En un mundo donde la información está mucho más al alcance de la mano que en otras épocas, paradójicamente muy pocos se preguntan quién es quién. Por lo tanto, todo se acepta como bueno sin que medie reparo alguno. Sin embargo, resulta saludable detenerse de tanto en tanto a verificar datos y recurrir a fuentes que nos permitan, comprobar la veracidad de ciertos hechos, detrás de los cuales se sostienen las reputaciones. Nada mejor entonces que someter a examen a los personajes públicos, cuando sus actos a veces resultan desconcertantes. Es el caso de Alberto Manguel, quien ha decidido donar su biblioteca personal, no a Buenos Aires, donde dice que se formó, ni a Quebec, donde se inventó como escritor canadiense, sino a Lisboa, donde lo espera la dirección de un centro dedicado a la historia del libro.
En el siglo de la divulgación, resulta natural que Alberto Manguel deba su celebridad, no a las ficciones que escribió (6 para más datos), sino a sus obras de no ficción (20, además de 14 antologías dedicadas a escritores de distintas épocas y nacionalidades). Sus obras sobre la lectura y el libro, acaso las más destacadas, repiten los conocimientos acumulados por intelectuales e investigadores de todo el planeta quienes, desde San Agustín, por mencionar un antecedente esencial y remoto, alumbran ideas sobre el libro como metáfora, como culto, como fetiche. Manguel añadió a esta secuencia la capacidad de un influencer, el mérito de convertir la lectura, su historia y artificios, en un tema de moda.
De lo bueno a lo conveniente
En el siglo de la divulgación, resulta natural que Alberto Manguel deba su celebridad, no a las ficciones que escribió (6 para más datos), sino a sus obras de no ficción (20, además de 14 antologías dedicadas a escritores de distintas épocas y nacionalidades). Sus obras sobre la lectura y el libro, acaso las más destacadas, repiten los conocimientos acumulados por intelectuales e investigadores de todo el planeta quienes, desde San Agustín, por mencionar un antecedente esencial y remoto, alumbran ideas sobre el libro como metáfora, como culto, como fetiche. Manguel añadió a esta secuencia la capacidad de un influencer, el mérito de convertir la lectura, su historia y artificios, en un tema de moda.
No
es lo único. Lo precede un mito fundacional: haberle leído a Jorge Luis Borges
siendo adolescente. Manguel recuerda esta circunstancia con profusión en
entrevistas y libros. Sin embargo, y acaso para su desdicha, no quedó
registrada en ninguna de las biografías dedicadas al autor de El Aleph. Ni Emir Rodríguez Monegal, ni
James Woodall, ni Edwin Williamson la mencionan. Tampoco quienes formaron parte
del círculo íntimo del escritor y que luego ofrecieron el extenso testimonio de
la amistad “conversada”: ni María Esther Váquez, ni Alicia Jurado, ni Néstor
Ibarra, ni Victoria Ocampo, ni Norman Thomas di Giovanni, ni Fernando
Sorrentino, ni Roberto Alifano mencionan a Manguel. Tampoco hay fotografías.
Sólo Bioy alude a Manguel en testimonios más tardíos (martes 3 de diciembre de
1968; miércoles 27 de octubre de 1971; sábado 6 de mayo de 1972; jueves 8 de
marzo de 1979; sábado 17 de marzo de 1979; miércoles 30 de mayo de 1979), pero
en ellos no se refiere nunca a las visitas al departamento de la calle Maipú,
epifanía iniciática que Manguel nos recuerda cada vez que puede.
Buscando
al azar de Internet, uno encuentra, por ejemplo, una entrevista con el poeta y
crítico literario español José
Luis García Martín. Allí se lee: “Estudiante
todavía de bachillerato, a los quince o dieciséis años, [Manguel]
necesitaba dinero para comprar libros, así que llamó a las tres o cuatro
librerías inglesas y alemanas de Buenos Aires en busca de trabajo. Le aceptaron
en la librería Pigmalión. A ella iban a comprar libros ingleses y alemanes
todos los grandes escritores argentinos, entre ellos Borges, que ya estaba
ciego y que le sugirió que le visitara de vez en cuando para leerle algunas
páginas” (puede comprobarse en la edición del periódico asturiano La Nueva España, del 14 de abril de 2011(1).
También, cuando Manguel presentó su libro sobre Borges en el Malba, contó:
“A veces me abría Fanny, la mucama, a veces me abría él. Estaba vestido de
traje, corbata, con el bastón y el pañuelo perfumado. No había charla de ningún
tipo: ‘Buenas noches, vamos a leer Kipling’. Nos sentábamos en dos sillones y
empezábamos. No se hablaba de nada que no fuese literatura”. (2)
El
testimonio se amplía en el libro en cuestión: “Borges venía a Pigmalion al caer
la tarde, en el camino de regreso de su trabajo como director de la Biblioteca
Nacional. Un día, luego de seleccionar tres o cuatro libros, me preguntó si no
podía ir a leerle por las noches, siempre que yo no tuviese otra cosa que
hacer, dado que su madre, que había cumplido ya los noventa, se cansaba con
facilidad. Borges solía pedirle esto casi a cualquiera: a estudiantes, a
periodistas que iban a entrevistarlo, a otros escritores. Existe un vasto grupo
compuesto por todos aquellos que alguna vez le leyeron: pequeños Boswells que
raramente conocen la identidad de los otros pero que, de forma colectiva,
mantienen la memoria de uno de los más cabales lectores del mundo. En aquella
época, yo desconocía su existencia; tenía dieciséis años. Acepté y tres o a los
sumo cuatro veces por semana, visitaba a Borges en el estrecho departamento que
compartía con su madre y con Fanny, la mucama”. (Alberto Manguel. Con Borges, traducción de Eduardo Berti,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2016)
¿Por
qué hace falta contar la misma historia? Tal vez porque una historia, para
adscribirse a la categoría de mito, necesite ser repetida muchas veces. Ahora bien, si
ese mito se difunde donde no pueda enmarcárselo en su correspondiente contexto
—haber sido uno entre los muchísimos lectores de Borges, un nombre que, se
sabe, abre puertas—, los beneficios pueden ser exponenciales. De hecho, para
Manguel lo fueron.
Con
todo, hay cabos sueltos. Uno de ellos tiene que ver con Black Water, una célebre antología que editó en 1983. Hasta
entonces, fuera de unos pocos libros —Variaciones
sobre un tema de Durero (1968), Variaciones
sobre un tema policial (1968), Antología
de literatura fantástica argentina (1973) y Guía de lugares imaginarios (1980), primer libro exitoso,
que firmó con Gianni Guadalupi—, Manguel había desarrollado una discreta
reputación, tanto en el ámbito periodístico, como en el pequeño mundo
editorial. Black Water en cambio fue un éxito. Se
trata de una antología de relatos fantásticos firmada por el lector de Borges.
Salvo que, en palabras de Adolfo Bioy Casares, es un refrito de una antología
que él y Borges estaban preparando a pedido de… Manguel.
Revisando los detalles de esa historia, nos enteramos de que,
“en 1979 [Borges y Bioy] recibieron la propuesta de compilar una nueva Antología
de la literatura fantástica. Para este Handbook of Fantastic Literature,
Borges y Bioy escribieron un prólogo y prepararon un índice. En marzo de 1980,
Alberto Manguel les comunicó que el libro sería editado por Lester & Orpen
Dennys, de Toronto, a principios de 1981. Finalmente, en 1983, Manguel publicó
en dicha editorial, bajo su exclusiva autoría, la antología Black Water.”(Adolfo
Bioy Casares, Borges, Buenos Aires, Emecé, 2006, pág. 1528). El volumen, que tiene
varias ediciones, reproduce en gran parte la lista de autores de la Antología
inicial y también varios de
aquellos relatos. Completan la
selección otros escritores que
fueron incluidos inusitadamente en la traducción norteamericana (Viking Penguin, 1988) de la obra de
Borges, Bioy y Silvina Ocampo. Y otros que el presente considera
‘encantadores y brillantes’ o, con palabras de Pierre Bourdieu, nacidos de los
bombos mutuos”. (Anna Gargatagli, en El hilo de la
fábula. Revista anual del Centro de Estudios Comparados, Universidad Nacional del Litoral (16),
49–60). Si quedaran dudas de los dichos de Bioy y de su confirmación por parte
de Gargatagli, puede recurrirse al cuadro comparativo que Daniel Martino se
tomó el trabajo de realizar entre la obra que prepararon Borges y Bioy y la
antología que firma Manguel. (3)
Los
datos biográficos de este último son parte de un rompecabezas al que a veces le faltan piezas y a veces le sobran. Como se trata de un individuo público, algunos de
ellos están consignados en diversos artículos de las distintas versiones de
Wikipedia (por caso, las versiones en castellano, inglés y francés) que no
suelen coincidir ni son suficientes. Ésas y otras fuentes señalan que nació en
1948 y que pasó sus primeros 7 años en Israel, donde su padre, Pablo Manguel
—uno de los “judíos de Perón”, tal como lo describe el historiador israelí
Raanan Rein, en su libro Los muchachos
peronistas judíos (Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 2014)—, fue embajador de
Argentina para convencer a los israelitas de que Perón no era antisemita.
Según
el mismo Manguel, aunque sus padres sólo hablaban castellano (y algo de
francés), él aprendió inglés y alemán con su niñera Ellin Slonitz. Si las fechas son correctas (y todos los artículos
parecen coincidir al menos en eso), vivió en la Argentina entre 1955 —que, como
se recordará, es la fecha del golpe de estado contra Perón, el protector de su
padre— y 1967, lo que implica que se fue del país a los 19 años. En esos años
porteños, fue que conoció a Jorge Luis Borges en la librería Pigmalion, etc.
Después, se fue a vivir
un tiempo en París, volvió a Buenos Aires –donde trabajó en el diario La Nación y en las editoriales Kapelusz
y Galerna–, viajó a Milán e ingresó en la prestigiosa editorial de Franco Maria
Ricci. Posteriormente, en 1976, se fue a Tahití para trabajar en Les Éditions du Pacifique –editorial dedicada a los
libros de viajes, fotografía y gastronomía–, lo que lo llevaría de vuelta a París y
nuevamente a Tahití, hasta 1982. Ese año se mudó a Toronto, donde vivió hasta
el año 2000.
Volviendo al artículo de García Martín antes citado, “Tras un
matrimonio, que acabó pronto, el encuentro más decisivo de su vida se narra de
esta aséptica manera: ‘A comienzos de los años noventa, conocí a Craig
Stephenson. Él era profesor en un liceo y había preparado una antología de
literatura internacional para las escuelas. Quería que yo le escribiera el
prefacio. Así nos conocimos. Poco después, Craig quiso seguir estudios de
psicoanálisis en Zurich. Decidimos entonces instalarnos en Europa durante el
tiempo que le demandaran sus estudios’.” Y así parece ser que, en 2000 Alberto Manguel
llegó a Francia procedente de Canadá, con Craig
Stephenson..
Alberto Manguel en su residencia de Mondion |
Ese
año, Manguel se instaló en Mondion, no lejos de Chatellerault, en la comuna de
Vienne, a unos 35 km. de la ciudad de Lyon. Quince años más tarde, se vio
obligado a irse, dejando atrás su biblioteca de más de treinta mil volúmenes.
Interrogado en ese momento por el diario La
Nouvelle République, manifestó: “No quiero entrar en detalles, pero me voy,
sobre todo, por una cuestión administrativa”. Luego, en la misma nota,
despotricaba sobre la falta de lógica de la administración francesa, algo que,
según él, no debería suceder en un país que se dice cartesiano. La nota,
firmada por Franck Bastard concluía con una aclaración: “El escritor esta en
conflicto desde hace varios años con la administración fiscal francesa que le
reclama un impuesto impago, aunque él asegura estar en regla. La cuestión está
en manos de su abogado” (4)
La
publicación de este artículo desató la ira de Manguel, quien, aparentemente,
amenazó al periódico con un juicio. No obstante, la noticia ya se había
instalado y, de tanto en tanto, vuelve a aparecer, como en la nota firmada por
Chantal Guye, en la página digital de La
Presse, del 7 de febrero de 2019. Allí se lee: “Problemas con la burocracia
francesa obligaron a Alberto Manguel a trasladar su preciada biblioteca, cuyas
obras se encuentran actualmente en el almacén de Éditions Leméac [de Quebec].
Un drama para este amante de los libros, que quiere legar su colección a
Quebec”.(5)
Los
problemas con la burocracia francesa a los que se refiere la autora son la
falta de pago de impuestos por la propiedad que Manguel tenía en Mondion, durante los años en que enseñó en la Faculté des Lettres de la Université de Poitiers. Eso,
en su momento, le significó no poder retirar los libros de su casa que, para
más datos, era un antiguo presbiterio refaccionado. En un artículo de William
Irigoyen, publicado en L’Orient
Littéraire, n° 166, (6) se lee que Manguel, obligado “a salir de
Francia por motivos fiscales, tuvo que volver a embalar su biblioteca”. Los
medios franceses prefirieron señalar que por “razones administrativas de las
que no quiere hablar, Alberto Manguel tuvo que vender el presbiterio y
reempacar su biblioteca”, (7) aunque no hayan quedado constancias en la
prensa argentina.
Alberto Manguel y Pablo Avelutto |
Esa educación, según fue posible verificar, se limitó a seis
años en el Colegio Nacional Buenos Aires —1961 a 1966— y a un año —más
precisamente, 1967— en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A. A pesar
de los méritos del secundario mencionado y de la calidad de la Universidad de
Buenos Aires, nada de esto habilita a nadie a convertirse en profesor
universitario y menos de Princeton o Columbia, salvo que uno sea Borges o que
sepa moverse muy bien en los círculos intelectuales y académicos.
Pero volviendo a la deuda de Manguel con Argentina, sin duda
era más chica que la que tenía con la administración francesa, ya que, al cabo
de dos años —en los que ingenuamente la Academia Argentina de Letras lo
incorporó como miembro pleno—, alegó motivos de salud, casualmente coincidentes
con la falta de presupuesto para la biblioteca que dirigía y la baja de
popularidad del gobierno que lo había contratado. De modo que Manguel partió
hacia otros horizontes.
No tardó mucho en recuperarse porque, unos meses después, el
periódico virtual InfoBAE informaba que Manguel se había embarcado para dictar
conferencias en un crucero de lujo: “El reconocido intelectual y escritor,
uno de los funcionarios más prestigiosos de la gestión Macri hasta su salida en
junio del año pasado presuntamente por razones de salud (otras versiones
aseguraban que el motivo fue el ajuste y recorte de presupuesto), zarpará en el
mes de mayo desde el Puerto de Roma (sic) para un viaje de 10 días que seguirá
por Capri, Grecia, Malta, Montenegro y Croacia, hasta finalizar su recorrido en
Venecia”. El autor de la nota, que se publicó sin firma, se preguntaba cuánto había que
pagar para disfrutar de esa "experiencia deluxe" en el inicio del
verano europeo. La respuesta era simple: “Casi 6 mil dólares por persona,
entre los 4.800 dólares del viaje al crucero y los 900 dólares en concepto de
honorarios para Manguel”. (9)
A
principios de septiembre de este año, vía la Agencia EFE, se supo que Manguel iba
a donar la famosa biblioteca, no a Quebec ni a Buenos Aires, ni a ninguna
ciudad de Francia, sino a Lisboa: Así lo cuenta InfoBAE, en una nota del 8 de
septiembre pasado: “El ex director de la Biblioteca Nacional, Alberto Manguel, donará su famosa
biblioteca, compuesta por 40.000 volúmenes, al Ayuntamiento de Lisboa, en el
marco de Feria del Libro de la capital portuguesa. De acuerdo a fuentes
cercanas al autor, Manguel (Buenos Aires, 1948) tiene previsto llegar a Lisboa
en los próximos días y realizará el anuncio el sábado. La ciudad aceptaría la
donación y los destinará para crear una nueva instalación que bautizará como el
Centro de Estudios de Historia de la
Lectura, aseguran desde agencia EFE, como también se hará oficial
la creación de este espacio en la misma ceremonia”. El acuerdo incluye que
“Tras la donación, el autor dirigirá otro futuro Centro, el de Historia del
Libro de la ciudad lusa”. (10)
Entonces, lo que contaba
Bioy tal vez no haya sido un hecho aislado, propio del oportunismo de alguien
que, de joven, buscaba su lugar bajo el sol. Horacio González, predecesor de
Manguel en la dirección de la Biblioteca Nacional “Mariano Moreno”, en una
entrevista con Patricio Zunini, dijo: “Me parece
un orfebre, con un grado de erudición notable, que elabora una historia de la
lectura y de la posición del lector frente a distintos dilemas: la angustia, el
aburrimiento, la persecución a los intelectuales, la clásica imputación del
intelectual como alejado de la realidad”.(11) González dejaba entrever
en sus conclusiones que Manguel, en cierta forma, corteja al lector de
alcurnia. ¿Cuál es ese lector? Acaso el que busca matizar un crucero de
lujo por el Mediterráneo con el tipo de charla prestigiosa que Manguel les
ofrece a los legos. Un examen más minucioso tal vez permitiría comprobar hasta
qué punto su propio prestigio —vale decir, su trabajo para convertirse en una
marca registrada— dependió de lo que ocurre en el camino ciceroniano que va de lo
bueno a lo conveniente.
Jorge Fondebrider
Gran artículo. El personaje así mirado parece de novela y da para una novela.
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