lunes, 14 de septiembre de 2020

Andrés Hax habla de su traducción de los cuentos de William Trevor


Más allá de la desmedida promoción de buenos autores como John Banville y, más acá en el tiempo, Colm Toibin, la literatura irlandesa de la segunda mitad del siglo XX y los primeros años del siglo XXI tuvo dos grandes narradores, unánimemente reconocidos por sus pares de lengua inglesa y, más específicamente, por los escritores de su propio país: John McGahern (1934-2006) y William Trevor (1928-2016). Y aunque sus nombres encabezan las frecuentes encuestas que los diarios británicos organizan periódicamente, y sus lectores se multiplican en el mundo anglófono, para la lengua castellana son apenas dos presencias discretas, mal conocidas, si no directamente ignoradas.

Andrés Hax
La reciente publicación por parte de la editorial Edhasa de Argentina, de una selección de cuentos de William Trevor, fue la excusa para que el Administrador de este blog, entrevistara a Andrés Hax, su traductor, además de un excelente periodista que, cuando Ñ era una buena revista, formó parte de su redacción.

"Trevor es un escritor muy claro"

–¿Cómo llegaste a William Trevor? ¿Lo –conocías antes de que te ofrecieran traducirlo?
Yo nací y me crié en los Estados Unidos y, de joven, cuando empecé a recorrer librerías Trevor estaba por todos lados. Es un escritor muy difundido y leído allá. Sumado a esto, publicaba en The New Yorker, lo cual le dio un público de nivel nacional. Yo lo conocí en un un maravilloso volumen de 1261 páginas y docenas de cuentos, que era su mayor recopilación  hasta ese momento. Viviría y escribiría mucho más. Recuerdo que me intrigó mucho una cita en la contratapa de Madison Smart Bell que decía sobre el tomo: “Esto es un manual para cualquier persona que pretenda escribir cuentos y un tesoro para los quienes aman leerlos”.

–Dada la inmensa cantidad de cuentos que escribió, ¿cómo procediste a elegir los que están en la antología?
Trevor, en general tiene tres áreas o locaciones sobre las que escribe: la Irlanda rural y Dublín, Londres u otras ciudades inglesas y, por último, Italia (siempre retratando turistas ingleses a ese país). Para comenzar quise equilibrar esos escenarios. Otro criterio fue mezclar cuentos relativamente cortos con otros mucho más largos. Leí varias de sus novelas también, para entrar en el ritmo de su prosa. También diría que en el orden de los cuentos quise crear un flujo que funcionara como novela polifónica. Aunque eso no creo que se detecte, fue como un juego mío que influyó en la selección y traducción de los cuentos.

–¿Cuáles fueron los mayores problemas que te planteó la traducción?
Yo considero que Trevor es un escritor muy claro sin complicaciones en cuanto a su sintáxis. Diría que no tiene una prosa compleja. Es claro y directo. Está mucho más cerca de Dublineses que de Ulises, para poner un ejemplo. Lo que me complicó en el primer borrador de la traducción fueron los coloquialismos irlandeses. Primero decidí traducirlos al porteño, pero pronto me di cuenta de que eso sonaba falso. Y el mayor problema, aunque fue un problema placentero, fue elegir entre la masiva cantidad de cuentos. Diría que, al traducirlo, tuve la sensación de estar escribiendo cuentos yo mismo y vi claramente en ese ejercicio que la aparente simplicidad de Trevor es engañosa. A nivel psicológico es muy complejo: las emociones de sus personajes, los paisajes, su tristeza.

–¿A qué atribuís que Trevor no sea más conocido en castellano?
No lo entiendo. Es reconocido casi unánimemente como uno de los grandes cuentistas del siglo XX (aunque escribió mucho en nuestro siglo también). O sea que, por el lado del prestigio crítico, no hay dudas. Es un autor que se presta muy bien a la relectura. Como dije, sus cuentos aparentemente simples son, de una manera inefable, muy complejos. Espero que este volumen que acaba de salir despierte algún interés en Trevor y lleve a muchas más traducciones de su literatura.

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