viernes, 18 de septiembre de 2020

Manguel y la donación de sus cuarenta mil libros


En un mundo donde la información está mucho más al alcance de la mano que en otras épocas, paradójicamente muy pocos se preguntan quién es quién. Por lo tanto, todo se acepta como bueno sin que medie reparo alguno. Sin embargo, resulta saludable detenerse de tanto en tanto a verificar datos y recurrir a fuentes que nos permitan, comprobar la veracidad de ciertos hechos, detrás de los cuales se sostienen las reputaciones.  Nada mejor entonces que someter a examen a los personajes públicos, cuando sus actos a veces resultan desconcertantes. Es el caso de  Alberto Manguel, quien ha decidido donar su biblioteca personal, no a Buenos Aires, donde dice que se formó, ni a Quebec, donde se inventó como escritor canadiense, sino a Lisboa, donde lo espera la dirección de un centro dedicado a la historia del libro.

De lo bueno a lo conveniente

En el siglo de la divulgación, resulta natural que Alberto Manguel deba su celebridad, no a las ficciones que escribió (6 para más datos), sino a sus  obras de no ficción (20, además de 14 antologías dedicadas a escritores de distintas épocas y nacionalidades). Sus obras sobre la lectura y el libro, acaso las más destacadas, repiten los conocimientos acumulados por intelectuales e investigadores de todo el planeta quienes, desde San Agustín, por mencionar un antecedente esencial y remoto, alumbran ideas sobre el libro como metáfora, como culto, como fetiche. Manguel añadió a esta secuencia la capacidad de un influencer, el mérito de convertir la lectura, su historia y artificios, en un tema de moda.

No es lo único. Lo precede un mito fundacional: haberle leído a Jorge Luis Borges siendo adolescente. Manguel recuerda esta circunstancia con profusión en entrevistas y libros. Sin embargo, y acaso para su desdicha, no quedó registrada en ninguna de las biografías dedicadas al autor de El Aleph. Ni Emir Rodríguez Monegal, ni James Woodall, ni Edwin Williamson la mencionan. Tampoco quienes formaron parte del círculo íntimo del escritor y que luego ofrecieron el extenso testimonio de la amistad “conversada”: ni María Esther Váquez, ni Alicia Jurado, ni Néstor Ibarra, ni Victoria Ocampo, ni Norman Thomas di Giovanni, ni Fernando Sorrentino, ni Roberto Alifano mencionan a Manguel. Tampoco hay fotografías. Sólo Bioy alude a Manguel en testimonios más tardíos (martes 3 de diciembre de 1968; miércoles 27 de octubre de 1971; sábado 6 de mayo de 1972; jueves 8 de marzo de 1979; sábado 17 de marzo de 1979; miércoles 30 de mayo de 1979), pero en ellos no se refiere nunca a las visitas al departamento de la calle Maipú, epifanía iniciática que Manguel nos recuerda cada vez que puede.

Buscando al azar de Internet, uno encuentra, por ejemplo, una entrevista con el poeta y crítico literario español José Luis García Martín. Allí se lee: “Estudiante todavía de bachillerato, a los quince o dieciséis años, [Manguel] necesitaba dinero para comprar libros, así que llamó a las tres o cuatro librerías inglesas y alemanas de Buenos Aires en busca de trabajo. Le aceptaron en la librería Pigmalión. A ella iban a comprar libros ingleses y alemanes todos los grandes escritores argentinos, entre ellos Borges, que ya estaba ciego y que le sugirió que le visitara de vez en cuando para leerle algunas páginas” (puede comprobarse en la edición del periódico asturiano La Nueva España, del 14 de abril de 2011(1).

También, cuando Manguel presentó su libro sobre Borges en el Malba, contó: “A veces me abría Fanny, la mucama, a veces me abría él. Estaba vestido de traje, corbata, con el bastón y el pañuelo perfumado. No había charla de ningún tipo: ‘Buenas noches, vamos a leer Kipling’. Nos sentábamos en dos sillones y empezábamos. No se hablaba de nada que no fuese literatura”. (2)

El testimonio se amplía en el libro en cuestión: “Borges venía a Pigmalion al caer la tarde, en el camino de regreso de su trabajo como director de la Biblioteca Nacional. Un día, luego de seleccionar tres o cuatro libros, me preguntó si no podía ir a leerle por las noches, siempre que yo no tuviese otra cosa que hacer, dado que su madre, que había cumplido ya los noventa, se cansaba con facilidad. Borges solía pedirle esto casi a cualquiera: a estudiantes, a periodistas que iban a entrevistarlo, a otros escritores. Existe un vasto grupo compuesto por todos aquellos que alguna vez le leyeron: pequeños Boswells que raramente conocen la identidad de los otros pero que, de forma colectiva, mantienen la memoria de uno de los más cabales lectores del mundo. En aquella época, yo desconocía su existencia; tenía dieciséis años. Acepté y tres o a los sumo cuatro veces por semana, visitaba a Borges en el estrecho departamento que compartía con su madre y con Fanny, la mucama”. (Alberto Manguel. Con Borges, traducción de Eduardo Berti, Buenos Aires, Siglo XXI, 2016)

¿Por qué hace falta contar la misma historia? Tal vez porque una historia, para adscribirse a la categoría de mito, necesite ser repetida muchas veces. Ahora bien, si ese mito se difunde donde no pueda enmarcárselo en su correspondiente contexto —haber sido uno entre los muchísimos lectores de Borges, un nombre que, se sabe, abre puertas—, los beneficios pueden ser exponenciales. De hecho, para Manguel lo fueron.

Con todo, hay cabos sueltos. Uno de ellos tiene que ver con Black Water, una célebre antología que editó en 1983. Hasta entonces, fuera de unos pocos libros —Variaciones sobre un tema de Durero (1968), Variaciones sobre un tema policial (1968), Antología de literatura fantástica argentina (1973) y Guía de lugares imaginarios (1980), primer libro exitoso, que firmó con Gianni Guadalupi—, Manguel había desarrollado una discreta reputación, tanto en el ámbito periodístico, como en el pequeño mundo editorial. Black Water en cambio fue un éxito. Se trata de una antología de relatos fantásticos firmada por el lector de Borges. Salvo que, en palabras de Adolfo Bioy Casares, es un refrito de una antología que él y Borges estaban preparando a pedido de… Manguel.

Revisando los detalles de esa historia, nos enteramos de que, “en 1979 [Borges y Bioy] recibieron la propuesta de compilar una nueva Antología de la literatura fantástica. Para este Handbook of Fantastic Literature, Borges y Bioy escribieron un prólogo y prepararon un índice. En marzo de 1980, Alberto Manguel les comunicó que el libro sería editado por Lester & Orpen Dennys, de Toronto, a principios de 1981. Finalmente, en 1983, Manguel publicó en dicha editorial, bajo su exclusiva autoría, la antología Black Water.(Adolfo Bioy Casares, Borges, Buenos Aires, Emecé, 2006, pág. 1528). El volumen, que tiene varias ediciones, reproduce en gran parte la lista de autores de la Antología inicial y también varios de aquellos relatos. Completan la selección otros escritores que fueron incluidos inusitadamente en la traducción norteamericana (Viking Penguin, 1988) de la obra de Borges, Bioy y Silvina Ocampo. Y otros que el presente considera ‘encantadores y brillantes’ o, con palabras de Pierre Bourdieu, nacidos de los bombos mutuos”. (Anna Gargatagli, en El hilo de la fábula. Revista anual del Centro de Estudios Comparados, Universidad Nacional del Litoral (16), 49–60). Si quedaran dudas de los dichos de Bioy y de su confirmación por parte de Gargatagli, puede recurrirse al cuadro comparativo que Daniel Martino se tomó el trabajo de realizar entre la obra que prepararon Borges y Bioy y la antología que firma Manguel. (3)

Los datos biográficos de este último son  parte de un rompecabezas al que a veces le faltan piezas y a veces le sobran. Como se trata de un individuo público, algunos de ellos están consignados en diversos artículos de las distintas versiones de Wikipedia (por caso, las versiones en castellano, inglés y francés) que no suelen coincidir ni son suficientes. Ésas y otras fuentes señalan que nació en 1948 y que pasó sus primeros 7 años en Israel, donde su padre, Pablo Manguel —uno de los “judíos de Perón”, tal como lo describe el historiador israelí Raanan Rein, en su libro Los muchachos peronistas judíos (Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 2014)—, fue embajador de Argentina para convencer a los israelitas de que Perón no era antisemita.

Según el mismo Manguel, aunque sus padres sólo hablaban castellano (y algo de francés), él aprendió inglés y alemán con su niñera Ellin Slonitz. Si las fechas son correctas (y todos los artículos parecen coincidir al menos en eso), vivió en la Argentina entre 1955 —que, como se recordará, es la fecha del golpe de estado contra Perón, el protector de su padre— y 1967, lo que implica que se fue del país a los 19 años. En esos años porteños, fue que conoció a Jorge Luis Borges en la librería Pigmalion, etc.

Después, se fue a vivir un tiempo en París, volvió a Buenos Aires –donde trabajó en el diario La Nación y en las editoriales Kapelusz y Galerna–, viajó a Milán e ingresó en la prestigiosa editorial de Franco Maria Ricci. Posteriormente, en 1976, se fue a Tahití para trabajar en Les Éditions du Pacifique –editorial dedicada a los libros de viajes, fotografía y gastronomía–, lo que lo llevaría de vuelta a París y nuevamente a Tahití, hasta 1982. Ese año se mudó a Toronto, donde vivió hasta el año 2000.

Volviendo al artículo de García Martín antes citado, “Tras un matrimonio, que acabó pronto, el encuentro más decisivo de su vida se narra de esta aséptica manera: ‘A comienzos de los años noventa, conocí a Craig Stephenson. Él era profesor en un liceo y había preparado una antología de literatura internacional para las escuelas. Quería que yo le escribiera el prefacio. Así nos conocimos. Poco después, Craig quiso seguir estudios de psicoanálisis en Zurich. Decidimos entonces instalarnos en Europa durante el tiempo que le demandaran sus estudios’.” Y así parece ser que, en 2000 Alberto Manguel llegó a Francia procedente de Canadá, con Craig Stephenson..

Alberto Manguel en su residencia de Mondion
Ese año, Manguel se instaló en Mondion, no lejos de Chatellerault, en la comuna de Vienne, a unos 35 km. de la ciudad de Lyon. Quince años más tarde, se vio obligado a irse, dejando atrás su biblioteca de más de treinta mil volúmenes. Interrogado en ese momento por el diario La Nouvelle République, manifestó: “No quiero entrar en detalles, pero me voy, sobre todo, por una cuestión administrativa”. Luego, en la misma nota, despotricaba sobre la falta de lógica de la administración francesa, algo que, según él, no debería suceder en un país que se dice cartesiano. La nota, firmada por Franck Bastard concluía con una aclaración: “El escritor esta en conflicto desde hace varios años con la administración fiscal francesa que le reclama un impuesto impago, aunque él asegura estar en regla. La cuestión está en manos de su abogado” (4)

La publicación de este artículo desató la ira de Manguel, quien, aparentemente, amenazó al periódico con un juicio. No obstante, la noticia ya se había instalado y, de tanto en tanto, vuelve a aparecer, como en la nota firmada por Chantal Guye, en la página digital de La Presse, del 7 de febrero de 2019. Allí se lee: “Problemas con la burocracia francesa obligaron a Alberto Manguel a trasladar su preciada biblioteca, cuyas obras se encuentran actualmente en el almacén de Éditions Leméac [de Quebec]. Un drama para este amante de los libros, que quiere legar su colección a Quebec”.(5)

Los problemas con la burocracia francesa a los que se refiere la autora son la falta de pago de impuestos por la propiedad que Manguel tenía en Mondion, durante los años en que enseñó en la Faculté des Lettres de la Université de Poitiers. Eso, en su momento, le significó no poder retirar los libros de su casa que, para más datos, era un antiguo presbiterio refaccionado. En un artículo de William Irigoyen, publicado en L’Orient Littéraire, n° 166, (6) se lee que Manguel, obligado “a salir de Francia por motivos fiscales, tuvo que volver a embalar su biblioteca”. Los medios franceses prefirieron señalar que por “razones administrativas de las que no quiere hablar, Alberto Manguel tuvo que vender el presbiterio y reempacar su biblioteca”, (7) aunque no hayan quedado constancias en la prensa argentina.

Alberto Manguel y Pablo Avelutto
Dejar tantos libros atrás debió haber sido muy doloroso, pero, en 2015, Mauricio Macri lo rescató de esa circunstancia. No es cuestión de pensar que el expresidente haya leído a Manguel. Todo ocurrió a través de Pablo Avelutto, atrabiliario ministro de cultura —más tarde devenido secretario de cultura gracias a la “política cultural” de Macri—, quien, a falta de intelectuales en el nervio del macrismo, le propuso a Manguel dirigir la Biblioteca Nacional “Mariano Moreno”. Así, el lector de Borges se sacrificó por la Argentina. Lo explicó en estos términos: “Estoy pagando mi deuda con el país que me dio la educación sobre la que basé mi carrera”. (8)

Esa educación, según fue posible verificar, se limitó a seis años en el Colegio Nacional Buenos Aires —1961 a 1966— y a un año —más precisamente, 1967— en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A. A pesar de los méritos del secundario mencionado y de la calidad de la Universidad de Buenos Aires, nada de esto habilita a nadie a convertirse en profesor universitario y menos de Princeton o Columbia, salvo que uno sea Borges o que sepa moverse muy bien en los círculos intelectuales y académicos.

Pero volviendo a la deuda de Manguel con Argentina, sin duda era más chica que la que tenía con la administración francesa, ya que, al cabo de dos años —en los que ingenuamente la Academia Argentina de Letras lo incorporó como miembro pleno—, alegó motivos de salud, casualmente coincidentes con la falta de presupuesto para la biblioteca que dirigía y la baja de popularidad del gobierno que lo había contratado. De modo que Manguel partió hacia otros horizontes.

No tardó mucho en recuperarse porque, unos meses después, el periódico virtual InfoBAE informaba que Manguel se había embarcado para dictar conferencias en un crucero de lujo: “El reconocido intelectual y escritor, uno de los funcionarios más prestigiosos de la gestión Macri hasta su salida en junio del año pasado presuntamente por razones de salud (otras versiones aseguraban que el motivo fue el ajuste y recorte de presupuesto), zarpará en el mes de mayo desde el Puerto de Roma (sic) para un viaje de 10 días que seguirá por Capri, Grecia, Malta, Montenegro y Croacia, hasta finalizar su recorrido en Venecia”. El autor de la nota, que se publicó sin firma, se preguntaba cuánto había que pagar para disfrutar de esa "experiencia deluxe" en el inicio del verano europeo. La respuesta era simple: “Casi 6 mil dólares por persona, entre los 4.800 dólares del viaje al crucero y los 900 dólares en concepto de honorarios para Manguel”. (9)

A principios de septiembre de este año, vía la Agencia EFE, se supo que Manguel iba a donar la famosa biblioteca, no a Quebec ni a Buenos Aires, ni a ninguna ciudad de Francia, sino a Lisboa: Así lo cuenta InfoBAE, en una nota del 8 de septiembre pasado: “El ex director de la Biblioteca Nacional, Alberto Manguel, donará su famosa biblioteca, compuesta por 40.000 volúmenes, al Ayuntamiento de Lisboa, en el marco de Feria del Libro de la capital portuguesa. De acuerdo a fuentes cercanas al autor, Manguel (Buenos Aires, 1948) tiene previsto llegar a Lisboa en los próximos días y realizará el anuncio el sábado. La ciudad aceptaría la donación y los destinará para crear una nueva instalación que bautizará como el Centro de Estudios de Historia de la Lectura, aseguran desde agencia EFE, como también se hará oficial la creación de este espacio en la misma ceremonia”. El acuerdo incluye que “Tras la donación, el autor dirigirá otro futuro Centro, el de Historia del Libro de la ciudad lusa”. (10)

Entonces, lo que contaba Bioy tal vez no haya sido un hecho aislado, propio del oportunismo de alguien que, de joven, buscaba su lugar bajo el sol. Horacio González, predecesor de Manguel en la dirección de la Biblioteca Nacional “Mariano Moreno”, en una entrevista con Patricio Zunini, dijo: “Me parece un orfebre, con un grado de erudición notable, que elabora una historia de la lectura y de la posición del lector frente a distintos dilemas: la angustia, el aburrimiento, la persecución a los intelectuales, la clásica imputación del intelectual como alejado de la realidad”.(11) González dejaba entrever en sus conclusiones que Manguel, en cierta forma, corteja al lector de alcurnia. ¿Cuál es ese lector? Acaso el que busca matizar un crucero de lujo por el Mediterráneo con el tipo de charla prestigiosa que Manguel les ofrece a los legos. Un examen más minucioso tal vez permitiría comprobar hasta qué punto su propio prestigio —vale decir, su trabajo para convertirse en una marca registrada— dependió de lo que ocurre en el camino ciceroniano que va de lo bueno a lo conveniente.

Jorge Fondebrider











1 comentario:

  1. Gran artículo. El personaje así mirado parece de novela y da para una novela.

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