidad. En este campo sucede a menudo, y sobre todo cuando se trata de un ar tículo inédito, que el trabajo de traducción corre a la par del de edición o aun de la corrección de estilo; y a veces el propósito pasa a ser que el texto resulte clar o, inequívoco, algo que sería impensable en una traducción literaria. Hay otros casos en que el posicionamiento del autor como escritor es más clar o, y entonces allí se plantean cuestiones más cercanas a las que plantea la traducción literaria: de ritmo, de vocabulario, de fraseo. (Un poco en broma, a veces pienso que uno debería traducir solo lo que le gusta: la traducción como vocación, no como profesión.)
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
No pienso que la traducción deba ocultarse; en realidad, no creo que sea posible. Roberto Raschella va más lejos y habla de contaminación, de poder hacer sentir la lengua de partida de una manera muy fuerte, pero (en su caso) “sin cometer italianismos”, lo que por cierto nada tiene que ver con la literalidad.
3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
No, si por visibilidad se entiende una intervención que de algún modo violente la obra original (como por ejemplo volver claro un texto oscuro o directo uno tortuoso). Ni tampoco cuando el traductor se hace en exceso presente (muchas notas al pie o aclaraciones).
Desde otra perspectiva, me parece un tema complicado. Si se considera al traductor como autor, se supone que tendría que ser reconocible. Pero, ¿cómo podría reconocer el lector de la traducción las marcas estilísticas propias del traductor que no responden a las del escritor del original? Creo que eso sería posible mediante estudios críticos y abarcativos de la obra de un traductor, que incluyan cotejos con el original, comparaciones con versiones de otros traductores, etc.
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